Breviario
Un prosélito español disecciona los méritos culinarios de la conservadora cocina de los clubes ingleses, casas lejos de casa, y las comodidades palaciegas que otorga su membresía para “sobrebeber” en la justa medida.
Ilustración de Randy Mora
Después de dos gin-tonics o media botella de champán, trepar desde el bar hasta el comedor del Travellers lleva consigo el esfuerzo aeróbico de una subida al Alpe d’Huez: quien piense que exagero hará bien en recordar que Talleyrand, socio del club, se mandó poner un agarradero extra en la escalera. Hay una placa –como siempre en Inglaterra– que lo recuerda. Por suerte, después del dolor viene la gloria: si el bar tiene el tamaño de bombonera preceptivo en clubland, el comedor se abre como un paisaje, con una vastedad de ventanales, caobas densas, brillos sotto voce de la plata y arañas que, más que colgadas del techo, parecen ancladas en un orden superior. Forma parte de los caprichos de los clubes que el comedor se llame coffee-room cuando en el comedor no se sirve café. En cualquier caso, su mera contemplación ya es suficiente para, una vez tras otra, reanimar a una membresía a la que habitualmente coge más lejos la cuarentena que el desfibrilador. Y no es solo el impacto estético de la sala. Porque tal vez no se sirva café, pero el coffee-room es el jardín de las delicias del buen chap, la tierra de promisión del hombre de club: está en su terreno, está entre los suyos, está –de los viejos burdeos a la carne de caza– entre las cosas que le gustan. Y de esa copa de champán en el bar, mirando el verde paraíso de los Carlton Gardens, al comedor que sobrevuela el barrio de Pall Mall, se cumple la primera estación de un camino de perfección que solo terminará horas más tarde, cuando, derrotados de celebraciones, nos quedemos dormidos en el Chester y solo nos despierte el ruido de la copa de armañac al caer sobre la alfombra. Es momento de que el portero nos meta en un taxi y nos mande a casa.
Al contrario que para la perfección evangélica, aquí no son muchos los llamados y son muchos menos los elegidos. No resulta fácil hacerse habitual de Clubland. No es solo que los clubes sean pocos, que se concentren entre el poder de Saint James y la gloria de Pall Mall. Menos aún importa que sean “exclusivos”, expresión que vale lo mismo para un cuatro por cuatro o un vodka hortera. Del Travellers al Buck’s y del Brooks’s al Athenaeum, clubland –esto es lo...
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Periodista, escritor y traductor. En 2018 le fue otorgado el Premio fies de periodismo. Su último libro es Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida (Libros del Asteroide, 2018). Actualmente se desempeña como director de la edición digital de Nueva Revista
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