Negro oro del Pacífico

Fue gracias a una familia de peleadores de artes marciales en Brasil que el mundo conoció las bondades del açaí, esa baya púrpura y exótica que le ha dado la vuelta al mundo. Desde hace varios años, un hombre se enfrenta al reto de posicionar esta fruta como una alternativa económica sostenible, apoyada por empresas como Crepes & Waffles, en la fértil espesura de Vigía del Fuerte, en el Urabá antioqueño.

POR Santiago Wills

Marzo 14 2023
Ilustración de Raquel Páez Guzmán

Ilustración de Raquel Páez Guzmán

Un día en 2006, Nemecio Camacho observó a un empresario español señalar una alta y frondosa palma en medio de la selva inundada cerca de Vigía del Fuerte, un municipio ribereño en la frontera entre Antioquia y Chocó. Camacho, un tecnólogo agropecuario chocoano, producía colorante natural a partir de la jagua (Genipa americana) como una alternativa a la explotación de madera –la principal actividad económica de la región–, y el empresario visitaba su proyecto.

–¿Han pensado en el açaí? –preguntó el español, indicando los racimos de frutos púrpura oscuro que colgaban de los estípites, o tallos de la palma.

Camacho no supo qué responder. Conocía aquella palma de varios tallos de, en promedio, 25 metros de alto como naidí o murrapo, pero ignoraba para qué podía usarse el fruto. Camacho nació en un corregimiento de Bojayá llamado la Isla de los Palacios. De niño, solía acompañar a su padre a sembrar arroz en las zonas húmedas y bajas de la selva donde también crecía el naidí. Allí se encargaba del pajareo –el arte de espantar a las aves que atacaban el arroz– y, de vez en cuando, ayudaba a su padre a talar las palmas y acarrear los tallos para construir ranchos, viviendas temporales o catangas –trampas de pesca que ubicaban en el río–. Pero nunca se había preocupado por los frutos. En el norte del Pacífico colombiano nadie los consumía.

Tras la visita del español, Camacho averiguó todo lo que pudo sobre el açaí, el nombre en portugués que recibía la palma Euterpe oleracea. Efectivamente, se trataba del mismo naidí y al parecer había una creciente industria en Brasil. En 2008, viajó a Belén, la capital del estado de Pará, en el delta del Amazonas, a visitar la planta de producción de pulpa de açaí de una empresa llamada Amazon Fruits. Allí observó cómo las personas escalaban las palmas para cortar los racimos de fruto, cómo estos se dejaban en agua por horas para luego extraer la pulpa morada que se exportaba congelada o se vendía fresca en pequeños puestos por toda la ciudad, y cómo esa pulpa se usaba para mermeladas, salsas, helados y decenas de otros productos.

De regreso en Vigía del Fuerte, se reunió con sus socios. El naidí era una mejor opción que la jagua no solo por su potencial de mercado, sino porque además los corazones de la palma también podían aprovecharse. De los estípites de la Euterpe oleracea se sacaban los palmitos que poco a poco se popularizaban como ingrediente en las ensaladas de los restaurantes de las ciudades principales de Colombia. Y, como sucedía con la jagua, el naidí era abundante y su aprovechamiento era sostenible, pues no era necesario tumbar la palma para obtener los frutos o los corazones de los tallos. En pocas palabras, las palmas que solía cortar de niño parecían ofrecer la respuesta perfecta a las preocupaciones de Camacho y sus socios: era una alternativa económicamente atractiva y ambientalmente sostenible que permitiría darle un nuevo rumbo a Vigía del Fuerte, un municipio luchado por paras y guerrilla, que a menudo ocupaba los primeros puestos entre los más pobres de Antioquia y el país.

En 2009, Camacho y sus socios recibieron a Ben Hur Borges, el entonces dueño de Amazon Fruits, quien les dio recomendaciones sobre cómo proceder. Trajeron una máquina despulpadora de Brasil y la clonaron; comenzaron a hacer un inventario forestal que les permitiera ubicar las palmas de naidí, y pidieron los permisos necesarios para demostrar, como me dijo hace poco Camacho, que el “bosque no es un indicador de pobreza, sino una oportunidad de riqueza”.

