Yo sabía...

Su labor como gestora cultural y ministra hizo que su ficción fuera soslayada. En este inquietante relato, una mujer le canta la tabla a cierto representante del machismo regional.    

POR Consuelo Araújo Noguera

Enero 27 2021
Ilustracion consuelo araujo

Ilustración de Franco.

Yo sabía que algún día iba a verte así: saliéndosete por cualquier parte todo el orgullo, toda la soberbia, el poderío, la prepotencia y la verraquera que te mandabas. Sabía que tarde o temprano te iba a encontrar pálido en vez de rojo, encorvado en lugar de erguido, mudo a cambio del locuaz tartamudeo con que descrestaste majaderos y engatusaste mujeres a troche y moche.

Sabía que este día llegaba porque tú no podías ser más jodido que el mismo Dios y tener todo en tus manos. Que no podías seguir durante años y años y años haciendo lo mismo que hicieron tus bisabuelos y tus abuelos y tus padres y tus tíos que echaron lienzos hasta donde les llegó la vista y cercaron el pueblo tanto como les alcanzó el alambre de púas que se hacían traer de la capital por intermedio de las oficinas del gobierno y quitaban y ponían empleados a su antojo y abrían los telegramas que les llevaban las empleadas asustadas y sumisas mucho antes de que llegaran a sus verdaderos destinatarios y decidían siempre quiénes iban a ser los maestros nombrados desde Bogotá y a quiénes había que quitarles el puesto aunque se murieran de hambre, y durante años y años y años se hicieron caca sobre este pueblo pendejo que se dejó tomar las riendas por tus abuelos y tus bisabuelos y tus padres y tus tíos y ahora por ti, que seguiste con tus pies untados de boñiga y tu lengua tartamudeando audacias el mismo camino que trazó tu gente para adueñarse de todo: del poder social, del poder económico, del poder sentimental, de los altares del Corpus, de las mujeres ajenas, de las curules políticas, de las muchachas impúberes, de las fuerzas armadas y desarmadas, de los reinados, del verano y del invierno y hasta de la vida y honra de tus semejantes.

Yo sabía que tarde o temprano te llegaría el día porque no hay aguacero tras el que no escampe ni creciente que no baje y que si bien es cierto que has tenido plata por bojotes para tirarte uno o dos millones de pesos en una simple campaña para elegir a un concejal llevándote de paso por delante al registrador y al gobernador y al coronel tan verraquito él y a Raimundo y todo el mundo, también es cierto que de cualquier matojo sale un conejo y así como tú saliste de tus potreros inmensos donde cualquier día por cualquier cosa le pegaste un tiro a un miserable trabajador tuyo que quiso defenderse de tu arrogancia, saliste, digo, de la antesala de tu propia ignorancia para convertirte de la noche a la mañana en el putas de la política y comenzaste a frecuentar los sitios elegantes de las elegantes ciudades donde antes no habías ido y aprendiste a mascullar palabras finas para impresionar a los ministros y a los gerentes que llevabas a desayunar a tu casa inmensa y fastuosa donde tu pobre esposa devanaba soledades y humillaciones... así como tú, vuelvo y te digo, que no venías de regreso de ninguna parte porque a ninguna parte habías llegado, apareciste de pronto convertido en el verraco del mundo porque te acostabas con la mujer que te daba la gana y mudabas a un tiempo cuatro y cinco muchachas en diferentes sitios, así mismo, yo sabía que algún día te iban a acusar las cuarenta porque el mundo cambia pero gira pa’ onde a él le da la gana y no pa’ onde uno quiere y ya los hijos de Gregoria no tenían la misma vocación servil de ella para consumir los pulmones sirviéndole eternamente a tu familia; ni los hijos de Casimiro, el esclavo de tus abuelos, consideraban, como consideró tu padre, que el más alto honor a que podían aspirar era servirte de choferes, limpiabotas, chupamedias, guardaespaldas y alcahuetes. Yo lo sabía, porque este pueblo dejó de serlo y otros mejores que tú salieron dispuestos también a tomar para todos lo que tú solo has tenido siempre.

