Las formas de la sensatez:

El alpinismo de Reinhold Messner

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POR Héctor Torres

Enero 27 2021

 Reinhold Messner en la ruta al monte Everest, glaciar Rongbuk Oriental (1980) • Archivo personal Reinhold Messner

 

Nanga parbat es una expresión de musicalidad misteriosa. Significa “montaña desnuda” y es el nombre de uno de los 14 ochomiles que existen sobre la Tierra; esto es, una de aquellas montañas cuya altura excede los 8.000 metros sobre el nivel del mar (msnm).

Con una altitud de 8.125 metros, es el noveno en altura de esta élite de titanes. Aunque forma parte de la cordillera del Karakórum, en Pakistán, el Nanga Parbat se encuentra algo aislado del resto de la formación montañosa y a escasos 25 kilómetros del valle del Indo, con el cual, sin embargo, tiene una diferencia de 7.000 metros de altitud. Esto acentúa sus escarpados riscos de nieves perpetuas, como si fuese un baobab en la llanura. Destaca en medio del paisaje, limpio y altivo, como una montaña desnuda.

El primer ascenso a la cima de este pico, el segundo en altura de Pakistán, fue acometido por el alemán Hermann Buhl, en 1953, aunque estuvo tentando a los hombres desde 1895, cuando una expedición alemana logró alcanzar los 7.000 metros de altitud. Ese contingente tuvo que desistir de alcanzar la cumbre luego de que varios de sus miembros murieran mientras hacían el reconocimiento de la vertiente conocida como la cara Rakhiot.

Y es así como, desde los primeros intentos del hombre por acercarse a él, este hermoso gigante blanco ha alimentado una leyenda negra. Un letrero en Talechi, último asentamiento en la ruta al punto de partida de la expedición, señala:

 

Look to your left

Killer Mountain

Nanga Parbat

 

Conocido con ese triste mote de “montaña asesina”, el Nanga Parbat tiene en su prontuario una tenebrosa lista de escaladores que encontraron la muerte mientras ascendían a su cima o al regresar de ella. Es el caso de José Antonio Delgado, primer montañista venezolano en conquistar las cumbres de cinco ochomiles, quien murió en julio de 2006 al extraviar la ruta de regreso luego de haber alcanzado su cumbre.

Pero este pico había sido noticia, 36 años antes de este suceso, por una tragedia que marcó la vida del montañista más famoso del mundo, en un episodio que los uniría para siempre, alimentando la oscura celebridad que desde entonces compartieron.

Yo tenía unos doce años y había encontrado a mi primer héroe. Leía con fascinación noticias acerca de sus proezas y me deleitaba ante las fotos de sus travesías por esas silenciosas y poderosas cumbres heladas. Me producía curiosidad saber lo que podía pasar por esa cabeza acostumbrada a lidiar con la soledad, a resolver situaciones que ponían su vida en peligro, y que escarbaba, desde el fondo de su voluntad, las fuerzas necesarias para culminar sus aventuras.

La primera juventud es tan romántica, que hasta leía con envidia el hecho de que aquel héroe había perdido varios dedos de los pies. Me parecía que unas cuantas falanges de menos eran un sensato precio a pagar por presenciar los paisajes más hermosos, desolados y portentosos que podía llegar a ver el ojo humano.

Para mí, era la encarnación de un personaje literario; su biografía, mi imaginaria montaña personal, la cima a la cual llegar, el sitio al que yo acudía para perderme del mundo y sentirme distinto, alejado de los demás. Nacido en septiembre de 1944, en el Tirol del Sur (Alpes italianos), Reinhold Messner fue ese primer hombre en la historia del montañismo en escalar los catorce ochomiles existentes en el mundo. Entre otras proezas destaca, además, la de ser el primero en escalar el monte Everest solo y sin oxígeno; así como la vertiente Rupal del Nanga Parbat, la pared vertical más grande del planeta, que se eleva 4.600 metros desde su base. Y la de haber coronado cerca de 25 montañas, incluyendo los picos Aconcagua y Chimborazo, en América del Sur; el K2, Annapurna y Cho Oyu, en el Himalaya; y el entonces monte McKinley, el más alto de Estados Unidos, con 6.194 msnm. También ha cruzado la Antártida y el desierto de Gobi, y escrito una cantidad importante de libros acerca de sus excursiones, los cuales contienen su poética del ascenso a las montañas nevadas.

Demasiado portento para un chico que soñaba con ser expedicionario.

Cuando tenía solo cinco años, Reinhold Messner ascendió con su padre un pico de 3.000 msnm en la cordillera alpina. No se crece rodeado de las montañas tirolesas sin sentir reverencia y curiosidad por el secreto que albergan sus solitarias cimas. Esa reverencia y curiosidad, más que una pasión, pueden pasar a ser una razón para vivir, un modo de vida. En adelante, Reinhold se lanzó con su hermano Günther, dos años menor que él, tras rutas en roca, cada vez más difíciles, a lo largo de las montañas alpinas.

Ya eran conocidos los jóvenes Messner cuando, en 1970, acompañados por Felix Kuen y Peter Scholz, fueron en busca del espíritu de los Himalayas y de su primer ochomil. Nada menos que la famosa “montaña asesina”, ese gigante compuesto de granito, gneis, hielo y peligros.

