Yaba daba du

El grito estentóreo con el que Pedro Picapiedra celebraba el final de su jornada laboral se convirtió en una expresión común de regocijo. El actor de voz que inventó esas palabras fue testigo de su popularidad en el momento más oscuro de su vida.

POR Alan Reed

Enero 27 2021

Ilustración de @_tom_deason

 

“¡Yaba daba du!”, exclamó el practicante de medicina. “Está funcionando”. Oír esa jeringonza fue seguramente lo que me salvó la vida, el 24 de enero de 1970. Yo me encontraba en la unidad de cuidados intensivos del Hospital Universitario de la UCLA en Westwood, California. En la mañana de mi tercer día de recuperación, todavía tenía ese letargo inducido por las drogas que suministran después de una cirugía delicada. Estaba tan desalentado que no me importaba si iba a sobrevivir o a morirme. 

Después de dos días de alucinaciones combinadas con lo que pensaba eran conversaciones lúcidas con mi esposa, mis tres hijos y mi médico, en mi subconsciente tenía la noción de que la operación había sido un fracaso. Me sentía como un condenado. Creí haber oído al doctor J. J. Kaufman, director del departamento de urología, decir: “No entiendo por qué no está funcionando”. Después supe que sí había usado esas palabras. Sin saber específicamente a qué se refería, me hundí en la desesperanza.

Y de pronto, al llegar el tercer día, oí ese “yaba daba du” y todo cambió. Esa expresión cortó el desánimo de mi estado semicomatoso. Sonreí y reaccioné de inmediato. En ese momento supe que todo iba a estar bien. Resulta que esas tres alocadas palabras fueron mi creación. Y cuando las escuché, usadas de manera natural para expresar regocijo, fueron el remedio que me devolvió la esperanza en ese entorno sombrío. Voy a contarlo todo desde el comienzo.

Mis tres palabras nacieron en 1960. Bill Hanna y Joe Barbera estaban planeando una nueva serie de dibujos animados para televisión. Se iba a llamar Los Picapiedra (The Flintstones) y yo fui el actor elegido para hacer la voz de Pedro Picapiedra (Fred Flintstone). 

La radio estaba comenzando su declive y la televisión su auge. Entonces me encontré en una situación extraña. En mis años de radio disfrutaba de buenos ingresos porque tenía muchos trabajos a la semana. Sin embargo, no podía promover mi nombre porque los programas en los que participaba estaban patrocinados muchas veces por competidores directos. Mis personajes se escuchaban en los espacios de tres compañías de seguros, cuatro marcas de cereales y dos tabacaleras. Si el nombre de Alan Reed se promocionaba en uno de esos espacios, los otros anunciantes podían decir: “Quiten a ese tipo de nuestro programa, está con la competencia”. 

Como resultado, ante el advenimiento de la televisión, yo no contaba con un nombre conocido que me garantizara tener mi propio show y debí contentarme con hacer papeles de reparto. En la radio esto no era problema porque había múltiples trabajos, pero en televisión solo podía hacer un programa a la semana.

Entonces me di cuenta de que Los Picapiedra era mi oportunidad para promover lo que se conoce en el mundo del espectáculo como una “frase de enganche”. En los inicios de la radio, las ondas estaban llenas de esas frases. Jack Pearl siempre decía “vas you dere, Sharlie?” (“¿egstuviste ahí, Sharlie?”) y Joe Penner inventó “wanna buy a duck?” (“¿quieres comprar un pato?”). Le compartí aquella idea a Joe Barbera, quien ejercía de productor y director de Los Picapiedra. Cuando se mostró de acuerdo, me ofrecí a buscar las palabras adecuadas.

Dado que Pedro era un personaje exuberante, quise encontrar una frase que pudiera expresar emoción o alegría. Empecé con lo primero que me vino a la mente: la vieja expresión de los vaqueros, “yajú”. Durante los días siguientes, mi esposa debió pensar que estaba desvariando porque anduve por la casa pronunciando sonidos extraños como “yajú del dudel”, “dudel de dudú”, “dabel de rurrú”... cuando por fin atiné a decir un “yabadú” sentí que estaba cerca. Pero la expresión requería algo más. Entonces agregué el “daba” de la mitad. Y así fue como nació mi “yaba daba du”. No me imaginé en ese momento la profunda influencia que esos tres extraños sonidos tendrían en el resto de mi vida.

