Editorial moda: La interpretación, cine y más tablas

Tras una carrera apuntalada ya casi por tres décadas en teatro, televisión y cine, Cristina Umaña deambula entre los pilares que definen hoy sus días y enhebran escenarios íntimos y públicos. 

Investigación de María José Montoya, fotografías de Ricardo Pinzón y estilismo de Angélica Diazgranados.

POR Cristina Umaña

Noviembre 08 2023
Fotografía de Ricardo Pinzón

Fotografía de Ricardo Pinzón

Vestuario: Conjunto (Pantalon y Blusa) Chanel / Accesorios: Cuello Chanel / Aretes Yaquut / Calzado Patricia Mejía.
Vestuario: Conjunto (Pantalon y Blusa) Chanel / Accesorios: Cuello Chanel / Aretes Yaquut / Calzado Patricia Mejía.

Un soplo sobre el puño y tiro los dados a que rueden por la mesa. Allí, conectan un relato, que es también mi historia con “las tablas”, como llamamos en el teatro a los escenarios y a la experiencia. Decimos que alguien “tiene muchas tablas” cuando se ha curtido a fuerza de presentarse una y otra vez, prestando su energía a esas presencias inmortales y efímeras que dejamos que nos habiten. 

Mi memoria habla con certeza, aunque sea imprecisa. Miro esos dados y recuerdo un cuento de Borges en que él exploraba cómo, poco a poco, las personas terminan confundiéndose con sus circunstancias. Con la forma de su destino. Esa conjunción me da ya un momento afortunado: el de estar presente aquí y ahora. 


*


Recorro un teatro imaginario. Cierro los ojos y elijo al azar. Subo los escalones hacia un palco. Pienso en el nomadismo, que es nutrición, aventura, investigación. 

Toda mi vida he estado en movimiento. La itinerancia te arriesga: yo fui a estudiar a México, a Nueva York, a Europa. Viví un tiempo en Miami, luego en Ciudad de México, exploré Los Ángeles, y vuelva que vuelva a Colombia. Es una necesidad de mi espíritu. Me gusta incomodarme, respirar aires nuevos enriquece el alma. 

Antes de ser mamá ese nomadismo era más fácil. Hoy, mi hijo Baltazar es mi brújula. A su edad necesita arraigo y ser parte de un entorno. Y, así, yo también. Enraizarme ha cobrado valor propio. 

Confieso, en todo caso, que apenas me asiento, los lugares me pican. Y es que tengo que andareguear. Los pequeños paseos del fin de semana compensan ese pulso móvil en el arraigo. Es que el nomadismo es mucho más que el movimiento. El desplazamiento en sí mismo, para mí, resulta en un trueque maravilloso: me permite observar, en vez de sentirme observada. Ese regalo del anonimato que permite desplazarse, esa libertad, es una fuente para recuperar la espontaneidad. La privacidad ofrece ese lujo, por eso la cuido tanto.

Creo que el nomadismo hay que verterlo en las elecciones de la experiencia. Una de mis maestras lo advertía. “Vayan a conciertos. Vayan a los museos. Aliméntense de todas las artes”. ¡Cuánta razón! Es en la multiplicidad vital donde están las herramientas para trabajar en las tablas. Entre más presente esté un actor, entre más absorba de su entorno, mejor aprovechará esa riqueza. El entendimiento inconsciente de la humanidad, sobre el que se construye la interpretación, se cultiva rompiendo el encierro.


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Me miro desde el palco. Soy nómada, sí, pero hogareña. Amo mi casa. La compongo, la desarmo, la reconstruyo. Mi pasión por la moda y por esos depósitos de energía creativa que son los objetos exige un refugio donde atesorarlos. 

Me pregunto qué es lo que conservo al moverme tanto. Uno cambia, entre otras, para resguardar algo. Viene la palabra inmediata: es el asombro. La capacidad de sorpresa es un privilegio. Algo hay en ella de entusiasmo, pero mucho más de milagro. En mis meditaciones, cada mañana, pido que esa llamita no se me apague. Asocio el asombro con la gratitud. Quizá tras mi nomadismo palpita el deseo de sentirme agradecida con poder sorprenderme. 

Es aterradora la idea de ir por la vida “marcando tarjeta”, ¿no?, como asistir a los eventos esperando que terminen. Me ha pasado. Ante ese pasmo, prendo las alarmas. Amo mi trabajo. Me niego a trivializar lo que más felicidad me produce: la diversión, el gozo, la conexión creativa, la exploración. Creo que hay que cuidar la lujuria de la sorpresa y, así, procuro conservar el deseo.


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Cierro los ojos. Me imagino saliendo de un camerino y medito en la educación. Vienen estas dos palabras: solidez y conocimiento. Quizás son los premios que deja la disciplina. Es esencial en mi carrera: el método y la responsabilidad se enseñan. No digo que yo sea naturalmente disciplinada, pues mis rutinas son adquiridas. Quizá porque soy, de hecho, tan laxa, las sostengo a conciencia. 

