La calle es peligrosamente creativa

La relación de la moda con la calle es tan estrecha como espinosa. Las incontables desigualdades en América Latina, los monopolios textiles abriendo sus fauces y la precarización laboral se entrecruzan con las posibilidades estéticas callejeras que, como en un hervidero, se apiñan y se superponen de manera barroca. Una reflexión sobre ese lienzo sin fin del adoquín de cemento y ladrillo en nuestro continente, y sobre las tensiones culturales que se urden en la ropa que vestimos.

POR Edward Salazar

Noviembre 16 2023
Foto

Fotografías de Julián Carvajal

Estilismo de Ana Beliza Mercado

 

 

Una lectura del tarot pone sobre la mesa la carta del Ocho de Oros. Un hombre en su taller, martillo en mano, labra uno de los discos de la imagen. El lector del tarot me dice que es la carta del artesano, y que el artesano tiene una vocación pública: su acto de creación pertenece al afuera. Allí exhibe su oficio por el cual gana el reconocimiento, también el sustento, y entabla una conversación colectiva a partir de su obra. La artesanía, la maestría del saber hacer, habita necesariamente la calle. Como acto creativo, la moda tiene una naturaleza apabullantemente pública, pues al hacerla, al vestirla o al leerla, entra a hacer parte de la circulación colectiva de ideas e imágenes. La calle en la moda es el escenario de reproducción de su industria y de legitimación de su orden, es decir, el teatro de homogeneidad y asimilación que promueve. Pero también es el espacio en el que la moda reniega de sí misma, en donde los cuerpos contestan al orden y producen nuevas formas de habitar el espacio. Es el lugar de organización colectiva para rechazar las convenciones de la moda y los males que reproduce.

En una calle de 1929, la hilandera colombiana Betsabé Espinal agitó y lideró a las cerca de 400 obreras para levantar su protesta en contra de la Fábrica de Tejidos de Bello, en Antioquia, debido a las condiciones de explotación laboral y abuso sexual a las que eran sometidas las trabajadoras textiles. Fue en la arena pública donde la corpiñera chilena Esther Valdés se hizo dirigente obrera de las mujeres costureras y fundó La Palanca, el medio de comunicación de la Asociación de Costureras en el que denunció férreamente la precariedad laboral en esta industria. Pese a lo ganado en las calles a lo largo de un siglo, gran parte de la historia opresiva de la moda sigue su curso. En la Ciudad de México se erige el “Monumento a las costureras” esculpido por la artista Patricia Mejía, para conmemorar la muerte de alrededor de mil seiscientas trabajadoras textiles en el terremoto de 1985. Las nefastas condiciones estructurales y de funcionamiento de los talleres clandestinos de confección revelaron la precariedad del oficio y causaron la tragedia que este monumento público atestigua.

En pleno 2023, una de las empresas más grandes de moda en Colombia, con tiendas ubicadas casi en cada ciudad y pueblo del país, implementó la reducción de una hora de la jornada laboral reglamentada por la ley. En un acto mezquino y precarizante, la empresa decidió, sin conciliar con sus trabajadores como ordena la ley, disminuir diez minutos por día en vez de la hora entera. Diez minutos, me dice una de sus trabajadoras, es lo que les toma bajar las escaleras de la planta de producción. Diez minutos que no cambian la calidad de vida y que se perciben, al contrario, como una decisión que favorece el interés de la empresa sobre el bienestar de las personas. La moda y el capitalismo continúan refrendando su nefasta asociación.

 

Vestuario: Total look (Pantalón y Cha- leco) Manuela Alvarez / Accesorios: Aretes Aysha Bilgrami / Gafas: Colección Métiers d'Art 23. Chanel.

 

MILICIADES: Vestuario: Total Look (Chaqueta, chaleco y pantalón) Atelier Crump. Calzado: sandalias hechas por artesanos oaxaqueños (México). Curaduría El Dorado Art. GABRIELA: Vestuario:Total look (chaqueta, chaleco y pan- talón) Atelier Crump / Accesorios: Aretes Aysha Bilgrami / Calzado: sandalias hechas por artesanos oaxaqueños (México). Curaduría El Dorado Art.

 

GABRIELA: Vestuario: Total look (Pantalón y Chaleco) Manuela Alvarez / Accesorios: Aretes Aysha Bilgrami / Gafas: Colección Métiers d'Art 23. Chanel. Calzado: Adidas Samba. MILICIADES: Vestuario: Chaqueta Alejandro Crocker / Camisa larga A New Cross / Pantalón Manuela Alvarez/ Calzado Adidas Samba.

