Columna
Un reencuentro familiar aviva en la columnista viejas historias sepultadas por el tiempo.
© Oliver Eltinger • Corbis
Me invitaron a una cena con quedarse a alojar. Un sábado por la noche. Los anfitriones eran una pareja de setentaitantos y había otros cuatro invitados. La semana anterior me había llegado una tarjeta en que se me comunicaba, con una graciosa letra de internado de monjas, la invitación formal. Teníamos que ir solos y la velada prometía explícitamente dos cosas: un menú que nos haría chillar de nostalgia, y conversación hasta que el sueño o el espanto nos venciera. Me sentí un poco extraña metiendo mi cepillo de dientes en una mochila y, aunque pensé en llevar la cámara, con los nervios se me quedó encima del velador. Lo otro que metí en la mochila fue una hebra de hilo rojo; pensé que iba a necesitarla.
La excitación empezó a la hora de almuerzo, en casa de unos amigos. Se me ocurrió decir que esa noche iba a comer y dormir donde mis padres junto con mis hermanos, ahora que por fin coincidíamos todos en Santiago. Mis amigos abrieron los ojos como platos: “¡Seguro que tienen algo terrible que contarles!”. Que se iban a separar después de cuarenta años de matrimonio, que mi papá es gay, que teníamos un hermano secreto y cosas por el estilo. Todos ventilaron historias impensadas de las mejores familias –las suyas–, secretos que me dejaron con esa difusa sensación de vértigo que anuncia una revelación demoledora.
Llegó la noche y ya en el aperitivo nos estábamos riendo. Sucede cuando los hermanos pasamos revista a los mitos familiares y, ahora que somos grandes y podemos, nos burlamos de nuestra educación rigurosa, de la Coca-Cola solo los domingos y una para los cinco, de los peinados horrorosos de otra época. Cuando pasamos a la mesa ya había una atmósfera propicia para confesiones; y confesiones hubo, sí señor. Sin que nadie lo dijera, todos sabíamos que allí se iba a recordar, y a recordar hasta que doliera.
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Dirige el Magíster en Edición de la Universidad Diego Portales. Tiene una editorial que se llama Libros del Laurel
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