Cierto. Esta forma de ser mía, tan desenfadada, a ratos es un talón de Aquiles y dispersa. Si uno tiene tiempo libre, como cuando descanso meses entre proyectos, la disciplina permite aprender. Esas pausas son esenciales, hay que sacarles provecho. Yo me cultivo. Juego sin afanes con mi entrenadora de actuación, estudio inglés, veo espectáculos. Ya llevo una carrera de veinticinco años. Pucha, ¡es un cuarto de siglo! Sin disciplina y descanso habría sido imposible sostenerla. Hoy la constancia facilita ciertas cosas. 

 

Vestuario:  Chaqueta Carolina Ronderos / Vestido Carolina Ronderos / Aretes Yaquut.
Vestuario:  Chaqueta Carolina Ronderos / Vestido Carolina Ronderos / Aretes Yaquut.

 

Hacer deporte, por ejemplo. También meditar. Respetar el momento para esa conexión conmigo misma ha sido un entrenamiento, y darme ese espacio de silencio sí que es nutritivo, mucho más allá de mis procesos creativos. 

Ser mamá es una experiencia en la que hace eco la disciplina. Es esencial en la crianza. Con Baltasar he ido aprendiendo a forjar esas rutinas. De niña tuve una educación tradicional, cuadriculada. Estudié en un colegio de monjas españolas; eran chéveres, muy de la línea de la Teología de la Liberación, bastante abiertas y con un compromiso social fantástico. Aunque tuve maestras increíbles de literatura, de historia del arte y de teatro, que, además, me acompañaron al decidir ser actriz, allí yo sufrí mucho con otras materias. ¡Cómo habrá sido, que hasta hace poco una de mis pesadillas era estar de nuevo en clase de trigonometría! Yo quería actuar todo el tiempo y me fascinaba que me contaran historias, pero, de resto, padecía horriblemente esos ritmos. 
 

Por eso, para Baltazar elegimos un colegio que se adaptara a sus tiempos de aprendizaje. Es un modelo personalizado, y así los niños desarrollan una versión auténtica de sí mismos. ¡Pero es un reto! Entre más libertad les das, tienes que volverlos más responsables. Eso implica acompañar muy de cerca su proceso académico y exigir las rutinas que entrenarán su propia disciplina. El deporte es una herramienta deliciosa en ese empeño. También me parece vital la presencialidad escolar. Es invaluable permitirles compartir físicamente con sus entornos. Me importa muchísimo la presencia. Todo lo que podamos hacer por cultivarla nos enraíza; y allí es que la educación deja su tesoro: el conocimiento personal, que permite luego enfrentar y disfrutar los zarandeos de la vida.


*


Paso mentalmente la mano por el rack, separo las piezas, las observo, las siento. Imagino ese ritual de vestirse para interpretar a alguien. Pienso en la palabra “juego”.

El vestuario es una herramienta poderosa. Es un anzuelo que pica el alma de los personajes y se deja luego transportar a mi cuerpo, al escenario y a la audiencia. Para operar este vehículo de los espíritus hay que trabajar antes en conocer a fondo el personaje. Porque, si no hay emoción, el vestuario es inútil. 

En mi método de pesquisa emocional, la exploración comienza con trabajo de escritorio. Aparece de nuevo la tabla e investigo de dónde viene la historia. Con esa información, paso al trabajo con mi coach, María Victoria Hernández, que me ha acompañado hace años. Ese entrenamiento actoral es muy rico. Ocurre en su estudio, donde conversamos sobre el personaje y su pasado. Así entendemos su memoria emotiva y exploramos improvisaciones mías, poniéndolo en distintas situaciones. A María Victoria le gusta mirar el eneagrama. Es un método para encontrar los arquetipos que definen las pasiones y las fijaciones de la personalidad, y entender las tendencias inconscientes de los personajes. Sobre eso descubrimos qué herramientas tomar para encarnarlos de forma orgánica. 

 

 

Cuando los personajes provienen de historias reales, el reto con su historicidad y con la honestidad para abordarlos es especial. Primero voy al material periodístico y aquí la moda es superelocuente para interpretar las circunstancias de los personajes. Se convierte en una herramienta para que mi cuerpo se comunique con ellos. Cuando me visto para interpretar a alguien, las piezas tienen una carga de verdad. Y me la entregan. Hay que estar lista para recibirla.

Esto fue evidente en 2022, cuando trabajé en Noticia de un secuestro. Mi personaje era el de Maruja Pachón, periodista e intelectual pública: dirigía el Fondo Nacional de Cine, estaba casada con un abanderado de la extradición, que entonces ponía tan nerviosos a los narcotraficantes, y además era cuñada del candidato Luis Carlos Galán, a quien Pablo Escobar mandó asesinar. Ella se movía, pues, con elegancia en las esferas de la política. Esas blusas de seda, esas medias veladas, esas carteras de cuando estaba libre me permitieron adquirir una corporalidad particular, que transformó su secuestro. Las mismas medias, ahora rotas, las mismas blusas, ahora arrugadas y manchadas de sangre en la ruindad del encierro, ese desgaste y esos desgarros de las fibras, me iban traduciendo lo que pasaba con el cuerpo y el alma de Maruja. 

