Gümüketana

Para esta escritora, en la que convergen etnias, vestir es un lenguaje palpable con las yemas de los dedos. De ello dan cuenta las vidas de seis mujeres descendientes del mismo linaje arhuaco, cuyas prendas de vestir hablan con elocuencia sobre la forma en que cada una ayuda a robustecer el tejido social de su comunidad.

POR Gunnara Jamioy

Enero 27 2021
Gümüketana

Pinturas de Bejay Uaman Jamioy

 

Los wintukwas –uno de los cuatro pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta– concebimos nuestro territorio como el corazón del planeta; un corazón que va desde la mar, gran madre que hila, gesta y estructura los pensamientos, hasta los picos nevados, padres que tejen esos pensamientos para vestirlos durante las diferentes etapas de nuestra vida. Cada uno de los seres de mi pueblo cumple una misión propia, influenciada por las siete generaciones que nos antecedieron. En el caso de las mujeres, esta influencia proviene de las castas o linajes maternos; en el caso de los hombres, viene por línea paterna. Esos linajes hacen parte del ordenamiento que establece la ley de origen o ley natural.

La construcción de lenguajes desde el vestido evidencia la forma de pensar y entender el mundo como práctica social adscrita a una identidad cultural. Las Gümüketana, mi linaje materno, me han heredado un territorio, una misión y un idioma de mujer iku (arhuaca). A continuación comparto la urdimbre de diversas memorias y la manera en que las interpreto para entender las responsabilidades de mi casta. Pretendo encontrar el sentido de los diversos espacios que han ocupado las mujeres Gümüketana y el lenguaje de la ropa que utilizan para cumplir con la misión que les fue asignada.

Mi abuela María Auxiliadora Torres-Aty Seykwinduwa tuvo seis hijas: Alcira-Arunmaya, Luz Elena-Gumnabia, Aurora-Arun Aty, Ibeth-Bunkwaneywia, Blacina-Aty Sereiwia y Belkis-Aty Seykwinduwa.

Cada una de ellas ha construido una identidad desde su misión, en distintos campos profesionales y personales, partiendo de la interacción con seres de diferentes pueblos, territorios y concepciones de vida (quizás es también eso lo que me anima a escribir estas líneas e influye en la misión que me corresponde). Contemplar a mis tías es entender cómo se da la cimentación de un sentido propio desde una historia colectiva, en nuestro caso la lucha de los pueblos indígenas. Observar a mis tías también es acoger el mensaje de un país rico por su diversidad. Hoy mis tías cargan consigo los colores, frutos y texturas a partir de los cuales diferentes poblaciones construyen su vida; ellas los comparten en sus collares, en las telas de sus mantas y en los paños de los kujinu (fajas) que abrazan el vientre de cada una.

Pinturas de Bejay Uaman Jamioy

 

Pinturas de Bejay Uaman Jamioy

 

Pinturas de Bejay Uaman Jamioy

 

Arunmaya es mi tía mayor, lideresa del pueblo arhuaco, coordinadora de salud en Pueblo Bello durante su juventud, y actualmente  del Café Anei, en ese mismo municipio. Arunmaya siempre ha generado una interacción de indígenas y campesinos para propiciar formas organizativas que garanticen mejores condiciones de vida para las diferentes comunidades. Se le reconoce por ser una mujer responsable, que resalta la importancia de las palabras y el valor de comunicar en su vestir. Responsable en el sentido de mantener los colores, formas y pliegues como deben llevarse. Así genera confianza entre seres que ven fronteras en las formas ajenas de entender el mundo, como históricamente ha pasado en Pueblo Bello entre indígenas y no indígenas, a causa del tránsito de las misiones religiosas por nuestros territorios, su posterior partida y la historia de un país entre conflictos donde aún no éramos personas.

