Para una historia de la "otra" literatura latinoamericana

Hay autores que no merecen estar en los anales de la gran literatura, pero cuyas páginas incorregibles pueden tener cabida en una historia paralela, quizás más interesante. Aquí las vidas de cinco ilustres desconocidos.

POR Patricio Pron

Enero 27 2021
Para una historia de la "otra" literatura latinoamericana

Ilustración de @SakoAsko

 

México, Pobre 

(Münster, 21 de julio de 1912 o 12 de julio de 1921 - París, 3 de enero de 1940)

 

Nacido en Münster, hasta 2017 no se sabía si había existido entre 1899 y 1956 o entre 1889 y 1946, y se desconocía si el suyo era un pseudónimo o su verdadero nombre. El hallazgo, ese año, de su partida de nacimiento –dos, en realidad– por parte de un joven doctorando de Riga permitió ratificar que nació en Münster, de padres mexicanos de religión judía o –como se indica en la segunda partida, la de 1921– de romaníes procedentes de Valaquia, siendo los oficios de sus padres, en la primera partida, la enseñanza del idioma español y, en la segunda, el lanzamiento de cuchillos. Tampoco queda claro tras la lectura si sus padres vivían en un edificio de apartamentos o en un carromato: en la dirección consignada en ambas partidas se encuentra actualmente el zoológico de Münster. 

M. se trasladó a París después de herir de gravedad a un policía en un confuso episodio; murió poco antes de la entrada de los nazis en esa ciudad cuando resbaló por las escaleras del metro. No nos ha llegado ninguna obra literaria de su autoría, excepto su pseudónimo, que es brillante y parece indicar la intención de escribir una novela mexicana, que M. escribió y los nazis destruyeron, o que simplemente quedó en la zona imprecisa de los proyectos literarios nunca llevados a cabo, un territorio –se sabe– inmenso y de contornos imprecisos.

 

Navona, Ovidio

 (*osario, 9 de julio de 1920 - *osario, 17 de mayo de 1987)

 

Su popularidad en vida fue tan grande como la rapidez y la determinación con las que lo olvidaron sus contemporáneos, probablemente a raíz de que su arte fue efímero y se restringió a la prensa diaria. N. pasó sus últimos años de vida encerrado en una habitación de su casa, negándose a recibir visitas –una coquetería, ya que nadie lo visitaba nunca– y releyendo su obra; su carrera había comenzado donde terminó: en la hoja de cultura del diario La Capital. Bajo la influencia del modernismo, N. ensayó primeramente varios pseudónimos: “Ovidio del Parnaso” y “Caupolicán” fueron los más utilizados. (El último ocasionó una carta de protesta del cónsul chileno, así como varios anónimos de tono subido que solía mostrar a sus conocidos con expresión triunfante, aunque no apreciaba la polémica: sus reseñas, mayoritariamente negativas, nunca apuntaron a provocar ninguna clase de enfrentamiento sino, más bien, a reprobar lo que consideraba expresiones de mal gusto y cursilerías de los autores, en un ejercicio de censura en que el reseñado, pero también el reseñador, quedaban en ridículo.) La prosa modernista y rebuscada de N. –quien a partir de 1946 firmó alternativamente como “Navona” y “Licenciado Navona”, esto último pese a no disponer de ningún título–, y su posición como primer reseñista del periódico, le garantizaron la popularidad durante un período inusualmente largo; nueve años en los que sus críticas destrozaban semana a semana los edificios más sólidos de la literatura argentina. Cambios internos en el periódico y la decisión de no pagar más a colaboradores lo llevaron, sin embargo, en 1955, a la desesperación y al hallazgo del estilo. El 19 de octubre de ese año publicó la primera de sus piezas auspiciadas por la maderera local Caesa, sin que se apreciara de inmediato en ella ningún otro cambio salvo la aparición de la que es considerada su primera reseña positiva, sobre el poemario La montañita, de Silvia Piagévolo de Montaña, esposa del propietario de Caesa. El escaso éxito de la iniciativa llevó a que N. comenzara a introducir en sus textos más y más referencias a la madera con la finalidad de complacer a sus auspiciantes: inició aludiendo al carácter “recio” de un autor para luego extenderse sobre la “savia” benéfica que destilaba su obra; del hijo de un político local que incursionaba en la poesía afirmó: “de tal palo tal astilla” y se refirió en varias ocasiones al “tronco” de su obra. Ninguna de estas alusiones consiguió mejorar, sin embargo, el curso de Caesa, que en ese momento registraba pérdidas considerables, de manera que en los meses siguientes N. se tornó más explícito y, por fortuna, menos ingenioso: “Se trata, en síntesis, de una obra que no debería faltar en las estanterías de ningún estudiante, en particular si son de Caesa, las más robustas” (14 de diciembre de 1955); “El carácter incómodo de este poemario [...] hace pensar en una astilla clavada en la planta del pie; quienes hayan vivido esta desagradable experiencia deben saber que solo los muebles de Caesa no se rompen ni se astillan jamás” (21 de diciembre de 1955); “Como las sillas de Caesa, este libro nos acompañará toda la vida, firme y confiable, como un buen amigo” (28 de diciembre de 1955). En las reseñas de N. había algo que satisfacía a los lectores, algo recóndito y quizás irónico, y que constituye todo su estilo. En los años siguientes, el autor continuó en esta veta –otra metáfora relacionada con la madera, en este caso involuntaria– llegando a dedicar la mayor parte del espacio del que disponía a elogiar a su patrocinador, como en el siguiente ejemplo:

 

Este Análisis funcional de la cultura de don Ezequiel Martínez Estrada es un libro importante, pero, ¿no es más importante el buen descanso tras una dura jornada de trabajo? ¿Y cómo hacerlo en una cama cuya parrilla ha cedido ya y cuyas maderas rechinan con cada movimiento? Caesa es el único proveedor de maderas con garantía “de por vida”. Los muebles Caesa no se astillan, no se quiebran ni se pudren gracias a la cuidadosa selección de los mejores árboles. En este mismo momento, un técnico de Caesa está en sus talleres de la calle Independencia 1645 seleccionando para usted las mejores maderas, las que irán destinadas a una cama cuyo dueño dormirá sin dudas como un tronco. Visite usted los talleres de Caesa y elija la cama que más se adapte a sus necesidades. En ella, el sueño y la lectura de una obra tan notable como este Análisis funcional de la cultura, a la que ya hemos hecho referencia, serán aún más placenteros de lo que usted imagina. Maderas Caesa, siempre junto a la cultura, lo espera en sus talleres de Independencia 1645. Maderas Caesa: son más que maderas. (23 de enero de 1960)

 

En la reseña anterior pueden encontrarse las principales características del estilo que consagraría al crítico: una prosa ligera, un acercamiento casi informal al hecho literario y, sobre todo, su equiparación a la adquisición de otros productos, puestos al mismo nivel de la obra que acompañan y patrocinan. N. cultivó este estilo incluso después de que Caesa cesara de auspiciarlo y declarara la quiebra. Su obra crítica, que por entonces ya había alcanzado dimensiones sobrehumanas, puede ser organizada a partir de este punto en torno a los cambios de auspiciante, que motivaron modificaciones estilísticas y la búsqueda de nuevas metáforas: la empresa láctea La Vasca (1961-1966, alude habitualmente a su incapacidad para escribir “con mala leche”), ferretería Manolo y Osvaldo Urrutia (1966-1968, varias reseñas comienzan con la firme intención de “darle con un fierro” a la obra leída; se dice del autor que le “falta un tornillo” o, por el contrario, que “ha dado en el clavo”, etcétera), bobinas Lagos (1968), bicicletas Aita (1968-1970, expresiones más usadas: “esta obra no marcha”, “va sobre ruedas”, “agárrese fuerte, lector”, “terminar este libro es más difícil que andar de a cuatro en bicicleta”, etcétera), tienda de comestibles Alicia (1970-1973, toda clase de expresiones relacionadas con la alimentación y el carácter nutricio de la buena literatura) y destape de cañerías El Tubo (1973-1974, referencias habituales a las profundidades de la obra, también a los excrementos; el vínculo comercial fue interrumpido por la empresa tras el siguiente comentario: “El protagonista de Abaddón el exterminador está tan cubierto de mierda como los muchachos de El Tubo”). El revés que significó la pérdida de este auspiciante, así como el hecho de que hacía dieciséis años sus reseñas habían dejado de ser publicadas en la hoja literaria, para pasar a ocupar un lugar marginal en la sección de clasificados, fueron las razones esgrimidas por N. para su retiro. Puede que comprendiese que el cambio introducido por él en la crítica local había vuelto anticuado e indeseable todo lo que como lector había amado; pero también puede que en el periódico se cansaran de él o que ya no consiguiera auspiciantes. Pasó los siguientes y últimos trece años de vida encerrado en casa, dedicado según sus familiares –una hermana que vivía con él y su madre, increíblemente longeva, además de analfabeta– a releer sus reseñas, a veces en voz alta a horas intempestivas, y sumido en el silencio literario: estaba convencido de que sus “enemigos” –los escritores cuyos libros había atacado, pero también las empresas de la competencia: madereras, productores de leche, ferreterías, fabricantes de bobinas y de bicicletas, supermercados y destapadoras de cañerías– tramaban complicadas venganzas contra él. Que nunca las llevaran a cabo lo sumía en una inquietud aún mayor que la que le hubiese provocado su ejecución. N. murió la noche del 17 de mayo de 1987. Solo legó una pieza de papel escrita con letra temblorosa en la que pedía a sus familiares que rechazaran las coronas de flores que le hicieran llegar las empresas para las que había trabajado, en un último gesto de independencia intelectual. Pero esas empresas habían cerrado hacía ya tiempo, y en su funeral no hubo ni una sola corona, ni siquiera un ramo de flores.

