La vocación de un arpegio

Elisabeth Plank y Martha Bonilla, dos artistas sobresalientes en la escena contemporánea de la música clásica, tienen claro que el arpa es un instrumento excepcional, y por ello se abocaron desde temprana edad a su discreta -y a la vez imponente- presencia sonora. El Malpensante conversó con ellas para saber cómo confluyen dos historias que llegan este año, por caminos distintos, al Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo en el marco del VI Festival Internacional de Música Clásica de Bogotá.

 

POR Nicolás Ardila Beltrán

Abril 01 2023
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El arpa es uno de los instrumentos más longevos, titular de una profunda influencia cultural en la Antigüedad y un tópico clásico de la literatura. Funge como compañera de aedos y rapsodas, figuras elementales de la literatura occidental. También es un motivo del romanticismo alemán y el modernismo latinoamericano, entre otras corrientes. Emparentada con la lira, el símbolo poético por excelencia, hoy sigue siendo materia de estudio en conservatorios, y objeto de admiración en los escenarios. Los siglos la han dotado de diversas connotaciones, y las características de su sonido han variado según la región. Gracias a su aura venerable, dos mujeres, una austríaca y una colombiana, se acercaron desde temprana edad a este instrumento.

Elisabeth Plank, arpista vienesa, solista y ganadora de concursos internacionales en Italia, Alemania, Austria y Japón, no logra precisar por qué, pero fue amor a primera vista: cuando vio y oyó un arpa en vivo, a los diez años, distinguió un objeto particularmente distinto del piano, el violín o la flauta, instrumentos más populares. De este modo inició la pasión por un instrumento inusual, de tintes paganos o sagrados según el azar de la historia, y difundido en todo el mundo. No obstante su peso cultural, a veces no se le reconoce como es debido, quizá por ignorancia o conveniencia comercial, pues se sabe que algunos festivales de música brindan espacios a instrumentos más cercanos al gran público.

 

 

Pero el arpa tiene un séquito creciente. Cuando Elisabeth toca, la vemos sobre el escenario ejecutando suaves y calculados movimientos con los dedos -también con los pies-, totalmente inmersa en la vibración de cada cuerda. No es el caso del pianista. Según ella:

-Este, aunque se mueve, permanece oculto tras una caja negra y el público presente no distingue con claridad de dónde viene el sonido. Esta relación inmediata entre el sonido y los movimientos del intérprete es una cualidad notoria, que los aficionados saben valorar.

Además de que “pueden verse”, los sonidos etéreos del arpa son solo una muestra de una amplia gama. Recientemente, algunos compositores han sabido explorar otros matices del instrumento, como la agresividad y la estridencia, para sacarlo de los clichés musicales, explorar sus posibilidades y ponerlo en primera plana. Con el protagonismo que le concede la música contemporánea, incrementa el interés de la audiencia por el instrumento en sí mismo, y no como un mero acompañante. En la actualidad, múltiples compositores toman riesgos con y por el arpa, con el fin de superar el rol periférico que por siglos se le ha asignado. Los intérpretes persiguen el mismo objetivo, abriéndose camino como solistas y llenando auditorios por su cuenta.

Entre una extensa genealogía de cordófonos, Elisabeth cree que solo el arpa puede capturar al oyente y permanecer en el corazón. En cualquier continente “el sentimiento es el mismo, pues la calidad es excepcional. No podrías confundirla con una guitarra ni con otro instrumento”. El arpa comprende tradiciones musicales como la celta, la clásica, el folclor paraguayo y el joropo. Para cada género, el instrumento tiene unas características específicas, que repercuten directamente en el sonido. La visión de algunos músicos ha permitido discurrir entre una resonancia y otra, a fin de explorarlas en todas sus dimensiones. Semejante versatilidad da pie a la experimentación, y un género como el jazz no es ajeno a estas tentativas.

Músicos como Dorothy Ashby, Alice Coltrane, Casper Reardon o el colombiano Edmar Castañeda se han dado a la tarea de explorar el potencial jazzístico del arpa. De entrada, parece una fusión poco común, en parte por la creencia errónea de que un instrumento “tan europeo” no tiene cabida en un medio alternativo como el jazz. Sin embargo, llena de convicción, y pese a la reticencia de los puristas, Dorothy Ashby se propuso demostrar que el arpa no era solo un instrumento “elevado”, sino una herramienta capaz de imprimir derivas atmosféricas al género. Alice Coltrane hizo lo propio, y nos legó discos maravillosos como Universal Consciousness (1971) y World Galaxy (1972). 

