Estaba por salir a hacer unas compras pero no me decidía porque tenía la impresión de que olvidaba algo, y la duda me tenía allí, cabeceante y abrumado. En vano había intentado recordar, a partir de los deberes, el ovillo general de mi vida, recordar por ejemplo mi relación con fotos, material de papelería, llamadas telefónicas, alimentos, mentiras, ropaje, sin conseguir aislar aquel objeto que parecía pedir socorro débilmente en algún lejano lugar de la memoria. Al contrario: en tanto que el objeto se alejaba aún más, rehuyendo los requerimientos, iba tomando forma en la conciencia el espectáculo general de mi vida. Se me aparecía, la vida, como un tropel confuso de cosas disparejas. En otros tiempos, ya remotos, yo podría haber invocado, orgulloso, palabras como belleza, ideal, sacrificio, futuro, Dios, meditación. Pero ahora, he aquí que mis días limitaban con establecimientos comerciales, y en sí mismo yo era sólo un hombre de pie en medio de una habitación, con un llavero en la mano, devorado por una duda insignificante. En eso estaba cuando de pronto recordé (¡comprar berenjenas!), y entonces comprendí que la felicidad estaba al alcance de la mano, y que bastaba un leve trozo para tomarla entre los dedos. En dos trancos alcancé la puerta, en otro el ascensor; era ya un hombre nuevo, rescatado al borde del abismo por un golpe de suerte.