Por eso no me sorprende ni me asusta verte ahora ahí donde estás... Ni siquiera me da frío ni calor.

Te estoy mirando casi sin verte y me parece que estoy ante una de esas fotografías que salen en un diario de Bogotá con las leyendas sensacionalistas que tanto gustan a las empleadas de los almacenes y a los obreros de la construcción…

Porque esto te iba a pasar. Porque ya tú hiciste bastantes vainas y ya la gente se había cansado y había familias enteras que te estaban odiando con un odio cobarde y un silencio contemporizador, pero te odiaban y había muchachos sin tu plata pero con inteligencia y capacidad y muchas agallas que se fregaron pasando trabajos para superarse y que estaban dispuestos a jugarse el todo por el todo para irte quitando terreno y ponerte en el sitio donde debiste haber estado siempre: un corral. Porque ya el poderío tuyo te lo habían esquiñado un poco y esa aureola de privilegios que te rodeaba y te permitió hacer lo que te daba la gana se estaba opacando poco a poco, porque mientras más le hiciste sentir tu arrogancia a la gente más y más era la gente que te malquería y solo estaban esperando el momento en que, lo mismo que la papaya cuando se pasa de madura... cayeras al suelo vuelto una mierda...

Yo sabía todo esto y pensaba que me iba a dar un poco de risa y otro poco de lástima el día que eso sucediera porque, después de todo, con esa formidable capacidad de jornalero que has tenido siempre, todo el mundo, eso sí, te abona que has sido un auténtico burro de trabajo, un perfecto animal de trabajo; has tenido, por ejemplo, la machera de bajarte a una mujer ajena y encaramarte en una mula propia para salir a sabanear tus ganados y los ganados de tu familia; no has tenido inconveniente en llegar manejando tu camioneta en viaje de placer desde la capital y enseguida arrancar en tu Toyota a regar billetes en todo el departamento, sin cansancio alguno, en una de esas fulminantes y espléndidas campañas políticas que tan buenos resultados te han dado siempre. Sí. Soy justa y reconozco como reconoce todo el pueblo que, como los buenos reproductores que se exponen en las ferias, tú has sido ante todo y sobre todo un gran señor padrote. Un padrote del carajo que ha campeado por sus fueros en estas tierras, como tus abuelos, como tus padres, como tus tíos, regando semen como verdolaga y sembrando en cada casa de cada vereda el poderío de tus resonantes apellidos, Pacho Camberra. Y reconozco también que si no hubieras sido tan soberbio y envidioso hasta buena gente fueras porque yo sé que detrás de la alambrada de tus alucinaciones de grandeza y de poder no había sino el complejo tremendo de no ser nada, algo, una cosa, buena o mala o regular pero una cosa –lo que fuera– definida o real. O ganadero pero ganadero de verdad, o bachiller o agricultor o peluquero o diplomático o mariguanero o doctor, o albañil o artista de cine, o cualquier cosa o lo que sea pero algo propio y tangible y visible y andante como lo es Efraín que se la pasa borracho y se ríe de todo el mundo, hasta de ti, porque vive feliz con sus borracheras, o como Enrique José que pudiendo ser abogado se quedó mejor en su aserradero con la empleada y las maderas, o como Orlando dichoso con sus gallos o como Morales la Tijera que nada le importa y cortando y cortando se la pasa cantando en su sastrería, pero tú no eras nada y querías hacerlo todo y serlo todo y no te dabas cuenta que para hacer y ser algo o alguien hay primero que pensar. Tú no pensabas. Tú hacías, tú actuabas, tú ordenabas, tú querías, tú tomabas, tú el padrote no esperabas sino que el instinto te guiara para darle rienda suelta al instinto.

