68 minutos

Con motivo del ciclo de 10 películas de Chaplin que se presentarán en Cinecoplus.com (Una Mujer en París, Un Rey en Nueva York, Monsieur Verdoux, El Gran Dictador, La Revista Chaplin, Luces de la Ciudad, Tiempos Modernos, El Circo, El Niño y Candilejas), un homenaje al comediante.

POR Ricardo Silva Romero

Enero 27 2021

Cortesía Cineco Alternativo 

 

Era el chiste favorito de Charles Chaplin. Un tipo desdichado entra al consultorio de un siquiatra, se sienta en el cómodo sillón de los pacientes y confiesa que está a punto de perder el control sobre sí mismo. El médico, en un arrebato de originalidad, le responde “usted lo que necesita es algo que lo haga reír: ¿por qué no va a ver el espectáculo humorístico de Grimaldi?” Y el tipo, un hombre de insomnios y de angustias, se levanta de su lugar, se despide con un gesto y declara “yo soy Grimaldi”, con los hombros encogidos.

The Kid, de 1921, planteada como una tragedia divertida y resuelta como una comedia muy triste, es una de las mejores películas de Chaplin. Porque el comediante, condenado como Grimaldi a hacer reír sin ceder a la risa, ha descubierto que, para recuperar el control de sí mismo, para deshacerse de su propio fantasma, al menos cuenta con su propia imaginación. Sí, eso es. Chaplin se ha dado cuenta de que tiene que dejarse llevar por el misterio de todas esas historias que le llegan, de ninguna parte, hasta su cabeza. Que debe narrar. Que escribir, filmar y actuar son sus atajos, sus antídotos, sus formas de volver al mundo. 

Lo primero que nos deja ver en The Kid, después de anunciarla como “una película con una sonrisa y, de pronto, una lágrima”, es a una desamparada madre soltera que abandona a su bebé en una ciudad en blanco y negro. El vagabundo de siempre, con sus raídos guantes de aristócrata, su cigarrera que en verdad es una lata de sardinas y sus cigarros que al final son colillas recogidas en los andenes, encuentra al niño perdido –y niños perdidos han sido, para ese momento, Moisés, Pinocho y Peter Pan– gracias a las pistas de su llanto y,  después de una divertidísima secuencia en la que hace lo posible para deshacerse de un hijo que no le corresponde, se convierte en el padre adoptivo del niño. Lo que sigue, claro, son una serie de pruebas de que, algunos años después, padre e hijo han coreografiado juntos una rutina y se han vuelto indispensables el uno para el otro: comparten la misma cama, hacen los mismos gestos y emprenden las mismas aventuras.

¿Por qué digo, entonces, que la película ha sido planteada como una tragedia? Porque muy pronto intuimos que la historia de amor entre el vagabundo y el niño –que resulta innegable en la pantalla– está llena de obstáculos y se encuentra amenazada por el arrepentimiento de la madre y por la ceguera de la justicia: su destino ineludible es el fracaso. ¿Por qué es fácil concluir, más tarde, que la historia se resuelve como una comedia triste? Porque cuando el padre y el hijo han sido separados –la imagen de Jackie Coogan, con los brazos que le reclaman al cielo el dolor de la separación, me viene con frecuencia a la cabeza–, cuando todo ha vuelto a su primer lugar, la madre soltera, convertida ahora en una mujer famosa y pudiente, se compadece y le abre la puerta de su casa al vagabundo para que le dé un nuevo abrazo al niño encontrado.

 

Cortesía Cineco Alternativo

 

Lo que pasa después es un misterio. ¿Qué harán ese padre, esa madre y ese hijo para seguir viviendo?, ¿podrá ese hombre lleno de polvo pertenecer al nuevo mundo del bebé que ha salvado de la muerte?, ¿podrá ese niño hecho a imagen y semejanza de un vagabundo vivir dos vidas al mismo tiempo? No, no lo sabemos. No podríamos saberlo. Charles Chaplin no necesita contarnos más. Ya ha narrado todo lo que le hacía falta para deshacerse de sus fantasmas. O, en palabras del profesor Stephen M. Weissman, “nos ha pedido que partamos el pan con él y hagamos la comunión con sus pérdidas y sus dolores”.

Porque dos años antes, el 10 de julio de 1919, Chaplin había perdido a su primer hijo, Norman Spencer, cuando solo llevaba tres días de nacido. Era una horrible tragedia. Chaplin adoraba a los niños –solía jugar, aún cuando era un millonario, con los de la calle– y desde el día en que supo que iba a ser padre, según confesó alguna vez Mildred Harris, su primera esposa, “se olvidó de la fama y de las adulaciones para revelar la ternura del hombre que entiende su verdadero papel en la vida: todavía puedo ver la expresión de ansiedad en su cara cuando llegó el momento de llevarme al hospital para el parto. Los médicos le dijeron que podía irse pero él insistió en quedarse y durante el alumbramiento se desmayó”.

