Es difícil entender a ciertos poetas. En su columna de El Tiempo del 30 de enero, denominada con cierto espanto “Las orgías de la inteligencia”, Eduardo Escobar llama a filas a un equipo envidiable: Bach, Beethoven, Mozart y John Lennon, pero en vez de pedirles que nos toquen algo inolvidable, que sumen sus sublimes talentos para poner al gran público otra vez en órbita, el veterano nadaísta les encarga una tarea más o menos ruin: quiere que hablen mal del Hay Festival y del resto de ferias, fiestas y festivales culturales que en este (tercer) mundo son. Catemos algo del dolido licor nihilista: “Quizás asistimos entre jolgorios de escritores al fin de la poesía... Los festivales sirven a los escritores para descansar de su condición de fantasmas detrás de la abstracción del nombre. Convertidos en híbridos entre las estrellas y los payasos deponen un instante el sempiterno canibalismo gremial, y mientras se dejan tocar, sirven a la vanidad de los hombres de letras, tan humana como todas las vanidades de los hombres, pero peor”. O sea, aunque no está del todo claro lo que la lírica diatriba significa, el tono dolido es inconfundible.
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Febrero de 2007
Edición No.76
Publicado en la edición
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