Miss Decó

Álbum fotográfico de Carolina Cárdenas

La gran protagonista del Art Decó en Colombia fue la ceramista y fotógrafa Carolina Cárdenas. Personaje poco explorado, ahora es la figura central de la novela Tú que deliras, del escritor bogotano Andrés Arias. El autor de la novela recorre este álbum en el que están reunidas las fotos que lo inspiraron para escribir el libro.

POR Andrés Arias

Enero 27 2021
Miss Decó

 

En una tarde soleada, el Cementerio Central puede ser uno de los lugares más bellos de Bogotá. Cielos azulísimos, los cerros al fondo y el blanco húmedo de las tumbas. En el costado occidental está el panteón familiar del médico Jaime Jaramillo Arango, quien fuera ministro de Educación y rector de la Universidad Nacional. Ahí está él, compartiendo un nicho con su segunda mujer, la belga María José Nemry. Al lado izquierdo de los restos de ambos se encuentra la única tumba sin lápida de todo el panteón. Solo están las palabras que escribieron sobre el cemento el día del entierro. Desde el 2 de abril de 1936, ahí, en aquel panteón poco sobresaliente, tras una tumba fea y sin lápida, está el cuerpo de Carolina Cárdenas Núñez, mi muchacha.

Me gusta visitarla de vez en cuando. Le llevo flores, le converso y rezo por su alma. La última vez fue el pasado jueves. Afuera, la ciudad acalorada, y yo ahí, en el cementerio, hablando solo.

Cuatro años atrás, qué me iba a imaginar que yo terminaría en estas. Entrevistaba a Carlos Alberto González, director del Museo Art Decó. Al final de nuestra conversación, le pregunté –ya no sé por qué, a lo mejor se me habían agotado las preguntas– quién había sido un personaje clave en el movimiento decó en Colombia. Entonces, por primera vez escuché aquel nombre. Entré a Google, escribí “Carolina Cárdenas artista” y busqué imágenes. Quedé fascinado. No, “fascinado” no es la palabra: fui seducido. Me habrá pasado algo parecido a lo que les sucedía a los hombres que en los años veinte y treinta veían una foto de la pintora y poeta mexicana Carmen Mondragón, “Nahui Olin”: se enamoraban de inmediato.

Eso fue lo que me ocurrió con Carolina Cárdenas. Despertó en mí un sentimiento obsesivo que me arrastró a escribir Tú, que deliras, la novela con la cual intento descifrar el enigma de su magnetismo, sigo sus pasos a través de la Bogotá de aquella época, trato de encontrarla en medio del círculo de bohemios que orbitaban a su alrededor.

Carolina fue el centro de la escena artística de los años treinta en Bogotá. Había nacido en la ciudad en 1903 y, pequeñita, se fue a vivir a Londres con sus abuelos. Regresó a finales de los años veinte y entró a estudiar en la Escuela de Bellas Artes. Traía con ella toda la estética déco que se empezaba a imponer en Europa y aquí se encontró con la movida nacionalista de los seguidores de la escuela Bachué. No casaban. Los artistas cercanos al decó, como Sergio Trujillo Magnenat, y los relacionados con Bachué, como Ramón Barba y Hena Rodríguez, no la iban. Pues bien, fue en Carolina en quien tuvieron acaso el único punto consciente de encuentro: todos fueron sus amigos, todos la apreciaron, todos se enamoraron de ella, y no solamente por su belleza.

Digamos la verdad: Carolina no fue la más bella de la generación de los treinta. No era perfecta, era flaca, sin curvas, tenía un aspecto andrógino y una cara quizá parecida a la de muchas bogotanas de entonces o de ahora. Sin embargo, cuando entraba a un lugar todos volteaban de inmediato a mirarla, y luego no podían separar fácilmente los ojos de ella, intentando comprender en qué consistía ese poderoso y enigmático atractivo.

Así se puede ver en las fotografías que le tomó Sergio Trujillo Magnenat, uno de los precursores del diseño gráfico en Colombia y quien la amó con locura. Ella trabajaba en la producción de aquellas fotos y frente a la cámara desplegaba un misterio inigualable. No solo posaba. En muchas de las imágenes en las que trabajó de la mano de Trujillo (naturalezas muertas, temas conceptuales, paisajes) es imposible saber quién hizo el disparo final.

Dejó solo una pintura, titulada La noche. Lo demás fueron dibujos, cerámicas y fotografías. En la Colombia de los treinta estas tres expresiones no eran consideradas como artísticas por el común de la gente. Carolina fue la primera en ponerlas en el lugar justo. Sus dibujos y cerámicas no son borradores ni ejercicios ni artesanías. Cada pieza es un ejemplo de inmersión en el arte moderno. Sus fotografías son un ejemplo de trabajo experimental aplicado a la producción, uso de utilería y ambientación. Además, ella fue la primera en hacer arte abstracto en el país: una década antes que Marco Ospina, Carolina trabajaba piezas al parecer influenciadas por las formas de Mondrian.

