Un caleidoscopio personal sobre África

Una de las teóricas más importantes de los estudios afrofeministas en Colombia echa un vistazo a su relación con el continente africano: cómo su educación sentimental y su pensamiento fueron afectados por los porosos linderos de aquellas tierras del Sur. 

POR Mara Viveros Vigoya

Septiembre 14 2023
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 Ilustración de Hanna Ramírez

 África, la olvidada del afiche de París

 

 

Llegué a París a hacer estudios de posgrado a finales de octubre de 1983. En ese entonces no tenía ninguna beca, y había conseguido, a través de amigos, un modesto pero agradable alojamiento, en el último piso de un edificio en la calle Clignancourt, en el distrito 18, al norte de la ciudad. Sabía por mis amigos que llegar a este distrito me iba a permitir descubrir una ciudad muy distinta a la imagen idealizada de París que a menudo se muestra en las tarjetas postales y en los afiches de turismo promocional. Quería explorar algo más que sus referentes convencionales: la Torre Eiffel, el Arco de Triunfo, el río Sena y los elegantes bulevares parisinos. Aunque me gustaban los cafés al aire libre, los artistas callejeros y la sonrisa de algunas parejas paseando por las orillas del río Sena, sabía que París era más que eso, y lo encontré en este distrito multicolor y multicultural. Allí aún residen y transitan multitudes provenientes de Medio Oriente, África del Norte y África subsahariana. Migrantes que enfrentan desafíos y dificultades económicas, lingüísticas y culturales, pero que aportan diversidad y riqueza cultural a una ciudad cosmopolita que las requiere. En este barrio funcionan también las mejores tiendas de telas africanas, impresas, tejidas y coloridas; los almacenes, las discotecas y los bares mejor surtidos de música africana y caribeña importada; los comercios de “productos exóticos” como boniatos, batatas y okras; los salones de belleza “étnicos”, los restaurantes antillanos y senegaleses…

 

Vivir en el distrito 18 me permitió descubrir una parte de un continente que siempre había deseado conocer, pero del cual sabía muy poco, ya que la cobertura de noticias y eventos relacionados con África en los medios de comunicación en América Latina en ese entonces era muy limitada, y aún ahora lo es. Estos vacíos de información pueden perpetuar una imagen negativa. Incluso cuando, como en mi caso, sabía que el África negra era el territorio del que provenían mis antepasados por la rama paterna. Seis años antes de mi viaje a Francia, en agosto de 1977, tuve la oportunidad de participar, como estudiante que iniciaba su pregrado, en el Primer Congreso de la Cultura Negra de las Américas, gracias a que mi padre fue uno de los coorganizadores. Este evento marcó un hito en los estudios sobre sociedades y comunidades afrodescendientes, y reunió por primera vez en la ciudad de Cali, mi ciudad natal, a un grupo de intelectuales afrodescendientes provenientes de Brasil, Estados Unidos, Ecuador, Panamá, pero también de Angola, Nigeria y Senegal, entre otros países, que estaban pensando y luchando por el reconocimiento de su identidad, cultura y derechos en sus respectivos territorios.

 

En aquel momento, uno de estos países africanos, Angola, se encontraba inmerso en una guerra civil que había estallado en 1975, tras obtener su independencia de Portugal. Movidas por una curiosidad juvenil, una mezcla de ignorancia y cierta ingenuidad, con un grupo de jóvenes universitarias planteamos nuestras inquietudes a la delegación angoleña presente en el congreso de Cali. Nuestra intención era conocer más acerca del papel de las mujeres en los procesos políticos anticoloniales y las dificultades que enfrentaban para alcanzar una verdadera igualdad y el pleno reconocimiento de sus derechos. El delegado angoleño, con calma, aunque con cierta condescendencia, respondió nuestras preguntas y alivió nuestras preocupaciones. Resaltó la importancia de las mujeres en la cultura angoleña y cómo algunas de sus tradiciones habían sido afectadas por la influencia occidental adoptada por ciertas etnias.

