Los funerales de la reina de la salsa: Celia Cruz

Fue tan hondo el vacío que hace 18 años dejó la partida de la Guarachera de Cuba que, para colmarlo, hubo que hacer un funeral de cinco días, celebrado tanto en Nueva York como en Miami. Aquí una crónica de cómo, durante casi una semana, el cielo lloró lágrimas de azúcar.

POR Eduardo Márceles Daconte

Septiembre 30 2021
Celia Cruz

 

Tras una serena agonía, con sus seres queridos rodeando su lecho, Celia Cruz, la legendaria cantante de ritmos afrocubanos, la reina de la salsa y del sabor, famosa por su alegre tumbao, falleció a las 4:55 de la tarde el miércoles 16 de julio de 2003, víctima de un cáncer de cerebro. Dos horas antes de que ella muriera, el sacerdote Carlos Mullins fue llamado de urgencia para aplicarle la extremaunción a la moribunda. Nadie podía creer que la diva más reverenciada de la música popular antillana se había ido para siempre de este mundo. 

Pedro Knight, su esposo, estaba renuente a creer que su compañera de mil aventuras a través de más de cinco décadas, desde aquel día remoto de 1950 cuando la ayudó a organizar las partituras de las canciones que iba a interpretar como prueba para hacer parte de La Sonora Matancera, se había marchado de su lado. Más tarde, su cadáver fue trasladado a la funeraria Frank H. Campbell en Manhattan, donde sería preparado al día siguiente antes de ser llevado a Miami para que una multitud de sus fanáticos la despidiera como se merecía, con una mezcla de inmenso dolor y la nostalgia y alegría que producían sus canciones. Sus apoteósicos funerales en Miami y Nueva York serían recordados como “la última gira de la reina de la salsa”.

 

Nueva York, viernes 18 de julio de 2003

Con profusas lágrimas y encendidos gritos de “¡azúcar!”, así como con una lluvia de pétalos de rosas rojas y al compás de las notas musicales de “no hay que llorar / que la vida es un carnaval / y es más bello vivir cantando”, los admiradores de Celia Cruz despidieron su cadáver en la funeraria Frank H. Campbell, cuando partió rumbo a Miami el viernes 18 de julio. Alrededor de las dos de la tarde habían llegado a la funeraria dos hombres: Luis Falcón, un joven fanático que se considera “hijo” de Celia, y Omer Pardillo Cid, representante de la cantante cubana. El viudo Pedro Knight prefirió quedarse en el automóvil para hacer el recorrido hasta el Aeropuerto John F. Kennedy rumbo a la capital del exilio cubano, donde la Guarachera de Cuba recibiría un homenaje multitudinario. 

El féretro de Celia Cruz fue cargado en hombros por seis funcionarios del servicio funerario. El momento que el público allí reunido esperaba había llegado, y en cuanto el ataúd de Celia cruzó el umbral, se escucharon de nuevo los gritos de “¡azúcar!”, la expresión que mundialmente popularizó la cantante a lo largo de su carrera artística. Los restos de Celia viajarían en un vuelo de American Airlines a las 5:30 de esa tarde, acompañados por sus familiares y amigos cercanos.

Cuando el cuerpo fue llevado a la carroza fúnebre para partir hacia el aeropuerto, algunos de los presentes se precipitaron sobre el automóvil para tocar el féretro, pero fueron interceptados por la policía encargada de la seguridad. En las aceras, sus fanáticos –que se habían empezado a reunir frente a la funeraria desde temprano en la mañana– permanecían expectantes, agitando pañuelos blancos. La funeraria dispuso un libro conmemorativo para que los visitantes lo firmaran o dejaran un mensaje de pésame a los familiares. Algunas personas trajeron ramos de flores con saludos, otras encendieron velas y alguien depositó una bandera cubana en el altar improvisado sobre la acera.

Julio Díaz, un artista colombiano que presenta su espectáculo en las estaciones del metro y en las plazas públicas neoyorquinas bailando con una muñeca de trapo, se acercó a la funeraria y solicitó permiso a los familiares para poder hacer su homenaje póstumo a la reina de la salsa. Un vocero de la elegante funeraria donde fue velado el venerado actor Rodolfo Valentino en 1926, cuando la misma estaba localizada entre la calle 66 y Broadway, se acercó para decirle que, si bien la familia de Celia estaba triste, entendía que él interpretaba la vida como ella, con alegría y esperanza. Después de danzar al ritmo de “La vida es un carnaval”, el bailarín callejero esperó allí hasta que sacaron el féretro, tras lo cual dejó correr la cinta de su grabadora para despedirla con alegría.