 

 

Pérez Torres, Ignacio 

(Arequipa, 1° de enero de 1888 - Lima, 11 de diciembre de 1947)

 

En contra de la opinión de los cineastas que filman biografías de escritores, y de los asistentes a talleres literarios, no existen los milagros en literatura. Esta, por el contrario, es producto del esfuerzo, que hace fructificar el talento o lo reemplaza, y la desesperación, que es todo lo que un escritor verdadero posee. Esta opinión solo admite una réplica, y es la del milagro literario del escritor peruano Ignacio Pérez Torres. En 1905, P. T. experimentó una sensación que él definió como “la gloria absoluta e inmortal”, que no pudo explicarse y que nunca más volvió a sentir. Bajo su influjo escribió catorce poemas de una extensión promedio de treinta y dos versos cada uno. Estos catorce poemas son los mejores de la historia de la literatura peruana y su sola existencia justifica la de esa literatura, como si todos los escritores peruanos que habían sido y los que serían fueran el prolegómeno y el epílogo necesarios para ese momento de gloria absoluta. P. T. comprendió –y tal vez este sea el verdadero milagro, después de todo– que los poemas serían leídos por los literatos limeños tan solo como los balbuceos de un adolescente, y que los lectores de su tiempo no estaban a su altura. Entendió, además, que el valor literario no depende de la calidad de una obra sino, desafortunadamente, de la opinión que se tenga de su autor, que siempre es previa a la lectura e influye en ella; adivinó que no se escribe para ser un escritor sino que se es un escritor para escribir, y esto le hizo vislumbrar algunas otras cosas, todas bastante tristes, acerca del negocio literario. P. T. entendió, por fin, que el sentido de la cuestión literaria era el hallazgo de un lector que comprendiese y diese forma a unos textos que eran la justificación de su existencia como autor y su legado, y entonces fue insensato y valiente: se prometió escribir poemas mediocres y ocultar entre ellos los catorce de 1905 para su descubrimiento por la posteridad. En los siguientes cuarenta y dos años publicó una docena de poemarios impresos por pequeñas imprentas limeñas y pagados de su bolsillo. Los temas de esos poemas son un viaje en tren, el nacimiento de una hija, el cumpleaños de un alcalde, las fiestas de la localidad, un ánfora griega; la materia habitual de los poetas mediocres en todos los sitios y en casi todos los tiempos. Entre tantas páginas atiborradas de sentimentalismos y ridiculez, sin embargo, P. T. fue intercalando los catorce poemas a razón de uno por volumen, aproximadamente. Nadie descubrió su genialidad, por supuesto, y los poemas aún permanecen allí, como tesoros de una isla de piratas. No hay diccionarios de literatura hispanoamericana que mencionen a su autor, y el poeta y crítico peruano César Toro Montalvo, autor de una completa Historia de la literatura peruana (1996) y el único que le dedica unas líneas, solo menciona su “poesía ramplona y puritana, compuesta principalmente por versos desencaminados pero llenos de buena intención”. Mientras tanto, su obra maestra, el milagro literario que justifica su vida y toda la literatura de la que Rebolledo y otros malamente comen, espera aún a su lector, publicada pero a la vez inédita, visible e invisible y verdadera y falsa a la vez, como un sueño.

 

Rowling, J. K. 

(Buenos Aires, 3 de febrero de 1981 - Buenos Aires, 14 de diciembre de 2006)

 

Fue el pseudónimo de la escritora de literatura infantil Anitta [sic] Rodríguez. Deseosa de alcanzar el éxito, y convencida de que este depende, en realidad, del aspecto físico de un autor, R. se sometió a varias operaciones estéticas y adoptó la apariencia, así como el pseudónimo, de la escritora inglesa de literatura infantil más exitosa de su tiempo; también su edad: en una fotografía tomada el año de su muerte, parece tener unos cincuenta años pese a que solo tiene veinticinco. R. publicó con su pseudónimo cinco libros: Cuentos de la floresta (2004), La floresta mágica (2005), Magia en la floresta, Cuentos mágicos de la floresta y Cuentos mágicos de la floresta mágica, que vendieron un promedio de sesenta mil ejemplares cada uno, una cifra sorprendente para la literatura argentina. Pero su carrera se vio abruptamente interrumpida debido a su fallecimiento durante una operación destinada a inyectarle grasa en las caderas, idea que parece haber provenido de su agente y corresponderse con un aumento de peso de la escritora británica que fue su modelo.

 

Sareti, Ilisvo 

(¿?, ¿1890? - ¿?, ¿1940?)

 

Mencionado por César Tiempo en su memoria de escritores argentinos cercanos al Grupo Boedo, lo único que sabemos con seguridad sobre I. S. es que no se llamaba I. S. Pero no sabemos cuál era su nombre verdadero, si escribió realmente algo, y en ese caso qué, y si todo no fue una broma de Tiempo o de alguno de sus amigos. 

ACERCA DEL AUTOR


Patricio Pron

Autor de la novela “Mañana tendremos otros nombres”, ganadora del Premio Alfaguara 2019. En 2010 la revista Granta lo seleccionó como uno de los 22 mejores escritores jóvenes de Latinoamérica. Ha sido traducido a más de diez idiomas.