Los dobles de Bruce Willis

Una nueva entrega de "Espin On: reflexiones irresponsables" Por Deivis Cortés. 

POR Deivis Cortés

Marzo 23 2023
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Bruce Willis ha sido doblado por Mario Castañeda en setenta oportunidades. Y la voz de Castañeda es tan canónica que cuando uno veía Dragon Ball Z no podía evitar preguntarse: ¿por qué Bruce Willis está haciendo voces para dibujos animados sobrevalorados? ¿Tan mal de plata está? Pero Castañeda no ha sido el único. Humberto Solórzano y Armando Coria también se han hecho cargo del doblaje en varias películas, por no hablar de Diego Brizzi, Carlos Segundo, René García y un largo etcétera que incluye nada menos que 40 actores, sin contar aquellos intérpretes que se han hecho cargo del doblaje al español ibérico.

Hoy en día es común que las plataformas como Netflix, HBO o Amazon incluyan un par de pantallazos con los correspondientes créditos de doblaje en cada idioma. Como latinoamericano, he convivido con el doblaje desde niño y fueron justamente las películas de Bruce Willis las que me abrieron los ojos ante el fenómeno. ¿Cómo así? ¿O sea que Bruce Willis no habla español y esa voz de Armageddon no es la de él sino la de un señor gordito y bonachón que vive en México?

Es un golpe duro, similar al que soporta uno cuando se entera de que no hay Papá Noel, ni ratón Pérez ni Jesucristo. Similar al que tiene lugar cuando uno se entera de que los padres también mienten y se equivocan. Es duro, pero luego uno lo asimila y aprende a vivir con eso. Después uno aprende algo de inglés, se aventura a ver la película en inglés subtitulado y entonces se da cuenta de que la voz original de Bruce Willis es bastante diferente, es más susurrada, es más callejera, más barrial y menos amistosa que la de Mario Castañeda, quien, como buen mexicano, siempre habla como si estuviera sonriendo.

Uno se recupera de ese golpe también, sin sospechar que lo está esperando otro impacto aún más violento: el impacto de la no ficción, uno de esos documentales televisivos sobre el cine mismo donde entrevistan a las estrellas haciendo de sí mismas, interpretando no a un personaje sino a una cabeza parlante que emite información que luego será ilustrada con imágenes y empaquetada para llenar una parrilla televisiva o un contenido extra de DVD.

Muchos de esos documentales son doblados para su emisión en televisión latina y es bastante frecuente que las productoras no contraten a las majors del doblaje, que se suelen contratar para los trabajos cinematográficos, sino a otras compañías de la B, mucho más baratas, con voces menos conocidas, con equipos viejos, técnicos mal pagos y software de audio pirateados.  Así es como el espectador accede a doblajes alternativos, doblajes no canónicos que las personas funcionales procesan con tranquilidad (“ah, cambiaron la voz, no hay lío”), pero a los enfermos mentales nos cuesta un poco más. Estoy viendo un documental televisivo sobre, digamos, el cine de acción, y como no puede ser de otra forma entrevistan a Bruce Willis para hablar de la relevancia de John McClane. Pero el documental está doblado. Está doblada la narración en off y están dobladas las declaraciones de cada entrevistado. Entonces yo, que estaba acostumbrado a Bruce Willis doblado por Mario Castañeda; yo que estaba acostumbrado también a ser flexible y a aceptar que de vez en cuando sonara la voz de Armando Coria o de este otro, escucho una voz distinta cuando entrevistan a Willis en el documental, una voz nueva, diferente, puede que hasta antagónica con respecto a la de Willis y a la de cada uno de los dobladores que conozco y eso causa un choque mental muy fuerte, un micro daño cerebral que no me cubre la EPS.

Es viable asumir que contraten a diferentes actores para interpretar a Bruce Willis según los criterios de cada estudio de doblaje. Incluso me parecería viable que contrataran diferentes voces para ilustrar sus facetas distintas o interpretar diferentes registros del actor. Pero que exista una voz de Bruce Willis exclusiva para ilustrar a ese Willis que hace de sí mismo cuando es entrevistado en un producto de no ficción, el Bruce Willis que cuenta cosas sobre el rodaje y sobre las condiciones de producción de esa película en la que trabajó hace 20 o 25 años, ya es otra cosa, ya es una ruptura ontológica muy fuerte. Posiblemente se da también por cosas contractuales. En canales como como Space, The Film Zone o DHE (donde trabajé como editor) compran este tipo de documentales para rellenar su parrilla de programación. Sin embargo, estos canales no cuentan con el mismo presupuesto que tienen los que contratan a dobladores mexicanos para doblar las películas que se estrenan en salas; no tienen el mismo presupuesto para contratar a Mario Castañeda y su equipo, probablemente también porque para ese momento Mario esté ocupado doblando el enésimo regreso de Gokú para alimentar la afición de todas esas personas que no crecieron y que siguen consumiendo Dragon Ball Z como si fuera la octava maravilla del planeta, como si nunca hubieran salido del colegio o como si no se dieran cuenta de que todo eso que hacen en Dragon Ball está mejor contado en Superman.