 

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La fama del açaí es un fenómeno reciente. En el Amazonas brasilero, en el norte de Perú y en el sur de Colombia, el fruto se consume desde hace siglos por su aporte nutricional y su esotérico sabor: una mezcla de dulce terroso con ligeras notas de chocolate amargo y el ácido de la mora. Pero su popularidad mundial –se exporta a Europa, Asia, Australia, África y casi toda América– tiene apenas un par de décadas.

En Brasil, el consumo del açaí salió del delta de Amazonas y se expandió hacia ciudades como Río de Janeiro y São Paulo por la década de los ochenta gracias a los Gracie, una familia de peleadores de artes marciales mixtas originaria de Belén de Pará. En la segunda mitad del siglo xx, los hermanos Carlos y Helio Gracie contribuyeron al desarrollo del jiu-jitsu brasilero en Río. Helio, un hombre delgado y poco macizo, comenzó a ganar pelea tras pelea, a pesar de su físico. Su éxito, afirmó, tenía su origen en una estricta filosofía de vida que mantenía su cuerpo en la mejor forma posible. No consumía alcohol, drogas ni cigarrillos, y se alimentaba con una dieta baja en azúcar que incluía un alimento esencial para su familia: el açaí.

La pulpa del fruto pronto comenzó a venderse en batidos o con granola y banano en fruterías, gimnasios y puestos de jugos de las playas de Brasil. El consumo interno creció de manera vertiginosa –los envíos de pulpa congelada del delta del Amazonas hacia Río pasaron de dos toneladas en 1992 a 850 toneladas en 1996–, y pronto atrajo atención internacional.

En diciembre de 1999, Ryan Black, un joven jugador de fútbol americano a punto del retiro, y su amigo Edmund Nichols, un biólogo interesado en las religiones orientales, probaron un batido de açaí en un viaje a Brasil. Encantados con el sabor del fruto y su potencial, decidieron importar el concepto a Estados Unidos. Junto al hermano de Ryan, crearon una compañía llamada Sambazon, se acercaron a Whole Foods y otras cadenas, y lograron promocionar los batidos en festivales como Sundance y ofrecerles pruebas a celebridades como Jodie Foster, Denise Richards y Mel Gibson.

En Estados Unidos, sin embargo, la consagración del fruto amazónico llegó de la mano de un dermatólogo. En 2003, el Dr. Nicholas Perricone, autor de varios bestsellers sobre nutrición de dudoso sustento (piénsese en un doctor Carlos Jaramillo estadounidense), incluyó el açaí como un “superalimento” en su nuevo libro. Según dijo Perricone en el programa de televisión de Oprah Winfrey, el açaí tenía una altísima cantidad de antioxidantes, por lo que era ideal para retrasar el envejecimiento y mantenerse sano.

Las afirmaciones de Perricone, así como la mayoría que siguieron –“ayuda a perder peso”, “limpia el colón”, “previene el cáncer” –, no eran del todo ciertas. Se sabe que el açaí es una buena fuente de fibra, grasas saludables y nutrientes, con altos niveles de antocianinas, un buen agente antioxidante, si bien este último beneficio sigue analizándose. En estudios in vitro en laboratorios, antioxidantes como las antocianinas son efectivas neutralizando radicales libres, moléculas inestables que tienen un rol en la aparición del cáncer y otras enfermedades. Desafortunadamente, lo mismo no ocurre en el cuerpo, pues las antocianinas se absorben de manera limitada. A pesar de ello, los pedidos de Sambazon y otras compañías se dispararon, y el fruto amazónico se dispersó por el resto del mundo.

