Alma sin mundo

El colmillo de la esfinge. 

POR José Covo

Octubre 20 2022
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Estar loco y ser filósofo son, en realidad, cosas muy parecidas... He conocido muchos ejemplos de ambos... Yo mismo he sido tan loco como cualquiera... Y ahora escribo esto, aquí, que usted lee porque le ve algún valor. La verdad es que estando delirante y alucinado aprendí muchísimo... Se sale tanto de la realidad, uno, pensando, pensando de verdad, como perdiendo completamente el sentido de lo que llamamos La Vida. Loco y filósofo se hermanan en su posición extrínseca con respecto a eso del sentido común... ¿Qué es ese tema? El sentido común no es tan común, etc... Sí puede ser. Pero, habiendo renunciado a toda concepción recibida de cómo son o cómo deben ser las cosas, el sentido común se vuelve como la orilla del mar... donde apenas mojas los pies, antes de meterte por allá en lo hondo... Nadie, ¡nadie! Sabe nadar... Los filósofos se inventan, cada uno como por primera vez, un estilo de nado o flotación novedoso... El loco se hunde... ¡Se ahoga! Y vive así, ahogado, sin respirar... Sin casi recordar, que existe la arena... Entonces... Si, como yo insisto, con impulso delirante, las verdades solo son verdaderas con respecto a las preguntas que se hacen previamente... la verdad no está ahí y ya... Si eso de la verdad es así, un circuito local como un chiste, o algo... ¿Quién está más en la verdad? ¿El filósofo, con su nado elegante y diestro? ¿O el loco, que deja que el agua de lo que existe se le meta en los pulmones y se vuelve, él mismo, agua, y casi no persona? Depende, como digo, de cuáles sean nuestros requerimientos para lo verdadero... En eso ya usted está solo, lector, y le toca inventarse cómo quiere nadar.

            En mi libro Cómo abrí el mundo abordo esta idea... Es un texto autobiográfico, sin ninguna ficción... Solo cambié los nombres de los implicados... Sí, la memoria ya es una ficción, etc... Y lo que cuento es mi versión... Pero yo puse ahí lo que recuerdo y lo que me parece que fueron esas cosas... Con tanta honestidad como tengo constitucionalmente disponible. No se le puede pedir más, a nadie. Uno establece su circuito local de verdades lo mejor que puede... con más o menos consistencia... con humor o tragedia, y así.

            La novela es la historia que empieza cuando me voy de Cartagena a Bogotá, a los dieciocho, a estudiar artes en Los Andes... Poco después comencé un proceso de psicoanálisis... Y yo por mi lado leía mucho... Y consumía drogas sin ningún tipo de control o prevención... Todo era parte de un esfuerzo por descubrir la naturaleza oculta de la realidad... Asumía que había una naturaleza oculta... Más allá de lo aparente... Que, rompiendo los límites de la experiencia, llegaría a ese lugar... Una cosa como espiritual, ¿no? Mística... Un misticismo desbocado... Una espiritualidad que debe ser la de los condenados al purgatorio... Una necesidad de expiación... El esfuerzo desesperado por obtener el Perdón... ¿Perdón de qué? De existir... ¡Cuánta culpa! Haberse atrevido a aparecer aquí, del lado donde las cosas son... Al mismo tiempo es la pregunta que nos anima, al fondo de todo lo que hacemos... ¿Por qué existo? No podemos evitar buscar esa respuesta... Y hacemos de todo para justificar el hecho de haber nacido... Eso es lo que me parece a mí.

            Entonces me dediqué a romper todas las reglas, en esos años... A retar todas las concepciones de todo... Nada era lo que era... Todo estaba por verse... El impulso filosófico... atreverse a pensar todo como por primera vez... Y, al mismo tiempo, una manera de vivir que puede llevar más allá de la cordura... A lo hondo... Y, a esa edad, no supe nadar.

            En mis delirios y alucinaciones perdía el mundo, pero también ganaba aspectos de él... Deliraba y filosofaba al mismo tiempo... Recuerdo, por ejemplo, la sensación que me agarraba a veces... De estar en el espacio... Como si no hubiera atmósfera... Como si no estuviera, en ese momento, arropado por la tela mancomunada del sentido de la vida... Y me daba frío... Un frío que no era una baja temperatura... Era el frío de la ausencia de sentido... Y me daba miedo sentirme así, flotando en la inmensidad del universo, sin referentes estables que determinaran lo que eran las cosas... Lo que era yo.

