Dos poemas españoles

Dos poemas por Juan Gustavo Cobo Borda.

POR Juan Gustavo Cobo Borda

Enero 27 2021
Dos poemas españoles

Juan Gustavo Cobo Borda

 

Alfonsa
 
Oigo la voz de la historia
en una española
de 90 años.
Vino de España a América
siendo una niña
y ahora la mente fresca
trae consigo el intacto aroma
de las viejas palabras.
De los remotos paisajes.
Del montaraz por las dehesas.
Las cortinas de tierra
que su padre poseía cerca de Salamanca,
en Trabanca,
los muradales que las separaban
y los escabeles que este bíblico carpintero
pulía con primor.
Leña y sandías nunca faltaron en casa
y sin embargo los 15 días en el Lutetia
tomado en Vigo, saltando a la cuerda,
rumbo a la Argentina,
otrora la más pródiga,
terminaron por edificar nueva casa,
sin turbias nostalgias.
Trabajar la tierra, hacer de niñera,
ayudar al único doctor de Cuenca
a operar perros y hombres
con igual dedicación y quizás sabia indiferencia.
No le impresionaba la sangre
pues todo aquello contribuía
a mejorar la vida.
La marcó, sí, ver un degollado,
la tráquea balbuciendo,
y al que hubo que cortar el brazo
por un tiro de escopeta.
Adormecidos con coral
pronto podrían volver a empuñar
el aporcador, para los surcos más rectos,
y la escofina, para las maderas más tersas.
Tambien aquí en la Argentina
se cantaría en latín el Incarnatus
y la flauta, dulce o traversa, sonaría inolvidable,
mientras la adolescente, con mantilla matizada,
sería asediada a la salida de misa.
17 años juntos y tres hijos resumen la historia
contada sin afectación alguna
en este apartamento de Palermo.
Él solo alcanzó a dar la seña
y ella asumió el resto, una vez fallecido,
hipotecando tres o cuatro veces
según las obligaciones del campo,
lo aleatorio de las cosechas
y la torpeza de sucesivos gobiernos,
ignorantes de que Argentina, sin el ganado y el trigo, no existiría/.
Nunca volvió a España
y en realidad
solo se arrepiente
de no haber conocido el Museo del Prado.
Cuando percibió
lo que sobrevendría
pidió volver a Cuenca
y murió en su ley.
 
 
 
Porota
 
Era una vasca
tercamente vasca
que mató a su perro con escopeta
por haberse comido una gallina
y que sirvió gato asado a un pariente
muerta de la risa.
Se divertía pensando en las cosquillas
que podría producirle el bigote de un ministro.
Faenas del campo
cuando los nietos, con un tiro entre los ojos,
abatían cerdos de 260 kilos.
Colgado y degollado
la sangre humedecía el piso
y cuchillos, mangueras y grandes calderos
de agua hirviente
raspaban el rosado cuero.
En la carneada todo servía.
Los intestinos para hacer chorizos,
bondiola, morcillas. Orejas, cerebro y mejillas
para el queso de cabeza. Y sus siempre embarradas patas/
suculentas al hervirlas.
Así transcurrieron los años
que le fueron concedidos
en medio de la naturaleza y sus eternos ciclos.
El sol de cada día y el granizo al arruinar la cosecha ya lista/.
En cambio, ni una gota de lluvia cuando más se necesita/.
De golpe todo blanco, con la helada, como un invierno de cuento/
y la niebla que se abría en jirones, solo unos minutos.
Los animales, inmóviles, como piedras húmedas.
Podría tener varios millones de dólares
en campos en Tres Lomas y Corrientes,
pero siempre llevaba batas anchas de tela sencilla
y en los pies alpargatas rústicas.
Un saco de lana, con bolsillos, para el invierno
y en almuerzo y comida: Termidor,
vino blanco en cajas de cartón, con hielo y soda.
Riéndose conmigo, cuando se demoraban
los ravioles o los bifes, la expresión habitual:
 “Los municipales acostumbramos comer a tiempo”.
Con su pensión de costurera
compraría queso y regalos para el bisnieto.
Pero su pasión de toda la vida
era luego de barrer la casa y lavar la ropa
cuidar su huerto de calabazas, cebolla y tomate.
Acelgas, perejil, ajos y zapallitos.
Algunos, dignos de exposición agropecuaria.
Aún oigo su risa
cuando alguien, persiguiendo a Tabaco,
quien ladrando había arrancado varias plumas a un pavo/,
cayó, cuan largo y en apariencia atlético era,
convertido en tierra. Pura tierra,
como todos algún día.

ACERCA DEL AUTOR


Juan Gustavo Cobo Borda

Estudió filosofía en la Universidad de los Andes e idiomas en la Universidad Nacional. Fue subdirector de la Biblioteca Nacional y director de la revista Eco. Publicó su primer poemario, titulado Consejos para sobrevivir, en 1974.