El brillo de lo impensable

El colmillo de la esfinge.

POR José Covo

Junio 04 2022
El brillo de lo impensable

 

Es vivir al revés eso de dormir doce horas todos los días y luego no hacer nada en particular la mayor parte del tiempo que estás despierto... sobre todo si en tus sueños, como en los míos de esos años, suceden verdaderas odiseas, ciclos épicos, mitos de creación e historias futuristas en las que entras y sales de otros universos, del espacio entre realidades, o estás en varias realidades al mismo tiempo, y nada tiene sentido... y, sin embargo, todo eso es verdadero y real... porque el sentido es un invento de los humanos diurnos. Allá abajo, o afuera, o adentro, donde me metía por las noches, las cosas tenían sentido sin tener que tenerlo... eran verdad sin tener que ser verdaderas... por eso vivía al revés, del otro lado del significado, en la contracara de lo que llamamos el mundo... y no, no estaba feliz, por supuesto, pero sí vivía muy interesado por todas las locuras que experimentaba, y el tiempo que estaba despierto dedicaba una parte nada despreciable de mis energías mentales a intentar comprender lo que había soñado la noche-mañana anterior. Y eso era la vida para mí.

            Sabía que estaba soñando, casi siempre... y vivía convencido de que el mundo de los sueños era como un internet espiritual... Cuando me encontraba allá con gente conocida del mundo despierto, y pasaban cosas... nos atacábamos, o yo mataba a alguno, o sosteníamos relaciones sexuales a veces más, a veces menos consentidas... yo me preocupaba, al despertar, de que esas personas fueran a saber ahora que yo guardaba esas violencias hacia ellos... ¡me daba culpa! Me sentía responsable de todo lo que hacía en esa realidad virtual... Otras veces conversaba con los habitantes de ese mundo, que no eran soñadores conectados sino seres que solo existían allá, sin posibilidad de salir o despertar... Yo les preguntaba qué les pasaba cuando yo me iba al mundo diurno, si toda esta realidad estaba en mi cabeza... A veces me decían que su mundo era independiente de quien lo soñara... otras veces se angustiaban mucho al enterarse de que eran seres soñados... me pedían que por favor no despertara, le tenían tanto miedo a la inexistencia como se lo puede tener cualquier mortal... Algunas veces lo intenté... quedarme de ese lado... convertirme, yo también, en un ciudadano de la fantasía... pero siempre, por supuesto, despertaba... y me sentía confundido... no estaba seguro de si había exterminado o no a una población entera...

            Frente a la bahía de Cartagena vi a un tipo calvo, de apariencia literaria, si sabe el lector lo que quiero decir... curioso, de gafitas y apariencia medio cómica, de esas personas que dan la impresión de tener mucho para contar... Se me quedó mirando, sonriendo como si supiera algo que yo ignoraba... sostuvimos esa mirada un tiempo y yo le dije, finalmente, “¿Qué eres?”. Bajó la sonrisa, se puso serio... “La temporalidad,” me dijo. Yo desperté de inmediato, muy asombrado, como si hubiera visto a un ángel, o algo así... no exagero, lector... duré meses pensando en eso que me dijo ese señor... dándole vueltas, intentando comprender... ¡meses! Meditabundo todo el día, incapaz de creer en este lado de las cosas...

            Hay mucho más que contar sobre mis sueños... no cabe todo en el día... pero ahora, años después de todo eso, cuando ya ni siquiera me gusta acordarme de lo que vivo en las noches, pienso en cómo ambos lados, este y aquel, se sostienen mutuamente... La vida es como un trabajo del espíritu, y el sueño es el juego, también espiritual... ¡necesitamos ambas cosas! La una no significa nada sin la segunda... Y, al mismo tiempo, hay mucha contaminación entre juego y trabajo... hay partes de la vida que se sueñan, y partes de los sueños, como digo arriba, que se viven, con toda literalidad...

