De perros y de amos

   Un accidente automovilístico lleva a que un hombre al que no le gusta el olor a perro se vea involucrado en un hecho de sangre y acoso canino.

POR Fernando Mora Meléndez

Enero 27 2021

© Wilson Borja

 

Hay personas que de manera premeditada eligen una mascota que alimentar. Es frecuente que busquen, como sucedáneo de un amor, por ejemplo, el perro de su vida. Se trata de un acto selectivo y voluntario. El criadero de cachorros suple lo que no pudo hacer una agencia matrimonial o un tratamiento de fertilidad. Se escogen la raza, el color y el sexo. Se llega al hogar con un hermoso ejemplar, collar antipulgas y hueso de juguete. A veces, con un certificado de pedigrí. Ante la mirada recelosa de toda la Unidad, el nuevo inquilino empieza a ladrar desde un balcón.

El caso contrario, en cambio, no sucede a menudo. Que un hombre al que no le gusta el olor a perro se vea involucrado en un hecho de sangre y acoso canino.

El encuentro fatal sucedió hace ya tres años. Nuestro hombre, de oficio restaurador, salió de la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia, un sábado por la tarde, con la cabeza colmada de datos y melodías, hacia su residencia en Prado Centro. Venía de consultar en la Enciclopedia francesa unos diagramas sobre construcción de órganos en el siglo XVIII y de malas pulgas, por no habérsele permitido fotocopiar ninguna página bajo el reglamento que rige para documentos históricos. Debió tardar un trecho en darse cuenta de que un perro callejero lo venía siguiendo a lo largo de la calle Barranquilla. Apuró el paso, pero el animal le sostuvo el ritmo, persistente, a pesar de su aspecto flacucho y desvalido.

La cercanía era tal que un observador no dudó de la dependencia mutua entre las dos criaturas. Sólo que al hombre esta situación empezó a incomodarle y mientras avanzaba se iba transformando en irritación. El sol hacía transpirar el asfalto. Lo increpó con palabras y gestos amenazantes para que se apartara de su lado. El perro retrocedía unos pasos, pero cuando el otro volvía la espalda, seguía detrás suyo, muy orondo. No podía entender la aversión y las ocupaciones de ese humano. Entonces fue cuando Samuel tomó la decisión desesperada de cambiarse de acera. Corrió hasta el camino peatonal en mitad de la avenida y con el primer suspiro de liberación también escuchó un golpe seco contra la lata de un carro. Al volver la vista atrás alcanzó a ver el giro brusco y rechinante que acababa de dar un taxi, pero el perro no aparecía. Fue al cabo de unos segundos que escuchó el aullido lastimero, muy cerca de donde él estaba, justo al borde del sardinel. Tenía una mancha de sangre sobre el lomo posterior y estaba inmovilizado. A Samuel el corazón se le saltó. Maldito perro. Lo atropellan por seguirlo a él. Tal vez ya no tenga remedio, se va a morir allí. Los carros terminarán de rematarlo. Este hombre pocas veces en su vida ha cargado un can y cuando trata de hacerlo debe esquivar un mordisco defensivo. En el segundo intento se vuelve dócil. Samuel lo sostiene con un brazo y le pone la otra mano a un taxi. “Lléveme por favor a un consultorio veterinario”. Intenta ocultar la herida para que el conductor no se dé cuenta de que está cayendo sangre de perro en el asiento. La víctima se queja con un aullido entrecortado. De vez en cuando le da un lametazo a la mano del hombre.

Samuel está sentado en la sala de urgencias animales, a la espera de un dictamen médico. Confía en que setrate de una curación sencilla. Pero cada cierto tiempo la puerta se abre y llaman a los otros veterinarios ypracticantes. Se trata de una juntamédica. El perro tal vez se encuentre entre la vida y la muerte. La espera se hace larga como en todas las salas de espera. Luego ve que una enfermera lleva al animal en una camilla y cruza otra puerta. Samuel lee: Tomografía y rayos X. Maldito perro. Debí haberlo dejado ahí tirado, al fin y al cabo no era más que un perro callejero. Al cabo de una hora, la enfermera se asoma a la sala de espera con varios papeles y formularios relacionados con el caso. Empieza a enumerar los nombres de las lesiones sufridas y del trauma más grave que compromete el fémur de la cadera izquierda. “Vamos a tener que operarlo para implantarle una platina”. La mujer hace seguir a Samuel hasta un consultorio y comienza a sumar en una calculadora. Cuando le informan el monto total, el hombre palidece. La cuenta le parece humana, demasiado humana para tratarse de un cuadrúpedo de tanbaja estofa y, por supuesto, no llevaconsigo ese dinero. Trata de hacerle comprender a ella su situación y que sepa de una vez por todas que “yo no soy el dueño de ese animal”. Pero la enfermera no lo deja hablar, continúa enumerando la lista de las heridas. No parece creer cuando él dice que no es el dueño si lo ve tan preocupado. Samuel accede a cancelar mañana lo de las radiografías. Confía en quelo demás se lo financien.

–¿Cómo se llama?

–Samuel

–No, el perro.

Es en ese momento es cuando a él se le ocurre decir Moisés, porque escuchó en alguna lección bíblica que ese nombre quería decir “Salvado de las aguas”. Por lo pronto lo llamaré así, hasta que averigüe cómo se dice en hebreo “Salvado de los taxis”. Debajo de aquella pelambre mugrienta tal vez se esconde un ser noble como aquel que cruzó a pie el mar Rojo. Recordó las palabras de la enfermera: “Hace días no venía por aquí un perrito tan simpático”.

Samuel vuelve al día siguiente y le comentan que “ha evolucionado satisfactoriamente”. Pide que se lo dejen ver. Advierte que lo han bañado para la operación, está renqueando y lleva las patas traseras vendadas. Tiene los ojos saltones y húmedos, casi no tiene cola y es de color café brillante. Su raza es un misterio. Pero, después de todo, piensa Samuel, es lo que llaman aquí una chanda bonita. Aquel soltero empedernido, sumido en los estudios de la música y la restauración de instrumentos antiguos, ajeno a collares, pelos y vacunas, todavía se pregunta en qué cruce del camino Moisés vio en él las señales de El Elegido.

ACERCA DEL AUTOR


Fernando Mora Meléndez

En el último Festival de Cine de Cartagena estrenó su documental La eternidad tiene tiempo de esperarme.