El mito del delfín rosado y la mujer tikuna

El delfín rosado del Amazonas lucha por sobrevivir a la extinción. Para esa lucha, según los tikuna, esta especie de río cuenta con poderes míticos: una mente más astuta que la del hombre y la capacidad de reproducirse con hembras humanas.

POR Andrés Cardona Cruz

Enero 27 2021
El mito del delfín rosado y la mujer tikuna

Angie Paola es una joven tikuna de catorce años y hace parte del clan Cascabel, el mismo al que pertenece su padre.

 

El delfín rosado es uno de los motivos recurrentes para los artesanos del Amazonas.

Las jóvenes tikunas conocen el mito del omacha, lo cual no impide que naden en el río.

Un joven tikuna con una máscara de delfín rosado, animal con el que su pueblo ha forjado un estrecho vínculo.

Rosibeidy y Solara viven en la comunidad de San Pedro de los Lagos, a treinta minutos de Leticia.

Es común encontrar todo tipo de imágenes de delfines rosados en la Amazonía peruana y colombiana.

Dicen que el delfín rosado puede convertirse en hombre. Que, cuando lo hace, se pone un sombrero que es una mantarraya, un reloj que es un cangrejo, y unos zapatos que son dos peces cuchas. Dicen que en esas ocasiones es un hombre blanco y alto. Un tikuna me contó que lo había visto caminando por el borde del río Amazonas, y que lo siguió hasta que lo vio saltar en el agua. Esperó a que el hombre saliera a tomar aire y, cuando lo hizo, se dio cuenta de que en lugar de nariz tenía un orificio en la nuca. En otra ocasión, una mujer me contó que hacía veinte años, en Puerto Esperanza (Amazonas), el delfín había logrado embarazar a una mujer. De no haber sido por la intervención de los ancianos, la mujer habría tenido el hijo de un animal. En cambio, tuvo un aborto de un feto deforme. Por leyendas como estas, las mujeres tikunas se alejan de los ríos cuando tienen la menstruación, porque se piensa que la criatura puede fecundar a las mujeres en su período, tras verse atraído por la sangre.

Hay cinco especies de delfines de agua dulce: el del río Ganges, el del río Indo, el Baiji que habita el río Yangtsé, el del río de la Plata, y el rosado del río Amazonas, que a su vez es conocido como bufeo, boto o tonina, según la frontera política en la que sea visto. Sobre el color rosado del omacha –“delfín” en lengua tikuna–, no hay pruebas concluyentes que lo expliquen. Se cree que es una consecuencia del agua dulce en la que vive este cetáceo. Los delfines rosados, en todo caso, no son únicamente rosados. También los hay marrones, grises –sobre todo cuando están recién nacidos– y color salmón. Dicen que los delfines rosados se ponen más rosados cuando están excitados o cuando se ven sorprendidos. Un efecto parecido al rubor natural de los humanos, especie con la que además tienen otras cosas en común: los delfines rosados son mamíferos; en sus aletas, a diferencia de otros como los de mar o las orcas, tienen coyunturas que parecen dedos, y de todas las especies de delfines son la más inteligente.

Ha sido su inteligencia, precisamente, lo que ha propiciado la relación de admiración y de odio que tienen los humanos con los delfines rosados. Para los tikunas, el omacha es una deidad que, por curiosidad, quiso bajar al mundo de los humanos. Para ello, se deslizó por un torrente de agua formado por la lluvia que, en lugar de bajarlo a tierra firme, lo depositó en las corrientes fluviales. Se trata de una deidad que además de poder convertirse en un hombre blanco, tiene la costumbre de atacar las redes de pesca, bien sea para robarse el pescado que ha caído en ellas o para romperlas y abrirse camino.

Esa viveza, que le ha permitido sobrevivir a los cambios en su entorno, es por la que en buena medida se ha pretendido justificar su caza. A esto habría que sumarle, además, que en Perú venden sus genitales y sus colmillos como mercancía afrodisíaca. Y que en Brasil son utilizados como cebo para pescar distintos peces. Y el mercurio que la minería ilegal vierte en las corrientes de la Amazonía y la Orinoquía. Todo lo anterior ha llevado a que la población de delfines rosados se vea cada vez más menguada y que hoy en día sea considerada una especie en vía de extinción por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Esta organización ya ha advertido que, a menos que se tomen las medidas correspondientes, no falta mucho para que esta especie desaparezca. En la actualidad, no quedan más de 50.000 individuos.

“El mito del delfín rosado y la mujer tikuna” busca alertar acerca del riesgo que se cierne sobre esta especie. Sin embargo, la mirada que se ofrece  no es meramente documental. No se trata de “capturar” a un animal salvaje en una imagen –que es lo que normalmente ha propuesto la fotografía de fauna y flora–, sino de mirarlo como lo ha hecho la comunidad tikuna. Se trata de explicar los lazos que unen al delfín rosado con la cosmogonía de la etnia que ha compartido el territorio con esta especie desde hace siglos. Así, “El mito del delfín rosado y la mujer tikuna” da cuenta de dos posibles desapariciones: la del animal y la de la comunidad, igualmente vulnerable, que lo ha narrado desde su cosmovisión.

Las fotografías que componen este proyecto fueron tomadas en el lago Yahuarcaca, en el sistema de lagos de Tarapoto, en las comunidades tikunas de Puerto Nariño, Leticia, San Pedro de los Lagos y Puerto Esperanza, y en la comunidad de Caballococha, Perú. En esta última tiene sede la Fundación Omacha, que lidera desde hace muchos años la protección de los delfines de río, que ha implantado acuerdos con pescadores y ayudado a determinar áreas de protección de fauna y flora. “El mito del delfín rosado y la mujer tikuna” es la primera entrega de un proyecto más ambicioso en el que voy trabajando por etapas, y con el que busco ahondar en la cosmovisión de ciertas comunidades indígenas con relación a varias especies animales en vía de extinción. Esta primera parte, cabe mencionar, ya ha llamado la atención internacional sobre el peligro que corren los delfines rosados –fue publicada en Vogue Italia y ha sido reconocida por la World Press Photo–, y espera reunir más voces en torno a la conservación de esta especie que no está lejos de convertirse del todo en un mito. 

 

Dicen que en el cráneo de un delfín rosado se esconde la mente de un hombre.

Azucena, de catorce años, vive en Puerto Nariño y no tuvo que experimentar el rito tikuna de la pelazón.

Orlando Rufino es uno de los líderes de la comunidad tikuna de San Pedro de los Lagos.

La familia Ahué, de la comunidad de Puerto Esperanza, se reúne para tomar ayahuasca después del fallecimiento de su matriarca.

Ubaldo Valerio Pinto, artesano de Puerto Nariño, reinterpreta sus tradiciones y su linaje por medio de su trabajo.

Al nacer, los tikunas son emparentados con un clan de la comunidad que, a su vez, los conecta de por vida con un animal de la selva.

ACERCA DEL AUTOR


Andrés Cardona Cruz

Hace parte de los seis fotógrafos latinoamericanos emergentes del 6x6 Global Talent Program, organizado por la World Press Photo. Ha publicado en medios como The Telegraph y The New York Times.