En Brasil, como es usual, el crecimiento trajo problemas. Por un lado, la expansión de los cultivos de la palma ha llevado a que el número de especies típicas de los ecosistemas ribereños disminuya, de acuerdo con un estudio publicado en la revista Biological Conservation. Por otro lado, existen reportes de condiciones de trabajo peligrosas y de trabajo infantil en los cultivos. Pero, en general, el “oro negro”, como a menudo llaman al fruto, ha traído un desarrollo considerable al país.

Entre 2009 y 2021, las exportaciones de açaí pasaron de cerca de 160 millones de reales (unos 80 millones dólares, en ese momento) a más de 771 millones (aproximadamente 143 millones de dólares de ese año), según el Instituto Brasilero de Geografía y Estadística (ibge). La producción, por su parte, creció de casi 116 mil a poco más de 227 mil toneladas en los mismos años. En el estado de Pará, el sexto más pobre del país, y el mismo que Nemecio Camacho había visitado, el área cultivada pasó de 77 mil a 188 mil hectáreas en una década.

 

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En Vigía del Fuerte, Nemecio Camacho y sus nueve socios tardaron una década en sortear los rigores de la selva y el ramaje de la burocracia colombiana para comenzar a vender de manera regular los palmitos y el fruto del naidí. Finalmente, el 10 de febrero de 2016, fundaron Planeta, la primera empresa creada en el municipio.

Al principio, la gente de la región los miraba con incredulidad. Nadie creía que aquella palma que crecía en las zonas bajas donde sembraban arroz –ese cultivo extranjero que habían aprendido a cosechar– pudiera ser una fuente de riqueza. Ustedes son vendedores de ilusión, les decían.

Poco a poco cambiaron de parecer. No mucho después de su creación, Planeta comenzó a venderle palmitos al restaurante Crepes & Waffles y empezaron a llegar pedidos ocasionales de fruto de naidí. Planeta contrató cosechadores para cortar los tallos de las palmas y extraer sus corazones, o para escalar decenas de metros hasta los racimos remolacha bajo las frondas. En la fábrica, donde operaba la máquina despulpadora y su clon, la empresa entrenó a mujeres del pueblo para que se encargaran de la parte final del proceso. Cuando las cosas iban bien, mensualmente contrataban a diez trabajadores para adentrarse en la selva y diez mujeres para manejar la pulpa y empacar los palmitos. Si en un restaurante las mujeres recibían 13.000 o 20.000 pesos diarios, Planeta les pagaba 47.000, y a los cosechadores más del salario mínimo. Dado que las palmas de naidí se encuentran en territorios colectivos de comunidades afro o resguardos indígenas, Planeta hizo los planes de manejo con ellas y les empezó a dar un porcentaje por el aprovechamiento de esos recursos. La empresa apareció en varios medios de comunicación como un ejemplo de producción sostenible en el Pacífico colombiano y como una posible solución para el desarrollo de la cuenca del río Atrato.

No obstante, Planeta no siguió el curso que Camacho y sus socios pensaban. La normatividad centralista, la ausencia del Estado y las dificultades económicas no han permitido que la empresa coja todo el vuelo esperado, me dijo Camacho a finales de enero desde Vigía del Fuerte. Aún son numerosos los desafíos. Para contratar legalmente a los trabajadores se requiere que estos tengan el Registro Único Tributario (rut), por ejemplo, pero la mayoría de las personas en Vigía del Fuerte no tienen idea de qué es, y en la cabecera municipal no es posible sacarlo. Esa desconexión también se sintió durante la pandemia, pues ninguna de las ayudas para pequeñas empresas que el gobierno anunció llegaron a esa zona del Pacífico (“Hay incentivos para los emprendedores en las grandes ciudades, pero no hay para las empresas en la zona rural”, dice Camacho). En el pueblo, por otro lado, la intermitente luz eléctrica dañó hace poco varios equipos, por lo que hoy la capacidad de producción de pulpa de naidí es un tercio de la que solían tener. El precio de un galón de gasolina en Vigía del Fuerte es al menos una y media veces el de un galón en Medellín o Bogotá, y los precios de los insumos están por las nubes. Hoy les cuesta conseguir trabajadores por la intermitencia de los jornales y el atractivo que supone la minería ilegal de oro o la tala de madera en la región.