Procesión fúnebre de Celia Cruz por la Quinta Avenida, en Nueva York, rumbo a la catedral de San Patricio.

Procesión fúnebre de Celia Cruz por la Quinta Avenida, en Nueva York, rumbo a la catedral de San Patricio.

 

Miami, viernes 18 y sábado 19 de julio de 2003

El ritual funerario se repitió de manera similar en cada sitio con una precisión coreográfica que parecía ensayada tiempo atrás. Antes de morir, Celia expresó su deseo de despedirse de Miami, donde residen alrededor de 700.000 personas de origen cubano, muchas de las cuales siempre la consideraron un verdadero ídolo. El féretro de la Guarachera llegó la noche del viernes 18 de julio al aeropuerto de Miami. Allí, los fanáticos que la esperaban fueron testigos del momento en que los trabajadores de la pista –como impulsados por una fuerza misteriosa– corrieron a tocar el ataúd sellado, en señal de duelo y despedida. El carro fúnebre se dirigió entonces hasta el santuario dedicado a la Virgen de la Ermita de la Caridad del Cobre, un lugar que Celia tenía por costumbre visitar, y donde también la esperaban sus fieles admiradores. El obispo auxiliar de Miami, monseñor Agustín Román, estaba ahí para dedicarle un réquiem: 

–La libertad se sintetizó en tu voz que, ni en su canto ni en su denuncia, pudo ser silenciada.

Después de la ceremonia, el cortejo se encaminó hacia el simbólico sitio seleccionado como capilla ardiente, la llamada Torre de la Libertad, un edificio emblemático del exilio cubano en el centro de Miami, donde fueron procesados miles de refugiados cubanos desde 1962 hasta 1974. Celia nunca estuvo sola porque sus fanáticos empezaron a congregarse allí desde esa misma noche para ser los primeros en entrar a verla. Ni siquiera el más audaz vaticinador pudo imaginar que en la mañana del sábado la comunidad miamense se volcaría de un modo tan multitudinario sobre Biscayne Boulevard. Pese al calor sofocante, una interminable fila de exiliados cubanos y de numerosos países de América Latina esperó turno para rendir homenaje a los restos mortales de la reina de la salsa. El féretro fue expuesto en el segundo nivel de la torre, cuya fachada estaba engalanada con una gigantesca bandera cubana que cubría siete pisos.

¡Azúcar!”, “¡viva la Reina!”, gritaba la multitud, que a veces también bailaba y entonaba “Guantanamera”, “La vida es un carnaval” u otra de sus conocidas canciones en un curioso ambiente entre festivo y emocionado. Julio Sabala, el conocido imitador dominicano –que incluso llegó a imitar a la misma Celia–, sintetizó el sentimiento imperante aquel sábado en Miami: 

–Celia no quiere que estemos tristes, ella representa la alegría. 

El fervor popular se manifestó en las más de 150.000 personas que desfilaron durante la jornada del sábado ante los restos de Celia Cruz. Muchos admiradores de la diva sostenían rosas, algunos enarbolaban banderas colombianas, nicaragüenses, dominicanas, mexicanas, puertorriqueñas, argentinas, mientras que la mayoría intentaba escapar del candente sol con sombrillas y sombreros ostentando los colores nacionales de Cuba: rojo, blanco y azul. A la entrada del edificio había una bandera cubana hecha con flores, un mapa de la isla y un pentagrama de crisantemos con una cinta que decía “¡azúcar!”. Subiendo la escalera, los visitantes eran saludados por un inmenso retrato de una Celia sonriente. En el interior se respiraba el aroma que emanaba de docenas de cestas, jarras, coronas y ramos de flores de todos los matices.

