Corrector de pruebas

 Hay pocos placeres más grandes que descubrir un error en el texto de algún autor importante.

POR Guillermo Angulo

Enero 27 2021
Corrector de pruebas

Jorge Luis Borges • © Sophie Bassouls | Corbis 

 

Más que lector soy –o mejor, quisiera ser– corrector de pruebas. Y no ejerzo, porque es el oficio más injustamente pagado de toda la cadena editorial. Mis libros están llenos no de inteligentes anotaciones –no he encontrado una sola en las relecturas– sino de correcciones. El goce de descubrir un error (donde menos se piensa salta el gazapo) va en natural proporción a la importancia del autor.

Ya Augusto Monterroso en su delicioso artículo “Sobre la traducción de algunos títulos”, que forma parte del libro La palabra mágica, había osado corregir a Borges, no sin cierta vergüenza, sobre el significado de la expresión The Sound and the Fury, por lo general traducida como El sonido y la furia:

El sonido y la furia de William Faulkner, que suena tan bien y sugiere tanto desde que alguien sin mucho amor al Diccionario tradujo literalmente el pasaje de Macbeth, en que éste propone que la vida es un cuento contado por un idiota, pero a quien jamás se le ocurrió que las palabras siguientes en que se apoya: “full of sound and fury” iban a ser traducidas por otro quizá no tan idiota pero quien ni de broma intentó preguntarse qué cosa fuera eso de un idiota lleno de “sonido y de furia”. [...] Por ahora yo sólo me atrevo a proponer a ustedes que vean en su Concise Oxford Dictionary lo que “sound and fury” quiere decir en el texto de Shakespeare: únicamente «bla bla bla».

Pues yo voy a llover sobre corregido y me voy a meter nada menos que con el mismo Borges y su carnal Bioy (Casares era a Borges lo que Marcelo al cómico mexicano Tin Tan). En una entrevista cuenta Jorge Luis Borges que él aprendió italiano leyendo una versión bilingüe de La Commedia de Dante, mientras viajaba en tranvía al trabajo. Eso es como decir que un extranjero aprendió español leyendo el Mio Cid o al Arcipreste de Hita, que ambos necesitan traductor hasta para los que creemos saber español. ¿Cómo haría Borges, con ese idioma dantesco, para pedir un cappuccino o comprar un billete de avión? Allá él. Pero en una anécdota que le relató –y que trae a cuento en su mamotrético diario Adolfo Bioy Casares– el chismoso de Borges dice:

Cianciòlo, agregado cultural de la embajada italiana, estaba muy enamorado de Giselda Zani, una escritora uruguaya, sumamente gorda. Un día tiene que tomar el té con ella y la llama por teléfono para avisarle que va: “Giselda, vado subito”. Sale precipitadamente, cae, por una trampa del piso, al sótano. Se rompe todos los huesos. A quienes lo socorren, pide: “Un teléfono, un teléfono”. Se lo dan, marca un número, exclama: “Giselda, non vado” y pierde el conocimiento.

¿Y dónde está el error? Que en italiano, en este caso, se usa un verbo que aparentemente disuena con la lógica de nuestro idioma: no se dice vado, sino vengo: Giselda, vengo subito, Giselda, non vengo. Ése es el problema de creer saber italiano porque se leyó a Dante en su idioma original. También se equivocan muchos hispanoparlantes cuando, a la salida de los buses, se encuentran a la única salida con un letrero imperativo, vietato salire, que en realidad quiere decir “prohibido subir”.

Finalmente, no veo qué tiene que ver lo de “sumamente gorda” en la historia, porque el que se cae es el italiano, aunque no sabemos si era “sumamente flaco”. Hay que decir lo obvio, sí, que las gordas también tienen su corazoncito.

 

ACERCA DEL AUTOR


Guillermo Angulo

Fue director del periódico Ciudad Viva y actualmente regenta la Orquidiócesis de Tegualda.