Crónica
No todo el mundo puede poner ambos pies en el suelo al levantarse. Por si esto fuera poco, está el extraño vagabundear que gente como El Mocho debe emprender a diario para sobrevivir en este país del Sagrado Corazón. He aquí su crónica.
Fotografías de Andrés Lejona
—Mira, El Mocho tiene muchas cosas que contar. Sin vanidad, jefe, sin vanidad. No te lo digo por vanidad. Cuando uno ha sido degenerado los recuerdos duelen.
Un señor con cara de vendedor de pólizas pasa en ese momento por el Muelle de los Pegasos, con unos zapatos que parecen recién salidos de la erupción de un volcán. El Mocho lo descubre. En seguida, haciendo un gran esfuerzo por hablar claro, le plantea su oferta.
—Venga, jefe, y le dejo esos zapatos como nuevos.
Pero el señor parece sordo. O no está interesado en el servicio, porque sigue de largo con su tranco acelerado.
Desde su banquito de lustrabotas, El Mocho refunfuña.
—Y después se queja de la situación el muy puerco.
Luego se dirige de nuevo al periodista.
—Además, el tipo tiene más maletín que educación.
¡Vendedor con esos zapatos tan cochinos! ¿Qué le costaba contestarme, aunque dijera que no? ¡Si por lo menos hubiera llevado los zapatos limpios! El Mocho espanta a algunos, pero lo único que quiere es trabajar, viejo.
El aire huele a chorros de alcohol y a ceniza de tabaco rancio. El Mocho, entre tanto, luce pasmado y quebradizo, hablando más con las intenciones que con las palabras.
Tiradas en el piso, las muletas producen la impresión de un par de banderas derrotadas. En cambio, la botella de licor barato que consume con avidez tiene la apariencia de un estandarte, único punto de apoyo que El Mocho precisa para su doloroso viaje emocional.
—La gente no conoce al diablo. ¿Cuáles cachos, jefe, cuáles cachos? El diablo no se parece a un hombrecito con cachos y trinche.
Diagonal al Muelle de los Pegasos, por la Puerta del Reloj, un grupo de seres enrojecidos confirma que el sol cumple su oficio. Por esta época del año suelen llegar a Cartagena, y riegan chucherías por el piso, se bañan en las fuentes públicas, se encaraman en cuanto monumento encuentran a tiro de fotografía. Si gastan mucho dinero en la ciudad, ciertos líderes locales piensan que son unos visitantes divertidísimos, pero si no gastan nada, esos mismos líderes pegarán el grito en el cielo contra los turistas tacaños y bandoleros q...
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En 2011 obtuvo su quinto Premio Simón Bolívar por el artículo 'La eterna parranda de Diomedes'.
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