Entonces Space (o cualquiera de esos canales de la B), ante la negativa de Castañeda, termina contratando dobladores colombianos para  ese documental. Los contrata no porque nuestro acento sea más neutro (como suelen decir los rolos) sino porque salen más baratos. Y por eso es que cuando uno ve ese documental escucha la voz de Bruce Willis con otro tono, con un registro diferente a Mario Castañeda y diferente al propio Bruce Willis. Muchos de esos documentales tienen entrevistas (declaraciones) y luego escenas de películas que ejemplifican e ilustran esas mismas declaraciones. Curiosamente, en esas escenas Willis no está doblado sino que habla con su voz en idioma original y con subtítulos, probablemente porque no les dio el presupuesto para doblarlo todo y en alguna reunión los ejecutivos decidieron que no, que eso así sale muy caro, doblen solo la parte de las entrevistas y el resto subtitúlenlo como puedan porque tampoco hay plata pa’ tanto, que lean o si no que cambien de canal, a mí me da igual, yo igual voy a renunciar a fin de mes y el chicharrón le quedará a mi sucesor.

Entonces uno, que ha sido fan toda la vida de Bruce Willis, tras el visionado de este documental doblado tiene que abrir espacio en su memoria sonora para un Willis más: el Willis entrevistado que está siendo doblado por un actor de doblaje colombiano con el que perfectamente pude haber coincidido en TransMilenio, en la fila de algún cajero automático o en las neveras de un supermercado. Es un golpe de información muy fuerte que genera paranoias de todo tipo: imaginar a ese Bruce Willis sonoro haciendo un reclamo prosaico en Davivienda, imaginar a ese Bruce Willis sonoro explicando a un auxiliar bachiller las razones por las cuales se coló en el transporte público, o imaginarlo preguntando a un dependiente de Carulla por helado libre de leche y luego quejándose porque es muy caro y prácticamente no sabe a nada.

Pero, sin duda, la paranoia que más me atormenta y me persigue en sueños diurnos es la que sigue: dos actores de doblaje se encuentran en alguna convención geek, en algún evento especial dedicado a conmemorar la existencia  de Die Hard o de Sin City. Los organizadores invitan a Mario Castañeda y a Humberto Coria, pero como Coria cancela a último momento terminan invitando, en reemplazo, al actor de doblaje colombiano que interpretó a Willis en ese documental de la B. No lo invitan porque sea bueno sino porque vive cerca y cobra solo lo de la comida. Ambos asisten al evento y van por ahí dando vueltas y saludando fans, tomándose fotos y firmando autógrafos como Bruce Willis y no con sus nombres propios. Y puede que incluso tengan una manera muy similar de dibujar la B y maneras muy distintas de dibujar la W y las demás letras, pero se ponen de acuerdo para unificar el estilo caligráfico de la B. Y puede que en algún momento un niño con oído absoluto, un niño muy melómano, reconozca las voces de ambos. Puede que en alguna fila para pedir algún bocadillo o alguna bebida; en algún contexto doméstico o comercial donde los actores de doblaje hayan tenido que hablar en voz alta, gritar el nombre de un bocadillo o de una bebida para que la dependienta los atienda más rápido. Este niño los reconoce a ambos y les pide autógrafo. A cada uno le pide firmar en una hoja diferente, pero no marca ninguna de las dos hojas con los nombres de los actores de doblaje: ambas dicen simplemente “Bruce Willis” con caligrafías distintas, aunque normalizadas por el hábito.  Y el niño luego va  al colegio donde está terminando bachillerato y empieza a alardear con sus compañeros diciendo que tiene en su poder la firma de Bruce Willis. Les muestra el papel A (firmado por Castañeda) a sus compañeros de salón y a los niños de otro curso también les dice que tiene la firma de Bruce Willis, pero a ellos les enseña el papel B, el papel firmado por el actor colombiano. Y puede que en algún momento se sepa en el colegio que este niño tuvo la suerte de tener la firma de Bruce Willis. Se riega el chisme y muchos estudiantes de otros cursos, ante el rumor maravilloso, se antojan de conocer al niño, se antojan de conocer (o al menos ver de lejos) a ese niño “de nuestro mismo colegio” que tiene la firma de Bruce Willis en un papel, una simple hoja de cuaderno que probablemente esté cargando en la maleta mientras hablamos, en este mismo instante, mientras mordisqueamos un buñuelo o  le pegamos un chicle al pupitre del profesor.