Pero cada vez que la atmósfera se tornaba sombría en el interior, la concurrencia comenzaba a cantar en coro: “Celia... Celia... Celia...”, palmoteando al ritmo de su música, que se difundía por altavoces en el interior de la torre. El ataúd abierto estaba rodeado de flores blancas y lilas, que eran sus favoritas. En un extremo, Pedro Knight estaba de pie, vestido de negro, en compañía de amigos y familiares. En el otro extremo había un crucifijo y junto a él la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. El féretro tenía encima una bandera cubana. Celia lucía elegante con su vestido blanco, sus joyas, las uñas largas y pintadas, un rosario entre sus dedos, maquillada y con una de sus llamativas pelucas rubias. Más que sin vida, parecía estar tomando una siesta antes de salir al escenario con su habitual energía.

Entre los presentes estaban Gloria y Emilio Estefan, el cantautor colombiano Carlos Vives, Willy Chirino, Andy García, Cachao, don Francisco, José José y Cristina Saralegui. Justo antes de cerrar el ataúd, de manera sorpresiva, desde Cuba llegó Dolores Ramos, la hermana mayor de Celia, vestida de lila, con el dolor reflejado en su rostro. Ese sábado, el diario El Nuevo Herald de Miami le dedicó a la cantante una edición especial bajo el título: “Celia descansa en libertad”.

Tras nueve horas de estar expuestos, los restos de la reina de la salsa fueron trasladados en procesión –precedida por la Virgen de la Caridad del Cobre– hacia la iglesia católica del Gesù, en el centro de Miami, donde se celebró una misa oficiada por el obispo auxiliar Agustín Román, de origen cubano, el padre Alberto Cutié y otros religiosos. Cutié observó que la ceremonia religiosa finalizó con la canción “Cuando salí de Cuba”, una composición de Luis Aguilé, a juicio del sacerdote “el canto tradicional que nos recuerda el dolor de todos los cubanos que salieron de la isla sin poder regresar”. Para terminar la solemne ceremonia, Pedro Knight se dirigió a los asistentes:

–Quiero agradecerles con todo mi amor, y con la fuerza de mi alma, todo el sacrificio que ha hecho este pueblo por mi esposa.

 Fans de Celia animan la procesión fúnebre de la estrella de la salsa en Nueva York (22 de julio de 2003).

Fans de Celia animan la procesión fúnebre de la estrella de la salsa en Nueva York (22 de julio de 2003).

 

Nueva York, domingo 20 de julio de 2003

Cuando el cadáver de Celia Cruz regresó a Nueva York, el domingo 20 de julio, fue recibido por cientos de fanáticos como un preludio de lo que sería su velorio y entierro en la Gran Manzana. 

–Murió el alma de Cuba –dijo Paquito D’Rivera. 

Desde el más humilde residente de este país hasta su presidente, nadie pudo eludir la muerte de la cantante cubana. En todos los medios de comunicación, escritos y audiovisuales, ella ocupó la portada o la primera página con extensos comentarios, entrevistas, testimonios personales, opiniones de amigos y colegas, al tiempo que su voz se escuchaba sin parar en homenajes y programas especiales de radio y televisión.

Luego de un apoteósico velatorio en Miami, cuando cientos de miles de personas se habían volcado a las calles para darle el último adiós a su “reina”, otros cientos se aglomeraron frente a la funeraria Frank H. Campbell para esperar la llegada de sus restos. A las 6:23 de la tarde llegó el cortejo y fue recibido por fanáticos y curiosos con aplausos y gritos de “¡Celia, Celia!” y “¡Pedro, te queremos!”. Los rostros de su viudo, Pedro Knight, y de su asistente personal, Omer Pardillo Cid, reflejaban el cansancio por el maratónico periplo realizado desde el viernes y cuyo impacto sorprendió por igual a latinos y anglosajones. Celia sería trasladada en una carroza el martes hasta la majestuosa catedral de San Patricio, en la Quinta Avenida de Manhattan, donde se celebraría el último servicio religioso antes de que sus restos mortales fueran sepultados para siempre en el cementerio de Woodlawn, del Bronx.