 

Cuando llegué a Francia, eso era prácticamente todo lo que sabía sobre África. Mi apariencia de mujer afromestiza y mi dominio del francés, gracias a haber estudiado en el Liceo Francés Paul Valéry de Cali desde niña, hicieron que dejara de ser identificada como “una mujer colombiana” y que me atribuyeran un origen antillano, entre otras cosas. Esto se debe a que, generalmente, quienes venimos de Colombia tenemos una gran diversidad de características físicas y rasgos heredados de nuestro mestizaje con ancestros indígenas, africanos, europeos y otras influencias migratorias. En cualquier caso, ser percibida como antillana también significaba en ese momento ser considerada parte del mundo negro en París.

Mi primera inmersión en el vibrante mundo africano del barrio comenzó en el local del primer piso del edificio donde vivía. Era un salón de belleza senegalés siempre lleno de gente, con trenzas y extensiones exhibidas en la vitrina, algunas de colores vivos y diseños intrincados, y afiches y fotografías de mujeres africanas que lucían peinados sofisticados. Impulsada por la curiosidad que me despertaba este nuevo entorno, decidí pedir que me hicieran trenzas y un hermoso peinado con extensiones. Había cortado mi cabello muy corto a los 16 años y desde entonces llevaba un afro natural, pero esta era la oportunidad soñada de experimentar una apariencia diferente y adentrarme en otro mundo estético.

 

Al ingresar, me envolvió un torbellino de colores, sonidos y aromas. La peluquería era un hervidero de actividad, con los constantes ruidos de los secadores de pelo, las voces de cantantes de afrobeat, las conversaciones animadas y las risas. La sala resultó ser más amplia de lo que parecía a simple vista, llena de sillas giratorias ocupadas por mujeres con historias, consejos sobre cuidado del cabello y secretos de belleza para compartir. El proceso de trenzado y colocación de las extensiones llevó más tiempo del que había anticipado, casi cuatro horas, lo cual me permitió una inmersión profunda en una atmósfera muy especial. Tomé numerosas tazas de té de menta que se servían constantemente e intenté seguir, sin éxito y de forma discreta, las conversaciones que se alternaban entre el francés y varias otras lenguas, y que creaban una polifonía peculiar.

 

Las clientas se deleitaban con los resultados de sus trenzas y extensiones, y el ambiente, lleno de energía, me permitió soportar y disfrutar al mismo tiempo el proceso de transformación. Por supuesto, la curiosidad era mutua, y la dueña del salón, al enterarse de que yo era vecina y estudiante de un país desconocido para ella, y que vivía sola y sin familia, me recibió con gran calidez y me invitó a regresar cuando quisiera, incluso si no iba a hacerme trenzas, simplemente para tomar un té y charlar un rato. Así lo hice varias veces, porque en ese lugar las mujeres encontrábamos mucho más que un simple peinado: había creatividad y camaradería. También disfrutaba de la conexión que percibía entre las mujeres y su herencia, de la afirmación de su individualidad y de las complicidades que se generaban.

 

Sin embargo, debo mencionar que tuve una mala experiencia cuando mi frecuencia de visitas fue malinterpretada por el esposo de madame Cissé, también senegalés, como una señal de disponibilidad. Este incidente coincidió con un período de mayores responsabilidades académicas, lo que me llevó a espaciar las visitas al salón. Y a pesar de que no volví a optar por ese tipo de peinados, debido a mi estilo de vida estudiantil más modesto y la falta de recursos para costearlos, regresé en varias ocasiones al salón de madame Cissé para entablar conversaciones con ella, saber de su familia y recibir otros cuidados estéticos. Incluso, después de mudarme a un barrio más cercano a la universidad, no quería olvidar el afectuoso recibimiento que siempre me brindó.

 

 

Africanismo y antropología

 

Después de un año en París y de mi paso por el Instituto de Altos Estudios de América Latina de París iii, decidí realizar un viaje de tres meses por Oriente Medio junto con un amigo. Este viaje culminó en Egipto, donde pude conocer personas de ascendencia nubia en el sur del país, especialmente en Luxor y Asuán. Este encuentro marcó mi primer contacto con el continente africano.

