A favor o en contra de la tauromaquia: una clasificación

Un debate.

POR Ernesto Castro

Enero 27 2021
Tabla

En este artículo queremos exponer y valorar brevemente las posiciones que se han defendido en el debate sobre la legitimidad de la tauromaquia, y para ello vamos a intentar clasificarlas de manera exhaustiva mediante el cruce de dos parámetros: si la posición en cuestión es a favor o en contra de la tauromaquia y si lo es por motivos políticos, ético-morales o estético-religiosos. Hemos unido en una misma variable los motivos éticos y los morales atendiendo a la definición, convencional dentro de la filosofía analítica y popularizada en el mundo de habla hispana por José Luis López Aranguren, de la ética como reflexión de segundo grado sobre las costumbres (mores, en latín). Y hemos hecho lo mismo con los motivos estéticos y los religiosos porque en la tradición artística mediterránea en materia de toros, que va desde la taurocatapsia cretense hasta los cuadros kitsch de José Fuentes, es prácticamente imposible distinguir entre estos elementos. Así pues, del cruce de estos dos parámetros surge la siguiente tabla de posiciones (intencionalmente exhaustiva) sobre la legitimidad de la tauromaquia:

 

A favor por motivos políticos

Esta ha sido la posición defendida por las organizaciones patrióticas españolas que consideraron que la prohibición de las corridas de toros en Cataluña, en 2010, presuntamente por razones éticas –mientras que los no menos maltratadores correbous catalanes seguían siendo permitidos–, era un atentado contra la unidad de la nación española. Es el mismo argumento que se utiliza en México y Colombia cuando se apela a la tradición, que en el continente americano se remonta como máximo hasta 1535, con la corrida de toros en honor del nombramiento de Antonio de Mendoza y Pacheco como virrey de Nueva España. Paradójicamente el intelectual que más ha esgrimido el argumento de la denominación de origen nació en Francia, uno de los países donde la afición taurina es seguramente más residual. En 50 raisons de défendre la corrida, Francis Wolff califica de “antigua” una fiesta que, en su formato actual, tiene poco más de tres siglos de historia. La principal objeción que se puede arguir contra esta posición es su suscripción al mito de la cultura, como señaló Jesús Mosterín en un artículo publicado en El País de España: “Siempre resulta sospechoso que una práctica aborrecida en casi todo el mundo sea defendida en unos pocos países con el único argumento de ser tradicional en ellos... Las normas más respetables suelen ser universales. Todo el mundo está de acuerdo en que no se debe matar al vecino, ni mutilar a la vecina, ni quemar el bosque, ni asaltar al viajero. Por desgracia, en muchos sitios hay costumbres locales crueles, sangrientas e injustificables, aunque no por ello menos tradicionales”.

 

En contra por motivos políticos

Esta ha sido la posición defendida por intelectuales de izquierda o progresistas que contemplan la tauromaquia como un bárbaro atavismo, o por intelectuales de derecha o conservadores que la consideran una plebeyización del gusto. Entre los conservadores destaca la “Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos” que Quevedo dirigió al conde-duque de Olivares, en la que reprueba a los toreros como jóvenes descarriados en edad de servir en el ejército: “Ejercite sus fuerzas el mancebo / en frentes de escuadrones; no en la frente / del útil bruto l’asta del acebo. / ... / Con asco, entre las otras gentes, nombro / al que de su persona, sin decoro, / más quiere nota dar, que dar asombro. / Jineta y cañas son contagio moro; / restitúyanse justas y torneos, / y hagan paces las capas con el toro”. Entre los progresistas destaca la campaña de conferencias y publicaciones antiflamenquistas que desde 1911 emprendió el republicano y regeneracionista Eugenio Noel, para quien los toros son responsables del atraso cultural, político y económico de España: “Ser castizo es reírse ‘de María Santísima’, ‘aguantar la mecha’, ‘diquelar’, sobar a las jóvenes en la calle y enlodarlas con miseria, escupir a quien no protesta, proteger canalla tal contra la policía es dar la razón al más chulo, desenfadado y villano. ¿De dónde ha salido todo esto? De la plaza de toros” (“Lo que hay en una plaza de toros”, en El Flamenco). La principal objeción que se puede argüir contra esta posición es su incomprensión práctica de la disputa política por la hegemonía cultural: en la década de 1960, cuando Francisco Franco y el Che Guevara podían encontrarse en la misma plaza de Las Ventas en Madrid, los toros no eran “ni de izquierdas ni de derechas”