Así, la historia del arpa en el jazz ya ha empezado a escribirse, y en YouTube sobran videos de piezas ejecutadas, o improvisadas, con arpas eléctricas. Entre risas, Elisabeth apunta que “se puede hacer, pero es un trabajo especializado. Cuando me preguntan si puedo tocar algo de jazz, de inmediato respondo que no”. El desafío, incluso, es de doble vía: se sabe que los jazzistas suelen verse en aprietos tocando música clásica, el género que ella y otras mujeres dominan. 

De ahí surge otra prenoción: vincular el arpa con lo femenino, la inocencia y lo celestial. No es casualidad que sea parte de la banda sonora del Paraíso en la Divina comedia. Además, la presencia de la mujer en el arpa clásica es innegable; para la muestra, un botón: personalidades como Sophia Dussek o Clotilde Cerdá. Pero ni es un instrumento divino ni está reservado a las mujeres, porque no podemos ignorar la preeminencia de arpistas masculinos hasta la primera mitad del siglo veinte. Pese a esto, abundan las arpistas talentosas, y nadie puede negar que han puesto el instrumento en la cima. Al respecto, Elisabeth señala:

 -En la actualidad hay pocos arpistas, pues las mujeres lo hacen mejor. Pero aun siendo menos, la gente los reconoce en mayor medida. "¡Ah, mira, allí está el tipo que toca el arpa!". Es absurdo. 

Este fenómeno de invisibilización no reduce, sin embargo, el espacio concedido a las mujeres, un escenario del que se han apropiado y en el que pueden interpretar el arpa a sus anchas. Tal concesión, en principio sospechosa, da pie a preguntarse si dicho dominio no es más que un esencialismo consentido.

La lista de estereotipos continúa, y en este recorrido es imposible esquivar la creencia común de que la música de arpa “relaja”. Aunque reduccionista, esta concepción no dista de un hecho real: la música en general es una herramienta de autoconocimiento. Al menos Elisabeth lo ve así. Por eso asegura que el arpa influye profundamente en las personas, quizá porque se trata “de un instrumento conectado con lo más íntimo y humano de nosotros. El cuerpo responde a sus frecuencias con la misma naturalidad con que respiramos”. La escucha atenta, exigida en las salas de concierto, refuerza esta noción de la música clásica como un encuentro íntimo y espiritual, de ahí que se utilice como subsidiaria en procesos terapéuticos.

Queda claro entonces que el arpa no se restringe a un solo ámbito, ni está ligada a un solo género. Las posibilidades son amplias. Si bien se formó en la música académica, Elisabeth reconoce la necesidad de vincular la teoría con las raíces de la gente, y no necesariamente con el estudio de los grandes maestros como punto de partida. En ese sentido, la música popular es una ruta hacia los demás géneros. Los músicos de Viena llegan a Mozart a través del folclor austriaco, del mismo modo en que los colombianos se acercan al arpa clásica gracias a la música llanera.

Tal es el caso de Martha Bonilla, profesora y arpista de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, cuya vocación musical comenzó con una propaganda de televisión: la pantalla proyectaba una postal de la Sierra de la Macarena, y al fondo sonaba un arpa llanera. Desde los ocho años, y gracias a sus inquietudes artísticas, se acercó al instrumento y logró participar en festivales del Distrito en compañía de otros niños. Con el tiempo, decidió dar un paso adelante y superar la fase del aprendizaje intuitivo, a oído, e ingresó al conservatorio de la Universidad Nacional para estudiar solfeo. Allí aprendió a tocar el violín, y descubrió las diferencias entre el arpa llanera y el arpa clásica. Así las explica:

 -La primera tiene una tensión muy baja, y por ende se toca con las uñas, haciendo movimientos cortos; la segunda, en cambio, tiene cuerdas gruesas y tensas, por lo que requiere toda una articulación de los dedos y la muñeca. Además, el arpa llanera es diatónica -de una sola tonalidad- y no tiene pedales. Variar los tonos requiere una serie de artimañas. En cambio, el arpa clásica tiene varios pedales, cuatro para el pie derecho y tres para el izquierdo. Cada uno corresponde a una nota de la escala musical, con tres posiciones a modo de escalera para modular los tonos. 

