Ondatrópica: ¿Un nuevo clásico de la música colombiana?

Ideas, apuntes, críticas, tendencias, habladurías

POR Mario Jursich Durán

Enero 27 2021

 

Es difícil no acordarse: la aparición en 1997 del disco Buena Vista Social Club desató en el Caribe una arrolladora fiebre nostálgica. De un día para otro las disqueras desempolvaron sus catálogos, orquestas que hace añales no sonaban volvieron a los estudios y cantantes cubiertos de telaraña fueron sometidos a una veloz sesión de limpieza y terapia resucitatoria.

Esta pasión por el revival estaba lejos de ser exclusiva del Caribe –pasó en otros países, con otros géneros–, pero sería injusto reducirla a una simple operación de márketing. Entre tantas cosas que se reeditaron y entre tanta reunión de viejas glorias, no faltaron las maravillas. Escuche el lector las grabaciones de Haití Twoubadou y verá que, así no más fuera por esos discos, hubiera valido la pena soportar la hostigante abundancia de material y la aburrida exaltación de talentos de segunda fila a la condición de mitos musicales.

 


Colombia no fue ajena a esta fiebre. En el 2003, Rafael Ramos, un ex guitarrista de Totó la Momposina, convocó a antiguos integrantes de las mejores orquestas de aquella época y grabó un disco que se anunció como un palo pero que apenas tuvo repercusión entre el público. Los Veteranos del Caribe nunca pudieron replicar ni siquiera de lejos lo sucedido con el Buenavista en Cuba.

Tal vez por esa frustración –finalmente, uno de los orgullos de nuestro país es el talento de sus músicos populares–, a comienzos de este año Mario Galeano, el líder del Frente Cumbiero, y William Holland, un experimentado disc jockey y productor británico, decidieron retomar la idea de Ramos y convocar a un impresionante elenco de figuras: Fruko, Michi Sarmiento, Alfredito Linares, Pedro Beltrán, Markitos Mikolta... Los reunieron en compañía de varios talentos jóvenes –por mucho lo mejor de esta iniciativa– en el estudio de Discos Fuentes en Medellín, y al cabo de siete meses dieron a luz un proyecto cuya ambición no ha escondido ninguno de sus dos responsables. Ondatrópica, en palabras de Mario Galeano, es algo parecido a lo que fue “la extraordinaria música colombiana entre los años cincuenta y setenta”.

Para ser un proyecto que deliberadamente recoge la herencia de Pacho Galán o Lucho Bermúdez, se podría argumentar que Ondatrópica cae en algunas paradojas enigmáticas y asume algunos riesgos innecesarios. Para empezar, aunque “Colombia” aparece en cada explicación de la razón de ser de este álbum, las tiendas inglesas venden el cidí desde el pasado mes de julio pero todavía es casi imposible conseguirlo en nuestro país. (El “mixtape” entregado gratuitamente con la revista Shock viene a ser apenas un pálido atisbo de lo que en realidad es el álbum triple y todo lo que se puede comprar en iTunes Colombia son tres canciones.) Una explicación obvia que viene a la mente es que este álbum tiene la intención de sonar afuera, y eso llega a tener implicaciones poco afortunadas para el sonido: formas colombianas de la sabrosura para gringos y europeos.

Y eso es lo realmente desconcertante del disco: la desconexión entre lo que han proclamado Holland y Galeano y la impresión que el oyente se forma al escucharlo. En teoría, se trata de “reinterpretar la herencia musical de Colombia a través de un nuevo enfoque compositivo” (así por lo menos se anuncia en la página de la banda). En la práctica, Ondatrópica es, antes que un gran catálogo de nuestros ritmos tocados en clave contemporánea, un salpicón de citas tomadas de eso que antes llamábamos, a falta de un nombre más específico, música tropical. No resulta gratuito que Holland haya sido descrito como “un antólogo de sonidos globales”; casi sin excepción, las canciones de Ondatrópica aluden a temas muy conocidos o poco familiares de la salsa, el porro o la cumbia colombiana. Vaya como ejemplo la “Bomba trópica”; hasta el oído más inexperto reconocerá en ella los primeros compases de una arrebatada descarga de Fruko.

Hoy en día se ha vuelto muy común hacer discos de esta manera; los músicos, más que componer, lo que hacen es recolectar sonidos que ya existen y mezclarlos de un modo que aspira simultáneamente a la familiaridad y la extrañeza. Si a esto sumamos el hecho de reclutar viejas glorias en decadencia y tratar de basar un proyecto musical en sus nombres y trayectorias más que en aquello que el público escucha cuando saltan a la tarima, queda claro que antes que compositores o productores, estos músicos pretenden oficiar como curadores.

En el caso de Ondatrópica, esa elección tiene al menos dos consecuencias significativas. La primera es que al limitarse a citar fragmentos de ciertos ritmos, el disco acaba siendo de una monotonía exasperante, hecho agravado por las a menudo insulsas letras de las canciones. (En “I ron man” se repite sin pausa, a lo largo de tres minutos, la frasecita “se acabó el ron”.) La segunda es que, no obstante presentarse como un gran homenaje a la música bailable, este álbum difícilmente logrará entrar a una lista de éxitos decembrinos o mover a la gente en una discoteca. Aquí no tenemos espacio para analizar el fenómeno, pero baste apuntar que se trata de una tendencia muy acusada en la actual música colombiana: componer, con elementos bailables, canciones de –valga el oxímoron– rumba introspectiva.

En el pasado mes de julio, al comentar la aparición del álbum, la revista Shock afirmó con absoluta euforia que Ondatrópicaera un disco “histórico”. Créannos: eso solo es cierto si la historia y la música son asuntos de museos.


Mario Jursich Durán

ACERCA DEL AUTOR


Mario Jursich Durán

Escritor. En 2014 publicó ¡Fuera zapato viejo!, un libro sobre la salsa en Bogotá.