Goyo, la boga mayor

Una serie de poemas inéditos.

Convidamos a la mujer artista a compartir sus composiciones más íntimas, las que anota en el celular para atraparlas al instante y observar en detalle el dibujo de esas alas imaginarias que vienen siendo sus versos. La “Morena”, como se titula su más reciente trabajo musical, enuncia en cada tramo que pisa su geografía y la gente que transita por ella. Goyo es ucronía. Como lo son aquellas siluetas que recorren los ríos chocoanos desde el inicio de los tiempos extendiendo atarrayas para atrapar palabras mientras alumbran las aguas de plata. Aquí, para ustedes, sus poemas inéditos.

POR Goyo

Noviembre 12 2021
Fotografía de Andrés Oyuela

Fotografía de Andrés Oyuela

Goyo lleva tatuada en su antebrazo izquierdo una palabra: “paciencia”, virtud que desde luego ha tenido que ser la suya a lo largo de sus 39 años de vida. Nacida en Condoto, se paseó luego por la costa del Pacífico, hizo el bachillerato en Buenaventura y después pasó por Cali y Bogotá, siempre siguiéndole el rastro y el ritmo a la música. Hoy Goyo, su marido Tostao y el resto de su banda, ChocQuibTown, viven en Miami, dispuestos a continuar abriéndose caminos.

Goyo se expresa elocuente, reflexiva, cadenciosa. Se la puede imaginar de niña estrenando palabras con un ímpetu igual al que revela su conversación pública y privada. Alumbrando sendas. Como un cántaro que va a la fuente y regresa rebosante. Nos vierte sus oraciones al modo de quien oficia un ritual. Y habla con voz que proviene de manigua antigua, una espesura donde ella es el claro repentino al que llegan chorros de luz y, por fin, la vegetación se abre para apaciguar nuestro encierro.

 

Fotografía de Andrés Hoyuela

Fotografía de Andrés Oyuela 

 

No cambio donde nací.

No cambio donde nací.

De allí fue que yo salí,

lluvia y sol al mismo tiempo.

Yo no me olvido de ti.

Se come arroz clava’o.

El pescado en un tapado.

Entre pa’ que usted se siente.

Y viche pa’ to’a la gente.

 

Celedonias, heliconias.

Pal’ pelo escoba babosa.

Se duermen las dormideras,

pues les recité una prosa.

Dormite que vienen varios.

Cierran sus ojos coposas,

pero pasará lo mismo

si se asientan mariposas.

 

Continúa Goyo, verso a verso, desde la tierra misma que lleva por dentro:

 

El río ya se bajó,

el agua está cristalina.

Así como esos domingos

que no se trabaja en mina.

Ya los granos se cambiaron,

mi abuela los separó.

En la vianda escarchada

ya la jagua entresacó.

 

Se hizo hasta pal’ menudo,

pal’ corte del pantalón.

Alcanzó pa’ los aretes

de su hija que se graduó.

 

Vale más ese platino

que el oro que brilla hoy.

 

La Goyo madre y cantante se revela espléndida en varias páginas de esta edición, sobre todo desde la portada, generosa ante la cámara de Andrés Oyuela. Esboza una sonrisa enigmática que remite a la protagonista de uno de los cuadros más admirados del mundo. Se sabe observada y cautivadora pero eso no quita que además lo escriba.

 

Me miras mucho últimamente.

Eso a mí me dice la gente.

¿Es seguro que volveré a verte?

Seguro como Obeso y su muerte.

 

Aunque ahora son tiempos diferentes,

se puede decir lo que se siente.

Tengo un letrero en la frente

que dice: “Así sea en otra vida,

yo volvería a verte”.

 

Fotografía de Andrés Hoyuela

Fotografías de Andrés Oyuela 

 

Las hojas de yarumo parecen volutas de humo que se posan sobre las copas de esta especie arboréa. Un espectáculo que se observa desde México hasta América del Sur. La recreación que hace de ellas el dibujante colombiano Eloin Rivera es evocativa a la manera que lo logra el género poético del haikú. La brevedad y contundencia de estos trazos reposan sobre la piel de Goyo como una corteza liviana. Este es el efecto logrado por los vestidos que porta en estas fotos y que fueron concebidos en el taller de Pink Filosofy. En la ciudad de Cali, tan cercana a las entrañas de la artista de ChocQuibTown, se han ido enhebrando las hojas plateadas y las prendas. Su verdadera mezcla depende también de la mujer que nos guía en estas páginas. 