 

Vestuario: Chaqueta y falda Andrea Landa / Camiseta: Undergold. Collar Aysha Bilgrami

 

En general, los relatos y narrativas sobre la moda han tendido a presentarla como un fenómeno esencialmente positivo, como una celebración y una fiesta personal o colectiva. Se cuentan privilegiadamente sus acontecimientos lustrosos y se narran de manera optimista sus logros y pujanzas. La cara pública de la moda es la de una industria altamente creativa, emancipadora, liberadora y con visión de futuro, en la que la calle es el escenario de su brillo y despliegue. Sin embargo, la relación de la moda y la calle también ha estado marcada por la protesta y el descontento que ponen en cuestión el relato positivo y romantizado de la moda.

La calle también ha sido el espacio de la homogeneización del comercio. La llegada de grandes marcas globales a los países latinoamericanos en las últimas décadas acabó con las pequeñas tiendas locales y colectivos de diseño. Aunque estas marcas globales fueron una respuesta a las necesidades estéticas que de muchas maneras no satisfacía la oferta local, la multiplicidad fue desplazada por la homogeneidad. Las decenas de vitrinas que ocuparon el espacio comercial con sus múltiples escaparates –el límite entre lo privado y lo público– han sido absorbidas por un gran propietario. Basta pensar en la Zona Rosa de Bogotá alrededor del centro comercial Andino: una misma empresa, el grupo Inditex, es dueña de siete tiendas que ocupan una enorme área en dos manzanas de la zona. No es un asunto netamente comercial el número de mercados nacionales que son absorbidos por estas empresas globales. Esta es también una cuestión que atraviesa la individualidad: la homogeneización del espacio guarda una estrecha relación con la homogeneización de los cuerpos.

Es quizás por ello que las y los diseñadores que buscan empujar los límites de la moda a partir de lo que sucede en las calles no miran este tipo de espacios como escenarios creativos. A diferencia de las calles de las clases medias y altas, en las calles populares, la moda –sus prácticas y sus cuerpos– bulle en su heterogeneidad. Allí habita una polisemia que habla del pasado, del presente y del futuro de la moda en objetos que se superponen como palimpsestos de estilos y ponen en crisis la idea cíclica de la moda. El tiempo no tiene una dirección específica, mucho menos una dirección lineal. Debido a su multiplicidad, la calle popular es uno de los mejores escenarios a la hora de comprender las tendencias globales en sus articulaciones con las culturas locales.

Por ejemplo, Gustavo Prado ha desarrollado la plataforma de investigación de tendencias y antropología cultural Trendo mx [www.trendo.mx] a partir de un detallado estudio de la cultura de consumo masivo en la que las narrativas globales de la moda entran en tensión con el espacio popular. No hay mejor termómetro cultural que la calle popular, pues contiene las tendencias globales de cada temporada junto a infinitas mezclas y creaciones que rebozan el centro de la moda. El tianguis de San Felipe de Jesús en la Ciudad de México, el mercado popular con orígenes prehispánicos más grande de la región, o las calles comerciales del barrio Once en Buenos Aires que concentran el comercio de “lo trucho” en la ciudad, son escenarios en que la moda aparece plural, incontenible e incluso desbordada.

 

La calle como espacio creativo

 

Al diseñador Christian Lacroix se le atribuye la frase “La calle es peligrosamente creativa”, tal como lo señala el sociólogo francés Guillaume Erner en su libro Víctimas de la moda. La frase propone que la mirada hacia el entorno es lo que antecede la creación. Quien hace y piensa la moda es ante todo un o una observadora de la calle y su cotidianidad. En la potencia del espacio público reconocida por el diseño yace la premisa de que no hay creación de laboratorio gestada por un genio solitario (en masculino), sino un trabajo colectivo que supera la noción de individualidad tan premiada en la moda occidental. No hay cultura material que no esté antecedida por el espacio social que la contiene. Esta premisa no elimina la figura de un diseño de autor, pero sí pone en cuestión la ontología de su trabajo. Más allá de saber el significado exacto con el que Lacroix quiso usar la frase, la calle es peligrosamente creativa es un eslogan polisémico que juega con las relaciones entre moda, creatividad y peligrosidad. ¿A quién amenaza la convulsión de la calle? ¿A quién molesta la vocación callejera de la moda? ¿Hay un verdadero dueño de la creatividad y un origen de la moda?