 

Una de las actividades más gratificantes durante este viaje, después de visitar impresionantes monumentos, templos y yacimientos arqueológicos, fue realizar un recorrido en faluca, un antiguo barco de vela, desde Asuán hasta Luxor, a lo largo del río Nilo. Durante este paseo pude observar la vida cotidiana en la zona, escuchar el sonido del agua y disfrutar del paisaje conformado por las orillas del río. A medida que navegábamos, pasábamos por pequeñas aldeas, campos verdes en medio del desierto, palmeras de dátiles donde las garzas blancas se apiñaban al atardecer, creando una bella composición. En varias ocasiones presencié también a las mujeres nubias, cubiertas con velos negros que les envolvían la cabeza y el cuerpo, mientras iban a buscar agua. Este paseo duró casi tres días. Paramos donde queríamos y disfrutamos de platos sencillos pero sabrosos preparados por uno de los dos tripulantes de la embarcación. Dormíamos al aire libre bajo las estrellas y despertábamos con el sonido de los pájaros. Fueron imágenes y recuerdos hermosos.

 

A mi regreso, comencé mis estudios de doctorado en la ehess (Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales), un entorno académico más amplio y multidisciplinario en ciencias sociales. Allí, además de tener compañeros franceses y europeos, me relacioné con compañeros provenientes de diferentes países africanos. Esta experiencia me permitió darme cuenta de la extraordinaria diversidad de cada región de ese continente en términos de etnias, culturas, idiomas, religiones, paisajes y economías.

 

En la universidad, aprendí el término “africanismo”, que se refiere a aquellos que producen conocimientos sobre África, principalmente dentro del campo de las ciencias humanas y sociales, y que se centra en el África subsahariana. Descubrí que existían geografía, historia y sociología africanistas, y que eran los enfoques etnológicos e históricos los que predominaban en dichos estudios. No obstante, a partir de finales de los años ochenta hubo un cambio en la perspectiva africanista, cuando se comenzó a valorar más el enfoque temático, en lugar de la especialización en una región o etnia particular. En el campo de la antropología, que es mi disciplina de estudio, este cambio fue drástico. El interés en el africanismo antropológico se dirigió hacia las realidades conflictivas del presente y adquirió una dimensión política. Al mismo tiempo, se entrelazó con otras disciplinas para abordar problemáticas específicas, como la antropología social o la antropología económica y política. Estos cambios generaron la necesidad de delimitar mejor los objetos de estudio y, sobre todo, de realizar una crítica reflexiva constante de la práctica.

 

A través de conversaciones en la cafetería de la ehess con estudiantes franceses y algunos latinoamericanos como yo, pude darme cuenta de que había muchas deficiencias en el contexto del africanismo francés. Una de ellas era la existencia de un mandarinato académico fuertemente arraigado en las universidades del país, a pesar de los intentos realizados por los movimientos de mayo del 68 para disminuir su influencia. Lo que complicaba aún más esta situación era que también afectaba a los estudiantes africanos. Aunque muchos africanistas franceses expresaban un discurso anticolonialista, socialista y tercermundista, en la práctica reproducían jerarquías de poder etnocéntricas en sus relaciones con los estudiantes africanos que no tenían la oportunidad de realizar un doctorado en sus propios países. Las interacciones entre tutores y tesistas a menudo estaban impregnadas de paternalismo, condescendencia y dependencia para acceder a recursos, orientación académica y oportunidades de investigación. En varias ocasiones escuché a profesores afirmar que ellos mismos habían escrito algunos capítulos de las tesis de sus estudiantes africanos o extranjeros (me incluyo), ya que consideraban que “estos no sabían ni siquiera escribir en francés”. Este tipo de comentarios paternalistas y racistas hacia los alumnos africanos a menudo eran respaldados por algunos de sus compañeros franceses. Además, presencié y participé en muchas conversaciones sobre la falta de relaciones horizontales entre investigadores africanos ya establecidos y sus antiguos profesores franceses. Esta influencia no se limitaba al período de la tesis, sino que perpetuaba lo que el filósofo africano Paulin J. Hountondji, originario de Benín, denomina como “extraversión intelectual”.