Toda la comunidad escolar empieza a referenciar a ese niño como “el niño que tiene la firma de Bruce Willis”. Algunos alardean de haberlo visto de lejos en el pasillo portando la mítica maleta donde puede que esté el papel. Otros alardean de haberlo visto “a menos de 5 metros” sacando el papel.  Otros alardean de haber pasado junto a él segundos después de haberlo visto guardar el papel firmado en su maleta. Otros alardean de haber puesto la maleta cerca,  casi que rozando la maleta del niño donde presuntamente está el papel firmado por el famoso actor. Y se empieza a formar una cofradía de fans del niño que se reúnen después de clases y discuten durante horas mientras otros juegan fútbol o ligan con niñas que se toman fotos en el espejo. “¿Seguro que usted vio el papel?”. “¿Seguro que era la firma de Bruce Willis?”. “Obvio, yo sé lo que vi, sí era la firma del calvito ese que le gusta a mi papá y al novio de mi mamá”. “Bueno, pues si está tan seguro entonces dibújemela aquí, ¿o miedo?”. Y el novato de la cofradía accede y empieza a hacer el dibujo, pero cuando está por terminar otro le dice que no, que así no es, que yo también lo vi y puedo jurar que es más bien de este otro modo. Y saca otra hoja de papel (no cuadriculada sino ferrocarril) y  dibuja otro garabato  que se parece menos aún, pero que sorprendentemente la mayoría aprueba como auténtico, porque así son las mayorías, así es la democracia. Y entonces el líder de la cofradía, que nunca ha visto el papel y que ha visto al niño menos veces y a mayor distancia que cualquiera, emite su veredicto ante el segundo garabato: “Excelente, sí me suena a que puede ser así porque una vez con mi padrastro vimos una película de Willis en la que firmaba un papel y, aunque no vi la película completa (me sacó de la pieza para encerrarse con otro hombre), sí creo que se parece a esto que usted acaba de dibujar. Aprobado. ¿Le puedo tomar una foto?”. Y le toma una foto y esa foto del retrato hablado de la firma tal como la recuerda el testigo menos fiable posible, esa foto vista de pasada y sin gafas, puede que con los ojos llorosos, esa foto dibujada a partir de un recuerdo muy difuso y distorsionado, empieza a circular por redes sociales, por grupos de WhatsApp, se empieza a alojar en diferentes memorias USB y en discos duros tanto del colegio como de residencias privadas.

Y como es tan complicado marcarla poniendo “fotografía de retrato hablado de alguien que pudo haber visto la presunta firma de Bruce Willis (de lejos), antes de que un niño rico guardara el papel huésped en su maleta”, por puro espíritu sintético o puede que por simple pereza, terminan marcando el archivo con el nombre “foto de la firma de Bruce Willis”. Y marcan el archivo así porque al primero que se le ocurrió marcarlo (después de circular durante varias semanas sin marcar, probablemente porque sentían tanta reverencia hacia ese documento que les daba miedo encasillarlo con un rótulo) tiene túnel del carpo de tanto jugar videojuegos y prefiere no desgastarse digitando letras innecesarias.

Entonces la foto marcada así empieza a circular y nadie hace ninguna pregunta, nadie se cuestiona sobre si  es o no la foto de la firma de Bruce Willis, nadie pregunta si Willis efectivamente firmó en un papel ferrocarril, en una hoja cuadriculada o en un folio en blanco. Todos asumen que es la foto de la firma de Bruce Willis porque nadie tiene ningún documento maestro para cotejarlo, nadie sabe si realmente Bruce Willis firma así, o  y, aunque de pronto en internet, mediante un googlazo rápido, puedan acceder a una imagen que muestre otra firma distinta, nadie se atreve a investigar. Bien podrían hallar una imagen de un contrato célebremente fallido o la famosa imagen del paseo de la fama de Hollywood (tan diferente porque la B está trazada como si fuera una L mayúscula modificada y no una B propiamente dicha y la W está trazada no como una W sino como una M invertida, como si el firmante, incapaz de concebir una W desde cero, hubiera tenido que voltear el papel para dibujar una M porque así se lo enseñaron en el colegio luego de repetir primero de primaria varias veces) Nadie se atreve a investigar, pero todos juzgan plausible que la foto de firma que circula por todas las redes del colegio y que todos tienen en sus teléfonos celulares (computadores, tablets, discos duros) es la original .