Su llegada fue recibida por la prensa del mundo entero entre fastuosas coronas y ramos de flores blancas, automovilistas que pasaban portando la bandera cubana y haciendo sonar la música de la cantante a todo volumen, así como visitantes y fanáticos de todos los rincones del país. A todo lo largo y ancho de la ciudad la gente opinó sobre su deceso. “Celia siempre fue grande, lo que pasa es que muchos no se daban cuenta”, dijo Antonio Mora, dueño de la Botánica Santa Bárbara en el Alto Manhattan, por donde alguna vez pasó la reina de la salsa buscando imágenes religiosas. “Además de ser una extraordinaria cantante era también importante por su posición anticastrista”, añadió el comerciante, que había llegado de Cuba treinta años atrás. A pocos pasos de allí, en el restaurante El Mambí, el cubano Rafael Morales, propietario del establecimiento, contó que hacía unos años solía ver a Celia cuando venía al banco de enfrente. 

–Lo más lindo que tenía era su sencillez –afirmó Morales–. Un día me dijo: “Si su restaurante se llama El Mambí, usted debe ser cubano”, y se echó a reír. Era muy atenta, la verdad.

Algunos podrían pensar que los vendedores de discos estaban de fiesta durante aquellos días por la altísima demanda de su música. El dominicano Enrique Tejada, un músico que trabajaba en la tienda Rufi’s Music de la calle 172 y Broadway, dijo que vendió todo lo que tenía de Celia en un solo día, pero comentó compungido: 

–Es una pérdida irreparable. Se nos fue así de un tiro y es muy triste. 

Las imágenes del velorio en Miami contrastaron con el silencio del gobierno cubano tras la muerte de la artista. 

–Eso es porque Celia representaba una Cuba libre –dijo Rosa María Carbonell, una fanática de la cantante, aún con los ojos húmedos, frente a la funeraria–. Esto es muy conmovedor –agregó secándose las lágrimas junto a sus compañeras de duelo, las hermanas Regina y Elena Acosta, que portaban banderas cubanas. 

–Nos enseñó que hay que salir adelante, pase lo que pase –expresó Julio Meneses, un “marielito” (como se les conoce a los inmigrantes cubanos que fundaron pandillas en Estados Unidos) que en 1980 se fue a vivir directamente al Bronx–. Por eso he venido a verla, porque fue una inspiración para mí y para muchos exiliados –dijo el empleado de limpieza. 

A su lado, la boricua Ángela Lebrón sostenía un ramo de rosas blancas y girasoles. 

–Las blancas eran sus favoritas y también los girasoles porque son amarillos, el color de la Virgen de la Caridad del Cobre, la patrona de Cuba, de quien era devota –afirmó Lebrón. 

Desde Washington D.C. arribó la familia de Henry Alonso, otro seguidor de la Guarachera, a entregar a la funeraria un cartel firmado por fanáticos de la capital estadounidense. Y entre ellos vino una abuela de 83 años. 

–Era nuestra última gloria de Cuba –dijo la mujer, algo temblorosa, apoyándose en un bastón–. Por eso estoy aquí, para honrarla.

 

Nueva York, lunes 21 de julio de 2003

Un día antes de la solemne misa en la catedral metropolitana de Nueva York, el lunes 21, los admiradores más fieles de la cubana entraban cantando y salían llorando de la funeraria donde su cuerpo reposaba en cámara ardiente. Llegaban de todas partes de la ciudad, del país y del mundo para reverenciar a una reina cantante, negra y latina. Portaban flores, banderas, fotos, carteles, discos estropeados, imágenes religiosas, saquitos de azúcar y lágrimas, muchas lágrimas. A su manera, todos conservaban recuerdos imborrables de la difunta y cantaban “Guantanamera”, “El yerbero moderno”, “La negra tiene tumbao” o “Bemba colorá”, cualquier tema que les mitigara el dolor por su pérdida.

–Ella era de Cuba pero también de Puerto Rico, de Colombia, de México, del mundo –comentó el exalcalde de Nueva York, Mike Bloomberg. 

Las personas entraban en grupos a la funeraria de Manhattan, tomadas de las manos como pequeñas familias, unidas en el inmenso dolor que significa la pérdida de esta artista latina de dimensión universal. En el ataúd se incluyó también una copia de su último álbum, Regalo del alma, y el puñado de tierra cubana que había recogido cuando visitó la Base Naval de Guantánamo para cantarles a sus compatriotas refugiados allí en 1994.

–Era mi diosa –dijo afligido el salsero dominicano Johnny Pacheco, otra de las leyendas de la salsa. 

–Está recibiendo un funeral digno de lo que era, una reina –añadió Omer Pardillo, a quien Celia consideraba su hijo adoptivo. 

