Mi gato y las sombras

Un cuento.

POR Juan Diego Díaz

Diciembre 26 2021
Emilio

Ilustración de Manuel Arteaga

 

Mi gato se llama Evelio y fue el primero en ver el fantasma. Estoy seguro de esto porque en los días siguientes él me lo trató de mostrar. Se sentaba frente a mí sin maullar, sin ronronear, sin tocarme, sin siquiera mover su única oreja. Me miraba con la intensidad de sus ojos de ámbar. Se levantaba y luego se dirigía hacia alguna habitación de la casa haciendo una pausa breve para voltear a verme, indicándome que debía seguirlo. Era como polvo bajo los muebles: silencioso. Al principio lo seguía. Pensaba que me quería mostrar algún “accidente” que le había ocurrido, como ya hacía antes, pero al llegar a cualquiera que fuera la habitación a la que me llevaba, se sentaba de nuevo mirando a algún punto aparentemente normal y se quedaba ahí, con sus penetrantes ojos mirando al vacío, bueno, lo que yo consideraba el vacío y que para él era una presencia totalmente clara. Con el tiempo dejé de seguirlo... hasta que las sombras empezaron a aparecer.

La primera vez que Evelio me mostró una, hizo algo que nunca había hecho: puso su garrita sobre mi pie. De nuevo con esa mirada tranquila, pero tan profunda que de ninguna forma habría podido desacatar su orden de acompañarlo. Así que fuimos a mi habitación. Sobre la mesa de noche, donde antes estaba el portarretratos plateado con la foto de mi boda, en la que resaltaban los ojos verdes de mi esposa opacando de alguna forma el resto de la foto, a la vez que la hacía más luminosa, ahora había una especie de sombra holográfica. No puedo describirla de otra forma. Era la sombra más oscura que jamás hubiese visto, teñida de un negro absoluto, como una trampa de luz muy poderosa. Pero parecía un holograma porque podía atravesarla con mi mano. Además, la sombra conservaba la forma del objeto, no se tornaba abstracta, ni se expandía o acortaba variando el ángulo de la luz. Lo intenté con la linterna del celular y con una vela. Y en las noches, cuando apagaba la luz, la sombra destacaba por su negro más intenso que la propia oscuridad de la habitación.

Un día estaba en el estudio tratando de leer cuando Evelio llegó hasta mí, se sentó al frente y con su mirada tranquila y profunda posó su garrita en mi pie: otra sombra; el segundo objeto en convertirse en sombra fue mi guitarra. Así, Evelio me mostró muchas más. Algunas otras las encontraba yo primero, pero casi al instante mi gato llegaba, y parecía sorprendido de verme allí antes de que él llegara. Debo confesar que, de no ser por esas cuantas ocasiones en que yo encontraba la sombra, habría pensado que era Evelio quien transformaba los objetos de la casa en sombras, con su garrita o con sus ojos de flor de chicalá.

Aunque los llamados por sombras eran más recurrentes, él seguía llevándome a ver al fantasma de vez en cuando. Si no posaba su garrita sobre alguna parte de mi cuerpo, llegábamos a una habitación sin novedad. O encontraba las mismas cosas, o encontraba las mismas sombras. Yo seguía sin poder ver al fantasma y Evelio seguía concentrado en algún punto del cuarto. Los días pasaron y yo me fui acostumbrando a ver las sombras holográficas por toda la casa. Me acostumbré a ver cómo Evelio se colaba en las habitaciones que yo ocupaba, aun cuando tenía la puerta cerrada. Evelio era como el polvo bajo los muebles: estaba por toda la casa. Y si lo pienso un poco, se parecía a las sombras, pero su pelaje era un tanto más claro y sus ojos amarillos me aseguraban que no se había convertido en una.

La primera vez que vi el fantasma fue un día después de que Rafael, mi cactus, se convirtiera en sombra. Evelio me llevó al jardín para ver la sombra de Rafael. Fue el primer ser vivo en convertirse en sombra. Mi cactus había muerto. En su materita solo había quedado su sombra holograma. Abrumado por esa pérdida, y sensible como estaba, me derrumbé en mi cama y lloré y dormí alternadamente. Me despertaba para llorar, y paraba de llorar para dormir. Evelio me acompañó con su ronroneo algunos ratos. Me lamía la mejilla de vez en cuando y a veces se subía a la cama para dormir conmigo. Así estuvimos muchas horas, hasta que el día se volvió noche y la noche volvió a ser día.

Evelio se sentó mirando hacia la puerta, su movimiento me despertó. Estaba muy rígido, alerta. Me asustó. Rápidamente me removí las cobijas, Evelio saltó al suelo, me senté en la cama y miré hacia la puerta. Allí estaba, observándome con sus ojos muy verdes y sus labios muy azules. Y lloré más, una nostalgia que no entendía me provocaba una tristeza profunda. Traté de levantarme para ir a abrazar a aquel fantasma tan triste pero no pude. Los mocos me escurrían, el llanto me produjo hipo. Evelio sí fue hacia el fantasma, se le quedó mirando fijamente. Luego, sin más, el fantasma desapareció. No se desvaneció, desapareció. Como el fantasma se fue, Evelio volvió a la cama, y dormimos otro día entero.

