Cementerio de palabras

¿A dónde van las palabras en desuso? Un escritor boliviano responde.

POR Ramón Rocha Monroy

Enero 27 2021

© Stock Xchng

 

Así llamaba Cortázar al diccionario, mostrador de significados útiles, es cierto, pero también repositorio de miles de palabras en desuso. Recuerdo que el diccionario de la Real Academia definía la zampoña como una “pipiritaña que se construye con tubos de alcacer”. ¡Joder! Pipirigaña sería nuestro “Píchirin píchirin gallo, quién te cortó la mano, la vieja pelada…”, juego del cual ya pocos se acuerdan. Como hay el pipirigallo, una planta herbácea, aunque en Nicaragua quiere decir clítoris. 

Pipirijaina es una compañía de cómicos de la legua (plop); y piporro es el que toca fagot (jua). Veamos otra sílaba: “putamadral” es una expresión atribuida a los mexicanos que juro no haber escuchado jamás mientras viví en ese bendito país y quiere decir “barbaridad”. Dicen que en Uruguay “queco” es prostíbulo, y “quegua”, modismo boliviano, es lo que entendemos por khewa. “Quesiqués” (jay, ¿qué pues es?) es un enigma.

“Rabiazorras” dizque es el viento que sopla de donde nace el Sol. Camilo José Cela hablaba de “izas, rabizas y colipoterras” para complicar aún más la clasificación de las damas de honor abollado. Y resulta que “izgonzar” es “esconzar” y esconzar es “hacer a esconce”; y esconce es un ángulo; con lo cual todos nos vamos a la fiut.

Resulta que “escoñar” es estropear: “se estropeó el invento” (jua); y “escopecina” es escupitajo.

Un “escriño” es una cesta, y un tipo “escuchimizado” es un tío flaco y débil.

El habla popular crea y recrea continuamente palabras y significados. García Márquez alaba el habla mexicana porque es la más creativa de la inmensa república castellana, y pone como ejemplo la sutil diferencia entre méndigo y mendigo: “Mendigo es el que pide limosna; méndigo, el que no la da”. Este domingo encontré otra acepción en una hermosa película protagonizada por Pedro Infante y Jorge Negrete: “Méndigo es y no mendigo / el que roba a sus amigos”.

En fin, con ayuda del cementerio de palabras, podríamos intentar un cuento breve como el que sigue:

Pepita, conspicua colipoterra del pueblo de Alcocer solía soplar la pipiritaña y jugar al píchirin gallo en las ventas donde se alojaba luego de viajar con la pipirijaina. Le acompañaba Luis, el piporro, y por las noches se armaba un putamadral que para qué te cuento. Pero si la venta parecía un queco, y a Pepita le encantaba sentir cosquillas en el pipirigallo.

Llegó por entonces un quegua boliviano y la cosa se complicó, pues izas, rabizas y colipoterras se morían de la envidia. Pepita decía que daban ganas de escoñarlo al quegua ese, y Luis amenazaba con soplarle una escopecina al escuchimizado tío.

Así las cosas, al quegua se le ocurrió izgonzar el vano de una puerta y se empeñó en trazar el esconce a ojo de buen cubero. ¡Dios, esta vez fue él quien escoñó la venta entera! Con lo cual, todos nos fuimos a la fiut.

¡Con razón se murmuraba que el quegua era un vanistorio! A tal punto, que ni siquiera usaba una vánova para abrigarse. Y eso que era un gañán friollego y frondío.

¡Con estas palabras no se necesita estudiar noruego ni volapuk! 

ACERCA DEL AUTOR


Ramón Rocha Monroy

También gastrónomo y profesor. Obtuvo el Premio Nacional de Novela de 2002 por 'Potosí 1600'.