Aunque la moda tiene una dimensión de comodidad y conformidad, la moda es también un lugar de confrontación y creación, dos energías productivas profundamente emparentadas con la calle. Con el eslogan paródico y sencillo de “New York / París/ Bosa” impreso en camisetas, gorras o medias, el diseñador bogotano Christian Colorado ha posicionado su historia personal en su diseño. The Bosa York Dream es un proyecto creativo que afirma su identidad como diseñador hijo de un barrio popular en el que trabajó como vendedor ambulante durante su adolescencia, y donde luego se formó –fue concretamente en una institución pública de enseñanza para el trabajo–. Christian habla de Bosa, una localidad empobrecida al sur de Bogotá, como el horizonte creativo y biográfico de su carrera en la moda. Las calles de Bosa son un lugar del mundo que podría ser leído como la otredad de la moda hegemónica. En su sueño de viajero o de cosmopolita, dos lugares aparentemente desconectados se pertenecen el uno al otro. La calle estrecha de Bosa es la calle ensoñada de Nueva York o la calle glamurosa de París. Con su eslogan, Christian Colorado hace de Bosa uno epicentro de la moda, y con su comentario, que descentra las llamadas “capitales de la moda”, esplendorosas urbes del Norte global, cuestiona el orden de una industria segregadora a partir de una mirada del sur popular.

La calle guarda una relación afectiva para quienes la toman como referente de su creación. Es el lugar de la infancia, de la familia, de los recuerdos felices y dolorosos. El también colombiano Esteban Cortázar tomó las calles de su infancia en South Beach, en Miami, como escenario creativo para su colección de 2021 llamada Cada día es para siempre. Miami, lugar global, capital turística de la Latinoamérica de clase media-alta, paraíso art decó o edificio monstruoso de vidrios azules y verdes, epítome del sol y la playa, es una ciudad costera que escapa a la idea grisácea de la urbe. En South Beach, Cortázar estuvo atravesado por la obra artística pop de su padre y el tributo al cuerpo joven y tonificado de Miami que coexiste con una población envejecida. Miami es la ciudad estadounidense con el mayor número de jubilados: alrededor de un 24% de su población tiene más de 60 años. Pero si la campaña publicitaria de Cortázar está llena de cuerpos jóvenes y musculosos que recuerdan la artificialidad de una ciudad hecha para el turismo y una ciudadanía abocada al consumo, los impresos textiles de la colección centran el cuerpo envejecido gracias a la maravillosa obra del fotógrafo estadounidense Andy Sweet.

En sus imágenes callejeras de South Beach y sus habitantes, Andy Sweet retrata los colores pasteles de los edificios, los cielos azulados y la vida cotidiana de las personas viejas que pasaron allí su tiempo de ocio, sentadas en el portón de una casa bañada por el sol o sobre una toalla en la arena de la playa. El fotógrafo, interesado en su propio origen familiar, retrató principalmente a mujeres y hombres judíos sobrevivientes del Holocausto, en una ciudad que entre finales de los años setenta y comienzos de los ochenta vivió el cenit de su gentrificación y la inundación de sus calles con la venta ilegal de drogas. South Beach es ahora muy diferente al que fue para aquellos pensionados que posiblemente hoy no podrían vivir allí por el alto costo de vida. Sin embargo, las fotografías de Sweet son un testamento al estilo y la fabulosidad de la gente vieja que tuvo un sentido de la moda y el color tan exuberante como el de los edificios de Miami, y que también hicieron de la calle su lugar propio en medio del conflicto social generado por la venta de drogas. El mismo Sweet murió de manera violenta en South Beach, asesinado por dos hombres en estado de adicción que asaltaron su apartamento.

La colección de Cortázar cita la fotografía de Sweet desde su lado más divertido y cotidiano, y aunque permite ver algunos rastros de aquella vejez que fascinó al fotógrafo, se centra en la celebración y la juventud, en los cuerpos que más adelante serán como lo de las imágenes de Sweet. Pero sobre todo, la colección permite vestir la obra de un fotógrafo de la ciudad a partir de la interpretación de un diseñador de modas latinoamericano. Hace posible coleccionar una pieza de moda que también es una memoria y un objeto vestible en el límite entre el arte y la mercancía. Si la moda tiene hoy alguna potencia, es justamente la de poder contar historias a partir de su materialidad. Indagar en las texturas y los motivos de una prenda permite trascender la fugacidad de la moda y apropiar un objeto como lugar de conocimiento.

