Un fragmento considerable del artículo “La visión científica del mundo”, publicado en este número, fue traducido en un primer borrador usando Google Translate, luego de que alguien, cansado de escuchar mis quejas ante la urgencia del cierre, me lo recomendara. Yo lo había intentado usar hacía algunos años y lo recordaba como una máquina de coser que, más que tejer frases con significado, unía palabras con un hilito blandengue. Esta vez fue diferente, ¡el robot armaba oraciones e incluso párrafos con perfecto sentido y con errores más bien pequeños! Yo, como suelen hacer muchos pintores con aprendices y producción al por mayor, añadí pinceladas aquí y allá, y mi firma, para que fuera posible identificar un estilo y “la autenticidad” de la obra.
En noviembre del año pasado, Google anunció que había incorporado una inteligencia artificial a la herramienta y, en cuestión de unos meses, ha superado las expectativas de sus diseñadores, construyendo un lenguaje propio (inútil para el uso humano) que le permite traducir entre idiomas para los que no había sido programada.
En el caso del ensayo de Sokal, es decir, en su función inglés-español, el robot sabe usar medianamente bien los signos de puntuación, cosa que lo pone por encima de algunos traductores de carne y hueso; tiene un estilo que remite a la rigidez binaria, pero que a veces se florea de forma imprevista, y un uso moderado de adverbios terminados en “mente”, delicadeza que, si bien es menos musical que aleatoria, en todo caso sorprende. También fui testigo de algunos milagros, como la traducción de grumpy old fart por “viejo pedo gruñón”, o el momento de duda y posterior corrección cuando se pone dos veces un mismo texto con algunos minutos de diferencia. Presencié su aprendizaje (cosa de nanosegundos, sumando a esto la imposibilidad de olvidar como un humano), y en muchos casos, al contrastarlas, nuestras decisiones fueron idénticas. En todo caso, la claridad que tanto defiende Sokal y lo esquemático de este ensayo, donde además no abundan las metáforas, hacía sencilla su traducción. Faltaría ver cómo se las arreglaría Google con un Joyce o con el texto de un funcionario público.
Por uno de esos prejuicios tan comunes, supusimos que el científico Alan Sokal no hablaba nuestro idioma. Cuando le dirigimos un email, él nos devolvió un correo en espa&nt...
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Abogado y literato, becario de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es el editor de la revista El Malpensante.
Febrero de 2017
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