El arte ciego

El colmillo de la esfinge.

POR José Covo

Septiembre 08 2022
El arte ciego

...Como cuando surfeaba. Uno va sobre la ola y no es capaz de pensar en nada... En nada en lo absoluto. ¡La ola es muy grande! Incluso las pequeñas son grandes... La idea misma de la ola es de una magnitud... abominable, quiero decir. Pero mejor formidable, imponente... Aunque, abominable también. ¡Da miedo! ¡El mar! ¡La energía del mar! El corazón de la sal... ¡No hay tiempo! ¡De pensar nada! Solo reaccionamos a lo que la ola nos dice, intentando lo mejor que podamos no caer... Y si caemos, hacer lo mejor posible por no partirnos la cara contra la fibra de vidrio de la tabla... o las quillas, que van por debajo cortando el agua, dándonos dirección. Así... así me parece ahora lo que es la escritura.

            Porque, ¿quién escribe? En una columna anterior, titulada “Escribir sin lenguaje”, dije que yo no leía literatura, sino solo escritura que luego se convierte en literatura. Ahí expliqué lo que quería decir... Ahora quiero hablar sobre cuál es exactamente la diferencia entre un escritor que escribe literatura y uno que solo escribe. ¿Cuál es la diferencia fundamental? Que el que escribe literatura ya sabe lo que es la literatura... Ya sabe lo que son las cosas, lo que es el mundo... El que escribe, por el contrario, no sabe nada de eso... ¡Es un ignorante! Un idiota... Es eso, hay que ser estúpido para escribir bien.

            Pero, obviamente, estoy siendo un poco malicioso... No es cualquier imbécil el que escribe... ¡Es un imbécil eminente! Hace de la estupidez un arte... Un arte que no ve más allá de sí mismo... Un imbécil que, escribiendo, solo ve más escritura... Y no llega, realmente, al mundo... Porque estar en el mundo es tener sentido común... Saber cómo vivir... Y una persona de baja inteligencia por lo general sabe cómo vivir... Su vida es tan simple como él... Sabe cómo satisfacer sus necesidades y deseos, que no van más allá de lo inmediato...

            El que escribe lo hace porque no sabe vivir... Escribiendo intenta resolver algo de ese problema... Si no sabe vivir, por lo menos puede intentar definir los términos de la existencia... Por primera vez, siempre. El que escribe escribe siempre por primera vez. Surfeando iba así... cada ola era la primera ola... A pesar de que cada vez ganaba una mayor maestría... ¡Pero es que surfeamos sobre la nada! Sobre el azar, que no es un objeto definible... Sobre eso del Caos, que tanto misterio nos produce... ¡Pero el misterio ya es algo! Ya no estamos frente a la cosa... Mientras el mundo tenga propiedades, no es El Mundo, sino una representación... ¿Y de dónde vienen las partes y los atributos de esa representación? Tal vez no le guste la respuesta, lector, especialmente si usted sabe muy bien lo que es la vida... Pero en la representación del mundo estamos representando lo que queremos de Él... Estamos satisfaciendo, a través de nuestras imágenes y fantasías, lo que deseamos... Así que El Mundo es siempre reflejo de nuestras propias necesidades... ¿No es así? ¿Que vemos a las cosas como puestas ahí para nosotros? ¿Que los planetas están por allá lejos para que los colonicemos? ¿Que El Universo nos manda mensajes sobre lo que debemos hacer o no? Incluso, cuando sufrimos un accidente, nos sentimos castigados... ¿Por quién? Por El Papá... Es que nunca paramos de ser niños, mamíferos que somos... Uterinos, dependientes de nuestros mayores hasta bien entrada la adultez... ¡Huérfanos! Eso somos... Pero nadie lo sabe. Y, sobre todo, nadie quiere saberlo. Nadie puede.

Al escritor le tocó enterarse de su orfandad... tanto como se puede, que no es mucho. Tal vez solo está de pelea con El Papá... pero eso es suficiente para no hacer lo que manda ese tal señor. ¡La orfandad! El único tema posible del arte... De la vida. Sin Padres, no hacemos sino buscar quién nos cuide... Nos diga qué hacer y por qué. Pero... ¿qué es lo que encontramos? ¿En el Cielo? ¿En las olas? ¿Un señor? ¿Una señora que nos puso aquí para satisfacer sus propios deseos? ¿Quién tiene deseos? El universo no, por supuesto... El universo solo desea seguir siendo universo... Y eso ya es una metáfora... Una manera de hablar de la gravedad y esas cosas... El movimiento de la energía y la materia... ¿Qué encontramos en nuestra búsqueda de la paternidad infinita? ¿Qué vamos a encontrar? ¡A nosotros mismos! Que nos desdoblamos y nos ponemos por allá arriba... Encima de todo... ¡Somos nuestros propios dioses! ¡La causa de la causa! ¡El sentido del sentido! Pero para que funcione ese juego de manos celestial, tenemos que también olvidarnos... No darnos cuenta de que somos los hijos los que nos proyectamos entre las nubes... ¡Que somos nuestros propios padres! Como esos niños a los que les toca ser adultos porque nadie los cuida... Pero no son –¿verdad?– realmente adultos... Les toca hacer como si lo fueran... De la pura orfandad universal.

Así que, cuando surfeaba, la ola era mi madre... Yo la ponía a ser maternal... ¡La mar! ¡Bondadosa! ¡Progenitora! ¡Llena de vida! Y todas esas imágenes que le ponemos para que satisfaga nuestros propósitos... De esa manera podemos sentir que surfeamos sobre algo, y no sobre la nada, que no tiene, en realidad, nada que decirnos... nada que ver con nuestros deseos y aspiraciones... Escribiendo, escribiendo, olvidamos esas imágenes... Y proponemos nuevas... solo eso, las proponemos... sin olvidar que somos nosotros quienes las proponemos... Y eso... Es una forma de la libertad, ¿no? Saberse huérfano... Saber que si nos rajamos la frente contra las piedras del fondo no es porque la sal nos odie... Nos la rajamos... porque sí, por ninguna razón en particular... Como la orfandad, que tampoco viene de algún orden previo... De alguna razón lógica que la haga necesaria... La lógica ya es lenguaje paternal... Es decir, inventado... ¿Qué lenguaje hay que no sea inventado? ¿Qué autoridad eterna lo podría producir? Por eso escribimos... Por ninguna razón en particular... Porque no hay, en verdad, razones... Solo Mar.

ACERCA DEL AUTOR


José Covo

Ha publicado las novelas Cómo abrí el mundo (Planeta, 2021), La oquedad de los Brocca (Caín Press, 2016) Osamentas relampagueantes (Caín Press, 2015). A través de su escritura aborda la fragilidad de los conceptos y las fantasías con los que se negocian, entre los miembros de la especie, el problema del estar-aquí. Fue pintor antes de escribir cualquier cosa, soñador lúcido antes de empirista, y cree que el agua le entra al coco desde un adentro más interior.