Mi tía Gumnabia fue la primera profesional indígena del pueblo wintukwa. Desafió la historia local e inició un proceso de liderazgo. Se convirtió en un pilar para que cada una de sus hermanas menores se apoyara en ella y pudiera estudiar también. El camino de Gumnabia ha estado pavimentado por el intercambio con otros pueblos indígenas: por mencionar un hito, tenemos la creación de la Asociación de Cabildos Indígenas del Cesar, La Guajira y Magdalena (Dusakawi EPSI), que hoy garantiza la atención en salud a ocho pueblos afiliados. Actualmente es la delegada del gobierno nacional en la Secretaría Técnica de la Mesa Permanente de Concertación con los Pueblos y Organizaciones Indígenas. En este espacio ella aporta la energía de su recorrido, de un camino parecido a los collares que la acompañan y caen desde su cuello. Son como ríos que saben dónde nacen y en dónde les corresponde desembocar, ríos que vienen de África, la Amazonía y la Orinoquía. También viste telas que la abrigan y protegen. Sin duda es gracias a esa conjunción que logra defender el pensamiento que ha decidido portar y consigue generar estrategias para navegar por las difíciles aguas de las concertaciones que garantizarán los derechos de tantos pueblos.

Mi tía Arun Aty está siempre dispuesta a compartir. La solemos ver elegante, ataviada con mantas, collares y kujinu de sus colores preferidos. Es la fundadora y directora de la Asociación de Productores Agroecológicos Indígenas y Campesinos de la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía del Perijá (Asoanei), que exporta uno de los mejores cafés orgánicos de Colombia. Y junto a ese café ella ha recorrido el globo, trayendo y llevando sueños que brinden esperanzas y mantengan en marcha el motor de los deseos y el amor que impulsa al mundo. Es por eso que en sus mantas siempre lleva bordada en letras doradas la palabra anei, “abrazando una montaña”.

Con el paso del tiempo, y los retos que hemos asumido colectivamente, como pueblo indígena, llegó la administración de la educación local y, con ella, el necesario paso a los procesos de etnoeducación. En ese marco, mi tía Bunkwaneywia, docente desde los 18 años, ha sido la gran consejera de cada una de las generaciones a las que nos ha enseñado a soñar con diferentes mundos a través de las letras, pero siempre manteniendo los pies en el lugar donde nacen las semillas de sus collares, el lugar donde aprendemos a tejer un tutu (mochila). Esto último hace parte del conocimiento que debemos aprender antes de salir al mundo. La voz de Bunkwaneywia podría ambientar cualquier historia para proyectarla mejor que una sala de cine.

Aty Sereiwia, mi madre, es fundadora de la asociación de mujeres tejedoras A’mia Nikuyun. Es una mujer emprendedora que, junto a sus hermanas, ha visto en el tejido una forma de aproximarse a los jóvenes. En compañía de su esposo, aporta a la reapropiación de los diseños y conocimientos autóctonos; sus vestidos están cargados de tramas que reivindican nuestra concepción de la vida. Constantemente investiga sobre las plantas y sus propiedades curativas, así como las características ornamentales de sus flores, que brotan para permitirnos compartir los colores de la vida. Aty Sereiwia siempre lleva consigo una flor distinta en sus tocados.

Por último está mi tía Aty Seykwinduwa, que siempre prefiere mostrarse ligera, presta a escuchar, y gestar ideas que abracen la armonía con todos los seres. No lleva mucho peso encima, solo el necesario para que las distintas capas de la tierra acompañen sus pensamientos, como se ve en sus collares y los puntos de pagamento de la sierra, marcados por la línea negra en su vientre.

No podemos hablar de un proceso de modernización en el lenguaje del vestir que recubre a las mujeres Gümüketana más cercanas a mí. Podemos sí referirnos a una manera de compartir. Una cooperación intercultural que, a la par de la construcción de sus personalidades e identidades, las a llevado a transmitir un pensamiento enmarcado en la misión que tienen como arhuacas. Las realidades cotidianas y las enseñanzas que día a día se van construyendo generan nuevos retos con el pasar de los días. Por eso la comprensión de las castas y los legados que se transmiten de generación en generación permite comprender a su vez nuestras representaciones simbólicas, tejiendo y reinterpretando lenguajes como el vestir para aproximarnos a una forma distinta de contemplar nuestro territorio.  

 

ACERCA DEL AUTOR


Gunnara Jamioy

Mujer iku, kamëntsá y colombiana. Vivió hasta la adolescencia en Simunurwa, una de las muchas parcialidades del territorio indígena iku en la Sierra Nevada de Santa Marta. Estudia lingüística en la Universidad Nacional de Colombia. Es acordeonera y cantante de vallenatos clásicos en lengua ikun y música tradicional indígena. Ha participado en eventos musicales y literarios en Viena, París y Bogotá.