A favor por razones ético-morales

Esta ha sido la posición defendida por los filósofos humanistas que afirman que los animales carecen de derechos porque tampoco tienen deberes, esto es, responsabilidad moral, libre arbitrio y lenguaje doblemente articulado. A esta concepción contractualista del derecho se le puede oponer una concepción iuspositivista –mucho más realista considerando nuestros códigos jurídicos– del derecho como interés legalmente protegido que genera obligaciones sobre terceros. En este sentido hasta los parques naturales tienen derechos. Pero no todos aceptan este concepto de interés. En Tauroética, Fernado Savater define el término como lo opuesto a lo necesario y afirma que los animales carecen de intereses moralmente relevantes bajo una visión de su conducta como algo puramente instintivo que está más que refutada por la etología: “Lo característico de la conducta humana es poder inhibir o aplazar la satisfacción de nuestras necesidades más perentorias para cumplir otros propósitos: respondemos a intereses que son, por definición, múltiples, contrapuestos y por tanto incompatibles frecuentemente unos con otros. Tener intereses, lo propio de la humanidad, es lo contrario de ‘no tener más remedio que’, lo propio del comportamiento de los animales”. La principal objeción que se puede argumentar contra esta posición es la evidencia acerca de la cooperación, la generosidad y el altruismo entre especies, fundada en estructuras como las neuronas espejo de los seres humanos, que nos llevan a empatizar instintivamente con nuestros primos evolutivos, ciertos primates.
 
En contra por motivos ético-morales

Esta ha sido la posición sostenida por las asociaciones en defensa de los derechos animales que han argumentado, partiendo de la premisa sensocentrista de que la capacidad de experimentar placer o dolor es una de las propiedades más destacadas moralmente, que las corridas de toros, en tanto que deportes de tortura a animales sintientes, son una violación del bienestar y de los intereses de un paciente moral. Así, en los debates parlamentarios de cara a la prohibición de las corridas de toros en Cataluña en 2010, el físico Jorge Wagensberg preguntó retóricamente desde el atril, alzando un estoque: “¿Acaso esto no duele?”. La principal objeción que se puede esgrimir contra esta posición es que los toros de lidia son unos “privilegiados” en términos de utilidad agregada o de capacidades desarrolladas a lo largo de una vida buena en las dehesas.

 

 

A favor por razones estético-religiosas

Esta ha sido la posición defendida tradicionalmente por artistas de todos los géneros, estilos y épocas, ya sean españoles (Goya, Picasso), hispanoamericanos (Bryce Echenique, Vargas Llosa) o de otros países (Charles Chaplin, Orson Welles, etc.), con cierto gusto hacia la escenificación de la muerte. Como dice Ernest Hemingway en Muerte en la tarde: “La corrida no es un deporte en el sentido anglosajón de la palabra, es decir, no es un combate igualitario o una tentativa de combate de igual a igual entre un toro y un hombre. Es más bien una tragedia, la muerte del toro, representada mejor o peor por el toro y el hombre que participan en ella y en la que hay peligro para el torero y muerte cierta para el toro”. Podría encontrarse una articulación filosófica coherente de esta posición en la genealogía de la religión del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y su reconocimiento de los animales como númenes reales en la base de las religiones primarias paleolíticas. Con estas premisas se ha querido argumentar que la tauromaquia es una ceremonia que simula la “verdad de la religión”, a saber, el equilibrio de fuerzas entre hombres y animales antes del Neolítico (mírese, por ejemplo, lo que Alfonso Fernández Tresguerres tiene que decir en Los dioses olvidados. Caza, toros y filosofía de la religión). La principal objeción que se puede argüir contra esta posición es que el intento de simular en 2018 la relación entre animales y humanos de hace cientos de miles de años es tan anacrónico y carente de ética y moral como podría serlo el intento de simular las relaciones prehispánicas entre los pueblos americanos mediante la reinstauración de los sacrificios humanos.

 

En contra por razones estético-religiosas

 

Esta ha sido la posición defendida tradicionalmente por la Iglesia desde la promulgación en 1567 de la bula “De salutis gregis dominici” por Pio V contra “la pagana costumbre de lidiar toros... considerando que esos espectáculos en que se corren toros y fieras en el circo o en la plaza pública no tienen nada que ver con la piedad y caridad cristiana, y queriendo abolir tales espectáculos cruentos y vergonzosos, propios no de hombres sino del demonio”. La bula no fue difundida por el imperio español, donde Felipe ii había promocionado los toros como fiesta nacional, y Gregorio xiii y Clemente viii permitieron a los laicos la asistencia a las corridas todos los días salvo domingos y festivos (a pesar de lo cual en Sevilla, el Domingo de Resurrección, hay corrida en la Real Maestranza, una plaza con palco reservado para el cabildo eclesiástico). Francisco i ha reproducido en su encíclica Laudato si’ argumentos kantianos (antropocéntricos) contra el maltrato animal como violaciones indirectas de la dignidad humana: “La indiferencia o la crueldad ante las otras criaturas de este mundo siempre acaban trasladándose de alguna manera al trato que damos a otros seres humanos. La misma miseria que lleva a maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la relación con las otras personas”. La principal objeción que se puede argumentar contra esta posición es el carácter metafísico de las entidades (el alma inmortal, la dignidad humana, etc.) que los papas quieren preservar. 

ACERCA DEL AUTOR


Ernesto Castro

(Madrid,1990) Historiador amateur y analista filosófico. Autor de Contra ls posmodernidad (2011) y editor de El arte de la indignación (2012).