Los hermanos Messner lograron el ascenso por la vertiente sur, a costa de un enorme esfuerzo debido al pésimo tiempo que minó sus energías. Günther, quien daba señales de padecer de mal de altura, coronó la cima a duras penas, lo que motivó a Reinhold –consciente de que habían sobrepasado sus capacidades– a improvisar el descenso por la más oportuna vertiente oeste de la cara Diamir. Una vez alcanzada la parte más plana del glaciar, una avalancha sepultó a Günther en la blanquísima nieve.

Exhausto y abatido, Reinhold hizo en solitario el camino de vuelta hasta el campamento base, perdiendo de paso seis falanges de los pies, las cuales debieron ser amputadas a causa del congelamiento. Y como si esto no fuera suficiente tributo por su osadía, una leyenda negra lo acompañaría durante muchos años de su vida. Una que le atribuía a sus desmedidas ansias de coronar el Nanga Parbat la muerte de su hermano durante la expedición.

A mayor altitud, menor presión atmosférica, lo que ocasiona que las moléculas de oxígeno del aire se separen unas de otras cada vez más y, por tanto, la respiración se vuelve cada vez más difícil. Si la presión sobre los pulmones aumenta drásticamente puede sobrevenir un edema pulmonar. Es por ello que a partir de cierta altura, conocida como “la zona letal”, el ascenso se hace con botellas de oxígeno comprimido.

 

 

Uli Wieland. Indicaciones de ruta en la cara Rakhiot del Nanga Parbat, usadas en expediciones de 1932 y 1934 • Biblioteca Nacional de Austria

 

Sobrepasar los 8.000 metros de altura sin esa ayuda es prácticamente un suicidio. Pero quien se vuelve leyenda lo hace, de hecho, por sobrepasar el ámbito de las fuerzas de los comunes mortales. Solo esto explica que Reinhold Messner, acompañado de Peter Habeler, se lanzara un día a conquistar la cima del Everest, en “el techo del mundo” (a 8.848 msnm), sin oxígeno suplementario.

Ese mismo año, 1978, Messner saldaría una vieja deuda personal.

¿Quién pierde un hermano y seis dedos de los pies en una montaña e insiste en ir a su encuentro? Quien se hace preguntas que solo allí conseguirán respuesta. Por tanto, volvió al Nanga Parbat. Pero esta vez en solitario, sin tanques de oxígeno y explorando una nueva ruta. Se trataba de algo personal y debía resolverlo solo y sin ayuda.

Luego de salir bien librado de esa batalla consigo mismo, con sus recuerdos y sus dolores, redobló la apuesta por ese personal todo o nada: en 1980 ascendió en solitario la cara norte del Sagarm¯ath¯a, como se le conoce al Everest en Nepal (Chomolungma, según chinos y tibetanos), durante la ruda estación de los monzones, sin oxígeno, sin sherpas, sin posibilidad de rescate. Con sus cinco sentidos como únicos guías y acompañantes.

¿Cómo un chico que subió al pico más alto de su ciudad a los ocho años y ascendió a los catorce los casi 5.000 metros del pico Humboldt, el segundo en altura de la cordillera andina en Venezuela, podría tener un héroe distinto a ese? Aunque esa travesía de cinco días, desde el truchicultivo del municipio de Tabay hasta el glaciar del pico, haya sido mi gran y única hazaña. Aunque el derrame de estupidez y hormonas de la adolescencia me tentara con el esplendor de sus baratijas: alcohol, playa, ruido, chistes malos. Aunque me apartara de la montaña y volviera a ella solo esporádicamente y ya sin el compromiso y la solemnidad de otras épocas. Aunque todo eso pesara, alejándome de mí mismo y acercándome a los demás, seguía estando cerca de las hazañas de quien sí tuvo el coraje de ascender un camino propio.

Cerca de 37 años después de aquella iniciación de fuego en el Nanga Parbat, unos guías dieron con el cadáver de Günther, que había permanecido todo ese tiempo enterrado bajo una capa de nieve. Una ola de calor sin precedentes durante ese verano en Pakistán provocó un mayor derretimiento de las nieves, con lo cual el cuerpo del montañista descendió a 4.600 metros de altura, hasta muy cerca del campamento base de la cara Diamir. Llamado tras el hallazgo, Reinhold reconoció a su hermano por las botas, intactas, preservadas a veinte grados bajo cero hasta que un ciclo de calor atípico sobre el Nanga Parbat sustrajo el cuerpo de su sepultura de nieve. Así se cerraba el largo ciclo iniciado cuando esos muchachos, de 26 y 24 años respectivamente, ambicionaron coronar su cima.

El dolor y estar al borde del punto de quiebre suelen ser eficaces maestros. “Hay que aprender a caminar un paso detrás de otro. Cada uno tiene que acercarse a su propio límite, que siempre es subjetivo, distinto, personal. A veces está más cerca, otras veces está muy lejos. Quien quiera conocer su propio límite tiene que acercarse poco a poco”, señaló en una ocasión Messner, quien hoy tiene 73 años y mira el ascenso a su primer ochomil con casi 40 años de distancia. “Desgraciadamente todavía nos acercamos a las montañas con mucho más deseo de conquista que interés por entender su dimensión real. Yo creo que la montaña nos ofrece una enorme posibilidad de orientación hacia fuera y también hacia dentro de nosotros mismos”. Así reflexiona quien pasó los momentos fundamentales de su vida acompañado solo por el frío, el silencio y la majestad de la naturaleza en todo su escalofriante esplendor. Arropado por esa presencia que, como los sueños y la música, resulta indescriptible.

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