La pretendida superioridad de Occidente

La historia como caricatura

¿Cómo explicar la superioridad económica y científica de Occidente en los siglos XIX y XX? Reputados historiadores buscaron las claves de este intrigante desempeño, pero incurrieron en una distorsión que nuevas generaciones de investigadores han combatido exitosamente. Sin embargo, aun cuando hoy se han desmentido enormes lugares comunes, la caricatura del pasado persiste.

POR Carlos Alberto Patiño Villa

Julio 19 2021
Julio Ossa

Ilustración de Julio Ossa Santamaría. IG: @ossajulio

Los libros de historia universal (también llamada global, mundial, alternativa… según las filias y las fobias de investigadores y editores) han recobrado un lugar destacado en las últimas dos décadas y han reabierto un debate que se consideraba resuelto. Las antiguas opiniones, que se creían incuestionables, sobre una esencial supremacía de Occidente, no son otra cosa que caricaturas de la realidad pasada. Hoy sonrojan  a los historiadores y, sin embargo, muchos intelectuales, políticos, periodistas y generadores de opinión siguen repitiendo incansablemente algunas “verdades” como éstas:

Por un milenio (del año 1000 al 2000) la civilización occidental dominó el mundo de forma casi constante y obtuvo el éxito definitivo durante los siglos XIX y XX. 

Este lapso, que en nuestra cronología corresponde al segundo milenio, llevó la impronta del cristianismo occidental y por tanto supuso una primacía de poderes como el de la Iglesia Católica. 

Occidente logró imponerse con bastante éxito gracias a la práctica permanente de la guerra, el desarrollo del capital financiero y el dominio del comercio global.

Esta última afirmación supone que solamente los occidentales tenían habilidades comerciales, eran intrépidos y, en consecuencia, los únicos que conocían el valor de la acumulación de la riqueza; supone, además, que el conjunto de sociedades que suelen ser identificadas como el núcleo de la civilización occidental estuvieron gobernadas por Estados excesivamente belicosos desde el año mil; supone, por último, que la práctica de la guerra se desarrolló, especializó y ejecutó hasta el punto en que Occidente concretó su llamado a dominar el mundo. 

Lo cierto es que solo a mediados del siglo XVIII, más precisamente hasta la guerra de los Siete Años (1756-1763, calificada por Winston Churchill como la primera guerra mundial), los países occidentales alcanzaron la capacidad militar necesaria para enfrentarse al Imperio Otomano y a las diversas sociedades árabes que este controlaba, así como para intentar someter a la Rusia de los zares y otras grandes potencias. 

Historiadores como Peter Frankopan, autor del best seller internacional El corazón del mundo ⎼ Una nueva historia universal, muestran que es imposible trazar una línea consistente de hechos, intenciones y decisiones desde el inicio de las Cruzadas (s. XI) hasta el siglo XX. Indicar que tal línea existe y que es una creación deliberada de Occidente no solo es erróneo, sino que resulta una exageración insostenible. 

Chris Wickham muestra en su Europa en la Edad Media ⎼ Una nueva interpretación que es bastante difícil concebir la consolidación de una Europa cristiana en la que la Iglesia de Roma tenía un poder incuestionado. En efecto, otras religiones fueron tanto o más fuertes que el cristianismo occidental, el cual enfrentó, desde el siglo XVI, una profunda escisión, producto, entre otras cosas, de las reformas exigidas por Martín Lutero.

John Darwin, en el conjunto de su trabajo, pero especialmente en El Sueño del Imperio ⎼ Auge y caída de las potencias globales, 1400-2000, indica que, a lo largo de los siglos XV y XVI, los navegantes, comerciantes y aventureros occidentales lucharon por arañar apenas pequeñas cuotas de participación del comercio global, que no tenía como asiento ni como destino las tierras de Europa. Quizá muchos se sorprendan al descubrir que existen tradiciones comerciales y formas de acumulación de riqueza tan variadas y competitivas como las occidentales (o más que ellas) en lugares como China, Japón, India, Rusia o lo que hoy conocemos como Turquía.

No se trata aquí de defender o de atacar la entelequia que llamamos Occidente; se trata más bien de tener una perspectiva realista y global del pasado, basada en fuentes diversas: túrquicas, japonesas, rusas, árabes, persas, griegas, chinas, indias, etc., tanto antiguas como medievales y modernas. Es inadmisible desconocer hoy, por ejemplo, la información que sobre el mundo de nuestro siglo XV ofrece Ibn Jaldún en su Introducción a la historia universal (1377), libro disponible en cualquier buena biblioteca pública. 

Los lugares comunes, que han debatido y desmentido convincentemente historiadores contemporáneos como los arriba citados, perviven en ciertos libros de divulgación. Para citar un caso conocido en Colombia, campean en el entretenido libro Occidente conquistó el mundo… y empezó a perderlo, del reconocido periodista Antonio Caballero. El problema de relatos como este, contados de manera simplista y basados en fuentes de segunda mano, provenientes, además, de una sola de las partes del ancho mundo que aspiran abarcar, es que dan lugar a caricaturas históricas que empobrecen el pasado e impiden un debate abierto sobre las corrientes globales que nos sacuden hoy en día. 

Carlos Alberto Patiño Villa

19-07-2021


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ACERCA DEL AUTOR


Doctor en Filosofía. Profesor Titular Universidad Nacional de Colombia. Entre sus libros se encuentran "Imperios contra Estados" y "Guerra y construcción del Estado en Colombia".