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A propósito de las salas de cine porno en Bogotá
Conmovido ante el prejuicio de que muchos de los asuntos de mi juventud habían desaparecido (la máquina de escribir, la tiza, los acetatos, las cartas, el betamax, el blanco y negro, las novias…) decidí internarme por un tiempo en el mundo de la pornografía. O mejor, en las salas de cine donde aún se proyectan películas pornográficas en Bogotá. Uno cree que todo se ha acabado, hasta que se encuentra con escritores de pluma de ganso, profesores con caspa en las solapas, DJs con vinilos o, cómo no, salas de cine en las que aún reciben a cientos de fanáticos de las cópulas proyectadas. Entusiasmado por la curiosidad, hacia allá quise dirigirme.
Pero, como soy un cobarde, tuve que prepararme durante varios días antes de enfrentarme al tema, a pesar de que en mi computador se esconden muchas líneas eróticas, de esas que acostumbramos escribir los malos polvos. Finalmente, decidido, comencé la cacería de los templos (o mejor, de los museos) donde aún los solitarios del sexo se refugian para redescubrir la apoteosis del falo, de la felación, del cunilingus o de la “cabalgata anal”. Quien estas líneas teclea, trabaja en el centro de la ciudad. Así que todavía me cruzo por el frente de las dos salas de cine porno del Distrito Capital, aunque nunca les había profanado sus interiores. Conocí un teatro, hace más de diez años, en la carrera 13, de cuyo nombre no puedo acordarme. Allí presentaban algo que poseía un título harto atractivo para mi profesión de hombre de la escena: Las aventuras eróticas de Hamlet. Nunca olvidaré el comienzo de esa película memorable: el príncipe de Dinamarca, sentado en su trono, con una calavera de clisé, dudaba en italiano: scopare o no scopare, that’s the question. Tirar o no tirar, he aquí la cuestión. Tirar, pichar, culear, follar, copular: ¿Cómo se dice ahora? El asunto es que Hamlet, príncipe virgen, dudaba en si debería o no. Hasta que un travieso Horacio lo sumerge en el mundo de las penetraciones, antes de clavarse en el coño de la bella Ofelia. Pero esos eran otros tiempos.
Muchos anos después, supuse que el asunto debería haber cambiado. Haciendo simples cuentas, con un reproductor de DVD que val...
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Tuve la oportunidad de entrar a uno, y puedo decir que no fue una experiencia muy gratificante, prefiero estar en mi casa viendo <a href="http://xvideos.com">xvideos</a> toda la noche.
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Trabaja como profesor en la Facultad de Artes de la Universidad Distrital. En 2010 publicó 'El miedo a la oscuridad'.
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