Instrucciones para escribir un cuento de Marvel Moreno

Sígalas y tal vez pueda convertirse en protagonista de la próxima polémica literaria.

POR Lina Alonso

Enero 27 2021
Xxx

Revista Carnaval de Barranquilla. 1959

Aliste la pluma, saque el papel y siga esta guía para escribir un cuento de corto vuelo. Uno en el que abunden la monotonía, los personajes tibios y débiles sumidos en hazañas poco memorables como esta:

Ana María de Caicedo, la hija de doña Giovanna Mantini, tenía todo para ser feliz: dos hermosos niños de siete y ocho años de edad... y una pareja de perros chiguaguas que había comprado en los Estados Unidos durante su luna de miel. Sus sirvientes la querían porque era generosa y comprensiva y sus amigas, con quienes jugaba bridge, la juzgaban tolerante y digna de recibir sus confidencias. A ese mundo de dicha llegó, ay, una sombra: su marido José Caicedo.

Si soportaron este párrafo de “El revólver”, ya leyeron todos los cuentos de Marvel Moreno. ¿Por qué? Porque todos sus relatos son el mismo y todos sus personajes son uno solo, con distintos nombres. No me propongo hacer un libelo contra los relatos monotemáticos, que pueden ser magistrales como los de Hebe Uhart o Raymond Carver, sino explicar por qué no deberían esperar de Moreno tal alquimia y ahorrarle al lector la notoria falta de gracia en la llanura de sus relatos.

Para el personaje principal debemos escoger una mujer joven, de la élite barranquillera, blanca y educada en alguna institución privada; esta dama debe estar llena de una sustancia predecible: la frustración. Además, es necesario que añore la soledad y la independencia de forma desesperada, puesto que está atrapada en un círculo social en que se le dice cómo, dónde y qué hacer. El primero en aparecer en este círculo debe ser un marido cafre que la sumerja en profundas depresiones, de las que nuestra protagonista solo saldrá en una nube tóxica –agréguele su antidepresivo favorito– para luego gastar páginas enteras en divagaciones sin gracia. Así sucede en “Había que esperar” o en el cuento epítome de su obra, “Algo tan feo en la vida de una señora bien”, donde el aburrimiento es raíz de las decisiones, motivo de los diálogos y obsequio para el lector.

La falta de motivación no solo es exclusiva de sus cuentos: en una entrevista, Fabio Rodríguez Amaya –quien asegura que Marvel es “la escritora más importante de la historia literaria de Colombia”– le preguntó: “¿Por qué no comenzar hablando de la génesis de la novela En diciembre llegaban las brisas, de las motivaciones que te indujeron a contar esta maravillosa saga familiar y barranquillera?”. A lo que Marvel responde: “No hubo motivaciones. En realidad yo aún no había terminado de escribir el libro de cuentos, y en el trayecto, en automóvil, entre Mallorca y París, se me ocurrió que debía contar esta historia que se fue agrandando. Pero yo no tenía ninguna meta definida”. (Aunque revisar las novelas de Moreno esta escribiente, como dicta el maestro Bartleby, preferiría no hacerlo.)

Pero volvamos a lo del cafre. Para modelar a ese antagonista tampoco tenemos que desgastarnos mucho. Basta con elegir a un comerciante de profesión, con la mente siempre puesta en los negocios; un mal, terrible y monótono polvo, que poco o nada tiene que conversar con su insatisfecha esposa –quien carga con su apellido de casada página tras página–.

Ahora, a este combo de personajes le falta parentela. Debe haber una madre metiche a la que le gusta hablar de política y debatir los artículos de los periódicos, pero que, siguiendo la fórmula de la autora barranquillera, siempre es la tirana del paseo, como sucede en “Oriane, tía Oriane” o en “Un amor de mi madre”, en donde leemos descripciones matricidas del tipo: “...piadosa y rezandera, moralista y puritana, gorda y más bien fea... dominadora y dada a la crítica, inteligente y segura de poseer siempre la verdad”.

Luego, sean sus personajes protagónicos o antagónicos, todos tienen en común que son frívolos y bastante planos, piezas de cartón que calzan perfecto con lo que la situación requiere. Para hacerse una idea, vaya a “La peregrina”, que trata de la vida sexual de Ana Victoria, una mujer que continuamente anuncia sus desaforadas ganas de follar; hasta ahí bien. Un lector perspicaz diría que el logro más significativo de este relato es que, a pesar de estar cargado de sexualidad, no es un cuento erótico, ni siquiera pornográfico, y sí fiel a la tradición de malos polvos que penetra las páginas de Moreno. El otro logro es su riqueza metafórica. Miren no más cómo se refiere al pene y a la vagina: “Bastaba que un pájaro penetrara su joya secreta para que una explosión de gozo sacudiera su intimidad. Pero como las estrellas fugaces, el placer era breve y los hombres, ay, muy limitados”.

Sigamos.