 

El historiador congolés Elikia M’Bokolo, quien dirigió durante mucho tiempo el Centro de Estudios Africanos de la ehess, planteó repetidamente la dificultad de adaptar los trabajos de los africanistas franceses a las necesidades reales de los grupos sociales estudiados. Esto sucedía muchas veces contra su voluntad porque estos africanistas franceses también son prisioneros de una tradición universitaria teórica y de un sistema académico y unas perspectivas de carrera que les impiden hacer muchas críticas anticoloniales, ya que estas se perciben como una mirada muy cargada de ideología, y como trabajos más militantes que académicos. En cualquier caso, los investigadores críticos estaban de acuerdo en que la responsabilidad de la investigación, en su totalidad, debería recaer en los propios intelectuales africanos, pues las investigaciones realizadas en los centros de investigación franceses están determinadas de una forma u otra por el Estado francés. Además, estas pesquisas carecen a menudo de la participación e iniciativas de las poblaciones afectadas por ellas. Como resultado, los temas intelectuales abordados solo tienen una realidad e interés intelectual relacionados con los debates parisinos.

 

En 1987 realicé un viaje a Burkina Faso con el propósito de visitar a unos amigos franceses que eran antropólogos y residían en Bobo-Dioulasso, la segunda ciudad más importante después de la capital, Uagadugú. En aquel tiempo, la situación política era complicada debido al reciente derrocamiento y asesinato de Thomas Sankara, el presidente marxista que había estado en el poder desde 1983 y había implementado un ambicioso programa socioeconómico. Este golpe de Estado fue liderado por Blaise Compaoré, el militar que ejerció como dictador de Burkina Faso desde el 15 de octubre de 1987 hasta el 31 de octubre de 2014. Durante mi estancia en Bobo-Dioulasso tuve la oportunidad de visitar la famosa mezquita construida con barro, un oasis fresco donde se podía disfrutar de paz y silencio en medio de una ciudad bulliciosa, típica de los “países en desarrollo”. También recuerdo un viaje a Banfora para observar los hipopótamos en el lago Tengrela. Nos embarcamos en un bote de remos con un guía que nos acercó lo suficiente para verlos a cierta distancia, sin correr peligro. La mayor parte del tiempo estaban sumergidos en el agua, solo asomando ocasionalmente sus cabezas. Además de estas enriquecedoras excursiones, estar junto a mis amigos franceses me permitió experimentar de cerca el mundo de los africanistas en África. Ellos vivían en mejores condiciones materiales que los lugareños y constantemente se enfrentaban a las contradicciones entre sus deseos de establecer intercambios más equitativos con la población local y los investigadores autóctonos, alejados de un marco colonialista, y las dificultades reales para hacerlo. Era difícil ignorar las implicaciones históricas que su color de piel, su lengua y su cultura tenían en este continente.

 

Sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar. A finales de los años ochenta, el Centro de Estudios Africanos empezó a ofrecer programas de prácticas de campo en Francia que incluían la participación de estudiantes africanos. Para los habitantes franceses de las zonas rurales fue una gran sorpresa ver personas “de raza negra”, algo poco común en esos lugares, y aún más asombroso fue descubrir que formaban parte de los equipos de investigación. En ese momento, la relación entre el Norte y el Sur se invertía en el campo de la antropología, siendo los antropólogos africanos quienes realizaban estudios sobre Francia, algo que ya había sido propuesto a su manera por el cineasta-etnógrafo Jean Rouch en Les Maîtres fous (1954), que Rouch rodó en los suburbios de Accra y que, en palabras del antropólogo Paul Stoller, invitaba a los espectadores a “descolonizar sus mentes” . Esto les permitió a los académicos obtener una visión más compleja de la sociedad francesa, que dista mucho de ser homogénea, y al regresar a sus países de origen contribuyeron a desmitificar las ideas preconcebidas sobre Francia y Europa en general. Estos fueron pasos importantes contra la influencia colonial que todavía persiste en los imaginarios, y que es perpetuada y reforzada por los medios de comunicación, los intercambios comerciales e incluso los académicos, como mencioné anteriormente.

 

 

 

 

África en palabras de Aimé Césaire

 

Al regresar a Colombia, me encontré con muchas deudas relacionadas con esta experiencia que logré satisfacer manteniendo conexiones con la literatura caribeña en francés y realizando tareas como la traducción de Discours sur le colonialisme y otros escritos políticos del poeta y político martiniqueño Aimé Césaire. A través de esta labor, Césaire me transmitió su amor por el continente africano, que se convirtió en su fuente de vitalidad. En una entrevista que leí mientras realizaba la traducción, Césaire plantea que este continente le reveló la existencia de ancestros ubicados en un lugar y un pasado diferentes a los que le habían impuesto como alguien nacido en una isla sin supuestas raíces. Según el profesor centroafricano Victorien Lavou Zoungbo, Aimé Césaire siempre luchó por la valoración del imaginario africano y negro, pues consideraba que su aceptación auténtica era una condición indispensable para la liberación psíquica de los sujetos poscoloniales como los africanos, antillanos y afrolatinoamericanos.

