La jubilación de las prostitutas

 

Mientras las bailarinas de striptease y las actrices porno tienen derecho a seguridad social, las prostitutas se ven obligadas a extender sus carreras hasta la vejez o ingeniárselas para sobrevivir durante el retiro. ¿Cómo resolver esta situación en países donde el trabajo sexual no está claramente regulado? 

 

POR Mauricio Rubio

Enero 27 2021
La jubilación de las prostitutas

© Moodboard • Corbis

 

“Con muchas miradas, todos los errores saltan a la vista. Alguien  encuentra el problema y alguien más lo entiende”.

Linus Torvalds 

Gloria poyatos es la titular de un juzgado de lo social en las Islas Canarias. Años atrás, para su tesina, hizo una minuciosa revisión del régimen legal y la jurisprudencia laboral sobre la prostitución en España y Europa. Su objetivo primordial era identificar los obstáculos existentes para que una mujer vinculada voluntariamente al oficio pudiera inscribirse en la seguridad social, hacer aportes y pagar impuestos.

Consideraba inaudito que se tratara de la única actividad para la cual ese derecho universal no estaba protegido. No entendía la paradoja según la cual, buscando proteger la dignidad de las mujeres –un objetivo colectivo y etéreo–, se privaba “de una parte de la misma a la prostituta, tratándola como incapaz o menor, negándole su poder de decisión gracias al poder impuesto por una colectividad”. Le sorprendía esa “sacralización del sexo” que hace que pueda haber “aceptación laboral y social, sin cortapisa alguna, de las bailarinas de striptease, las denominadas go-go girls, las trabajadoras dedicadas a la pornografía o las telefonistas de las llamadas líneas calientes”, pero no de la prostitución. Le parecía insólito que para las mujeres de los locales de “alterne”, donde reciben una comisión por el licor que consumen invitadas por el cliente, esta parte fuera reconocida laboralmente pero el pago por la relación sexual quedara en el limbo tributario y legal. Encontraba particularmente chocante que una actriz porno, que también recibe una remuneración por tener coitos, sí pudiera tener estatus legal y reconocimiento laboral simplemente porque quien le paga es un productor de cine y no un parejo sexual.

En su revisión de las sentencias de distintos tribunales encontró un caso clave, en el que Mesalina, una asociación de empresarios hoteleros, pedía su registro comercial declarando como actividad principal el alojamiento de personas, ajenas a sus establecimientos, “que ejerzan el alterne y la prostitución por cuenta propia”. Tras una larga batalla legal, el recurso de casación a favor de Mesalina abrió “la puerta judicial a una nueva actividad económica susceptible de encubrimiento bajo el régimen especial de trabajadores autónomos”.

Armada de todos los argumentos legales y jurisprudenciales quiso ponerlos a prueba con un experimento práctico, haciéndose pasar por “trabajadora autónoma profesional de la prostitución” para darse de alta tanto en el sistema tributario como en el de seguridad social. Su expectativa era que las solicitudes le fueran denegadas para, como los abogados de Mesalina, apelar e interponer recursos hasta que una sentencia en casación del Tribunal Supremo finalmente la favoreciera y sentara jurisprudencia. Su sorpresa fue mayor cuando las dos solicitudes pasaron el trámite normal, sin dificultades distintas a la sorpresa de las funcionarias que la atendieron, y quedó inscrita en el régimen de seguridad como prostituta-trabajadora autónoma. La valiosa experiencia de la ahora juez quedó consignada en un libro publicado en 2009.

Fuera de la opción de inscribirse en la seguridad social individualmente como cuenta propia, el trabajo de Poyatos sugiere también la posibilidad de hacerlo a través de una cooperativa. Esa fue la opción adoptada por un grupo de diez prostitutas de Ibiza –originarias de Europa del este, Italia y España– que con el nombre de “Sealeer” acaban de inscribirse, después de un rechazo y un recurso, en el registro oficial de Baleares como una cooperativa “de trabajo asociado para la prestación de servicios sexuales” y darse de alta en la seguridad social como autónomas. Dos meses después de este logro, ya tienen cuarenta solicitudes de otras mujeres para unirse a ellas.