Más allá del diseñador, el lazo entre la moda y la calle también vincula a quienes expresan subjetividades públicas a partir del estilo. Si bien la calle posee una dimensión domesticadora y disciplinante del cuerpo, también ha sido un lugar para el reclamo de la individualidad y la colectividad a partir del mundo material del adorno. Uno de los mejores lugares para observar la relación entre el estilo y la calle es la música. En Latinoamérica, las mayores y más visibles músicas han sido producidas y reproducidas en contextos racializados, barriales y populares. Basta con citar los corridos, la salsa, el reggaetón, el vallenato, la cumbia o el tango como lugares de producción de estéticas sonoras y vestimentarias. Pensemos en la figura del y la pachuca con sus zoot suits, aquellos trajes de corbata dramáticamente voluminosos o más recientemente el paisa glam con la reformulación de la estética norteña y masculina del vaquero/ranchero en el caso méxico-estadounidense; en los orígenes de las uñas largas y decoradas producidas dentro del reggaetón y su cultura negra-caribeña y marrón, que son un ornamento de estilo hoy tan en boga; o en las candongas doradas de gran tamaño como un lugar estético de las mujeres latinas en todo el hemisferio. En todos estos casos, el estilo ha sido un lugar de enunciación colectivo que ha producido modas y tendencias en su vínculo con la calle, la cultura y el espacio público.

Aunque estas estéticas son un trabajo creativo necesario para la reproducción de los vínculos sociales, estos objetos y sus creadores han sido también racializados y criminalizados. Este fue el caso, por ejemplo, de las mujeres méxico-americanas que usaron el zoot suit en los años cuarenta en barrios obreros y migrantes de Los Ángeles, que fueron objeto de vigilancia y represión policial por su apariencia, tal como lo estudió Catherine Ramírez en su libro The Woman in the Zoot Suit. Sin embargo, la energía creativa de la calles es persistente, difícil de deshacer, y por ello quienes habitan pueblos, barrios, caseríos y ciudades continúan con una producción de moda viva y dinámica.

 

GABRIELA: Vestuario: Vestido Maygel Coronel / Accesorios: Aretes y earcuffs Aysha Bilgrami / Zapatos: Sandalias Laura Caballero.

 

MILICIADES: Vestuario: Abrigo Somos Mhuyscas / Arnés Somos Mhuyscas GABRIELA: Vestuario: Abrigo Somos Mhuyscas / Arnés Somos Mhuyscas.

 

GABRIELA: Accesorios: Clutch elaborado a partir de hongos Spora Studio.

 

Históricamente, la industria de la moda ha mirado hacia estas estéticas y gran parte de las veces las ha apropiado excluyendo a sus creadores. Pero las audiencias de este siglo son mucho más críticas frente a las culturas de la moda, así como también es cierto que muchos procesos de diseño de marcas reconocidas y emergentes comienzan a reconfigurar nuevas relaciones con la producción de moda. ¿Cómo pensar una industria creativa de la moda que parta de la riqueza de los estilos sin reemplazar o borrar a sus creadores? Si la moda como la calle implican necesariamente un encuentro, un escenario de lo colectivo (ninguna persona crea ni cose absolutamente sola en su taller, por fuera del mundo), ¿cómo podemos desafiar la verticalidad de la moda y su supuesto centro en la figura del diseñador? ¿Serán posibles tales cosas?

Como espacio político, como lugar barroco, como escenario heterogéneo, como solapamiento de temporalidades y espacios, como lugar de resistencias y acomodos, la calle –especialmente la latina, que es la que me gusta evocar– sigue siendo un repositorio para la creación y la emancipación. Es la riqueza de las calles la que hace que la moda las busque y les tema al mismo tiempo. La calle tiene la energía para desarrollar, abrazar o hacer naufragar las expresiones de la moda. Pero la calle no existe sola: lo hace por medio de quienes las caminan y la disputan, y allí sería interesante pensar, a partir de la moda, cómo y quiénes la habitan más. Productora de belleza y de riqueza, de miedos y revoluciones, la calle sigue siendo el teatro vivo de la moda. La pasarela apenas es su pantalla.

 

GABRIELA: Vestuario:Total look (Cha- queta, chaleco y pantalón) Atelier Crump / Accesorios: Aretes Aysha Bilgrami / Curaduría El Dorado Art. MILICIADES: Vestuario: To- tal Look (Chaqueta, chaleco y pantalón) Atelier Crump. Curaduría El Dorado Art.