Cuando decidí comenzar a escribir Tú, que deliras, el intento de descifrar a este personaje me llevó a encontrar muchas imágenes que serían decisivas. No solo hallé los retratos que le hizo Sergio Trujillo, sino también fotografías de los protagonistas de la vida artística y las grandes familias de la élite de aquellos días, estampas de cómo muchos jóvenes “bien” asumían los años treinta con locura y desparpajo, rastros de romances inaceptables para la época y pistas de lo que fue, después de la muerte de Carolina, la vida de Jaramillo Arango.

Gracias a las fotografías comprobé, por ejemplo, que Carolina vivía en esa casa de Chapinero frente al Parque de los Hippies, donde funcionó por tantos años La Esquina del Tango, y que su boda con Jaramillo fue en la Iglesia de Lourdes; me enteré de dónde quedaban y cómo lucían los talleres de Hena Rodríguez, Ramón Barba y otros artistas clave en la historia de la novela; y, por supuesto, de cómo vestían los bogotanos de los treinta, y cuál era el aspecto que tenían la ciudad y sus alrededores.

Las imágenes me ayudaron a hallar la estructura de la novela. O digámoslo de otro modo: Tú, que deliras es un álbum de fotos convertido en letras. Ahora que lo pienso, un buen homenaje a Carolina y Sergio, dos de los pioneros de la fotografía moderna colombiana.

El regreso de Carolina Cárdenas Núñez (1903-1936) a Colombia sacudió la lenta cotidianidad de la bohemia bogotana a finales de los años veinte. Había nacido en Bogotá, donde vivían don Germán y doña María, sus padres, y Jorge, su hermano, pero se había marchado muy pequeña a Londres, a vivir con sus abuelos. Desde allá trajo influencias estéticas distintas e ideas liberales que vivió en alma y cuerpo. Fue gracias a esa intensa y desparpajada vitalidad como alborotó a los artistas locales y despertó una especie de infatuación epidémica, rápidamente diseminada entre hombres y mujeres: escritores, fotógrafos, pintores y hasta políticos de dudosas filiaciones. Nadie fue inmune. El efecto continúa extendiéndose a través de los años y a lo largo de las páginas de mi novela.

Una belleza moderada pero no discreta. Consciente de sí misma y del efecto que tenía sobre los demás, desplegaba ese descaro seductor frente a la cámara o en medio del círculo de artistas que orbitaba con ella como centro. Hombres como Baldomero Sanín Cano y Daniel Samper Ortega vivieron mesmerizados por Carolina; el artista Sergio Trujillo Magnenat y el médico Jaime Jaramillo Arango la amaron intensamente, y mujeres como la escultora Hena Rodríguez, la decoradora y muralista Elvira Martínez y la escritora Elisa Mújica se obsesionaron con ella. Nadie la alcanzó completamente, nadie la tuvo. Con Jaramillo se casó, para abandonarlo una semana después; de los demás –hombres y mujeres– se dejó amar a medias. Era cálida y amable, pero en últimas siempre se mantenía distante: una diva.

Además de ser un versátil artista, ilustrador de la cartilla Charry y uno de los precursores del diseño gráfico en Colombia, Sergio Trujilllo Magnenat (1911-1999) era uno de los más pacientes y obstinados pretendientes de Carolina. Fueron años de cortejo, cuyos frutos no se vieron reflejados en un amor correspondido, pero sí en una generosa producción artística por parte de ambos. Para más de uno, ella hizo las veces de amor imposible, convertido por resignación en musa criolla. Juntos renovaron las formas de hacer cerámica y fotografía en Colombia y, en contraposición al estilo nacionalista reinante, se fueron por una tendencia más influenciada por el art decó, escuela que a los dos les atraía poderosamente. Trujillo pintó y dibujó a Cárdenas muchas veces, aun después de muerta, y en 1935 le hizo a mano un ejemplar único de Toi et moi, el libro de poemas de Paul Géraldy (1885-1983), que aparte de ser una joya bibliográfica es una gran declaración de amor.

El español Ramón Barba (1892-1964) llegó a Colombia en 1925 y años después se hizo profesor en la Escuela de Bellas Artes. Allí conoció a Josefina Albarracín (1904-2007), quien era una de sus alumnas y se convertiría en su esposa. Los dos se dedicaron al dibujo, a la cerámica y especialmente a la talla sobre madera. Sus temas (sobre todo los de él) estaban relacionados con la exaltación del campesino, el gamín y el trabajador sufrido: el subalterno. De ahí que muchos consideren a Ramón Barba como el verdadero padre del movimiento estético Bachué. Hena Rodríguez (abajo, junto a Carolina Cárdenas, de quien era amiga cercanísima) era alumna de Barba y había asumido un estilo bastante próximo, tanto técnica como temáticamente, al del maestro español. Esta fotografía fue tomada en el horno de San Cristóbal, donde los cuatro se reunían a trabajar en sus piezas.