Por allí también desfilaron políticos y funcionarios como Mel Martínez, secretario de Vivienda de los Estados Unidos, el gobernador del estado de Nueva York, George Pataki, y el congresista Charles Rangel. La oficina del gobernador Pataki informó que el martes 22 de julio se proclamaría oficialmente Día de Celia Cruz en el estado de Nueva York.

Una niña de ocho años salió sonriente del recinto sosteniendo una foto de Celia tomada en un concierto en el club Blue Note. 

–Ella me la firmó ese día y desde entonces siempre la tengo en mi cuarto –contó la niña mientras observaba a una mujer hispana del Lower East Side a quien le dio un ataque de histeria al salir del recinto. La única que parecía inmutable en este escenario de más de 50.000 personas era Rebecca Scott, una afroamericana vestida de amarillo (uno de los colores predilectos de Celia) que estaba sentada en la calle frente a la capilla, tocando un pequeño tambor. 

–Voy a tocar aquí hasta que la última persona se vaya de esta funeraria –dijo Scott. La mujer contó que había conocido a Celia Cruz hacía años, en un concierto de las Estrellas de Fania en el Madison Square Garden–. Yo estaba entre el público con mi tamborcito y cuando me vio me dijo: “Sube pa’cá”, y toqué con ella –dijo emocionada–. Por eso es que todas estas personas están aquí. Era una mujer extraordinariamente sencilla.

 

Nueva York, martes 22 de julio de 2003

La mañana comenzó con una movilización de seguridad que se extendió a los alrededores de la funeraria Frank H. Campbell, donde el día anterior una multitud de neoyorquinos desfilaron para despedirse de la Guarachera de Cuba. Ese martes, 22 de julio de 2003, amaneció nublado con pronóstico de lluvia para acentuar así el triste estado de ánimo en que se encontraba la comunidad latina de Nueva York. A la una en punto de la tarde salió el cortejo del recinto en dirección a la Quinta Avenida, en medio de una ovación y un coro de voces que entonaban sus canciones. Encabezando la caravana, siete camionetas negras portaban las decenas de arreglos florales que había recibido la difunta, entre ellos una bandera cubana con claveles rojos, azules, blancos y una estrella de icopor. Una cinta de seda que se desprendía de una corona de rosas blancas decía: “Gracias por llevar nuestra música cubana por el mundo, Celia. Nunca te olvidaremos”. 

A los carros seguía un convertible color beige que llevaba la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre y luego el carruaje blanco con dos corceles de gala y penachos de plumas, conducido por un cochero negro, portando el féretro dorado de la diva, también cubierto por su insignia patria. Más atrás, 22 limosinas negras con familiares y amigos de Celia cerraban la extensa comitiva fúnebre. A lo largo de la Quinta Avenida, la procesión era saludada con gritos y un mar de banderas multicolores de todas las naciones que agitaban sus admiradores ubicados a ambos lados de la vía. La diosa de ébano había paralizado el tráfico de la Capital del Mundo. Cuatro helicópteros seguían desde el aire el recorrido del cortejo funerario por esta arteria paralela al Central Park de Nueva York. 

Llegando a la calle 59, la multitud compacta invadía las aceras e impedía el paso a quienes intentaban desentenderse de lo que estaba pasando. Algunos turistas despistados y transeúntes curiosos se detenían a preguntar el motivo de semejante concentración popular y muchos se lamentaban al conocer la noticia. El arribo de la Guarachera a la catedral de San Patricio fue antecedido por gritos, cantos y vivas desde dos cuadras antes de llegar. De repente, un espeso manto de nubes empezó a oscurecer aún más sol. 

Era como si un designio divino hubiese decretado que la ciudad se vistiera de riguroso luto para dar un último adiós a la intérprete de voz maravillosa que había llenado de alegría el corazón de sus millones de fanáticos alrededor del mundo. En ese justo momento comenzó a tronar –un alarido desgarrador de la naturaleza– y a llover de manera torrencial con gruesas gotas que terminaron mezclándose con las lágrimas de los espectadores. A las dos en punto de la tarde, la procesión entró en la catedral, una edificación neogótica con capacidad para 1.500 personas y flanqueada por dos torres que se pierden entre los rascacielos del Midtown.

