Desmontando el eterno femenino

Escritora extraordinaria y símbolo de empoderamiento, George Eliot logró desarmar los mecanismos de la literatura rosa para burlarse de ellos; de la forma en que la figura de la mujer era reducida a un puñado de banalidades.


POR Gabriela Bustelo

Enero 27 2021

 

Ilustración Ximena Escobar 

 

Las novelas tontas de ciertas damas novelistas, ensayo que la editorial Impedimenta ha publicado por primera vez en español, es tan rabiosamente moderno que al leer algunos de sus párrafos cuesta creer que se escribieran antes de inventarse la bombilla. Su autora, George Eliot, es considerada una de las cuatro grandes figuras de la narrativa inglesa, junto con Jane Austen, Henry James y Joseph Conrad. Mujer de ideas claras y temperamento fuerte, lo primero que llama la atención de ella es el seudónimo masculino, que se puso, según explicó, para conseguir que su literatura fuera tomada en serio. En el siglo XIX las mujeres firmaban sus obras sin el menor problema, pero lo que Mary Ann Evans pretendía con su nombre-tapadera era huir del estereotipo de las escritoras de su tiempo, que solo le parecían capaces de producir tontorronas novelas románticas. Con este furibundo opúsculo contra la trivialidad de la literatura femenina, George Eliot se posicionó claramente en contra de la mayoría de las autoras coetáneas. Si en sus tiempos logró ocasionar un revuelo, hoy genera un fervor que va en aumento año tras año. Reeditado constantemente en Inglaterra y en Estados Unidos, tiene tal éxito que las obras criticadas por Eliot, pese a ser novelas rosa muy menores, se estudian hoy en los cursos de escritura, según cuenta con sorna William S. Peterson, crítico literario del New York Times.

George Eliot nació en 1819 en el pequeño pueblo de Chilvers Coton, Warwickshire, cuyos habitantes le sirvieron de inspiración para sus mejores novelas. Hija de un carpintero que ascendió a mayoral de finca, estudió en la escuela local de Nuneaton y después en un internado de Coventry. A los 17 años, tras la muerte de su madre y el matrimonio de su hermana mayor, regresó a casa para cuidar de su padre. Obligada a dejar los estudios, a partir de entonces fue autodidacta, pese la estricta formación religiosa que le había dado su padre y contra la que se rebelaría en 1841, cuando empezó a leer las obras racionalistas que marcarían de por vida su pensamiento.

El primer trabajo literario de Eliot fue la traducción, oficio en el que se inició con la Vida de Jesús, del teólogo alemán David Strauss, y que compaginaría durante el resto de su vida con la escritura literaria y el periodismo. En 1851 se embarcó en un viaje de dos años por Europa y a su regreso empezó a reseñar libros para la revista Westminster Review. Al convertirse en subdirectora de la publicación entró en contacto con las principales figuras literarias de la época: Harriet Martineau, John Stuart Mill, James Froude, Herbert Spencer y George Henry Lewes. Conocer a Lewes, filósofo, científico y crítico, fue uno de los acontecimientos más importantes de su vida. Se enamoraron y decidieron vivir juntos a pesar de que Lewes estaba casado y no podía divorciarse. Sin embargo, Eliot consideró su larga y feliz relación con Lewes como un matrimonio.

Esta circunstancia también fue determinante en la decisión de adoptar un seudónimo masculino, pues era un medio eficaz para evitar el escándalo en torno a su convivencia con un hombre casado, situación que se prolongaría durante 20 años largos. En la sociedad victoriana las relaciones extramaritales estaban a la orden del día, como en todas las épocas de la humanidad, pero los coetáneos de Eliot –Wilkie Collins, por ejemplo– llevaban sus devaneos con discreción. Lo rompedor de la pareja Lewes-Eliot fue el hecho de que vivieran juntos sin el menor disimulo. En el seudónimo de la autora hay un enternecedor detalle romántico, o tal vez un ansia de sacralizar ese amor ilegítimo, pues el “George” fue elegido, obviamente, en honor al nombre de pila de Lewes. En su vida no literaria, sin embargo, la autora empleaba el nombre de Mary Ann Lewes, ya que se consideraba, como hemos dicho, la esposa del hombre con quien compartía techo.

La autora de Las novelas tontas de ciertas damas novelistas no fue, por tanto, una persona corriente. George Eliot, que decidió otorgarse a sí misma una libertad mucho mayor de la que le hubiera correspondido en la Inglaterra victoriana, formó parte del círculo intelectual más avanzado de su país, logró forjarse una carrera literaria cuyo prestigio pervive hoy y, por si esto fuera poco, tuvo relaciones abiertas con un buen número de hombres. Middlemarch, su novela más conocida, es uno de los puntales de la novela británica, hasta el punto de que autores de la talla de Martin Amis y Julian Barnes la consideran la mejor novela escrita en inglés.