Al día siguiente, mi gato me despertó con su garrita sobre mi cabeza, pues yo tenía los pies cubiertos por las cobijas. Cuando medio abrí los ojos, me topé con los suyos y esa intensidad que anunciaba una sombra nueva, pero aquella mañana no me apetecía mucho ir tras la nueva sombra holograma. Sin embargo, Evelio continuó con su garrita y su mirada. Así que no tuve más remedio; fui con Evelio hasta el jardín. Esta vez no solo una planta sino todo el jardín había sido transformado. ¡No sobrevivió ninguna! De repente, el gato y yo volteamos al mismo tiempo hacia el estudio. Ahora, aparte de poder ver el fantasma, podía sentir dónde aparecía. Los dos fuimos casi corriendo. Efectivamente, allí estaba la hermosa fantasma triste. Más triste que nunca. Esta vez sí que corrí a abrazarla, un impulso que no sabía de dónde me salía, pero ella cambió rápidamente de lugar en la habitación. Pasó de estar cerca al librero en la pared a casi salir por la puerta, pero Evelio se interpuso. Volví a la carga, y volvió a escabullirse, esta vez hacia el escritorio. La confronté y no supo contestarme, así que me sentí valiente y la acosé con más preguntas y reclamos. Parecía asustada, y tuve que calmarme. Pero no funcionó, ella desapareció de nuevo. Y muchas más sombras aparecieron. La cama, el sofá, tres de las cuatro sillas del comedor, más libros, todas las fotografías, todos los cuadros, el televisor, las ollas, platos y cucharas. También mi anillo de matrimonio, aquella joya que tenía labrada un patrón de hoja de chicalá: hoja tras hoja hasta rodearlo todo, fue convertido en sombra holográfica. Evelio y yo no dábamos abasto a encontrar todas las sombras nuevas, empecé a llevarlo también a los sitios donde él no había estado para mostrarle las que yo había encontrado. Era una especie de juego entre mi gato y yo, entre las sombras y nosotros. También me fui quedando sin recuerdos, se habían sombrificado. Me costaba recordar qué foto había en cada portarretratos, qué libros tenía en las estanterías, qué objetos eran ciertas sombras antes de ser sombras, de qué color eran, a quién habían pertenecido.

Una tarde estuve especialmente cansado y frustrado porque no podía recordar el nombre del libro que estaba leyendo y que había encontrado como sombra en el estudio. Ese libro me lo había regalado mi esposa, dentro de él había una hoja de chicalá seca que ella misma había puesto allí. Era mi libro favorito y no podía recordarlo. Tampoco el nombre de mi esposa. En esas entró Evelio y puso su garrita sobre mi pie. Ese contacto me enojó, estaba cansado de las sombras. Lo empujé y le grité que no quería verlo, que dejara de pasar como polvo bajo la puerta, ¡gato molesto! Me quedé dormido en el sofá del estudio. Aún seguía allí.

Evelio estuvo evitándome todo el día. Sentía el rastro de su presencia cálida al entrar en alguna habitación; de seguro él presentía mi llegada y escapaba. Lo quería encontrar para disculparme con él, pero me rendí y preferí darle tiempo, tiempo que no tenía. Cuando entré al estudio con una silla de la sala porque el sofá se había vuelto sombra, me encontré con el fantasma, ella iba saliendo y de la pura pena se tapó la cara con las manos fantasmagóricas pero muy bien cuidadas: uñas limpias y bien cortadas, piel fosforescentemente azulosa sin manchas y un anillo de boda reluciente, con hermosas hojas labradas a su alrededor. El mío que se había vuelto sombra. Me extrañé cuando Evelio no llegó. Dirigí la vista hacia el pasillo pero no lo veía. Miré de nuevo al fantasma que se cubría todavía el rostro y me pareció muy tierna. Pensé que Evelio seguía enojado pues él nunca se demoraba tanto. Eché otro vistazo largo al pasillo esperando que viniera, pero nada, cuando volteé de nuevo a mirar al fantasma, esta se había ido, y solo vi la sombra holográfica de Evelio. Me abalancé sobre el holograma y pasé de largo. Caí de bruces por el impulso y lloré. Lloré amargamente. Muy muy amargamente, hasta quedarme dormido en el piso, con el holograma de Evelio atravesándome por la mitad.

Cuando me despertó una sensación fría en el rostro, recordé vagamente la tragedia de mi gato y me alegré de que fuera solo un sueño. Abrí los ojos para encontrarme con los ojos amarillos de Evelio pero me encontré con los ojos verdes de ella. Su mano me estaba tocando el rostro. Me paré de un brinco y ella se levantó despacio, como neblina. Entonces vi con el rabillo del ojo el holograma de Evelio. Sentí que se me apretaba el corazón. Me arrodillé y traté de acariciar su cabeza, pero mi mano solo atravesó aquel negro holograma. El fantasma me dijo que lo sentía, yo le dije que gracias. Después de un breve silencio, le pregunté por qué estaba transformando toda mi casa en sombras negrísimas; me dijo que ella no había sido, que había sido yo, y que era lo natural. Le pregunté que por qué natural. Me contestó que eso hacían los fantasmas como yo. Me quedé callado un momento. Ella esperó. Pasado un rato, le pregunté si ella era un fantasma diferente. Me dijo que no era un fantasma, sino mi último recuerdo, y que había tratado de esconderse por toda la casa para no convertirse en sombra también, pero que el recuerdo de Evelio sabía que así era como tenían que ser las cosas y por eso me ayudaba a encontrarla. Por eso, según ella, cuando convirtió el recuerdo de Evelio en sombra, el resto de la casa también se fue ensombreciendo. En un punto ya no tenía dónde más esconderse y tuvo que aceptar su destino. En efecto, caí en la cuenta de que toda la habitación era ahora una sombra holograma gigante. El fantasma que no era fantasma se acercó, y esta vez, cuando quise abrazarla, no se alejó. La tomé en mis brazos con mucho cuidado, como si pudiera romperla y lloré porque recordé por un breve instante y después olvidé todo, hasta convertirme también en una sombra, como ella, como mi gato.

ACERCA DEL AUTOR


Estudiante de filología inglesa y estudios literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Es editor y cofundador de la editorial independiente Tíbar Editores. Hizo parte del equipo editorial de El Malpensante.