Cuando Planeta inició, Camacho, hoy de 59 años, imaginaba cultivos de palma como los que había visto en Brasil. Estos harían que el negocio fuera realmente sostenible, me dijo. “Si los negocios no son sostenibles desde el punto de vista financiero, tampoco lo son desde el punto de vista social y ambiental”, añadió. Actualmente, las palmas dan tres racimos al año, cada uno de 1,34 kg en promedio. Si pudieran sembrarlas de manera ordenada en un terreno apto, podrían dar hasta 14 racimos al año de entre 8 y 10 kg a alturas sensibles que no requerirían de escaladores semiprofesionales. La lluvia dejaría de ser un problema –cuando llueve mucho los cosechadores no pueden trabajar por seguridad– y podrían considerar la exportación, ya que los costos actuales hacen que esto sea imposible (Corpocampo, una empresa sin ánimo de lucro con cultivos en Putumayo, exporta palmitos y pulpa a Estados Unidos y Europa).

Hasta el momento, Camacho y los seis socios que aún permanecen activos no han logrado conseguir inversionistas o alguna forma de apalancarse en programas del gobierno para sembrar cultivos de naidí. Planeta aún existe gracias a los pedidos que sigue haciendo Crepes (el helado de la temporada es de açaí y banano) y a otras órdenes esporádicas –no trabajan de manera continua, sino a partir de pedidos–. Algunos empresarios le recomendaron que mudaran sus operaciones a Medellín, donde vive su familia. Camacho lo ha considerado, pero no cree que sea una buena idea por la manera en que funciona la empresa. Tampoco quiere abandonar el Pacífico.

–Desde muy pequeño aprendí a valorar todo lo que la naturaleza nos daba –me dijo–. Cómo no estar comprometido con los humedales, si era donde veía que mi papá sacaba la madera, pescaba, cazaba. Teníamos recursos y alimentación. Cómo no quererla.

 

 

Sobre el açai  y  Crepes & Waffles

 

Lo que en Brasil es conocido como açaí, en el Pacífico colombiano lleva el nombre de naidí o murrapo. Este es un fruto púrpura, oscuro cuando está maduro, similar a una uva, con una semilla grande en su interior. La palma de la que se extrae el naidí crece en las corrientes de agua y da frutos dos veces al año: a mediados de junio hasta agosto y entre finales de diciembre y comienzos de febrero. De unos años para acá, en el Urabá antioqueño se han ido capacitando grupos provenientes de la misma región para comercializar la pulpa del naidí. Los recolectores se suben a las palmas, bajan la fruta, la tienden en una lona, la echan en canastas y de ahí llevan lo recolectado a la planta de procesamiento para el despulpado. En la planta se pesa el naidí, se tamiza, se lava, se desinfecta, se lleva a un choque térmico y se enfría en la sala de proceso para que la máquina despulpadora termine el trabajo. Finalmente, se empaca en el cuarto frío.

Crepes & Waffles ha entendido que el naidí es un producto que representa cultura y tradición para los habitantes del Urabá antioqueño. De ahí ha surgido la idea de crear un puré de açaí y un bowl de açaí con arándanos y granola elaborados con el naidí de la empresa Planeta. La alta concentración de fibra, hidratos de carbono, proteínas y grasa vegetal del açaí lo hacen ideal para deportistas y personas que tiene una vida muy activa.

ACERCA DEL AUTOR


Santiago Wills

En 2015 hizo parte de la selección oficial del Premio Gabo con el texto “El cisne negro”, publicado en la revista peruana Etiqueta Negra, y en 2016 ganó el Premio de Periodismo Simón Bolívar en la categoría de crónica por “El barquero y los escombros”, publicada en Vice. Entre 2017 y 2019, como becario Fulbright, escribió una novela que permanece inédita, Jaguar.