Por eso te metiste en tanta vaina. Por eso, cuando comenzaron las cosas y te emborrachaste con los primeros sorbos del poder y te dieron la Alcaldía, pensaste que podías aún llegar más lejos y aspiraste entonces al Concejo y allá fuiste a dar con tu rebaño que se apoderó de las empresas públicas y las dejó en bancarrota y tú les sacaste el tablón a los pendejos seguidores tuyos que fueron a dar con sus huesos a la cárcel, pero todo te pareció poco y querías más y más posiciones y las fuiste consiguiendo al poner siempre en práctica tu famoso estilo personal de la oferta y la demanda en el depravado mercado electoral que montaste a ciencia y paciencia de las autoridades que se amangualaron contigo. Y cuando ya el poder social no te bastaba y el poder político no te parecía suficiente y el económico no te satisfacía, quisiste también el poder publicitario y de la noche a la mañana tú, que a duras penas sí firmabas, apareciste convertido en escritor y financiaste un pasquincito desde el cual, manes de Germancito Contreras, sentabas cátedra sobre folclor y ¡sobre sesudas disertaciones filosófico-literarias!

Y seguiste y seguiste pa arriba como la cometa en agosto, y cada día tenías más ambiciones y más lujuria de conquista como siempre la tuvieron tus abuelos, Pacho Camberra. Por eso gastaste una vez más los dos millones de pesos en una corona de papel para tu linda e inocente niña que nunca fue menos reina que cuando tú dabas un ojo por lo que fuera. Por eso montaste una mansión en la capital para untarte de poder y regar a los pies del manzanillo aspirante a jefe toda la adulación de que fuiste capaz para obtener prebendas para ti y para los tuyos...

Se te metió en la cabeza la ventolera de hacerte personaje a como diera lugar y cuando llegaste al curubito rompiste todos los diques y saltaste todas las barreras. No te importó un carajo nada, ni a nadie tuviste consideración para hacer lo que te provocaba... Muy verraco y muy jodido Pacho Camberra pero la vanidad te puso lagañas en los ojos y telaraña en la cabeza y se te olvidó, vuelvo y te digo, que no hay mazorca que no se desgrane ni chichón que no se rebaje y que tú también algún día ibas a meter tanto la pata que no iba a haber Camberras en la tierra ni Dios en el cielo que te ayudaran a sacarla.

Y cometiste la pendejada, me dicen ahora que dizque para matarle el gallo en la cabeza, de meterte con mi hija. Y le hiciste lo que nunca debiste hacerle y dijiste de ella lo que jamás debías haber dicho. Y ahí fue cuando la troja se te vino al suelo...

Y mira: yo quizás ni te odiaba tanto como los demás. Pero ahora ni siquiera te odio. Ahora, estás ahí, lívido, con una cara como la tuya que siempre fue roja como un tomate; quieto, tú que siempre viviste en permanente movimiento; frío, tú que como buen padrote permanecías en calor... silencioso, tú el tartamudo más locuaz del mundo. Ahí estás ahora y yo te miro casi sin verte y pienso que yo sabía que esto o cualquier otra cosa te iba a suceder algún día.

Lo que sí no me imaginé nunca, te lo juro, es que esos cinco orificios que ahora tienes ahí en tu monumental barriga de toro reproductor, por donde se te está saliendo junto con las tripas verdeazules, sanguinolentas y aceitosas toda la soberbia, la prepotencia, la vanidad y la hijueputa verraquera que nos hiciste sentir siempre a todos... esos cinco orificios demasiados pequeños para ti que todo te gustaba en grande, por donde se te fue la vida hace media hora aquí mismo en esta esquina... te los iba a hacer yo fríamente, serenamente, con la más pasmosa y firme decisión sin que siquiera me temblara la mano y sin tener en cuenta –¡carajo!– que el treinta y ocho corto de seis tiros es ajeno y más tarde cuando comience la investigación, sin querer, voy a meter en problemas a su dueño que es mi amigo y me lo prestó sin que le pasara por la mente, como nunca me pasó a mí, que lo iba a utilizar para esperarte aquí mismo en esta esquina y vaciártelo íntegro apenas tú asomaras. Le quedó un tiro en la recámara y yo me pudriré en la cárcel, pero desde este momento todos viviremos mejor en este pueblo, Pacho Camberra.

ACERCA DEL AUTOR


Consuelo Araújo Noguera

Política, escritora y gestora cultural. Junto a Miriam Pupo de Lacouture, Rafael Escalona y Alfonso López Michelsen fundó el Festival de la Leyenda Vallenata, y se ganó el mote de “la Cacica”.