Al diablo con Cali

La capital del Valle, presidida por un Cristo Rey, es regida de día y de noche por el mismísimo Belcebú, que campea a sus anchas por los burdeles y el estadio de fútbol.

POR Kurt Hollander

Enero 27 2021
Prostitutas en un burdel de Cali. • Fotos de Kurt Hollander.

Prostitutas en un burdel de Cali. • Fotos de Kurt Hollander.

 

–El diablo está aquí en Cali, hay muchas personas que han tenido contacto con él. Donde hay pecado, donde hay vicio, prostitución y sexo fuera del matrimonio, allí el diablo ha sembrado su semilla.

Esto dice el padre Josué, un hombre bajito, canoso, de barba gris y voz suave a sus 70 años, refiriéndose a la presencia muy activa del diablo en Cali. El padre Josué sabe más acerca de Satanás que cualquier otra persona porque lucha diariamente contra el Príncipe de las Tinieblas desde los confines de la iglesia San Pío X en un barrio obrero de la ciudad. La Iglesia católica siempre ha estado obsesionada con él, y los exorcistas nombrados por el Vaticano, como el padre Josué, son su vanguardia en la eterna lucha contra el mal en la tierra.

En 1978, cinco años después de que la película El exorcista llamara la atención sobre el fenómeno, hubo varios casos de alto perfil de posesión en todo el mundo y, debido a la atención mediática que recibieron dichos eventos, el Vaticano ordenó a todas las arquidiócesis nombrar exorcistas para sus comunidades. El primer designado por el Vaticano en Cali fue el padre Rafael. Incluso antes de ser nombrado exorcista oficial de la ciudad, ya había realizado un exorcismo o, mejor aún, un autoexorcismo. En un momento de su vida, Rafael estuvo poseído por demonios y peleó contra ellos durante más de una semana, con oración y ayuno. Ganó la batalla y vio a los espíritus malignos abandonar su cuerpo y volar como murciélagos, dejando un “sabor a cenizas y pescado en su boca”. El padre Rafael se retiró recientemente y el padre Josué se ha hecho cargo de la lucha contra Satanás desde entonces.

Como mucha gente en Cali, el padre Josué cree que el diablo es una presencia física que deambula por las calles en busca de almas. Según él, se puede ver revoloteando alrededor de las personas sin hogar que fuman basuco, de las prostitutas con caras pintadas y de todos los jóvenes que escuchan heavy metal, leen a Marx o cuestionan a Dios.

Para ver al padre Josué, primero tengo que esperar en una fila a las 7:30 de la mañana de un día martes junto con una docena de mujeres, negras en su mayoría y de edad avanzada, que están aquí para confesar sus pecados y limpiar sus almas. Y para poder hablar con el padre, además, primero tengo que pasar el escrutinio de una mujer blanca de cabello corto y gris, quien pone una silla frente a la fila y se sienta, observándonos uno por uno. Después de leer en voz alta un pasaje de la Biblia que habla de cómo la sangre de Cristo puede “aislarlo” a uno de las tentaciones del diablo y de explicar cómo el agua, el aceite de oliva o la sal que han sido bendecidos por el padre Josué pueden aplicarse a las paredes y los muebles de las casas y también a los niños rebeldes, saca una botella de plástico y rocía agua bendita en las manos de cada uno. Cuando aparto mis manos, todos los de la fila me miran y las sospechas de la mujer de cabello gris parecen confirmadas.

Después, la mujer comienza a preparar a los presentes para que se confiesen con el padre Josué. Entrega un folleto con una larga lista de pecados e indica el protocolo para la confesión. Los teléfonos celulares deben estar apagados, los pecados deben ser enumerados, pero no “explicados”, y los que ya han sido confesados ??no deben repetirse ante “su santidad”. La mujer enfatiza que aquellos que vivan en unión libre no pueden confesarse, pero sí pedirle consejo al padre Josué.

 

Estatua del Patas a las afueras del Museo Popular de Siloé.

 

Cuando llega mi turno, la mujer de cabello gris me llama a regañadientes. Me levanto; todos los ojos están puestos en mí. Abro una reja chirriante, entro en un pequeño cuarto blanco y desnudo, con techos altos. Un gran cuadro del Cristo Pastor cuelga de la pared, y hay un locker de gimnasio, donde se almacenan figuras de santos y objetos sagrados.

El padre Josué está sentado en una silla baja, encorvado hacia adelante, con la cabeza agachada como si le pesara la cruz de madera que lleva alrededor del cuello, o todos los pecados que ha escuchado en confesión a lo largo de los años. Cuando le consulto si puedo hacerle algunas preguntas, me mira de frente por primera vez, un poco confundido.