 

A los 18 años, Césaire viajó a París, donde estudió en prestigiosas instituciones educativas francesas como el Lycée Louis-le-Grand y la École Normale Supérieure. Era la década de 1930. Paradójicamente, su estancia en la capital francesa coincidió con la finalización de la Exposición colonial, un evento espectacular que mostraba a los habitantes de la metrópolis las diversas facetas naturales y culturales de las colonias francesas. Durante su tiempo en el Lycée Louis-Le-Grand, Césaire conoció a Léopold Sédar Senghor, quien se convertiría más tarde en un destacado intelectual y en el primer presidente de Senegal. Este encuentro fue descrito por Césaire en un artículo publicado en Magazine littéraire en noviembre de 1969, donde afirma que Senghor llenaba el vacío que sentía y le hacía comprender por qué no era feliz en Martinica. A través de Senghor, Césaire experimentó profundamente que su verdadero mundo era, de todas formas, el mundo africano, del cual sabía muy poco, a pesar de leer todo lo que se publicaba en París sobre África, incluyendo cuentos, leyendas e historias de su civilización. Este encuentro fue la revelación de un mundo del que él solo tenía vagas premoniciones en ese momento, lo cual le permitió mirar críticamente la sociedad antillana de la que provenía y comprender mejor sus deficiencias, carencias y alteraciones.

 

Césaire comprendió que la sociedad martiniquesa era una sociedad aculturada, transportada a un medio y a un contexto que le imponía asimilar ciertos elementos culturales y sociales que le eran ajenos. 

 

Una civilización que se había degradado poco a poco hasta llegar a este magma inverosímil, a esta anarquía cultural en la cual vivíamos. Y era natural que yo [dice Césaire] experimentara esta caída en picada y que me apareciera África, de forma muy romántica, como una especie de paraíso del cual habíamos sido expulsados. 

 

Esta idealización tiñe incluso uno de sus libros más lúcidos, el ya mencionado Discurso sobre el colonialismo, publicado por primera vez en 1950, en el cual opuso de forma sistemática la inocencia y grandeza de los pueblos colonizados a la brutalidad criminal de los colonizadores. En aserciones como las siguientes, a propósito de las economías de las sociedades africanas precoloniales, se percibe cierta romantización y jerarquización de estas culturas:

 

Eran sociedades comunitarias, nunca de todos para algunos pocos. Eran sociedades no solo antecapitalistas, como se ha dicho, sino también anticapitalistas. Eran sociedades democráticas, siempre. Eran sociedades cooperativas, sociedades fraternales.

 

Aunque Césaire mantuvo su amor por África a lo largo de la vida, su tono cambia significativamente años después al referirse, por ejemplo, a la deriva de los regímenes autocráticos después de la independencia. En un artículo escrito en mayo de 1997 para El Correo de la Unesco, Césaire expresa lo siguiente:

 

La Historia siempre representa un peligro. [...] Desde 1966, cuando se mencionaba con gran esperanza “el Sol de las independencias”, yo ya tenía una visión clara al respecto. De hecho, lo expresé en el discurso de apertura del Festival Mundial de las Artes Negras en Dakar, el 6 de abril de 1966, frente a una audiencia de flamantes dignatarios africanos, quienes, en su mayoría, carecían de perspicacia en relación con el mundo, sus dinámicas de poder, su propia realidad y su responsabilidad irreversible. Les dije: África está amenazada por el impacto de la civilización industrial; amenazada por el dinamismo interno de Europa y América. Alguien podría preguntarme por qué hablar de amenaza si no hay presencia europea en África, si el colonialismo ha desaparecido y África ya es independiente. Lamentablemente, África no ha salido indemne de ese pasado tan fácilmente, porque el peligro de desintegración de la cultura africana persiste incluso después de la desaparición del colonialismo. La independencia política, sin una independencia cultural que la acompañe y complete, será el escudo más ilusorio y la garantía más engañosa.