Para encontrarles un escenario a estos personajes, solo póngalos en el Country Club de Barranquilla, o en Madrid, París y Nueva York. Pero no se entusiasme porque, sea la ciudad que sea, sus personajes pocas veces saldrán de casa. “¿Pa qué?”, se preguntaría un señorito, como sucede en “Juega, playboy”. Si, como las buenas palomas, quieren ir a la fuente, lean este cuento que tiene cosas por el estilo:

En una universidad norteamericana, Fernando Calvo aprendió el lucrativo oficio de bolsista, en un bar de mala vida de Barranquilla conoció a la mulata Eugenia y se encaprichó de ella. La instaló en un pequeño apartamento de la avenida Olaya Herrera, pero siempre a la seis de la tarde iba a jugar tenis en el Country Club, pasaba después a cenar en casa de su madre y luego invitaba a cine a cualquier muchacha bonita de su mismo medio social.

Si ha llegado hasta este punto, felicitaciones, ya tiene el esquema. Para el golpe de gracia, básese en el argumento del suicida de Chejov (trama que no se convirtió en cuento) y desbarátelo. Fíjese por ejemplo en “Mujeres, ¿han dicho mujeres?”, que no es más que una fofa aplicación de la vuelta de tuerca rusa: “Se casaron, Eve tuvo una hija y nadie supo lo que pasó por la cabeza de Pierre porque un año después de su matrimonio se suicidó”. Un final impostado, que no tiene coherencia con la historia y está muy lejos de los hábiles giros chejovianos. En mi caso, avancé por sus Cuentos completos con la esperanza de encontrar en algún momento eso que el mismo Chejov llama “contención”, o que Genette llama “modo”, o que Barthes llama “artesanado del estilo”; mejor dicho, algo que diera muestras de que m.m. tenía una voz, una forma, un ritmo o una intensidad particular que la hiciera única, tan alabada y tan aplaudida, y pues no. Que no se le olvide: su escritura debe ser formularia y poco musical; cada cuento ha de ser predecible, sin sobresaltos argumentales, con historias tan exangües como los personajes que las habitan. Ni siquiera el ataráxico Frédéric Moreau, de La educación sentimental de Flaubert, se estanca tanto como los personajes de Moreno. Si no lo cree, le dejo este último fragmento perteneciente a “Recostada a la balaustrada”, en el que recostarse es lo más dinámico que ocurre:

 

...Paula contemplaba la fiesta. Le habían puesto un vestido de ojalillo blanco sujeto a la cintura con una banda de terciopelo. Su madre también estaba de blanco. Paula la miraba; veía sus brazos y su cuello interminable subrayados por la luz de la araña; veía sus ojos vagando sobre los hombres que la rodeaban encandilados, la sonrisa apenas insinuada para no alterar la hermosa quietud de la cara...

Para quien no lo sabe, la “balaustrada” es como las personas del Country Club, con posibilidades de ir a Nueva York y París, llaman a las barandas. Ya para terminar, solo ponga el punto final. Apague y vámonos. Agrégueles a los cuentos un poco de controversia póstuma y quedarán muchos interrogantes sin resolver. Tal cual ocurrió con la pregunta de una indignada joven durante la Feria del Libro de Barranquilla de 2018, por la aparente censura que mantiene inédita la última novela de Moreno: “¿Cuál es el valor literario de la obra de Marvel?”. Los panelistas (Pliniosaurio Apuleyo –exmarido de Moreno y quien ha evitado la publicación de la novela póstuma– y Mauricio Vargas Linares) la ignoraron y siguieron hablando pendejadas, haciendo alusión a la belleza de la barranquillera, su gusto por la lectura, sus paseos y visitas al cine, y lo mucho que había que editarla. Ya que no hubo respuesta, sumémonos con este texto a la pregunta de la joven pero específicamente en relación con los cuentos de Moreno, recientemente reeditados por Alfaguara y muy celebrados: ¿cuál es su valor literario? Esa pregunta debería usarse para cuestionar, de paso, los criterios que surgen de campañas como #ColombiaTieneEscritoras, revoloteo que en definitiva sí hizo que volcara mi atención en la barranquillera y pudiera compartir todo el tedio y el sopor de los que sus personajes fueron víctimas.

Si el lector quiere compensar con otras autoras barranquilleras el tiempo perdido en los cuentos de Moreno –para no dar puntada sin dedal–, recomiendo a Meira Delmar, autora coetánea de Marvel, con una obra prolífica y de gran filigrana estética tanto en poesía como en prosa. O si no, también podría leer El hostigante verano de los dioses, de Fanny Buitrago, la autora con la que cierro estas anotaciones: “La literatura es buena o mala, no es femenina ni masculina”.

ACERCA DEL AUTOR


Lina Alonso

Hizo parte del equipo editorial de El Malpensante. Ha colaborado con Vice, Razón Pública y El Espectador. En Twitter e Instagram @linalonsoc