–¿El diablo les tiene cariño a los caleños?

–Infestaciones, brujerías, hechicerías, espiritismos, maleficios, vicio, de eso sí hay mucho en Cali –me contesta–. Ahora la gente es más dispersa, proclive al vicio, le da más campo al diablo. La música, el juego, el sexo, la pornografía. El diablo oprime a la gente, la molesta de muchas maneras, le mete enfermedades, daña negocios y matrimonios.

En Cali parece que la mayoría fuma marihuana o inhala cocaína local, disfruta de los placeres fáciles de los omnipresentes moteles y prostíbulos de la ciudad, sacude las caderas y mueve el culo al ritmo de los tambores que suenan en las discotecas de la ciudad cada fin de semana, de modo que el diablo parece haberse ganado los corazones, las mentes y los cuerpos de la mayoría de la población.

Es por eso que el padre Josué tiene tanto trabajo y, también por eso, es tan larga la fila que se forma enfrente de su consultorio todos los días. Para luchar contra un enemigo de cuernos y pezuñas, el padre Josué invoca al único Dios verdadero, a su hijo y a un ejército de santos (figuras de yeso hechas en China) a través de una oración apasionada que puede durar horas. Después de realizado el exorcismo de rigor y de liberar el alma de las garras del diablo, la persona inevitablemente cae al suelo y grita y comienza a vomitar.

Cuando termino de entrevistar al padre Josué, le pregunto si puedo tomarle una fotografía. Me mira a través de sus gruesas gafas, se retuerce un poco en la silla, pero dice que sí puedo mientras la foto no aparezca en los periódicos. Me parece un poco raro que lo diga un sacerdote, ya que eso es exactamente lo mismo que me han pedido los criminales y las trabajadoras sexuales que he fotografiado en el pasado.

 

El Negro Felipe y Changó en un puesto de objetos religiosos en la plaza de mercado de la Alameda.

 

De regreso, el bus en el que voy pasa por media docena de moteles, entre ellos el Kiss Me. En el techo del lugar se ve una Venus de Milo de quince metros de alto y cinco toneladas de peso, mostrando sus enormes pechos blancos a toda la ciudad. La Venus semidesnuda, ubicada en otro barrio obrero en el centro de la ciudad, mira en dirección a una loma en donde está parada la estatua de Cristo Rey, de 26 metros de alto. Cerca del Rey, en una loma contigua, hay tres cruces gigantes de concreto.

Además de ser símbolo de la fe de la ciudad, las cruces de concreto y la gigantesca figura de Cristo se erigieron para proteger a Cali del diablo. Se dice que este se instaló en Cali poco después de fundada la ciudad en el siglo XVI, en una colina donde se le podía ver haciendo sus maldades entre los habitantes y volando bajo la forma de un murciélago gigante. Sin embargo, en 1837, cuando la ciudad se revolcaba entre “plagas, lepra, incendios, cosechas fracasadas y prostitución”, la Iglesia católica decidió tomar medidas. Sus hombres atacaron la fortaleza de la colina del diablo y, armados con figuras de Cristo y de santos, lo expulsaron de la ciudad. Para mantener a Satanás fuera, levantaron tres cruces de madera en la mencionada loma. Las cosas iban bien hasta 1925, cuando un terremoto sacudió a Cali, demolió las tres cruces, destruyó varias iglesias y dio vía libre para que Satán entrara de nuevo en la ciudad.

En 1937, los sacerdotes lo exorcizaron una vez más de su percha malvada en la colina, y esta vez hundieron tres cruces de concreto en la cima. En 1953, para asegurarse de que “el enemigo malo” no pudiera regresar por la fuerza, se instaló el gigantesco monumento a Cristo Rey. Sin embargo, según la leyenda, el diablo ya estaba dentro de la ciudad y, por lo tanto, las medidas que pretendían sacarlo lo dejaron atrapado sempiternamente en Cali.

El padre Josué cree que el demonio es un ser real y físico que merodea por las calles de la ciudad en busca de víctimas desprevenidas, y de hecho tiene razón: cada diciembre se puede ver al diablo bajar de los barrios pobres de las colinas, tocando tambores y bailando por la ciudad. Cuando las personas oyen los tambores en el vecindario, gritan: “¡El diablo se acerca!”. La tradición de los diablitos, como se bautizó el descenso del maligno desde los barrios pobres, comenzó en 1919 cuando unos mineros negros se emborracharon y bajaron de las montañas, vestidos de rojo y con cuernos. Instalados en la Plaza de Cayzedo, tocaron tambores y bailaron, por lo que los lugareños les dieron dinero a cambio de su actuación. En ciertas celebraciones de Cali y sus alrededores, una figura del diablo sentado en un trono se pasea por la ciudad, mientras se quema pólvora que simula el olor a azufre asociado con el infierno.

