Todos esos duelos que se esconden tras los rostros

Reseña de Antígona González (Sur+, 2012) de Sara Uribe

Por: Julián Santamaría

Juan Sebastián Ríos

Tania Triana

POR Varios autores

Mayo 03 2023
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         Ante la urgencia de pensar en una problemática social del presente, surgen creaciones de artistas que, desde sus respectivos discursos específicos, intentan aportar algunas herramientas para la reflexión. En Colombia, la violencia seguramente es el problema que más suscita reflexiones desde distintos ámbitos. La poesía no es ajena a esta situación. La reciente antología Si después de la guerra hay un día (2020) muestra el interés de los poetas más jóvenes en continuar un abordaje que ya se había iniciado décadas atrás, como puede comprobarse en la antología La casa sin sosiego (2007). En este tipo de obras, late siempre la pregunta sobre cómo escribir la violencia. No se trata de una cuestión meramente formal, sino que tiene implicaciones políticas de enorme calado. 

 

         La pregunta sobre poesía y violencia, por otro lado, no se puede circunscribir solamente al ámbito nacional. Hay muchos otros contextos espacio-temporales que han sufrido violencias extremadas y han sentido necesaria esta reflexión. Para no ir muy lejos, nos detendremos en el caso del México contemporáneo y nos ocuparemos de una obra poética concreta: Antígona González, de Sara Uribe (1978), publicada recientemente en Colombia por Himpar Editores, junto a otros poemas de la mexicana. Interesa esta obra por dos motivos: en primer lugar, porque ha sido valorada de forma muy positiva en su país, por lo que merece la pena establecer un diálogo desde nuestras coordenadas; en segundo lugar, porque propone un acercamiento a la escritura de la violencia que se aleja completamente de lo habitual en Colombia. Cabe anotar, además, que este poemario se puede descargar de manera gratuita en el portal de Poesía Mexa, lo que propicia la lectura de una obra ciertamente intrigante.

 

Es importante destacar que Sara Uribe escribió Antígona González por encargo de la directora Sandra Muñoz y el actor Marcial Salinas para una obra de teatro de la compañía A-tar. En este sentido, la obra pretende cumplir un objetivo puntual: la exposición del impacto de la desaparición forzada en México. El proyecto se construye alrededor de la búsqueda de los restos de un personaje ficticio, Tadeo González, que representa una de las 60.053 personas dadas por desaparecidas desde 2006, cuando el gobierno del entonces presidente Felipe Calderón lanzó la “guerra contra el narcotráfico”. A través de un experimento formal en el que se incorporan múltiples voces y fuentes, la obra establece un doble registro en el que, por un lado, busca exponer lo que afrontan los familiares de los desaparecidos y, por otro, pretende visibilizar la dificultad de relatar lo incomprensible.

 

La escritura de Uribe plantea un diálogo entre la curaduría, la creación y la reflexión metaliteraria. En cuanto a la curaduría, la autora decidió emplear testimonios de primera mano, en lugar de tomarse la libertad de hablar por las víctimas. También se incluyen fragmentos de otras obras literarias que reflexionan sobre esta misma problemática. Resulta particularmente dinámica la inserción de otras “antígonas” (la de Sófocles, por ejemplo), un material discursivo que resulta actualizado con escenas que la autora crea para situarnos en la actualidad concreta de México. Con todos estos elementos, dispuestos de manera fragmentaria, se produce una reflexión sobre la imposibilidad de transmitir un evento traumático. Literalmente, la autora pone en escena la incapacidad de “representar” a quien padeció la violencia, al mismo tiempo que ofrece los fragmentos de esa representación imposible.

 

Los tres apartados que constituyen el libro («Instrucciones para contar muertos», «¿Es esto es lo que queda de los nuestros?» y «Esta mañana hay una fila inmensa») conforman un hilo narrativo que articula las situaciones que Sandra, la “antígona” protagonista, experimenta a causa de la desaparición de su hermano Tadeo. A través de la cotidianidad, que ignoran las noticias periodísticas y los reportes oficiales, se evidencia la tensión existente entre lo público y lo privado. Es aquí donde el intertexto de Antígona cobra mayor sentido. Si en la tragedia de Sófocles Antígona se enfrenta al intransigente Creonte y a la pusilánime Ismene, en Antígona González Sandra se enfrenta a la indolencia del Estado y al intento de ocultar lo acontecido por parte de familiares y seres cercanos que temen las represalias o el malestar que la denuncia de los hechos puede acarrear. El poemario, entonces, cuestiona la historia oficial, promovida y justificada por las narrativas gubernamentales que despersonalizan la guerra a través de estadísticas y políticas burocráticas. Veámoslo en este monólogo:

 

¿Cómo se reconoce un cuerpo? ¿Cómo saber cuál es

el propio si bajo tierra y apilados? Si la penumbra. Si

las cenizas. Si este lodo espeso va cubriéndolo todo

¿Cómo reclamarte, Tadeo, si aquí los cuerpos son

sólo escombro? (...).

La absurda, la extenuante, la impostergable labor de

desenterrar un cuerpo para volver a enterrarlo. Para

confirmar en voz alta lo tan temido, lo tan deseado:

sí, señor agente, sí, señor forense, sí, señor policía, este

cuerpo es mío. (p.75)

 

Podríamos afirmar que los mejores momentos de la obra son aquellos que están cargados de la intimidad de lo cotidiano. Antígona González logra poner de manifiesto la manera en que se vive todos los días la desaparición de un allegado, ya sea durante el desayuno o en la sala de maestros a la que entra Sandra cada mañana. El apartado “¿Es esto lo que queda de los nuestros?” nos cuestiona de manera directa. La respuesta solo puede ser ambigua: sí, pero en el fondo sabemos que no realmente. Por eso, el libro se mueve entre lo presente y lo perdido. Aquellos que están presentes son fulanitos mientras que los desaparecidos sí tienen nombre propio, como si su cuerpo ausente reclamara un lugar en el discurso y en la memoria:

 

Todos esos duelos que se esconden tras los rostros

de las personas que nos topamos. Al escuchar el

timbre entro al salón y paso lista. Fulanito de tal.

