Portafolio gráfico
El ritual dominical del cine, el anhelo del viejo continente y las sombras de un árbol sobre la pared de un patio de Cali han definido el camino de Lalo Borja hacia la fotografía. Un recorrido por su anecdotario personal y por algunas de las imágenes capturadas por su cámara trazan un retrato de este gran fotógrafo colombiano.
A Sahara, Marina y Camilo
El más antiguo recuerdo de mi origen como fotógrafo es el cine. De pequeño esperaba impaciente la llegada del domingo, para ir después de misa a la función matinal. La eucaristía era la liturgia y el cinematógrafo un nuevo ritual no menos sagrado. Allí, en la pantalla, se celebraba el advenimiento de secretos vistos en la oscuridad. A través de la reja del Teatro Asturias en Cali se podían ver los fotogramas de las películas, imágenes en blanco y negro sobre papel brillante, adheridas a las carteleras con chinchetas de metal en las esquinas. En ese lugar empecé a acumular memoria visual: Truffaut, Antoine Doinel y todo cuanto desfiló ante mí entre los trece y los dieciocho años. Después vendrían Rossellini, Fellini, Antonioni, Bergman; Sofia Loren e Irene Papas; Jean-Paul Belmondo, Mastroianni y Alain Delon. Mi trabajo fotográfico ha sido en gran parte una continuación de esas imágenes del cine. Ese catálogo memorizado sirvió para acicatear el ansia de mirar, de explorar, de caminar entre paisajes que por aquella época podía tan solo vivir en el deseo o los sueños.
En 1973, con veinticuatro años encima, salí de Cali rumbo a Toronto. Al comenzar el invierno ya había conocido a la que sería mi primera esposa, Margaret Thurlow, fotógrafa americana descarriada. Pasados unos meses, con los ahorros de mi trabajo lavando platos, pude comprar una humilde Canon de 35 milímetros. En 1975 regresé a Cali, armado de ilusiones y unos cincuenta rollos de película; de aquel viaje de tres meses en el que recorrí todo el país perdura una docena de fotos. Un gran cambio me esperaba al volver a Toronto: una oferta de trabajo a mi medida: “Se busca fotógrafo bilingüe para periódico en español”. Allí me hice fotógrafo y, a partir del contacto diario con la realidad de otras gentes, pude ampliar mi visión de las cosas.
En 1988 viajé por primera vez a Europa, donde experimenté las callejuelas empedradas de mis sueños juveniles y las vistas añoradas en la oscuridad de los cines de barrio. Estuve un tiempo en París fotografiando aquella ciudad que hasta entonces solo había visto en las pantalla y en las ...
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Es director del programa pre-universitario de fotografía en el departamento de Arte y Diseño de Canterbury College.
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