Aunque los esclavos y los indígenas a menudo usaban máscaras “diabólicas” en sus rituales y festividades, el diablo proviene originalmente de Europa. El baile de diablos es una tradición teatral española que representa la batalla entre el bien y el mal. Fue traído a las Américas para enseñar a los esclavos la diferencia entre estos dos conceptos cristianos, pero los afrodescendientes de Cali acogieron el baile y a los diablos como propios. Siendo que el diablo era el enemigo más temido de los buenos europeos y de su “único y verdadero Dios”, los esclavos lo veían como un aliado y un símbolo de resistencia al poder del hombre blanco. Recolectaban imágenes con figuras del diablo, las tatuaban en sus cuerpos o las pintaban en objetos como protección contra la violencia y la explotación de los europeos. Aún pervive algo de esa resistencia simbólica.

El América de Cali, un club de fútbol conocido como “los diablos rojos”, el equipo de la clase obrera en la ciudad, tiene en su uniforme rojo el logotipo de una figura humana con barba en punta, cola larga y puntiaguda, y un tridente en la mano. Este logotipo del diablo se puede ver grabado en cada objeto imaginable, incluidos camisas, sudaderas y sombreros, a los lados de automóviles, taxis y autobuses, pintado en los murales y las aceras de la ciudad, y tatuado en todas partes del cuerpo humano. Por encima de cualquier ícono religioso es, después de la bandera colombiana, la imagen más venerada en Cali.

 

Tatuajes de un hincha de la barra brava Barón Rojo Sur.

 

El logo con el diablo se utilizó por primera vez en los uniformes del América a principios de los años cuarenta, trece años después de que la escuadra fuera fundada. El equipo, sin embargo, no pudo ganar un campeonato durante las primeras cuatro décadas de su existencia y muchos creyeron que esta racha perdedora se debía a la presencia del diablo en el escudo; aunque también se dijo que Benjamín Urrea, un exjugador apodado “Garabato”, los había maldecido. En 1979, este aceptó ir al estadio a celebrar una misa con los dueños del club para levantar la maldición. Como parte de esta misa, el nuevo gerente decidió deshacerse del logo y un sacerdote exorcizó el uniforme. Milagrosamente, jugando sin el logo, América ganó el campeonato del 79 y luego los de 1982 a 1986. En 1990, tras ganar siete campeonatos y jugar en la final tres veces, se contrató a un nuevo gerente y, en deferencia con los fanáticos del equipo, que valoraban más la imagen que las victorias, devolvieron el diablo al uniforme.

Los pactos con el diablo nunca parecen terminar bien. América ganó el campeonato con el logo por primera vez en 1992, pero la tragedia era inevitable. Varios jugadores fueron asesinados a tiros, por líos de amor o en tiroteos relacionados con las drogas. Como si esto no fuera suficientemente malo, en 1996 los diablos rojos fueron incluidos en la Lista Clinton porque los propietarios del equipo eran los jefes del Cartel de Cali y el equipo se usaba para lavar dinero. La escuadra perdió sus patrocinadores financieros y en 2011 se concretó la debacle: los diablos rojos fueron enviados a la segunda división durante años, lo que constituyó una gran humillación para sus fanáticos. En 2017, el equipo regresó a la primera categoría del fútbol colombiano y desde entonces el logo es otra vez muy popular en el espacio público, privado y personal de Cali.

En buena medida, según el padre Josué, el diablo se considera malvado porque es la encarnación de la sexualidad animal: sus cuernos y su cola como órganos sexuales de una bestia. En la Biblia, el diablo tiene forma de serpiente, el animal que más se parece al pene humano, que es precisamente lo que impulsa al hombre a buscar placer carnal y lo lleva a su caída moral. Además, el diablo también ha sido descrito como un hombre o una cabra, con un pene tan largo y grueso como el de un burro, o del tamaño de un cuerno; o con un miembro bifurcado, a la manera de una lengua viperina, que satisface los dos orificios de una mujer al mismo tiempo.