 

 Vestuario:  Vestido Chanel /   Aretes Chanel.
 Vestuario: Vestido Chanel /  Aretes Chanel.


En esa serie, el director decidió usar un vestuario adicional para el secuestro larguísimo de Maruja. Eligió sudaderas de hombre y camisetas de fútbol usadas, que a ella le quedaban grandes. Estaban limpias, pero amarillentas del trajín. Cuando me las puse en la prueba de vestuario, vi cómo mi figura se fundía con el personaje. Con esas ropas, el cuerpo se comportaba de una manera distinta. El vestuario me entregó la vejación y la dignificación del alma de Maruja en ese tránsito violento. 

Como los accesorios, como el maquillaje, el vestuario es un lenguaje. Porta datos que los actores nos apropiamos y recibe la audiencia. A veces hace magias. Con la interpretación correcta, una carta antigua, un abrigo o un juguetito que acompañó al personaje en su infancia acarrean emociones que no necesariamente se entienden, pero que sí se sienten. La moda porta esas capas de sentido y sensación. 

El profesionalismo de vestuaristas y maquilladores supera para mí el set. Más de una vez me ha pasado que vestirme para interpretar a alguien me inspira el clóset. O, al menos, el deseo. Me sucedió con el personaje de Judy Moncada en Narcos, que tenía una ropa exquisita, de finales de los años ochenta. Con esa personalidad “show-off”, a Judy le elegían cinturones, carteras, aretes, lentes. Yo me ponía esas piezas de Versace, me soltaba ese pelo, y ¡uff!, le decía a María Estela Fernández, nuestra vestuarista, “¡me encanta todo!”. Era verdaderamente deseable.

 

Vestuario:  Blusa Atelier Crump /   Corset Jorge Duque/   Pantalón Jorge Duque /  Calzado Chanel / Aretes Joyería Cano.
Vestuario: Blusa Atelier Crump /  Corset Jorge Duque/  Pantalón Jorge Duque / Calzado Chanel / Aretes Joyería Cano.

 

En mi vida fuera del set, me encanta la ropa. No soy esclava de la moda, pero me fascina apreciarla, disfrutar la creatividad de los diseñadores y portarla. Elijo según mi ánimo y la uso para transmitir lo que voy sintiendo. Es lo mismo al vestir la mesa, así vaya a comer sola, y también cuando quiero tener un gesto especial con alguien. La atención y el tiempito puestos en esas elecciones transmiten esa emocionalidad y nos conectan.

 

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Cierro los ojos y me imagino, bajo la luz, en el centro del escenario. Pienso en qué significa el glamur y escribo estas dos palabras: exposición y deleite.

 

Vestuario: Chaqueta Cubel/ Calzado Chanel/ Aretes Yaquut/ Turbante Chanel.

 

Hay una belleza del agradecimiento implícita en vestirse para exhibirse. En mi vida pública asisto a distintas galas. Concibo el glamur como algo exquisito y lo asocio con las celebraciones. Es como ese postrecito que me como de vez en cuando. Y siempre hay una ocasión especial para el glamur. Como la hay para el postre. Son ocasiones que ameritan el despliegue y el gozo. 

Cuando voy a las alfombras rojas, elijo minuciosamente lo que me pongo. Tengo que estar cómoda, pero, sobre todo, necesito que esos momentos sirvan para compartir los proyectos que construimos con tantos en nuestros equipos. Aparte de mi estilo personal, que he ido aprendiendo a definir, no manifiesto aquí otro activismo que el de la gratitud. Entre otras, porque soy respetuosa de mis causas, y me parece riesgoso y facilongo adoptarlas con ligereza, sin saber bien qué compromisos honraremos en serio. Eso sí: cuando elijo piezas de diseño colombiano para estos momentos sublimes, es porque charlan sin el menor complejo con cualquier diseño sofisticado del mundo. Es impresionante el nivel que han alcanzado nuestros creadores. Y sí que merece luces y un largo aplauso.

 

Vestuario: Falda y blusa Priah / Calzado Marargent / Sombrero Daniel Nyström.
Vestuario: Vestido y Malla Renata Lozano / Aretes Yaquut / Calzado Marargent.
Vestuario: Vestido Chanel / Aretes Chanel / Zapatos Chanel.

 

 

 

Fotografías: Ricardo Pinzón

Dirección de estilismo: Angélica Díazgranados

Maquillaje: Óscar Sánchez

Producción general: Valeria Palacios

Producción de campo: César Palacios

Bebidas: San Pellegrino

Locación: Centro Nacional de las Artes. La Candelaria, Bogotá

ACERCA DEL AUTOR


Actriz de cine y televisión. Ha actuado en más de veinticinco series y telenovelas, así como en una decena de películas y obras de teatro. En 1998 ganó el Premio India Catalina a Mejor Actriz de Reparto por su papel en La mujer del presidente. En cuatro ocasiones ha recibido el Premio TVyNovelas.