 

 

Es importante destacar que Césaire no visitó África hasta 1961, cuando realizó un viaje a Guinea, el único país que rechazó formar parte de la Comunidad Francesa (La Communauté) en ese momento. En respuesta al creciente conflicto en Argelia, Francia estableció una nueva constitución en 1958, que convertía a los Estados coloniales en parte de la Comunidad Francesa, y por ende reconfiguraba al Imperio francés como una especie de federación. Todos los Estados miembros se adhirieron al acuerdo, excepto Guinea, que obtuvo la independencia en 1958 tras negarse a unirse a La Communauté. Aunque esta decisión implicó que Francia le retirara su apoyo, al mismo tiempo sentó un precedente libertario para otras colonias francesas.

 

En su obra dramática La tragédie du roi Christophe, Césaire habla sobre el sufrimiento del pueblo haitiano a través del destino del héroe convertido en tirano por haber deseado demasiado la felicidad de su pueblo. Sin embargo, más allá de situar en Haití el problema del pueblo negro frente a su independencia, lo que le interesa explorar a Césaire en esta obra es el destino colectivo del pueblo africano. Esta obra ha tenido un gran éxito y circulación en el África negra porque esa parte del continente también fue escenario de reinos y guerreros que lucharon contra el colonialismo, un recuerdo que se mantiene en la memoria colectiva a través de mitos, leyendas, cuentos o testimonios.

 

No obstante, como lo han recordado algunos críticos literarios, La tragédie du roi Christophe corresponde mejor a la experiencia política posindependentista del África negra y a los excesos de despotismo, formalismo y culto de la personalidad. Por eso, en una de las últimas escenas del acto ii, el rey Christophe invoca a África y le pide ayuda con estas palabras:

 

“Oh, África, mi madre África, ¡mírame! ¡Soy el hijo desgarrado, el hijo aislado que vuelve a ti! ¡África, madre mía, mírame, acógeme en tu seno ardiente, líbrame de los opresores!”.

 

África en mi presente

 

Al escribir este texto, me doy cuenta de que podría seguir explorando mi relación con África en muchas direcciones. Sin embargo, prefiero terminarlo haciendo referencia a dos ámbitos que continúan influyendo en mi vida cotidiana en Bogotá o cuando regreso a París: el ámbito artístico y literario.

 

En los últimos años, se han llevado a cabo varias exposiciones innovadoras sobre África en París que han explorado diversas facetas del continente y desafiado estereotipos. Algunas de ellas incluyen Africa Remix (2005), curada por Simon Njami, un escritor, crítico de arte, ensayista y comisario de exposiciones suizo-camerunés. Su trabajo ha contribuido significativamente a la promoción y difusión del arte africano contemporáneo en la escena artística internacional. Esta exposición reunió por primera vez a cien artistas contemporáneos, desconocidos o reconocidos, de todo el continente africano que presentaron obras de pintura, dibujo, escultura, instalaciones, videos, películas, fotografía, música, material multimedia y literatura. La muestra exploró la diversidad y vitalidad del arte contemporáneo africano, y rebatió las narrativas convencionales sobre el continente.

 

Vale la pena mencionar la exposición My Joburg, en el marco del programa Saisons Afrique du Sud - France, una iniciativa cultural (2012-2013) que celebraba la relación entre Sudáfrica y Francia, y que promovía intercambios artísticos y culturales entre ambos países. My Joburg se centró específicamente en la ciudad de Johannesburgo (también conocida como Joburg), buscando examinar y revelar a través de pinturas, esculturas, fotografías, videoarte e instalaciones las múltiples facetas de su vida urbana. En particular abordó temas de historia, política, identidad, segregación urbana y transformación social. Esta exposición fue una importante clave de lectura de esta ciudad que acrecentó mi curiosidad por la sociedad sudafricana, y enriqueció mi experiencia como docente invitada por la Universidad de Stellenbosch en 2019, debido a las aperturas que esto implicó en mi propio trabajo universitario.

 

Por último, quiero mencionar otra destacable exposición, titulada Afriques Capitales (2017), que tuvo lugar en el parque de La Villette, uno de los más grandes de París. Reunió el trabajo de más de 40 artistas africanos contemporáneos. La exposición exploró la relación entre las ciudades africanas y la cultura contemporánea a través de instalaciones, fotografías, videos y performances que reflexionaban sobre temas como la urbanización acelerada, el desarrollo urbano desigual, la precariedad de la vida urbana, la resistencia y la reinvención cultural en el contexto de las ciudades africanas.