La cópula con el diablo, especialmente durante la Edad Media, fue un tema de debate popular. San Buenaventura, el papa Inocencio VIII y santo Tomás de Aquino creían que el sexo entre el diablo y los humanos era común, mientras que el monje Cesáreo de Heisterbach (1180-1240) creía que aquel se robaba el semen producido por la masturbación y lo usaba para crear nuevos cuerpos (zombis) que aprovechaba para su propio placer sexual.

En el Nuevo Mundo, a principios del siglo XVII, el inquisidor Juan de Mañozca afirmó que la región estaba ampliamente infestada de brujas, sobre todo en las minas donde vivían miles de esclavos, entre los cuales “esta secta diabólica se ha extendido”. Los colonizadores europeos creían que los pueblos indígenas (a los que llamaban “pieles rojas”, asociándolos con el color del diablo) estaban bajo el control demoníaco debido a rituales paganos que involucraban sustancias alucinógenas, música, bailes y sexo (especialmente sodomía).

En una serie de juicios de brujería que se llevaron a cabo en la Nueva Granada durante el siglo XVII, y que implicaron a cuatro mujeres afrodescendientes, se debatió acaloradamente si el diablo tenía relaciones sexuales con las brujas a través del “vaso natural” (sexo vaginal) o del “vaso trasero” (sexo anal), y si su semen era frío o caliente. Según declararon las mujeres, las brujas estaban obligadas a jurarle lealtad al demonio besando su trasero, o realizando varios actos sexuales con él y con otras brujas o brujos. Sus confesiones, además, dieron testimonio de lo grande que es el pene del diablo y del dolor causado por su penetración forzada. Una de las mujeres describió a Satanás como un hombre negro con una piel de animal encima de sus genitales y con un pañuelo encima de sus cuernos. Otra, como “un hombre de piel oscura y ojos grandes y desorbitados”.

 

Las procesiones religiosas de Semana Santa siempre cuentan con la protección de la policía.

 

Si bien muchos en Cali afirman haber visto al diablo, el avistamiento más famoso fue un Viernes Santo en las últimas décadas del siglo pasado, en una discoteca con el nombre de Changó (que también es una deidad de la santería, patrón de la música, la percusión y el baile; un seductor que a menudo viste trajes rojos; patrono de la justicia, la virilidad, la danza, el rayo y el fuego, y protector de todos los negros), una de las más populares de la ciudad para ir a bailar salsa en ese entonces. Por ley, todos los establecimientos debían cerrar el Viernes Santo, pero un grupo de narcos poderosos que acababa de coronar un negocio multimillonario pagó para mantener la discoteca abierta, y ofreció a sus invitados cocaína, alcohol y prostitutas finas.

Se dice que esa noche apareció en la discoteca un hombre alto, moreno y guapo, vestido con una camisa blanca y pantalones marrón. Sus ojos extraños e hipnóticos atrajeron la mirada de todas las mujeres y pusieron celosos a los hombres. Cuando la canción “Mi gente”, de Héctor Lavoe, comenzó a sonar –“cuidado, que ahí vienen los anormales” –, el hombre le pidió a una bella dama que bailara con él, y ella lo acompañó con gusto a la pista de baile. Aunque se movía con gracia, se disculpó por no ser un gran bailarín y le rogó a la mujer que no le mirara los pies. No obstante, ella miró hacia abajo y en lugar de pies vio dos pezuñas horribles. La chica se desmayó en la pista de baile y cayó en coma. Una vez todos en la discoteca se dieron cuenta de lo que había pasado, el hombre misterioso se esfumó entre una nube de humo. Días después, los padres de la mujer exigieron ver el video de seguridad de la discoteca. En este, la mujer salía bailando sola en la pista de baile. Otro misterio que quedó sin resolver fue el del aviso que apareció en uno de los baños de Changó: “Viernes Santo, muerte de Cristo, Viernes Santo, yo revivo y riego sangre y temor entre los humanos”.

El diablo, según la Iglesia, no siempre asume la forma de un hombre. La institución católica ve a las mujeres prostitutas como demonios disfrazados, porque también tientan y seducen a los hombres rectos para que pequen. Pero a pesar de que la Iglesia condena la prostitución, en Cali esta no es ilegal y de hecho representa una rama importante de la economía. Dado que en la ciudad sobran mujeres atractivas y faltan empleos que paguen un salario digno, la prostitución puede ser una opción económica para ganarse la vida.