“Siempre y cuando no sea coaccionada y no tenga un proxeneta detrás, a la mujer que decide ser prostituta no se le pueden negar sus derechos”, señala María José López Armesto, presidenta de la cooperativa y única de las socias que no ofrece servicios sexuales, pero que hace tiempo es sensible a la creciente vulnerabilidad del oficio con el paso de los años. “Conocí a una señora en Madrid que, a sus setenta años, estaba haciendo la calle. Se me caía el alma”. Sus socias han logrado autonomía, aportar a la seguridad social y “sobre todo un respaldo. En la cooperativa tenemos, por ejemplo, un abogado. Aquí encuentran cobertura legal, asesoramiento. Se apoyan entre ellas”.

El trabajo académico y el experimento personal de Gloria Poyatos no fue la única inspiración del esfuerzo asociativo de estas mujeres de Ibiza. Desde hace varios años en el barrio del Raval, en Barcelona, se han observado algunos esfuerzos de organización de prostitutas. Al que se le ha hecho un mejor seguimiento es al “cuadro”, un esquema adoptado por prostitutas latinoamericanas. El sistema consiste en reunir a una decena de mujeres que se numeran del uno al diez. Cada una aporta veinte euros al día, con lo que recogen 1.400 euros a la semana, suma que recibe sucesivamente cada una de ellas de acuerdo a su turno. La que cobra el ahorro pasa al final de la fila.

Los turnos tienen cierta flexibilidad por si alguna de ellas sufre algún imprevisto, y en ese caso salta al primer puesto. Diana Zapata, una psicóloga social de la Línea de Investigación y Cooperación con las Inmigrantes Trabajadoras Sexuales (Licit), señala que “prima la organización, la confianza y la cultura del ahorro, y es un método muy práctico para anticiparse a la fragilidad de la economía sumergida”. No duda en denunciar el “fuerte rechazo social y la represión policial y política que sufren las trabajadoras del sexo”.

El cuadro se ha extendido a varias calles del Raval y hay varios grupos de diez mujeres cada uno. Una de las decanas, brasileña y prostituta por más de una década, cuenta que el esquema de ahorro cooperativo lo importó de su país una ecuatoriana. Allí se conoce como “cadena” y es similar al sistema colombiano de la “natillera” que por los años veinte surgió en el Valle de Aburrá, entre los obreros industriales que se organizaron con fondos comunes para los imprevistos, como las natillas de fin de año.

En los países en donde se ha legalizado la prostitución, los sistemas de ahorro y pensiones tienen mayores posibilidades de irse adecuando a las peculiaridades del oficio. En Holanda, una sociedad que administra prostíbulos acaba de hacer a las autoridades tributarias y fiscales una solicitud para que las prostitutas puedan acceder a un esquema de jubilación similar al que tienen los futbolistas. Se trata en ambos casos de una carrera que permite buenos ingresos por unos pocos años. “Tanto futbolistas como prostitutas tienen un trabajo muy duro físicamente que no pueden hacer durante toda su vida”, declaró Wil Post, abogada de una de estas sociedades. En concreto, solicitan que las prostitutas puedan hacer aportes de hasta 5.000 euros al mes libres de impuestos para acumular una suma que les permita retirarse a una edad no muy avanzada. “A veces, una prostituta tarda diez años (adicionales) en dejar su trabajo porque está atrapada sin dinero”. Un plan de ahorro pensional diseñado especialmente para ese oficio puede ser útil para que las mujeres dejen de ejercerlo. 

ACERCA DEL AUTOR


Mauricio Rubio

Columnista de El Malpensante y La Silla Vacía. Es investigador de la Universidad Externado de Colombia.