Y toda esa gente está peleando y defendiendo la firma de Bruce Willis cuando ni siquiera es la firma de Bruce Willis: es la firma de uno de los que hizo la voz de Bruce Willis y ni siquiera del actor de doblaje más canónico. Pero el niño no se molestó en especificar eso porque no lo sabía o tal vez porque era nuevo en el colegio y necesitaba ganar popularidad, o probablemente también porque era muy perezoso y no le gustaba gastar saliva extendiéndose en explicaciones que igual nadie escuchaba completas, porque tampoco era muy elocuente y se iba por las ramas cada vez que trataba de explicar cualquier cosa. Y puede que el niño de la foto efectivamente gane popularidad y lo pongan a izar bandera siempre a pesar de que es pésimo académicamente y mucho peor en términos de disciplina. Da igual, es popular, ha posicionado a ese colegio de garaje en el mapa del distrito, en un mapa extraño y excéntrico, pero en el mapa al fin y al cabo. El niño de la foto termina siendo elegido personero, se gradúa con honores y logra ingresar a una prestigiosa universidad privada con beca completa porque el rector del colegio (que tiene una foto de la firma de Bruce Willis enmarcada en su oficina) tramitó su ingreso, movió fichas y habló con el Ministerio de Educación en agradecimiento por todo lo que ese niño hizo por la institución. “Si hizo eso por este colegio, señor ministro, imagine lo que puede llegar a hacer por el país. Hágame el favor y dele la oportunidad”.

El niño se va del colegio convertido en leyenda y el archivo jpg con la “firma de Bruce Willis” continúa en los discos duros,  en los computadores que se usan para dar clases. Incluso puede que algunos profesores de informática que no alcanzaron a preparar clase, justamente por quedarse viendo una maratón de Die Hard, decidan usar el archivo jpg que ya figura en todos los computadores para enseñar algún concepto sencillo, para enseñar cómo se usa determinada herramienta de Photoshop o de Power Point. Puede que les enseñe a alterar imágenes, bien por mera didáctica o bien por inculcar un espíritu falsificador justamente porque se siente estafado por el sueldo que recibe en el colegio y decide quebrar el sistema desde adentro, para vengarse de lo poco que le pagan. Y entonces puede que, en el contexto de esa misma clase, nazca una versión falsificada de ese archivo: uno o varios estudiantes entregan versiones modificadas de la firma, versiones que, a pesar estar notoriamente modificadas, transmiten de manera más eficiente eso que ellos llaman “el espíritu de Bruce Willis”, la personalidad de Bruce Willis, el brucewillismo. Y puede que incluso alguno de esos niños, motivado por la felicitación del profesor y por la buena nota obtenida en la entrega, abandone su idea de ser guitarrista y reencause su vocación hacia el diseño gráfico. Sale del colegio y estudia diseño gráfico en la universidad para alegría de sus padres, que ya estaban cansados de escucharle tocar canciones mediocres con pésima digitación y voz desafinada. El niño estudia diseño gráfico en la universidad y, todavía motivado por ese ejercicio maravilloso que entregó en el colegio usando como base el archivo de “la firma de Bruce Willis”, decide crear toda una tipografía para rendir homenaje a ese actor afásico y con demencia, a ese actor que ya no puede firmar nada y cuya leyenda se ha extendido más por ese papel firmado que alguna vez cargó un niño mítico (ahora congresista de la república) que por el trabajo del propio actor. Y entonces ese estudiante de diseño gráfico, para rendir homenaje a esa mitología extraña de su colegio, a ese salón de informática rebautizado con el nombre del “niño de la firma de Bruce Willis”, decide crear la tipografía Bruce Willis, una tipografía que, si queda bien hecha y es impulsada por las personas adecuadas, puede llegar a figurar en la configuración básica de Microsoft Word y a establecerse como la tipografía oficial para escribir sobre las películas en las que figura el legendario actor. Y si todo sale bien, puede que a los estudiantes de historia del cine y de historia de la comunicación no les reciban trabajos relacionados con Willis (aunque sea con varios grados de separación) si están escritos con esa tipografía, una tipografía basada en una fotografía alterada, en una fotografía de un retrato hablado hecho a mano por alguien que vio de lejos una hoja de papel (¿cuadriculada o ferrocarril?) donde decía “Bruce Willis”, una hoja de papel que no fue firmada por el actor sino por un actor de doblaje y ni siquiera por el actor de doblaje canónico sino por otro actor de doblaje, más periférico, que se encargaba de doblar a Willis solamente en documentales y solamente cuando la empresa productora no se podía permitir los costos prohibitivos que implicaba fichar al gran Mario Castañeda.

(Fragmento de la novela inédita Cuadro por cuadro)

 

 

ACERCA DEL AUTOR


(1986) Realizador y analista audiovisual. Magíster en Escrituras Creativas. Escritor. Comediante. Podcaster. Redactor de contenidos. Coordinador Cinemateca Sala Alterna (2014-2016) Egresado de la Escuela de Cine y TV y Magíster en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia.