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“La paloma”, una pegadiza habanera que lleva sonando más de 150 años, se toca en las bodas de Zanzíbar y en los entierros de Rumania. Ha sido interpretada hasta por un coro de campanilleros ciegos. En los karaokes de Indochina, la cantan como lo hacía Julio Iglesias en los años ochenta. En Rusia, es muy popular entre los estudiantes de domra. Y hay quien dice que refleja “todo lo que pasa en la vida”. Esta es la historia de una composición exitosa que condenó a su autor al olvido.
Álvaro González de Langarica con una parte de los discos que pertenecían a su padre. © Álex Ayala Ugarte
A mediados de la década de los cuarenta, Coco Schumann, un músico berlinés de ojos diáfanos y manos hercúleas, el hijo de una peluquera judía y de un tapicero evangélico convertido al judaísmo, solía tocar diferentes ritmos en Auschwitz para entretener a los guardias de las SS, evitar el pánico de los demás prisioneros y salvar su propio pellejo, mientras otros judíos, más débiles y desafortunados que él, se dirigían a las cámaras de gas como vacas que intuyen que acabarán en el matadero. Para Schumann, que había llegado a Auschwitz procedente del campo de concentración checo de Theresienstadt, donde formó parte de los Ghetto Swingers –un grupo de jazz liderado por prisioneros, pero usado por los nazis para tratar de lavar su imagen y negar el exterminio–, era muy doloroso enfrentar los malos recuerdos. Entre los restos que dejaron en los campos las víctimas del Holocausto había dedales, relojes, pedazos de cuero de zapatos viejos, colgantes, encendedores, amuletos, llaves, cubiertos. Objetos que podrían formar parte de una habitación cualquiera, pero que resultan estremecedores en cuanto nos enteramos de que son las huellas tangibles de una purga siniestra. La música fue uno de los pocos bálsamos para los prisioneros durante el encierro. El rastro sonoro de aquellos días, sin embargo, se siente ahora como si fuera un eco disperso. Antes de morir a los 93 años –en 2018–, Schumann recordaba a veces que los oficiales del campo obligaban a los músicos cautivos a interpretar “La paloma”, una mítica habanera escrita por el compositor vasco Sebastián Iradier en la segunda mitad del siglo XIX. El jazzista alemán, que pedía que lo identificaran como un músico que estuvo recluido en un campo de concentración y no como un sobreviviente de un campo...
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Fue director del dominical de La Razón, editor de Pulso y fundador de Pie Izquierdo. Premio Nacional de Periodismo de Bolivia (2008). Ha publicado cuatro libros: Los mercaderes del Che, La vida de las cosas, Rigor mortis y Ser payaso es cosa seria.
Junio 2020
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