La primera en entrar fue la imagen de la Virgen, rodeada de rosas rojas y rosadas. La Virgen de la Caridad del Cobre fue colocada a la izquierda del atrio junto a la bandera cubana. Luego, entre aplausos, entraron los oficiantes religiosos, encabezados por el reverendo Josu Iriondo, obispo auxiliar de Nueva York y responsable de la homilía. Entre los celebrantes figuraba el padre Alberto Cutié, quien había dirigido los servicios en el velatorio de Miami. Después entró el féretro de la reina, seguido por su viudo Pedro Knight, sereno y vestido con un traje gris impecable, tomado del brazo del alcalde Bloomberg, y detrás de ellos varios familiares de Celia y amigos cercanos.

Allí estaban su hermana Dolores Ramos, su sobrina Celia María, su representante y mano derecha, Omer Pardillo Cid, y sus compañeros Johnny Pacheco, Willie Colón, la India, Rubén Blades, Ray Barretto, Antonio Banderas, su esposa Melanie Griffith, Patti LaBelle, Jon Secada, Víctor Manuelle, Chita Rivera y Marc Anthony, para solo mencionar los más allegados. También acudieron a dar su último adiós el intérprete José Alberto “el Canario”, Calixto Leicea, extrompetista de La Sonora Matancera, de 94 años de edad, y el músico puertorriqueño Nelson González, quien participó en el álbum Regalo del alma, el testamento musical de Celia. La muchedumbre que no pudo ingresar a la iglesia tuvo acceso a la misa y a la ceremonia mediante altoparlantes que se colocaron para tal efecto en su exterior.

–Por mucho que subió, Celia nunca se distanció del pueblo porque cuando ella subía, el pueblo subía con ella –expresó Iriondo, el obispo auxiliar de origen vasco–. Celia Caridad Cruz Alfonso, vives y vivirás, como buena azúcar, derretida en el café de tu pueblo.

Tres grandes ovaciones retumbaron en la catedral durante la celebración de la misa de cuerpo presente, en inglés y español: cuando Iriondo presentó a Pedro Knight, cuando terminó el “Ave María” interpretado por la cantante y amiga de la difunta, Patti LaBelle, que arrancó las lágrimas a Antonio Banderas, y cuando se oyó el canto de despedida de Víctor Manuelle, quien en el mejor estilo de Celia Cruz cantó a capela “La vida es un carnaval”, para finalizar con una emotiva improvisación que dejó a todos los presentes asombrados por su capacidad para el repentismo en la conocida tradición de los intérpretes de sones: los soneros caribeños. 

–Celia no se apagó, se encendió –concluyó el obispo Iriondo. 

Para terminar, en medio de una atmósfera silenciosa y solemne en la que solo se sentía el chisporroteo de los cirios y el penetrante olor a incienso, Omer Pardillo Cid dio un emotivo adiós a quien consideraba su madre adoptiva: 

–Saliste de Cuba, pero Cuba nunca salió de ti. Por favor, Celia, ayúdanos a liberar a Cuba.

El cielo también lloró el día del entierro. Fue una suerte de concierto en medio de la lluvia. Así se puede describir la despedida que miles de fanáticos neoyorquinos le dieron a la cantante cubana en el cementerio de Woodlawn en el Bronx. Ni la lluvia impidió que esos miles de admiradores se alinearan a lo largo de la Quinta Avenida. Un sonoro trueno –casi como un efecto especial para la última presentación de la cantante– antecedió a la llegada del cortejo. Una muchedumbre de curiosos se apostó desde temprano en la entrada principal del camposanto para rendir un postrer homenaje a la diva de la salsa.

Llegaron con radios, banderas, paraguas y fotografías autografiadas, y esperaron con paciencia hasta que llegó la carroza fúnebre. 

–Apúrense que va a llover, pero va a llover azúcar –dijo José Vargas, uno de los admiradores de Celia, con un dejo de tristeza. 

La música de la Guarachera de Cuba sonaba por todas partes y en el ambiente flotaba una extraña mezcla de resignación y alegría. Entonando las canciones más conocidas de la cantante, algunos no paraban de repetir en coro: “Celia... Celia...”, mientras otros lloraban y reían al mismo tiempo, en una muestra de emociones encontradas. Justo al frente del cementerio, desde el Woodlawn Café, los clientes miraban los funerales y escuchaban el incansable ritmo de “La negra tiene tumbao”.