Chaplin trató de consolar a su esposa de todas las maneras posibles –le regaló “el carro más hermoso que yo había visto en mi vida”, le contó todos los chistes que conocía, se vistió de vagabundo y trató de hacerla reír–, pero al final fue más que evidente que era él quien necesitaba consuelo: “Sí, Charlie fue un padre con el corazón destrozado”, dijo Mildred Harris en una entrevista de 1935: “y se desbordó, a partir de ese momento, en la realización de The Kid, su obra maestra”. Unos meses después de la muerte de su hijo, mientras observaba un espectáculo de vodevil en Los Ángeles, había tenido la idea para la película. Y todo gracias a un pequeño actor de cinco años, Jackie Coogan, que de un momento para otro había aparecido sobre el escenario.  

 Ahí, en ese instante, cuando Jackie Coogan se presentó frente a sus ojos, Chaplin comenzó a escribir la historia de The Kid. El niño actor le demostró su talento en Un día de placer, una pequeña producción de ese mismo año, 1919, y pronto todo estuvo listo para una filmación que tendría que haber durado dos semanas, pero que al final, quizás porque su director trataba de resolver un misterio personal, duró un poco más de diez. Raymond Lee, otro de los niños actores de la película, que interpretó al hermano menor del matón del barrio, contó alguna vez varios detalles de la filmación que William C. Taylor ha recogido en su curioso libro sobre Chaplin.

Contó, por ejemplo, que el comediante fue como un padre para ellos y que siempre oyó sus sugerencias de niños. Recordó el día en que filmaron la escena en la que su personaje y el de Jackie Coogan sostienen una pelea callejera. “Hemos rodado esta escena cincuenta veces”, les dijo Charles Chaplin: “Las he contado”. Y, mientras daba vueltas con las manos escondidas en la espalda y caminaba en círculos por el escenario, les preguntó si conocían la historia de David y Goliat, los consoló cuando vio que estaban a punto de llorar y después emprendió un deprimente discurso sobre el hambre (“en esta película hay hambre”, les dijo) que concluyó con las palabras: “Dios mío: cuando tienes hambre tu estómago es como una pelota desinflada, tienes el corazón en los ojos y tus ojos no tienen amigos: yo pasé tanta hambre cuando niño que hubiera podido comerme un zapato”.

  Lee aseguró que, gracias a una idea suya, la escena pudo terminarse de filmar, pero lo que queda de su relato, creo, es la sospecha de que Chaplin le dedicó todo un año de su vida a filmar The Kid, que aun cuando solo duraba 68 minutos era su película más larga hasta ese momento, porque él también había sido un niño perdido y porque así, en el fondo, como un guardián en el campo de centeno, podía llevar a un hijo abandonado de vuelta a los brazos de su madre y entregarle a un hombre y a una mujer, al mismo tiempo, la esperanza que creían imposible. Quizás, pues, le debamos esta pequeña obra maestra a los esfuerzos de Charles Chaplin por traer al hijo que perdió, el bebé que murió cuando solo llevaba tres días en la Tierra, al mundo de la ficción. O quizás debamos agradecérselo todo al hambre de su infancia. Quien vea The Kid entenderá, cuando descubra que está a punto de llorar, que el narrador tuvo que vivir un infierno para llegar a semejante historia.         

Mildred Harris se divorció de Chaplin en 1920. Raymond Lee hizo cinco películas más y a los catorce años abandonó del todo el mundo del cine. Jackie Coogan, en cambio, se convirtió en el millonario más joven del mundo: interpretó en la pantalla a los principales niños de la literatura norteamericana, desde Oliver Twist hasta Tom Sawyer, y logró hacer el difícil tránsito entre el cine mudo y el cine sonoro, y de ahí pasar a la televisión, a series como La familia Adams, sin mayores problemas. Por supuesto: perdió su infancia en los estudios de Hollywood y se convirtió en uno de los primeros niños sacrificados por las horribles leyes de la farándula. Vivió 70 años y le dejó al mundo un consejo casi divertido: “Aléjense de las madres”.        

         Chaplin solo filmaría, desde entonces, dramas necesarios. La quimera de oro, Luces de la ciudad, Tiempos modernos, El gran dictador y Candilejas le darían forma a la historia del cine. Pero es The Kid, ese divertido lamento que dura 68 minutos, la obra que nos contiene a todos. Porque todos somos hijos que buscamos el camino de regreso y padres que regresan a la fuerza hasta la infancia. Porque nunca antes fue tan evidente que aquel hombre disfrazado de vagabundo, aquel ser tan común y corriente que resultaba extraordinario, estaba a punto de perder el control sobre sí mismo. No, nadie podía hacerlo reír: él era Chaplin.  

 

El #CicloChaplin de Cinecoplus www.cinecoplus.com está disponible en la plataforma aquí: https://www.cinecoplus.com/colecciones. Las películas también estarán disponibles de manera individual en https://www.cinecoplus.com/exclusivo.

 

 

ACERCA DEL AUTOR


Ricardo Silva Romero

Escritor bogotano. Tres de sus novelas más reconocidas son Autogol (2009), Historia oficial del amor (2016) y Cómo perderlo todo (2018).