Presente. Fulanito de tal. Presente. Fulanito de tal.

Presente. El ritual de las jaculatorias. Lo cierto es

que las más de las veces ni siquiera escucho las voces

de mis alumnos respondiéndome (p. 53).

 

Antígona Gonzalez reconoce que el problema de los desaparecidos no debería tratarse de manera lacrimógena, pero tampoco en términos puramente abstractos. Para lograr la reflexión entre ambos extremos, Sara Uribe concibe su trabajo como el de una poeta-curadora que selecciona y entreteje otras voces. De esta manera, se abren posibilidades de sentido sin esconderse los referentes: “Todos aquí iremos desapareciendo si nadie nos busca, si nadie nos nombra”. La idea detrás de una escritura de esta naturaleza es acercar el lector al dolor y a la ausencia a través de una aproximación a la experiencia de otro, aunque sin olvidar las mediaciones y distanciamientos del propio hecho artístico.

 

Por lo dicho anteriormente, creemos que Sara Uribe logra una propuesta potente de escritura sobre la violencia, una propuesta que, además, podría suscitar nuevas búsquedas más allá del poema tradicional. Con el ánimo de propiciar este debate, debemos también señalar algunas falencias de Antígona González. Quizás el principal problema sea que el texto, a medida que avanza, se diluye en un eclecticismo no siempre justificado, que abre caminos y no los explora, que no articula su pluralidad. Uno de los elementos que más sufre los efectos de la desarticulación es el subtexto de Antígona. En la primera parte del poemario, en el que el referente es señalado con corchetes y bastardillas, se propone un ejercicio metaliterario para revisar las múltiples reelaboraciones de la tragedia de Sófocles que han aparecido en la literatura latinoamericana. Allí, Antígona González parece desarrollar un ejercicio de reflexión crítica que, finalmente, queda como un cabo suelto, puesto que el libro no desarrolla ese subtexto más allá de las evocaciones —ya incrustadas en el inconsciente colectivo— vinculadas al personaje de Sófocles. Hubiera sido muy interesante terminar de articular un diálogo sobre el modo en el cual tratamos fenómenos como la desaparición forzada en la literatura. 

 

Este desdibujamiento coincide con la irrupción de referencias e intertextos inconexos que opacan la verosimilitud y la intimidad de los mejores momentos del libro. Las ausencias pierden su forma y el poemario se diluye al llenarse de ruido. Un pasaje en el que esta distorsión es particularmente evidente es la parte final del acápite titulado “Esta mañana hay una fila inmensa”, en la cual se intercalan testimonios con preguntas propias de un procedimiento forense, del levantamiento de un cuerpo. El interrogatorio, de acuerdo con el anexo final que complementa el texto, está ensamblado con fragmentos del poema “Muerte” de Harold Pinter. Sin embargo, fuera del contexto del poema de Pinter, estos fragmentos son simplemente preguntas forenses, sin ninguna característica particular. La referencia se siente injustificada. Muchas de las referencias que nutren Antígona González tienen este mismo problema, lo cual lleva a que la polifonía y la multiplicidad de registros no se explote a cabalidad. Las voces se domestican bajo un solo registro monótono que algunas veces resuena moralizante y rayano en el lugar común.

 

Yo lo que deseo es lo imposible: que pare ya la guerra;

que construyamos juntos, cada quien desde su

sitio, formas dignas de vivir; y que los corruptos, los

que nos venden, los que nos han vendido siempre al

mejor postor, pudieran estar en mis zapatos, en los

zapatos de todas sus víctimas aunque fuera unos segundos.

Tal vez así entenderían. Tal vez así harían lo

que estuviera en sus manos para que no hubiera más

víctimas. Tal vez así sabrían por qué no descansaré

hasta recuperar tu cuerpo.

 

         En estos versos encontramos un tono explícito que se acerca a la moraleja o a la imprecación política, lo cual podría tener fuerza sobre un escenario (recordemos que este es el origen del texto), pero pierde impacto en un libro escrito. Sobre todo en un libro que parecía estar apostando por la apertura de lo múltiple y lo fragmentario.

 

         En definitiva, creemos que Antígona Gónzalez acierta al plantear un acercamiento poco común al problema de la literatura y la violencia. El ejercicio de curaduría, creación y reflexión metaliteraria abre nuevas posibilidades para narrar esta problemática. Particularmente, destacamos el descentramiento de la voz poética como una herramienta que puede superar algunos clichés habituales, como la del poeta-profeta que asume la voz de las víctimas. Como toda experimentación, la obra puede tener algunas decisiones discutibles, que ya hemos apuntado (la saturación de referentes no siempre justificados y la caída en una conclusión explícita), pero no deja de ser un ejercicio muy estimable que puede servir para estimular otro tipo de búsquedas en Colombia.

 

 

Recomendado para imaginar formas alternativas de reflexionar sobre la violencia y sobre los propios límites del decir la violencia

 

Esta reseña fue escrita por el equipo del Observatorio de Poesía en Movimiento (OPM) del Instituto Caro y Cuervo. Más información acerca del OPM en https://opc.caroycuervo.gov.co/ 

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