            La belleza es eso, combinación de trabajo y juego... vida y sueño... Una obra de arte trabaja, de eso no hay duda... propone una mirada sobre algún aspecto de la realidad, más grande o menos... pero también hay mucha soltura, ¡imaginación! Que no significa nada concreto necesariamente... ¡el sueño! Las partes del mito y de todas las historias que no son directamente traducibles en trabajo, en vivir... y cuando vivimos, soñamos grandes significados que dan color y textura a lo que estamos viviendo... la batalla hacia el éxito, cuando pensamos en el heroísmo y el sacrificio... un amor que comienza o se acaba, y pensamos en los grandes amores de la historia y de la imaginación... y nuestro amorcito concreto, que sucede aquí en el vacío impensable del universo negro, no nos parece tan vacío ni tan negro... Si podemos amar como Romeo y Julieta, si podemos vencer a nuestros enemigos como Ulises... no tiene por qué dolernos que estemos meramente soñando... y nos parece que al despertar hacia la desaparición, el único verdadero despertar... amanecer a la Nada... no habrá sido en vano...

            Hay ese lado impensable –¿no es verdad?– a todo este circuito de ideas y emociones, reales o irreales... Cuando vivimos, cuando trabajamos en la empresa del espíritu humano, no podemos pensar que soñamos... no podemos vivir como si todo fuera una gran alucinación... simplemente no podemos. No nos da el hardware del cerebro para sostener ese nivel de complejidad tan exacerbado... necesitamos ese piso del sentido de todo... sobre el que no hay que preguntar... ¡que no conviene! Pero, lector, aquí no hacemos sino preguntar todo eso... Queremos, usted y yo, pensar eso impensable... que no se vuelve idea simplemente porque lo queramos... ¡es literalmente impensable! Como un Dios que no existe... existe de ese lado de las cosas, donde no existe nada... existe sin existir... entonces, ¿qué hacemos? ¿Cómo sabemos qué quiere ese Dios para nosotros? Es que no existe, Él no quiere nada... entonces... ¿qué hacemos? ¿Cómo vivimos? ¿Con qué nos es lícito soñar? Son preguntas bonitas, casi parece que pudiéramos responderlas... pero son preguntas sin sentido... es que no llegamos... ya tenemos nuestro hardware y software que nos encierran dentro del sentido de todo... ¡Y ya! Eso es la vida, mezcla de trabajo y juego... un cerebro capaz de imaginarse de todo... pero solo capaz de vivir de un par de maneras... creyendo, mientras vive, en esas imaginaciones...

            Así que estuve sonámbulo todos esos años... la vida no significaba nada, o significaba tan poco como es posible imaginar... En todo caso, lo que yo sentía que significaba ameritaba el calificativo de “nada” ... pero al soñar soñaba también un significado completo de las cosas... un “todo”... del sueño me traía ese pedazo de totalidad y se lo ponía a mis horas despierto... las cosas tenían sentido porque lo había soñado... y no al revés. Así viví, lector, esos años... pero, entonces, la idea que quiero transmitir es que no hay diferencia entre esa época y el resto de la vida... este lado es la realidad y el otro un disparate porque así nos parece... pero tanto el uno como el otro son mundos que flotan sobre el mismo abismo sin la menor piedrecita de asidero... Así es la cosa, nada que hacer... por lo menos no somos capaces de enterarnos, o no completamente, soñando...

           

ACERCA DEL AUTOR


José Covo

Ha publicado las novelas Cómo abrí el mundo (Planeta, 2021), La oquedad de los Brocca (Caín Press, 2016) Osamentas relampagueantes (Caín Press, 2015). A través de su escritura aborda la fragilidad de los conceptos y las fantasías con los que se negocian, entre los miembros de la especie, el problema del estar-aquí. Fue pintor antes de escribir cualquier cosa, soñador lúcido antes de empirista, y cree que el agua le entra al coco desde un adentro más interior.