Desde luego, esto amerita usar las extremidades de manera independiente y ejecutar cambios precisos en cuestión de segundos, con un alto grado de consciencia, todo al mismo tiempo. Con el arpa clásica, entonces, Martha debió desaprender técnicas conocidas y asimilar una manera distinta de tocar. Entre los doce y los quince años se debatió entre el rigor de la música clásica y la soltura de la música llanera, su escuela. Sin embargo, resolvió el dilema cuando, en una presentación con la orquesta infantil del conservatorio, pudo distinguir, entre el barullo de las notas, el sonido inconfundible del arpa. Con esto supo que valía la pena adentrarse en un ámbito distinto, y así nació su carrera en la música clásica.

Pese a la formación académica en Colombia, Suiza y Alemania, conserva sus raíces folclóricas. En los conciertos con la Filarmónica de Bogotá suele ejecutar acentos de joropo en el arpa clásica, como sello de su tradición. Algo parecido al artificio de la "chicharra", ese rasguño producido tocando desde el puente, con el que algunos violinistas argentinos imprimen aires tangueros a sus notas en las orquestas europeas. A propósito del público en Europa, destaca su apertura a sonidos nuevos como el de la música llanera, un género llamativo para una audiencia acostumbrada a la simpleza de los valses. A los alemanes les sorprende, además, su habilidad para trasegar de un género a otro, ese modo de fluir del formato europeo al latinoamericano sin mayor inconveniente. La labor es igual de compleja cuando se trata de emprender el camino contrario: es decir, tocar música clásica y luego arriesgarse con el joropo. 

-Es posible -dice-, pero uno debe olvidarse de la partitura. No se puede escribir y seguir a pies juntillas algo tan versátil e improvisado, porque termina sonando artificial.

Como la música que interpreta, sus influencias musicales se extienden a otros países. Fruto del diálogo con diversas tradiciones, se ha propuesto explorar, en dúo con el arpista llanero Wílmer López, la música folclórica desde el sonido clásico y tradicional. El resultado de este experimento es Arpasión, un disco con ritmos de Chile, Argentina, Colombia, Venezuela, Cuba y España. Sin duda, el arpa tiene resonancias en todo el folclor latinoamericano; es un rasgo clave entre tanto acervo. Para citar solo un ejemplo, basta mencionar la similitud de algunas músicas de México y Paraguay con el joropo de Colombia y Venezuela.

Trabajos como este tienen amplia recepción en el mundo. La apreciación de la música clásica en Colombia, en cambio, permanece en ciernes, pues “el público colombiano no digiere obras monumentales, como la Sexta de Mahler, porque no acostumbra escuchar música que dure veinte minutos o una hora. Además, les parece elitista, hecho para un público distinguido, lo cual es falso”. A estas razones obedece el intento de acercarse a la gente ofreciendo conciertos en las iglesias, los parques y los colegios, una tarea asumida por la Filarmónica de Bogotá. En consonancia con esto, Martha defiende la importancia de una pedagogía musical que, más allá de posicionar a la música clásica entre el gran público, fortalezca tres habilidades esenciales: la sensibilidad, la concentración y la disciplina. Aprender música implica concentrarse profundamente en una tarea, cosa que los niños y jóvenes hacen con menos frecuencia. 

-Cuando me preparo para un concierto -apunta-, destino horas enteras a la práctica, casi como el entrenamiento de un atleta. Debo pulir la técnica, trabajar la memoria y desarrollar una concepción global de la obra. Es un trabajo arduo.