Varios años después, Los Picapiedra se convirtieron en una atracción televisiva muy popular y “yaba daba du” es hoy una frase común para expresar entusiasmo. En general, no me tomo muy en serio el hecho de que esas palabras tontas se hayan convertido en parte de nuestro lenguaje, pero debo admitir que tuve la gran emoción de mi vida cuando se las escuché al astronauta Wally Schirra en una transmisión televisada que siguieron millones de personas en todo el mundo.

Fue el 11 de octubre de 1968. El Apolo 7 estaba probando el nuevo sistema de propulsión espacial. Era de hecho el sistema que luego sería usado para la segunda fase de los vuelos a la Luna, y por primera vez se estaba ensayando con astronautas en el interior de la cápsula. La prueba se hizo a unos 170 kilómetros de altura de la Tierra, en gravedad cero. Hubo siempre contacto entre la central de la NASA en Houston y la cápsula. Dos horas y media después del despegue, se hizo otro conteo regresivo para activar el sistema de propulsión. 

“10... 9... 8... 7... 6... 5... 4... 3... 2... 1... Vámonos”. Segundos después, se oyó la voz de Wally Schirra gritando: “¡Probado! ¡Como una bomba! ¡Yaba daba du! ¡Qué viaje!”. Grité tan fuerte que no me extrañaría que me hubieran oído allá arriba en la cápsula espacial. Luego de eso, cada vez que grababa un nuevo capítulo de Los Picapiedra, experimentaba una novedosa sensación de orgullo al momento de exclamar “¡yaba daba du!”.

Y luego vino el remezón. Lo que empezó como un examen físico de rutina terminó con la temida palabra: cáncer. Le describí al médico un síntoma de sangrado y me ordenó hacerme una radiografía de la vejiga. Cuando se la llevé, la comparó con la imagen de una vejiga normal, señalándome su color blanco uniforme; en mi radiografía, en cambio, más o menos la mitad de la vejiga tenía manchas oscuras. Eso significaba que había tumores. Había que hacer una cistoscopia y una biopsia para determinar si los tumores eran benignos o malignos. Dos días después me estaba operando. Mi recuperación fue rápida. El doctor estaba seguro de haber sacado los tumores cancerosos. Pero me explicó que, para estar completamente seguro, tendría que hacer otra cistoscopia en dos meses. 

Yo me estaba sintiendo bien, de modo que cuando volví al hospital pensaba que no era más que una medida rutinaria de precaución. Pero terminó siendo un aterrizaje forzoso para mi espíritu volador. La invasión se había duplicado. Los tumores estaban subiendo hacia los riñones. Lo único que podía hacerse ahora era remover la vejiga, la uretra y la glándula prostática. Esta cirugía duraba seis horas y mi urólogo sentía que ya estaba muy viejo para intentarlo. Entonces me sugirió al doctor Kaufman del Hospital Universitario de la UCLA y enfatizó en que había que actuar con premura para evitar que se afectaran los riñones.

Antes de que se iniciara la operación, miré a los ojos al doctor Kaufman y me sentí confiado. Supe que, durante las seis horas siguientes, todas las energías de uno de los mejores cirujanos urólogos del mundo serían enfocadas en mí. Me dejé dormir con una sonrisa. Pero la frase “no está funcionando, no está funcionando” se filtró en mi cerebro adormecido. “No entiendo qué hice mal”, decía la voz lejana del médico. Y luego sentí una abrumadora desesperación, un descorazonamiento a medida que iba entrando y saliendo de mi estado de conciencia... La fatalidad... La muerte... 

Y de pronto ese maravilloso despertar del tercer día en la unidad de cuidados intensivos. Estoy seguro de que los lectores entenderán ahora el tremendo impacto de esas hermosas palabras: “¡Yaba daba du! Está funcionando”.

Lo que no funcionó durante los dos primeros días era que no había ningún flujo de líquidos en mis órganos, a pesar de que me habían dado a tomar grandes cantidades de agua. Resultó que mi cuerpo necesitó esos dos días para adaptarse al cambio. Pero de repente todo estaba bien. Y ha estado bien desde entonces. Hice los 166 capítulos originales de Los Picapiedra y también 26 capítulos de una serie derivada, llamada Pebbles y Bam-Bam. Esos programas son repetidos y repetidos y repetidos. Constantemente le agradezco a Dios y a Hanna & Barbera. Y se me oye exclamar “¡yaba daba du!” para indicar mi alegría cuando estoy con mi esposa, mis tres hijos, mis nueras y mis diez nietos. 

ACERCA DEL AUTOR


Alan Reed

Tuvo papeles en películas como "Días de gloria" (1944), "¡Viva Zapata!" (1952) o "Diamantes para el desayuno" (1961).