Eran las 4:30 de la tarde y los cientos de fanáticos se habían convertido en miles de seguidores que entraban en son de rumba al camposanto. Los policías, que vigilaban a la multitud, parecían a ratos desconcertados tanto por la muchedumbre que llegó en masa como por su manera de comportarse. Cuando se escucharon las notas del tema “Yo viviré” por los altoparlantes, el público respondió con un bullicio ensordecedor, algunos lanzaron gemidos y derramaron lágrimas con más intensidad. La carroza fúnebre entró finalmente al camposanto entre aclamaciones, aplausos y desmayos. Familiares, políticos, artistas, y su esposo, Pedro Knight, estaban en el sepelio bajo una carpa verde para protegerse de la lluvia. Luego se efectuó una pequeña plegaria, y entre rezos y canciones el público le dijo adiós a su reina.

 Fans de Celia animan la procesión fúnebre de la estrella de la salsa en Nueva York (22 de julio de 2003).

Fans de Celia animan la procesión fúnebre de la estrella de la salsa en Nueva York (22 de julio de 2003).

 

Nueva York, miércoles 23 de julio de 2003

Margarita Medina y Carlos García, dos fanáticos de la música de Celia Cruz, un día después de enterrada la cantante, emprendieron la difícil tarea de encontrar su última morada en el cementerio de Woodlawn para rendirle un tributo personal a la recién partida Guarachera. Medina y García intentaban orientarse en el laberíntico camposanto consultando mapas, fotos y referencias cartográficas con la esperanza de encontrar su sagrado objetivo. La paz del hermoso camposanto de 140 años, ubicado al extremo norte de El Condado de la Salsa, contrastaba con la energía y vivacidad de la pareja.

Celia tuvo un sepelio a la altura de un jefe de Estado o de una de las grandes personalidades históricas. Su velorio en Nueva York se llevó a cabo en el mismo recinto donde fueron velados los restos de Judy Garland, Jacqueline Kennedy y su cuñado Robert Kennedy, como también de Tito Rodríguez y Jerry Masucci, el encargado de llevar a Celia Cruz al éxito en Nueva York y en todo el mundo como dueño y productor de esa magistral empresa que fueron las Estrellas de Fania. En su reposo final está en compañía de famosas estrellas del firmamento musical como Louis Armstrong, Duke Ellington, Billie Holliday, Miles Davis y ahora su amado “cabecita de algodón”, Pedro Knight, quien murió el 3 de febrero de 2007. También reposan allí los restos de importantes figuras del mundo de la salsa como Frank Grillo, más conocido por su mote de “Machito”, Héctor Lavoe, Charlie Palmieri y La Lupe, su rival en Nueva York.

El lugar fue escogido por Celia y su esposo Pedro para erigir su panteón familiar dado que la cantante no pudo regresar a Cuba por motivos políticos. Cada dos o tres cuadras, los admiradores de la diva preguntaban por Celia a algún miembro del ejército de jardineros que cuidan del lugar, pero todos venían con la misma noticia. 

–No sabemos dónde está. En el caso de las celebridades, se guarda mucha discreción porque hay personas que pueden intentar profanar las tumbas –dijo uno de los jardineros, después de detener el motor de su guadañadora. 

–Imagínate, y ella que tiene sus joyas y pertenencias –dijo García. 

–Lo siento, pero no van a poder encontrarla –agregó con amabilidad el trabajador. 

–¡Que Dios me la bendiga donde quiera que esté! –dijo Medina. Y luego de una pausa, preguntó: –¿Y la hermana que vino de Cuba? ¿Se va a quedar? ¿Para qué se va a regresar?

–Ahora hay que cuidar a Pedro. Aquí ambos estarán bien. Celia descansa en paz.

ACERCA DEL AUTOR


Licenciado en humanidades por la Universidad de Nueva York y magíster en artes del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de California. Ha publicado Los perros de Benarés y otros retablos peregrinos (1985), La crítica de arte y las tendencias de la pintura en Colombia (1984), ¡Azúcar! La biografía de Celia Cruz (2004) y la novela El Umbral de Fuego (2015).