Cthulhu público

El colmillo de la esfinge. 

POR José Covo

Noviembre 18 2022
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Ese tema del sinsentido... una de mis preocupaciones fundamentales... La fórmula que vengo repitiendo es La vida no tiene sentido, pero no podemos saberlo... Es decir, podemos hacer la deducción, intelectualmente, como quien resuelve una ecuación matemática... Y decimos, sí, es verdad, el sentido se lo ponemos nosotros, no está ahí como tal... La vida no tiene sentido, es verdad... Eso decimos... Pero luego no podemos en realidad saber eso... ¿Cómo sería saberlo? Vivirlo, digo yo... Ponerlo como respuesta a nuestro trajinar vital... Pero, ¿cómo podríamos hacer para hablar sin que lo que decimos tenga sentido siempre? ¿Cómo podemos mirar a los demás? Nuestros sistemas de sentido son tan efectivos que producen sentido a partir de lo que no lo tiene... Entonces si hablo en jerigonza, diciendo incoherencias, el sistema produce el sentido de “lo incoherente¨... ¡Está loco! O ¡Está diciendo incoherencias! Y ya nosotros entendemos algo en la incoherencia... Ya significa algo eso de ser incoherente... Así que, si incluso las acciones “sin sentido” tienen el sentido del sinsentido, ¿cómo podemos vivir sin sentido? ¿Cómo podemos saber, de verdad saber, que la vida no tiene sentido? Si ya eso, dígame si no lector, nos suena a depresión, a extravío existencial, a locura... Pero el sinsentido verdadero no sería nada, en realidad... Ni nada ni algo, ni otra cosa... Ni siquiera sería él mismo su propia cosa... Porque el sinsentido es un no-ser... o mejor, ni un ser ni un no-ser, ni lo uno ni lo otro, pero tampoco ambos al tiempo, y tampoco ninguno de los dos, algo así... No es fácil, como digo...

            Sin embargo, creo que sí alcanzamos a rozar algo de ese fondo inaccesible... de maneras indirectas, medio imaginadas... Ese fondo, donde ya nada es nada, donde ni siquiera la nada está ahí para ser ella misma, es lo traumático mismo... El trauma fundamental del existir... ¡El grande! El trauma que subyace a todos los traumas... la intuición, lejana y por momentos breves, de que nada existe... De que todo esto que llamamos la vida es como una alucinación... Que estamos delirando el sentido, todos juntos... Y en esos momentos de intuición o imaginación, cuando alcanzamos a sentir algo de eso... medio comprendemos que es eso, un delirio, esto del sentido... pero solo por momentos, más imaginado que pensado en realidad.

            Porque... ese fondo donde nada es nada es estrictamente impensable... No es algo que pueda tener propiedades y funcionamiento, que son las cosas que normalmente incluimos al pensar en algo... No es nada, ni siquiera le cabe el concepto de nada...

            Entonces lo traumático no es la experiencia de eso... porque no hay nada ahí para experimentar... lo que experimentamos, cuando lo intuimos, es la posibilidad de experimentarlo... Sentimos que es, de alguna manera, posible experimentar la falta de sentido... Así, como hipótesis, como especulación, ya es traumático... El mero sueño de ese fondo ya es insoportable... el solo hecho de mencionar la posibilidad del sueño...

            Así que es cuestión de experimentar lo inexperimentable... algo así... experimentar la imagen de la ausencia completa de experiencia... Eso es la intuición de que la experiencia es alucinada... que nuestro mundo interno está solo aquí dentro de nosotros, y no ahí, afuera, en el mundo... Suena estúpido, pero vivimos toda nuestra vida como si las cosas que pensamos estuvieran de verdad allá afuera... Que las cosas son así como las nombramos... Que el átomo se llama átomo, ese es su nombre, y ya... Eso es la cosa. Nosotros también nos llamamos como nos llamamos, y ya... Eso somos... Somos nosotros mismos, completamente... Como el átomo es todo átomo... Y ahí está.... al fondo de todos los nombres y todas las propiedades de las cosas... Ese fondo del mundo... Que ni es ni no es... Impensable por definición... Experimentable solo como una imaginación, un sueño de lo que puede significar... Solo podemos vivir la falta de sentido dentro del sentido... Porque el sentido es nuestro hogar... nuestra casita... Metemos esa imagen del sinsentido aquí dentro... y le damos un nombre... Y nos parece horrible, porque contradice todo lo que hacemos en el día a día... Pero la verdad es que no lo contradice, solo demuestra lo pequeños que somos... demuestra que el sentido del universo lo tenemos aquí, en nuestro kilo y medio de materia cerebral... El mismo cerebro que cualquier otro animal...

            No conviene, en verdad, pensar demasiado en esto que estoy diciendo aquí... Yo lo pienso porque me parece que es verdad, pero no conviene, no... A mí es que me gusta eso, buscar por dónde está agarrada la cosa... el mango del sartén, y ese tipo de metáforas... Yo vivo para eso... Igual, como digo arriba, uno no alcanza a llegar nunca a esto del fondo de todo, donde ya las cosas no son cosas, ni nada de eso, todo lo que digo aquí... Esas también son metáforas... intentos de apuntar hacia donde estoy mirando mientras escribo... Al final todo son metáforas, y no la cosa misma... ¿Qué sería la cosa misma? No sé, la verdad... algo así como que la palabra viniera ya por dentro del objeto... pero eso ya es el territorio del delirio... de la revelación mística... Y yo, por ahora, no quiero ponerme místico... Más adelante veremos... Si por fin me escapo hacia la imaginación, a refugiarme en ese territorio tan colorido y variado... Es posible, a alguna gente que admiro le ha pasado... Y, bueno, si me pasa, seguiré escribiendo, y tal vez eso también sirva de algo, no sé.

           

 

ACERCA DEL AUTOR


José Covo

Ha publicado las novelas Cómo abrí el mundo (Planeta, 2021), La oquedad de los Brocca (Caín Press, 2016) Osamentas relampagueantes (Caín Press, 2015). A través de su escritura aborda la fragilidad de los conceptos y las fantasías con los que se negocian, entre los miembros de la especie, el problema del estar-aquí. Fue pintor antes de escribir cualquier cosa, soñador lúcido antes de empirista, y cree que el agua le entra al coco desde un adentro más interior.