Para concluir, me gustaría referirme al trabajo literario de Léonora Miano, una destacada escritora camerunesa cuya obra me resulta conmovedora. A través de sus distintas novelas, Miano ha explorado y dado voz a la experiencia africana actual abordando temas como la identidad, el género, la discriminación racial y la historia colonial. Sus novelas suelen sumergirse sobre todo en esta última, y en la historia poscolonial, con el fin de comprender cómo ambas han influido en la formación de identidades y relaciones contemporáneas. Miano cuestiona los estereotipos y prejuicios dominantes sobre África y sus habitantes en la escritura, y ofrece una visión compleja y matizada de esta realidad. Desafía las representaciones simplistas y exóticas que a menudo se asocian con el continente. Y es conocida también por su estilo experimental y su uso innovador del lenguaje y la narrativa. A través de diversas técnicas literarias, va más allá de las convenciones narrativas establecidas, con lo cual genera una experiencia de lectura original.

 

 

 

 

Además de su trabajo como novelista, Léonora Miano se ha interesado por los problemas comunes que experimentan las personas negras de la diáspora, los afrodescendientes y los afropeos, es decir, las personas negras nacidas de la relación entre África y Occidente, en la que están implicados tres continentes: África, Europa y América. Una de las experiencias comunes que comparten los afropeos es la dificultad para encontrar su lugar o incluso para encontrarse a sí mismos en estos espacios, a pesar de tener un pasaporte europeo. En la compilación de conferencias titulada Habitar la frontera, publicada en 2012, la escritora, quien se define a sí misma como una “subsahariana occidentalizada”, da voz a diversas mujeres y hombres artistas negros que viven en todo el mundo y que han dejado su huella en él. Miano utiliza su propia experiencia para hablar sobre la identidad de los afrodescendientes y la realidad de la “Francia negra” en la actualidad. Nos invita a leer a los autores subsaharianos según su estética y no según el color de la piel.

 

En su obra Marianne et le garçon noir, publicada en 2017, ella elige cuidadosamente un título impactante para su introducción: “Noire hémoglobine” (“Hemoglobina negra”). Además, incluye dos epígrafes de James Baldwin y Aimé Césaire que señalan el peligro de vivir en un mundo que contradice sus principios. De hecho, Césaire resalta en su propia obra la ambivalencia de Francia frente a sus diferencias internas, la cual dificulta la aceptación de sus múltiples identidades y su propia renovación, con consecuencias negativas para todos sus habitantes. En sus palabras, “una civilización que juega con sus principios es una civilización moribunda”.

 

En la primera parte de este trabajo, Miano aborda los frecuentes malos tratos que sufren los hombres negros en Francia cuando son detenidos por la policía, incluso sin un motivo aparente más allá de un control de identidad. Estos comportamientos expresan un problema profundamente arraigado en esta sociedad: “En Francia, la brutalidad policial –acompañada o no de insultos racistas– y la constante vigilancia adquieren rápidamente tintes colonialistas, convirtiendo a los grupos minoritarios en colonizados desde dentro” (p. 13). La expresión “colonizados desde dentro” describe de manera elocuente la posición de los afrodescendientes en Francia, víctimas de un proceso de racialización que no se detiene. La autora invita a cuestionar el papel que ha desempeñado la noción de raza a lo largo de los siglos, ya que “no basta con proclamar la inanidad de la noción de raza. Es necesario saber a qué necesidades sirvió su desarrollo y, sobre todo, qué cargas impone al legado cultural y político al que no queremos renunciar” (p. 20).

 

Tras la introducción, el libro presenta nueve textos de diferentes extensiones y naturalezas, todos los cuales contribuyen a un mosaico de la difícil y a menudo trágica situación de las personas negras en Francia (y en todo el mundo). Desde distintas perspectivas, cada uno de ellos explora las causas de esta problemática y plantea posibles caminos para superar el destructivo juego de la víctima y el verdugo. En su conjunto, esta obra aborda una serie de cuestiones fundamentales que se han evitado durante mucho tiempo, y problematiza no solo el mundo de los “colonizados” –en este caso, el de los hombres negros en Francia a quienes se refiere el título–, sino los fundamentos del llamado “saber universal” que sustenta la prevaricación de una civilización sobre otras.