La fecha de nacimiento de Hena Rodríguez sigue siendo un misterio. Lo que sí se sabe es que fue una de las mujeres más heterodoxas de la Bogotá de los años treinta: decía ser descendiente ilegítima de Francisco de Paula Santander, le gustaba buscarse problemas y enemigos. Vivió en España por los días de la Guerra Civil, pero tuvo que huir a Francia. Era recia, de manera escandalosa para su época; usaba pantalón, conducía carro, trabajaba de noche y dormía de día, esculpía y tallaba mujeres desnudas y era provocadoramente masculina. El amor de su vida fue Carolina Cárdenas y al parecer durante un tiempo fue correspondida. Un radical contrapunto podía hacerlas parecer complementarias. Si bien es cierto que Carolina no era excepcionalmente bella, mucho menos podía decirse de los encantos de Hena. Buena parte de su obra está desaparecida. Murió en Bogotá en 1997.

Es inevitable partir del sentimiento al hablar de Carolina Cárdenas. Sin embargo, esa consternación que dejaba a su paso a veces podía provocar el injusto efecto de opacar sus méritos arísticos y borrar del panorama los hechos prosaicos de su cotidianidad. Más que el objeto del deseo de la Bogotá de los años treinta, Cárdenas fue la gran artista de su generación. Hizo cerámicas, dibujos, pinturas y fotografías, y en cada una de estas ramas aportó algo nuevo. Su padre quebró tras el Crack del 29, por lo que se vio obligada a trabajar por un tiempo como secretaria en el Ministerio de Guerra durante el enfrentamiento con el Perú. Fue allí donde conoció a la escritora Elisa Mújica, quien luego creó un personaje inspirado en ella y lo incluyó en su novela Los dos tiempos. Para 1936, Carolina había conseguido una beca en la Academia de San Fernando en Madrid. A ratos se quejaba de su futuro inmediato, anhelando estar en Francia o Italia. No llegó a ninguno de esos destinos: días antes de partir enfermó de meningitis y murió. Tenía 33 años.

 

Muy lejos de los tantos pretendientes de la bohemia, que no lograron nada con Carolina, el más atípico, el que nadie podía comprender por qué le gustaba, se convirtió en su esposo. Un matrimonio tan absurdo como breve. Jaime Jaramillo Arango (1897-1962) fue ministro de Educación y director de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional. Después fue enviado en misión diplomática a Polonia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Inglaterra y Alemania, donde entró en contacto con el Tercer Reich. En 1941, huyendo de los bombardeos, regresó a Colombia y tiempo después se casó con la belga María José Nemry. Juntos montaron el restaurante Mesón de Indias, en La Candelaria, un clásico bogotano. Su corta unión con Carolina Cárdenas tendría un giro final y eterno: los restos de ella permanecen hasta hoy en el panteón familiar de los Arango, en el Cementerio Central. 

Después de la muerte de Carolina, Sergio Trujillo fue nombrado profesor en la Escuela de Bellas Artes. Una de sus alumnas durante ese periodo fue Sara Dávila; tras los encuentros en clases terminaron enamorándose. El matrimonio sería en 1939 en la Hacienda Gaira, ubicada entre Cachipay y El Ocaso. En los años siguientes, Sara desarrollaría una carrera en el arte (sobre todo en la cerámica). Tal como Cárdenas y como buena parte de los personajes de la novela, Sara Dávila era una socialité de la época. Esta imagen es una muestra del ambiente en el que se movía la gente “bien” de los años treinta bogotanos.

Esta imagen también fue tomada en Gaira, la hacienda de los padres de Sara, don José Domingo Dávila y doña Paulina Ortiz. En los años treinta, Colombia parecía entrar de lleno en la modernidad; la arquitectura y la moda daban un giro inmenso y lo artesanal daba paso a lo técnico. En las clases sociales altas se vivía un ambiente que parecía inspirado por El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald: un lujo que hoy nos resulta, al tiempo que fascinante, decadente. Ese ambiente, marcado por la experimentación, la androginia, el jazz y el art decó, tuvo en Carolina Cárdenas a la mejor de sus exponentes. 

ACERCA DEL AUTOR


Andrés Arias

En 2010, publicó Suicídame. Tú, que deliras, publicada por Laguna Libros, fue su segunda novela.