El diablo, según la Iglesia, pero también según muchas mujeres que trabajan en los burdeles, parece tener un amor especial por estos sitios. El fantasma del Negro Felipe, que algunos ven como un espíritu malo o como una forma del diablo, es cliente frecuente en los burdeles. Se dice que el Negro Felipe fue un príncipe africano vendido como esclavo y llevado a Venezuela alrededor de 1800. En el barco negrero que lo traía de África, Felipe logró que los esclavos se rebelaran. Con su elocuencia, continuó generando problemas en todas las plantaciones donde fue a parar en el Nuevo Mundo. Como castigo por una rebelión que planeó, le cortaron la lengua y fue azotado contra un árbol varios días, durante los cuales otros esclavos le ayudaron a soportar el dolor dándole a tomar chicha. De ser un gran orador y un modelo de justicia moral, Felipe pasó a ser un borracho mudo. A partir de ese momento, su constante consumo de alcohol y su resistencia a bañarse le acarrearon el sobrenombre de “hediondo negro pordiosero”.

Algunos dicen, sin embargo, que su embriaguez y suciedad eran solo una artimaña para infiltrarse en las ciudades y obtener información sobre las autoridades españolas. Cuando estalló la guerra de Independencia, Felipe luchó junto a Bolívar contra los españoles para ayudar a liberar a los esclavos. Tenía fama de ser un gran luchador con la espada y el machete. Muchos afroamericanos, afectos a la santería, creen que Felipe era un hijo de Changó.

Se dice que el espíritu del Negro Felipe visita los burdeles en Cali y entra a la habitación de las mujeres a altas horas de la noche para tener sexo forzado con ellas. Varias de las mujeres que trabajan en Bar la 20, el burdel más grande y antiguo de Cali, creen que las ha visitado en su habitación mientras dormían allí. Muchas dicen que huyeron gritando cuando sintieron al diablo tratando de montarlas, pero otras lo dejaron salirse con la suya (como si fuera en un sueño). Sin embargo, algunas prostitutas que trabajan en burdeles, en lugar de temer sus intrusiones nocturnas, dicen que esperan tener relaciones sexuales con él, pues se cree que proporciona riqueza a las mujeres que penetra.

 

Un diablito en época de Navidad.

 

Fue por creer que el diablo rondaba el edificio que, hace años, el administrador del Bar la 20 roció agua bendita en cada una de las habitaciones. Como consecuencia, de 16 chicas que iban a trabajar ese día, solo tres llegaron, y durante semanas los clientes evitaron el lugar como a la peste. El uso de agua bendita no se ha permitido en el establecimiento desde entonces.

El agua bendita, junto con las figuras de los santos y de Jesucristo, podría ser el arma más potente que posee la Iglesia en su combate contra el diablo, pero de ninguna manera para matarlo. El trabajo del padre Josué, y la misión histórica de la Iglesia católica y de las demás iglesias cristianas hoy en día, dependen de la existencia del diablo porque sin su presencia física la religión institucional tendría pocas razones para existir. Todos los que han representado una amenaza para el monopolio de la Iglesia sobre las almas y las mentes de las personas, entre ellos librepensadores, judíos, protestantes, curanderos y chamanes indígenas y afrodescendientes, mujeres solteras, prostitutas, gays, consumidores de drogas, fanáticos del heavy metal y guerrilleros comunistas, son acusados por aquella de estar poseídos por el demonio (de hecho, la palabra “satanás” se usa por primera vez en la biblia para referirse no a un ser en concreto sino a cualquier adversario u obstáculo). En este sentido, la Iglesia católica debe sentirse muy afortunada estando en Cali, ya que la ciudad, pese a ser conocida como “la sucursal del cielo”, es aún más famosa por su amor al placer corporal y al vicio, es decir, por el pecado, lo que le otorga a la Iglesia más razón en su cruzada constante por enfrentar a su adversario, el diablo.

 

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En septiembre de 2018, un incendio envolvió la loma en la cual está el gigantesco monumento a Cristo Rey. Las llamas iluminaban la noche, una escena infernal que se podía ver desde todo Cali. Aunque resultó que el incendio fue iniciado por unos especuladores inmobiliarios ansiosos por construir condominios en lo que es una reserva natural protegida por el gobierno, muchos en la ciudad vieron ahí la mano del diablo. Al ver las llamas lamer los pies de Cristo, me imaginaba fácilmente al padre Josué y a su asistente canosa reuniendo a sus soldados cristianos para irrumpir en la colina y emprender una batalla cuerpo a cuerpo con el mismísimo diablo.

ACERCA DEL AUTOR


Kurt Hollander

Es autor de Formas de morir en México (Trilce, 2015), y actualmente está terminando su próximo libro, The Joyous Life (La vida alegre), una autobiografía y estudio del mundo del sexo en Cali.