 

 

MILICIADES: Vestuario: Saco Manuela Alvarez / Jeans Undergold GABRIELA: Vestuario: Total look (Falda, chaleco verde y chaleco Naranja) Laura Aparicio / Accesorios: Sombrero Naranja Laura Aparicio

 

 

 

 

 

 

Gabriela Montoya

 

 

Rodeada por los colores, las texturas y la diversidad que hay en el campo, pero lejos de él, en un local al norte de Bogotá, Gabriela Montoya dice: “Nací dentro de las flores”. Graduada de derecho de la Pontificia Universidad Javeriana, Gabriela inesperadamente se encuentra untada en todo lo que implica el negocio familiar de Flores Colón, desde la contratación hasta el servicio al cliente en la misma florería. Y así, nuevamente sumergida en su infancia, creciendo con un pie en el campo y el otro en la ciudad, transporta sus experiencias a su vida laboral y las comparte con los citadinos quienes quieren un pedazo del campo en su hogar. Trae la flor directo del cultivo hasta la ciudad, ofreciendo un producto de exportación en el mercado nacional, diferenciándose de las floristerías de lujo, es así como nace La Florería.

Eucaliptos, hortensias, rosas y más plantas cuelgan del techo en este local, pero para Gabriela los claveles siempre van a resaltar. Esta resistente y diversa flor, en color y en forma, la mantiene inspirada, no solo por su belleza estética, sino también por lo que representa. A través de La Florería, Gabriela se empeña en cambiar la mirada de desprecio que muchos colombianos tienen hacia los claveles, y de alguna forma también los invita a mirar a su país con nuevos ojos, con los del visitante que ve las posibilidades que un clavel importado tiene dentro de un florero.

 

 

Milciades Castro

 

 

Como arqueólogo que trae a la luz las huellas del pasado y recupera lo que algunos creían que el tiempo ya había borrado, Milcíades Estiven Castro, artesano graduado de diseño industrial de la Universidad Nacional de Colombia, reclama su identidad muisca en el enrevesado mundo de la moda contemporánea.

Sus hilos retrasan sus raíces, que al entrelazarse en su telar crean un diálogo entre el presente y el pasado. De esta forma, sus telares cuentan historias y un retrato de su identidad. Símbolos usados por sus antepasados, como el cóndor andino y la rana, son reapropiados en sus colecciones, transmutando su significado, conectando sus creencias del espíritu celestial con lo terrenal, pero a la vez abriendo un espacio para el joven diseñador y su comunidad, de entender su origen, quiénes son y de dónde vienen. Su emprendimiento Somos Mhyuscas ha conectado el talento de 14 artesanos de raíces indígenas, un grupo que se ha ido expandiendo con el caminar. “Me la paso en la calle”, dice él con una sonrisa de oreja a oreja. El equipo se extiende a través de Colombia, donde ha creado una comunidad de artesanos entre los 20 y 65 años. Cada uno resalta las huellas de sus antepasados y se asegura así de que ni sus prácticas ni sus historias sean olvidadas. Se despide diciendo: “Soy indígena, soy gay, estoy en el mundo contemporáneo, estoy en la moda [...] y tengo una voz”.

 

Perfiles de Luisa Cortés, estudiante de comunicación de moda de la Universidad de las Artes de Londres.
 

 

 

 

Fotografías

Julián Carvajal

Fotógrafo de moda. Se inspira en las referencias visuales atemporales y la elegancia discreta. Ha trabajado con marcas como Baobab, Carolina Herrera y Francesca Miranda.

 

Estilismo:

Ana Beliza Mercado

Graduada en Fashion Desing y especializada en comunicación de moda. Es creadora de contenidos digitales a los que imprime su marcada personalidad. En 2023 se estrenó como directora de estilismo en esta publicación y con una cápsula de vestuario en la marca Seven Seven.

 

Maquillaje

Juan Camilo Piñeros

Creador de contenido

MAC Cosmetics

 

Producción general

Valeria Palacios

 

Producción de campo

Cesar Palacios

Steven Palacios

Manuela Mercado

 

Bebidas

San Pellegrino

 

Locación

Compañía Casa de Rey

Carrera  7 # 22-09

ACERCA DEL AUTOR


(Bogotá, 1988). Investigador, escritor y crítico cultural. Ha escrito para medios como Arcadia, Cartel Urbano y Cero Setenta. Es autor de Nostalgias y aspiraciones .Vestir, estéticas y tránsitos de las clases medias bogotanas en la segunda mitad de siglo XX. Actualmente es estudiante del doctorado en estudios latinoamericanos de la Universidad de California.