            Y también sentí durante mucho tiempo que la gente no existía... Cuando conversaba con los demás tenía la impresión de estar hablando con los conceptos que los sostenían sin que se dieran cuenta... El agregado de ideas que habían acumulado para justificar su presencia humana... Y yo tampoco existía, mis conceptos también hablaban por mí... Y todos éramos como las mascotas de las ideas, que nos usaban para satisfacerse... Dándonos como recompensa lo que se les da a las mascotas, un poco de cariño animal... Un poco de sentido, de pertenencia... Que lo saquen a uno a hacer sus necesidades de animalito... Y ya, no preguntamos más.

            Pero cuando, por ejemplo, veía al demonio de Tasmania corriendo en su lugar, sin moverse... No sé qué filosofía podría haber ahí... Lo veía, corriendo, riéndose, y se transformaba en otras cosas... otros animalitos, el pato Donald, lo que sea... y a veces en cosas francamente incomprensibles... A mí me gustaba todo eso... Me gustaba estar loco... ¡Era interesante! No me daba miedo... Por lo menos no al principio... Pero cuando ya estás tan lejos de la orilla que no entiendes, en realidad, nada de lo que te pasa, la cosa cobra otro matiz... La realidad se vuelve un asunto... infernal. El mundo se puebla de demonios... el conjunto entero de ciudadanos se pone de acuerdo para vigilarte... Siempre saben dónde estás, saben todo lo que piensas, eres transparente... Pura agua, y no casi persona... Y, para mí, pasar del ahogo y el desespero a este nado que he podido improvisar me tomó años... diez, doce años... Y eso ha sido mi adultez, una clase de natación... y poco más.

            Lo que me interesa dejar aquí, por último, es la idea de que ahora, con esta columna y con mis libros, hago lo mismo que hice a los veinte años, con el comportamiento medio criminal y el reto a todo lo que pudiera agarrar... No he hecho otra cosa que retar todas las concepciones que definen al mundo... Estoy abocado al preguntar... Preguntar, insistir, volver a preguntar... Ninguna respuesta me satisface... Siempre hay más para donde echar... Este impulso no es para nada saludable, me parece a mí... Nunca voy a llegar a ningún sitio... Solo a más preguntas... Y eso, ¿es nado? ¿O ahogo?

            Lo saludable, tenemos que decirlo, es encontrar una satisfacción suficiente, casi plena... en una estructura de sentido determinada... Un conjunto, un sistema... unas cuantas preguntas bien formuladas con sus respuestas postuladas con la claridad suficiente... de manera que podamos organizar nuestras acciones y pensamientos dentro de esa estructura... Y así nos construimos una casita alrededor de la experiencia inmediata... una casita de sentido donde vive adentro la percepción... todo lo que nos dicen nuestros sentidos. ¡Eso es la salud! ¡La buena vida! Sea como sea la casita. Y... ¿es verdad? ¿La casita? ¡No sé! Yo no creo... Si hay tantas, tan diferentes e irreconciliables... ¿Cuál es la Verdadera Casa? ¡Cualquiera! Y ninguna... ¿Qué podemos hacer? Este animalito no puede más. Entonces, de pronto, la gente como yo... ¡Indigentes! ¡Ninguna casa nos gusta! Queremos es andar... coger calle... ¡Eso es lo que nos satisface! De pronto esta gaminería que llamo vida le pueda servir a los que sí quieren hacer hogar... ¡Ojalá! Que, andando, echando pata, mirando desde afuera por todas las ventanas, ayude, de alguna manera, a vivir mejor. Esa idea me tranquiliza... ¿No será esa mi casita del sentido? Creo que sí, puede ser... Tal vez, después de todo, tengo dónde llegar por las noches... ¡Me esperan! Las mil cositas innombrables que llamamos experiencia... ¡Me quieren! ¡Las ideas! Eso me dicen mis cuadritos sobre las paredes... ¿No nos dicen lo mismo a todos?

ACERCA DEL AUTOR


José Covo

Ha publicado las novelas Cómo abrí el mundo (Planeta, 2021), La oquedad de los Brocca (Caín Press, 2016) Osamentas relampagueantes (Caín Press, 2015). A través de su escritura aborda la fragilidad de los conceptos y las fantasías con los que se negocian, entre los miembros de la especie, el problema del estar-aquí. Fue pintor antes de escribir cualquier cosa, soñador lúcido antes de empirista, y cree que el agua le entra al coco desde un adentro más interior.