La quema del despotismo

Sobre cómo una imaginación rigurosa permite inventar documentos iconográficos y construir nuevas viejas fuentes (oxímoron incluido).

POR Daniel Gutiérrez Ardila, Julio Ossa y Camilo Uribe Posada.

Septiembre 20 2021
Ilustración de Camilo Uribe Posada. Homenaje a Juan Camilo Uribe. IG: @camilouribeposada

Ilustración de Camilo Uribe Posada. Homenaje a Juan Camilo Uribe. IG: @camilouribeposada

 

En una columna publicada recientemente en Lugar Común, mostramos algunas de las posibilidades con que cuenta un historiador dedicado en nuestro país al temprano siglo XIX o a la época colonial para paliar la falta de imágenes. Hoy nos interesa mostrar cómo pueden aprovecharse las frecuentes descripciones presentes en los documentos de esas épocas con el fin de enriquecer nuestro “museo imaginario”.

La instalación el 6 de mayo de 1821 del Congreso constituyente de Colombia en la villa del Rosario de Cúcuta nos ofrece una maravillosa ocasión para ilustrar el punto. Veamos.

La cita de los constituyentes transformó la villa del Rosario en la capital provisional de Colombia. Con el fin de instalar la asamblea, el vicepresidente Antonio Nariño se trasladó a esos valles. Sin embargo, era una población pequeña que carecía de los recursos esenciales aparejados con tal dignidad. Por ejemplo, no contaba con una imprenta. En consecuencia, se pensó en despachar una desde Bogotá: la máquina tardó tanto en llegar, que las autoridades de la República se resignaron a remitir a la capital del Departamento de Cundinamarca algunos escritos breves que, insertados en la gaceta que allí se publicaba, informaran a los ciudadanos acerca de los trabajos del Congreso*.

Por eso, en el número 96 de dicho periódico, correspondiente al 27 de mayo de 1821, apareció un “Boletín del gobierno” fechado el día 8, donde, además, se adivina la mano de Antonio Nariño. Tras dar cuenta de la instalación del Congreso General, el artículo describe los festejos organizados por los habitantes de la villa del Rosario para honrar el acontecimiento:

No es posible expresar el contento, el enagenamiento con que los Pueblos de estos valles [de Cúcuta] hán mirado este acto. El Ilustre ayuntamiento de esta Villa acordó tres días de fiestas para solemnizarlo, y en ellos nada ha parecido bastante al Pueblo para demostrar su complacencia. Las calles han permanecido adornadas los tres días, é iluminadas por la noche; en la Plaza se plantó el Arbol de la Libertad en medio de una multitud de arcos, y de otra multitud de arbustos, que lo rodeaban; ácia un costado de la Plaza se figuró un castillo donde se veía colocada la Bandera Nacional, que debía ser combatido por un navío, que viniendo de fuera de la Plaza, conducía el Despotismo. El primer día de las fiestas, que fue el anterior à la instalacion se pasó en fuegos artificiales, tiros de Cañón y en prepararse el ataque y defensa del castillo; el segundo, despues de la instalacion, y de haberse servido un abundante refresco, lo ocuparon el combate, las aclamaciones, y aquellas efuciones producidas por la presencia del objeto que se desea, y la esperanza del bien. Entre las ideas graciosas, que se ocurrieron al Pueblo en su regocijo, fue la prisión del Despotismo despues de la victoria obtenida sobre el navío, y el sacrificio, que de él se hizo inmediatamente, el día tercero, concluida la Misa de acción de gracias en que pronunciò el Sr. Doctor Manuel Campos una oración muy del caso y llena de unción, se pasó en combates de guerrillas de à pie y a caballo en trage de máscaras, y por la noche en bayles particulares. Tales han sido las demostraciones de estos Pueblos que en su devastación han hecho aún lo que parecía fuera de sus medios y recursos; ellos han expresado sus sentimientos, manifestado su patriotismo, su interés por la causa comun, amor à la República, y a la Asamblea Soberana de la Nación.

Representar la villa del Rosario, a la que alude este documento, no parece difícil. En ese momento estaba compuesta, según anotó en su diario uno de los diputados del Congreso*, más o menos, por “200 malas casas, la mayor parte de teja, pero de mal gusto y sin comodidad; las calles están empedradas y tiradas a cordel; tiene una bella iglesia”. Esta descripción nos permite acudir a un modelo arquitectónico que subsiste en otras poblaciones de nuestro país: con su ayuda podemos imaginar la villa, a pesar del terremoto que la destruyó en 1875 (además, se conservan algunas casas y las ruinas del templo).

Resulta más complicado saber cuál fue el árbol escogido como emblema de la libertad en los festejos que marcaron la instalación del Congreso y que describió la gaceta bogotana. Por fortuna, desde la “primera época de la República” (1810-1816) fue muy corriente este tipo de ritual. El 29 de abril de 1813, por ejemplo, se plantó un arrayán en Santa Fe (actual Bogotá). Según José María Caballero, para la ocasión se ordenó limpiar y blanquear las calles; y adornar con colgaduras puertas y ventanas. En la plaza mayor se formaron todas las tropas de la ciudad, hubo paseo a caballo y exhibición de cañones. Cuando concluyó el cortejo, se sacó del cabildo el árbol de cinco varas de alto (4 metros, aproximadamente) cubierto con el gorro frigio y tarjetas de versos. Se sembró a continuación en el lugar señalado,

y encima se puso una media naranja de madera, con cuatro arcos enramados de laurel, con sus tarjetas de versos alusivos al asunto, y faroles de cristal para las luminarias de la noche. Encima pusieron un farol bastante grande, que por una parte tenía pintado el árbol, por la otra un Jesús, por la otra una María y por la última la espada de la justicia. Consecutivamente se hicieron cuatro salvas por cuatro pedreros. 