De este modo se establecen posibles lazos entre la música y la educación, otra de sus facetas. En la cátedra de arpa de la Universidad Javeriana ha descubierto, con gran entusiasmo, que sus colegas profesores están bien preparados: salen del país, se nutren de múltiples discursos y tienen las herramientas idóneas para enseñar. Además, las nuevas generaciones son curiosas y reciben el apoyo de maestros cada día mejor informados. Pero vivimos en la era de la inmediatez, y aprender música no es algo inmediato. Como todo proceso, demanda entrega y paciencia, virtudes escasas en nuestro tiempo. Respecto de este fenómeno, Martha reflexiona:

 -Hay garantías para subir el nivel. Un recurso como YouTube permite acceder a diez versiones de una misma pieza. En mi caso, cuando era estudiante debía ir a la Luis Ángel Arango y sentarme a escuchar una sola versión en disco. Esa dificultad me obligaba a prestar toda la atención posible. Ahora es más sencillo, pero no sé qué tan positivo sea disponer de tanto material, y al mismo tiempo estar expuesto a distractores como las redes sociales. En fin, depende de la responsabilidad y el provecho que saquemos de las herramientas, algo que pretendo inculcar en mis estudiantes.

Sumado a estas reflexiones sobre la formación musical, el rol educativo le ha permitido valorar el poder de la relación maestro-discípulo, y la influencia que puede ejercer un par. Así vienen a colación Marisela González y Magdalena Hoffman, a quienes considera sus referentes. La primera apareció en su vida cuando tenía 17 años. Era jurada de un concurso, y en determinado momento se acercó para aconsejarla: la manera en que le comunicó sus impresiones le pareció una suerte de verdad revelada. Luego la invitó a su casa, en Venezuela, y allí pasó quince días decisivos para su carrera:

 -Como música -asegura-, no volví a ser la misma. Fue un punto de partida. Me preparó para ingresar a la Filarmónica y eso se lo debo. El mérito es suyo también. Desde entonces acudo a ella para pedirle consejos. Le envío videos o toco en videollamada para escuchar sus recomendaciones.

En cuanto a Magdalena, la conoció en Alemania, siendo estudiantes. Aunque es menor, la admira profundamente, y han tocado juntas en varias ocasiones. Es un referente europeo del arpa clásica, ganadora en 2018 de una plaza en la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera, en Múnich. Para Martha, el recuerdo de su amiga funciona como un tótem o un mantra en momentos de tensión, ya que “tiene la habilidad de funcionar a contrarreloj; cuando adquiere un compromiso, pospone el trabajo hasta que debe clavarse y darlo todo. Yo no: necesito maduración, que todo se cocine a fuego lento. Pero no siempre se puede, y cada vez que me veo corta pienso en ella y recuerdo que la adrenalina también puede ser positiva”.

Finalmente, Martha y Elisabeth coinciden en que el arpa trasciende los escenarios, y eso tiene que ver, entre otras cosas, con la vibración, la intensidad del sonido y los decibeles del instrumento: de ahí que elijamos como tono del despertador un arpegio delicado. Tanto el intérprete como el oyente pueden hallar en su sonido un espacio para la meditación. Por un lado, el músico necesita regularse, controlar la respiración y permanecer a gusto en el presente para que la pieza fluya. De este modo, la música funge como acto meditativo, de consciencia plena. Por otro lado, el arpa puede contribuir a la recuperación física y mental de los oyentes, bien sea en un escenario de “arpaterapia” destinado a todo público, o en el tratamiento de personas traumatizadas. Ocurre lo mismo con enfermedades como el autismo, cuyo tratamiento requiere ahondar en la mente del paciente de maneras distintas. 

 

 

 -Hay música que cala en lo profundo -sostiene-, y sin demeritar otros instrumentos, el arpa tiene esta propiedad. Yo participo en un proyecto para ampliar su difusión en Colombia, y cuando veo que solo cuatro arpistas y 200 oyentes están interesados en ella, desde una concepción meramente musical, reconozco que desaprovechamos la posibilidad de llegar más lejos y de que nuestra música cure.

Sobran los escenarios alternativos, y el país los necesita. La música es más que un entretenimiento prescindible o un lujo que la sociedad puede relegar a sectores especializados, condenando así el poder transformador de la cultura. En realidad, su valor se extiende a espacios que no hemos pensado de modo distinto, y que podrían encontrar en ella oportunidades para el porvenir. Martha cree que esta es una justificación sólida para introducir el arpa en una sociedad lastimada como la nuestra. 

ACERCA DEL AUTOR


(Bucaramanga, 1998). Licenciado en español y literatura. Actualmente, es asistente editorial en El Malpensante. En 2020, publicó la crónica "Breve semblanza de un historiador santandereano" en la Revista L de la Universidad Industrial de Santander.