Pero la obra cumbre de Eliot es, como las otras doce que escribió, una novela costumbrista inseparable de su tiempo. El asunto de la literatura femenina que se trata en este ensayo, sin embargo, está absolutamente al día. ¿Quién escribe mejor, un hombre o una mujer? ¿Hay temas femeninos y temas masculinos? ¿Por qué se sigue vendiendo la novela rosa? ¿El fin último de la literatura es el entretenimiento o el arte? ¿Las mujeres leen más o leen peor? Todas estas preguntas, que intentan responder hoy periodistas y escritores del mundo entero, son las mismas que abordó Eliot con una pasión casi cruel en esta ingeniosa pieza publicada originalmente en la revista Westminster Review en 1856.

Dicho esto, dejémosla a ella que nos responda a la pregunta más obvia. ¿Qué es una novela tonta? Eliot lo deja bien claro desde el principio. Se trata de:

 

Un género con muchas subespecies que, según la calidad concreta de la tontería que predomine en ellas, pueden ser superficiales, prosaicas, beatas o pedantes. Pero la amalgama de todas estas subespecies variopintas produce un género –basado en la fatuidad femenina– en el que pueden incluirse la mayoría de estas novelas, que podríamos llamar del estilo de “artimaña y confección”.

 

Más adelante, cuando el texto alcanza su punto de ebullición, por así decirlo, Eliot puntualiza el concepto con mordacidad. Tras admitir que podría parecer una impertinencia calificar de “tonta” una novela, asegura tajante que este epíteto se emplea con conocimiento de causa, “pues la modalidad más traviesa de la tontería femenina es la modalidad literaria, porque tiende a confirmar el prejuicio popular contra una educación femenina más sólida”.

No hace falta mucha imaginación para localizar el género de “artimaña y confección” del siglo XXI, pues se conserva casi idéntico con las correspondientes actualizaciones sociales, culturales y tecnológicas propias de nuestra época al descrito por George Eliot. No en vano el género más comprado, leído y escrito por mujeres es el que siempre se ha llamado con desdén “novela rosa”, desde la gama supuestamente intelectualizada al estilo de Isabel Allende hasta las novelas de Helen Fielding (El diario de Bridget Jones) o de Candace Bushnell (Sexo en Nueva York). Una de las quejas de Eliot que, como hemos mencionado, nació en un hogar de clase media-baja alude a la insistencia de las autoras de novela tonta en describir las absurdas peripecias de la alta sociedad, cosa que reduce el mundo a una élite que tal vez sea la menos interesante:

 

Si en sus narraciones produce un asombro constante la falta de verosimilitud de esa alta sociedad en la que aparentan vivir, tampoco parecen tener trato con ninguna otra forma de vida. Si los caballeros y damas que retratan son improbables, sus hombres de letras, sus comerciantes y sus campesinos son imposibles; y tienen un intelecto peculiarmente dotado para reproducir con imparcialidad tanto lo que han visto y oído como lo que no han visto y oído, ambos con idéntico desacierto.

 

¿No les sucede lo mismo a las autoras de la novela rosa de hoy, la versión urbanita del folletín de nuestras abuelas, que las editoriales han rebautizado como chick-lit o literatura para chicas? Es más, ¿no les sucede lo mismo a las periodistas y redactoras de las revistas femeninas que inventan un deslumbrante cuento de hadas en cada página de colorines satinados? ¿Y qué decir de las mujeres occidentales de todas las clases sociales que habiendo leído demasiadas novelas tontas y hojeado demasiadas revistas tontas se duermen todas las noches soñando con una vida más intensa, más romántica, más glamurosa?

Tal vez sea la editora Cristina Armiñana quien mejor haya explicado el irresistible atractivo que tiene la novela rosa o tontapara sus lectoras: “Las mujeres buscan hombres que aún no existen. Los hombres buscan mujeres que ya no quedan. Y las novelas románticas hacen realidad ambos sueños”. Reales como la vida misma. Pero con finales... rosa.

Vayan y lean el ensayo de Eliot. Nadie mejor que ella misma para explicarles lo que fueron en sus tiempos, y lo que ¡ay! temo que siguen siendo en los nuestros, Las novelas tontas de ciertas damas novelistas.

ACERCA DEL AUTOR


Gabriela Bustelo

Ha colaborado durante varios años con revistas como Vogue, Gala y Telva. Llevaba una columna en La Razón, y actualmente escribe una tribuna política en El Español.