Evidentemente, en Cúcuta no se plantó un arrayán, que corresponde a otro piso térmico. Quizá se trató de una ceiba, asociada en las poblaciones de tierra caliente y templada a la transformación de las viejas plazas en parques, donde muchos de esos árboles siguen prosperando después de una vida más que centenaria. En 1851 el presidente José Hilario López ordenó plantar precisamente una ceiba en la plaza de Gigante (Huila) para conmemorar la abolición de la esclavitud.

La narración del evento santafereño de 1813 nos ayuda a comprender mejor la escena de 1821: en uno y otra aparecen las iluminaciones y los arcos (muy semejantes a los que se fabrican todavía para las fiestas del Corpus Christi en nuestros pueblos), lo que confirma que se trataba de un tipo de ceremonia bastante codificada. Por eso, podemos pensar que también en Cúcuta hubo gorro frigio y tarjetas con versos, aun cuando el “Boletín” publicado en la gaceta bogotana no los mencione.

Hablemos ahora del castillo de utilería que se edificó en la plaza (quizás almenado), de la bandera tricolor que lo coronaba, y del navío (seguramente de madera) que se destinó para atacarlo. A bordo viajaba una alegoría del Despotismo, que pudo representarse entonces con la efigie de Fernando VII. En efecto, desde 1814 se hicieron muy comunes los regicidios simbólicos en Nueva Granada: los cuadros del monarca o los monigotes que lo representaban sin mucho esmero fueron sometidos a todo tipo de vejámenes para terminar en una hoguera o en un fusilamiento celebrado entre voladores y carcajadas. Esta costumbre revivió con más bríos después de la batalla de Boyacá (7 de agosto de 1819), cuando se la asoció con las fiestas nacionales que tenían lugar los días 25-27 de diciembre. Como justo después venían los Santos inocentes y los festejos de fin de año, la ejecución del desprestigiado soberano terminó confundiéndose con la del rey Herodes y con la de los muñecos que aún hoy se incineran en Colombia para despedir el año viejo*.

 

Homenaje a Juan Camilo Uribe.  Ilustración de Camilo Uribe Posada  (IG; @camilouribeposada) y Julio Ossa (IG: @ossajulio).

Homenaje a Juan Camilo Uribe.  Ilustración de Camilo Uribe Posada  (IG; @camilouribeposada)

y Julio Ossa (IG: @ossajulio).

 

Nos resta abordar los combates simulados y las máscaras. Los primeros eran frecuentes desde hacía décadas. En cierto periódico santafereño se publicó la relación pormenorizada de uno de ellos, organizado a fines de 1806 para celebrar el triunfo de las tropas españolas contra los ingleses en la ciudad de Buenos Aires. En cuanto a las máscaras, es imposible saber si las presentes en los festejos de la villa del Rosario representaban jaguares, micos, toros o diablos, como los que aún hoy pueden verse en los carnavales. Lo cierto es que detrás de ellas venían las bandas de música, los bailes y la pólvora.

 

Ilustración de Camilo Uribe Posada (IG; @camilouribeposada) y Julio Ossa (IG: @ossajulio)

Ilustración de Camilo Uribe Posada (IG; @camilouribeposada) y Julio Ossa (IG: @ossajulio)

 

Las imágenes que han ido acompañando este texto, elaboradas por Julio Ossa y Camilo Uribe a partir de la información en él consignada, no pretenden resucitar las figuras que el vecindario de la villa del Rosario confeccionó para festejar la inauguración del Congreso constituyente de 1821. Sin buscar salvar la distancia que existe entre aquel tiempo y el nuestro, Ossa y Uribe han recreado una escena sustentada en fuentes de época. Su propósito no ha sido entonces imitar las técnicas de los artífices de la villa del Rosario ni disimular el abismo que media entre la sensibilidad o la mirada de estos y la suya propia. Más bien han querido subrayarlo, sin entregarse tampoco a un ejercicio “libertino”. El rostro de Fernando VII está tomado de fuentes iconográficas de principios del siglo XIX y han creado un monigote semejante a los que fueron pasto de las llamas en las ceremonias regicidas de nuestros revolucionarios. Pero al asociar ese gesto en las primeras dos ilustraciones con la obra del artista antioqueño Juan Camilo Uribe (1945-2005) o al representar el conjunto de los elementos festivos en un planeta que recuerda el del Principito han expresado abiertamente las dos reglas de su procedimiento, que no por estar anclado documentalmente se priva del impulso de la creatividad. La técnica propuesta recuerda, en suma, el vuelo cautivo de las cometas.

 

Daniel Gutiérrez Ardila, Camilo Uribe Posada, Julio Ossa Santamaría.

19-08-21

 

Coda.

*Los curiosos pueden leer los reportes sobre los sucesos del Congreso que circularon en Bogotá en la  Gazeta de la ciudad de Bogotá, capital del departamento de Cundinamarca, números 96-98 y 104:

https://babel.banrepcultural.org/digital/collection/p17054coll26/id/3961/rec/4

* José Manuel Restrepo, Diario político y militar (entrada correspondiente al 27 de abril de 1821), t. 1, pp. 112-114.

* Debo esta idea a Humberto Barrera, Chorros Blancos, memoria de un combate, Bogotá, 2020, pp. 31-32

 

Ilustración de Camilo Uribe Posada. IG: @camilouribeposada

Ilustración de Camilo Uribe Posada. IG: @camilouribeposada

 


 

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