En las presentaciones que protagoniza la “reina del combo”, aparte de los ritmos tradicionales de la costa Pacífica colombiana –el bunde, el currulao, el bambazú y el aguabajo–, se oyen rastros claros del Caribe, como la salsa. También se siente una fusión con el funk, el hip-hop, el reggae y hasta la música electrónica. Pero en el fondo de este cauce están las palabras.

 

Celebro la colectiva victoria de todos los colores con mi lealtad y cariño.

Aun siendo negra que escribe en femenino

reafirmo y defiendo la idea de la humanidad.

Solo si somos tratadas iguales.

Solo si todos somos personas iguales, ni más, ni menos.

Así que sonriamos, abramos los ojos, actuemos.

 

La madre de Goyo, Nelfa Perea, es central en su vida. De ella aprendió a recitar, a observar los contornos de la tierra y los rostros de las personas. Con ella escribió por vez primera, a cuatro manos y dos corazones, un poema a los bogas que solían surcar los ríos colombianos antes de que se popularizaran los motores fuera de borda, incluso usados para las viejas canoas. Esta es la primera vez que podemos leerlo, escucharlo, sentirlo.

 

El boga boga

 

El boga boga boga.

El boga boga ligero.

El boga, cuando se va, no le teme al 

aguacero.

Dicen que la vida es buena.

Que baja al la’o de su vida.

Canalete a lo que marque es el pan de 

cada día.

 

Boga boga.

Boga boga.

Boga boga.

Boga boga.

 

Remando, remando, a canalete 

                     / llegando,

por las corrientes pasando.

Nuevos retos conquistando.

Todo el camino hablaba,

muchas historias contaba.

Sus ojitos dos luceros

que desde lejos me hablaban.

Conmigo era especial,

hasta se puso a cantar.

Dijo que hasta iba rezar.

para volverme a encontrar.

El boga ya estaba ausente.

Se fue por otras corrientes.

Qué triste que está la noche.

Menos mal siempre amanece.

Él en su labio lleva

mucha carne y chicharrón.

Yo no olvidaré ese viaje.

Es típico en la región.

 

Salen muchos pescadores,

van tirando su atarraya,

y la gente allá en la playa.

No hay ninguno que se vaya.

El boga boga ligero.

Y va rumbo hasta el San Juan,

con su palanca en la mano,

en busca del águila real.

Dicen que la vida es buena,

que baja al la’o de su vida.

Canalete a lo que marque es el pan 

de cada día.

Boga boga.

Boga boga.

Boga boga.

Boga boga ei ie.

 

Cogen dentón y guacuco y camarón 

muchillá.

El sábalo está muy arisco.

Es difícil de agarrar.

 

Fotografía de Andrés Hoyuela

Fotografía de Andrés Oyuela 

 

“Qué triste que está la noche”, escribe y canta Goyo, claro guiño al poema emblemático del bardo momposino Candelario Obeso. La de Obeso es una canción para conjurar la ausencia. En ella, el boga mira al cielo y se da cuenta de que está desnudo de estrellas. Un cielo desierto que se convierte en el espejo de su propia alma sin su amante. Hay cierta melancolía en los versos de Obeso, y también en los poemas de la cantante chocoana. Ella también es una boga. La ausencia no es la de la amada sino la de su terruño. Remar y remar durante casi cuarenta años la han alejado de su primer hogar, del arroz clavado, el viche y las heliconias, por lo que ha tenido que apuntalar uno nuevo, en otras latitudes. Pero también es una boga porque su voz es una atarraya. Su pesca diaria es la de las palabras y las melodías que la han caracterizado durante un par de décadas. Por eso algo del río San Juan se escucha en sus rimas. Y algo de ese rumor reverbera todavía en su mirada.

ACERCA DEL AUTOR


Cantante, productora y cofundadora de ChocQuibTown.