 

Asimismo, los héroes que son honrados en Francia están implicados en actos violentos contra personas negras (pero también blancas). Francia solía acuñar la moneda de catorce países subsaharianos hasta mayo de 2020 y se ha seguido negando a devolver todo el patrimonio cultural de Benín, a pesar de la solicitud oficial del país, manteniendo gran parte de este en museos franceses. Como lo señala la autora, “hay un vasto campo por desbrozar, para que de los ‘torrentes de hemoglobina negra derramada’ (p. 33) surjan ‘hombres capaces de enfrentarse a las sombras de la historia para inventar otros mañanas’ (p. 33)”. Este renacimiento concierne no solo a los pueblos de África, sino también, en términos de Édouard Glissant, a la humanidad en su conjunto.

 

Recientemente, terminé de leer Stardust, una novela autobiográfica publicada en agosto de 2020. Léonora Miano tardó más de veinte años en publicar este libro, como explica en un emotivo y sincero prefacio. Bajo el seudónimo de Louise, su segundo nombre, Léonora Miano narra los difíciles meses que pasó a los 23 años en un centro de rehabilitación y alojamiento de emergencia en París. A través de su historia personal, la autora resalta las promesas incumplidas de la migración y revela un lado oscuro de la sociedad francesa, que abandona a las personas vulnerables mientras ofrece soluciones socio-administrativas insuficientes.

 

Debido a la nacionalidad francesa de su hija, Louise no podía ser deportada, pero enfrentó una situación precaria: sin hogar, sin recursos y con dificultades para acceder a la ayuda social. Finalmente, después de luchar contra la burocracia, logró encontrar un lugar en un refugio para mujeres, que le proporcionó un breve alivio en términos de vivienda y comida. Sin embargo, el refugio no era un lugar ideal y el personal hacía lo posible con recursos limitados. Además, la desesperación se apoderaba de estas mujeres y ninguna hermandad benevolente prosperaba en ese purgatorio. La mayoría de ellas se encontraban atrapadas en una complicada situación administrativa y no tenían la posibilidad ni el deseo de reintegrarse a la sociedad. Estas mujeres de origen extranjero vivían como prisioneras de su extrema precariedad, abandonadas por un país que no cumplía sus promesas, y que las consideraba como parias. 

 

Louise se mantenía distante y desconfiada de los demás residentes y funcionarios sociales en ese lugar donde no existía camaradería realmente amistosa. Veía a las otras mujeres “como cuchillas afiladas dispuestas a destruir todo lo que pareciera íntegro”. Su motivación principal era su hija y solo anhelaba retomar sus estudios y encontrar trabajo para mantener a ambas. Después de leerlo, se comprende por qué Léonora Miano tardó tanto tiempo en publicar este libro. No es fácil hablar de algo que siempre se buscó mantener a distancia para poderse preservar. Cada página está meticulosamente escrita, cada frase está sopesada y pulida con conciencia. Por eso hay innumerables frases que podrían ser citadas. Sus frases cortas exigen tomarse el tiempo para apreciarlas. Más que ser solo un hermoso texto sobre una experiencia dolorosa de vida, Stardust es un texto necesario tanto para Miano como para la sociedad francesa.

A medida que mi caleidoscopio personal sigue girando, me doy cuenta de que África es más que un espejo en el que puedo reflexionar sobre mis propias experiencias. Cada encuentro sensorial, afectivo e intelectual con este continente expandió y transformó su imagen, impulsándome no solo a seguir explorando y descubriendo su complejidad, sino a invitar a otros y otras a que se dejen interpelar por su rica pluralidad. 

ACERCA DEL AUTOR


(Cali, 1959). Doctora en antropología de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París y profesora de la Universidad Nacional de Colombia. Se especializa en estudios de género, interseccionalidad y racismo en Latinoamérica. Es autora de De quebradores y cumplidores: sobre hombres, masculinidades y relaciones de género en Colombia (2002) y El oxímoron de las clases medias negras. Movilidad social e interseccionalidad en Colombia (2021).