El dios de "Unorthodox"

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POR Andrés Cárdenas Matute

Enero 27 2021

© Netflix

 

Deborah Feldman publicó su primer libro de memorias a sus escasos 26 años. Ahora tiene 33, un segundo libro publicado –también autobiográfico– y una serie en Netflix inspirada en su pasado. Se trata de un éxito verdaderamente inesperado si tomamos en cuenta que, durante gran parte de su vida, el tamaño de su mundo era el de la pequeña comunidad judía ortodoxa en la que creció, situada en Nueva York. Sin educación formal, sin internet, sin celulares, sin un buen inglés, sus perspectivas no eran –ni de lejos– convertirse en una autora de best seller y tampoco asesorar a un equipo alemán de producción cinematográfica para que recrease adecuadamente los ambientes en los que fue criada. Los ambientes de los que Deborah escapó. Cuando quedó embarazada, al poco tiempo de contraer un matrimonio concertado, decidió que su hijo merecía algo más.

 

Unorthodox (2020), la primera serie con parte de sus diálogos en yiddish, estrenada hace pocos meses, adapta libremente la historia del libro que se titula igual para llevarla por streaming a las pantallas. La primera imagen del primer capítulo sigue de cerca algo parecido a un cable de electricidad que cuelga de un poste. Se trata de un eruv: la delimitación de la zona en la que los miembros de una comunidad judía pueden moverse sin quebrantar las reglas del shabbat. Pero ahora el cable está roto. Aunque pocos se percaten, el espacio está abierto: no existen fronteras reales ni ficticias, sino que todo vuelve a ser zona franca. Y por esa rendija se cuela Esther Shapiro –Esty–, el personaje principal, interpretado de manera asombrosa por la actriz israelí Shira Haas –ese cuerpo diminuto de su personaje que carga una religión en su espalda y en su ropa; esa vacilación en los ojos que se transforma poco a poco en mirada fija; esa respiración profunda que consigue fuerzas para todo–. Los cuatro capítulos de Unorthodox cuentan precisamente su huida desde el barrio de Williamsburg, en Brooklyn, con destino a una multicultural Berlín; relatan la dolorosa liberación –sobre todo mental– de una chica que se estaba ahogando en su pequeña agrupación hecha de certezas, reglas, habladurías y vigilancia. Una comunidad que le ofrecía también –por qué no decirlo– la convicción de considerarse elegida para una misión y de formar parte de un colectivo que no la abandonará fácilmente.

 

Apenas la comunidad se da cuenta de lo sucedido, el rabino decide hacer todo por recuperar a Esther. Envía a Yanky Shapiro, el esposo de Esty, también interpretado asombrosamente por Amit Rahab –esa mirada esquiva e insegura de su personaje; esa ira repentina cuando detecta que algo va contra la ley; ese tímido amor que no se puede sobreponer a los planes que otros han trazado para él–. Sin embargo, quien en realidad va a la cabeza en aquella misión es Moishe, un primo que se mueve con mayor soltura en el mundo exterior porque ya había escapado en el pasado, pero regresó medianamente arrepentido. Tal vez lo que hace más profundo e interesante a Unorthodox es precisamente el componente religioso que la permea. Y no por lo exótico que pueden resultar en nuestra sociedad secularizada ciertos rituales, vestimentas o manuales de comportamiento –para, por ejemplo, conocer por primera vez a tu futura esposa o para tener relaciones sexuales con ella–, sino porque casi siempre las acciones se gestan en un terreno muy cercano a la conciencia individual.

 

Esty, en uno de sus primeros contactos con Berlín –un mundo desconocido, lleno (según Unorthodox) de diversidad sexual y cultural a cada paso–, se encuentra en una biblioteca, de frente a un computador. Nunca había utilizado una herramienta como Google. Pasa por ahí Salim, un chico al que había conocido el día anterior, y aprovecha para pedirle ayuda. Con rapidez, ella teclea lo que probablemente hemos escrito alguna vez de broma: “¿Existe Dios?”. La chica judía espera una respuesta clara, indubitable, como aquellas a las que estaba acostumbrada en su comunidad. Sin embargo, se le despliega una lista infinita de opciones. “Tú puedes preguntar, pero aun así debes elegir la respuesta”, dice Salim, resumiendo involuntariamente la libertad de la que disfruta –al menos hasta ahora– casi todo Occidente.

 

Muchos filósofos han sostenido que de la respuesta que escojamos en esa oferta se sigue después, en gran parte, nuestra concreta concepción sobre la libertad personal. En una de las primeras conversaciones con el nuevo grupo de amigos que conoce en una academia de música, Esty defiende sus raíces judías y comenta con orgullo algunas recetas culinarias de su familia, pero, al final, manifiesta cierta inconformidad cuando alguien insinúa que ella acaba de huir. “¿Entonces por qué te fuiste?”, pregunta otra persona. Y surge la respuesta, tal vez con una dolorosa claridad de la que ella misma no se había percatado antes: “Porque Dios esperaba demasiado de mí”. La respuesta que Esty durante toda su vida había profesado –no elegido– a la pregunta escrita en el buscador era: sí, existe un dios del que no estás a la altura, un dios incapaz de comprender que eres diferente a las demás mujeres de tu comunidad, un dios que te lleva a aferrarte a tradiciones que no consigues racionalizar. Un dios del que, finalmente, solo se puede huir.  

 

Lógicamente, muchos procesos por los que pasó Deborah Feldman son bastante abreviados en la serie, como su transformación física o la inclusión en un círculo social universitario. En medio del proceso que sí muestra Unorthodox, Esty entra por casualidad en un templo cristiano en el que está ensayando un coro. Usa por primera vez un blue jean. Se oye una multitud de voces de chicas adolescentes realizando un acto que ella había tenido siempre prohibido por tratarse de algo impúdico: cantar. Se sienta al lado de un niño que juega con un aparato que a ella tampoco le estaba permitido: un smartphone. El “Elías” de Mendelssohn que resuena por toda la nave quiebra los ojos de Esty. “¡Alza tus ojos a los montes!”. La música es lo que, de alguna manera, siempre había mantenido con vida algún rincón de su conciencia. “No tengas miedo, dice nuestro Dios”. Escuchaba música a escondidas con su abuela. La practicaba a escondidas en el piano de su vecina. Y a la música Esty dedicará, al final, un lied de Schubert en piano y voz –An die Musik–, cuya letra puede funcionar como reseña de la serie.

 

–¿Cree usted todavía en Dios? –preguntó, hace poco, un periodista a Deborah Feldman.

–Algo así como un diez por ciento. Las posibilidades son de uno sobre diez.

ACERCA DEL AUTOR


Andrés Cárdenas Matute

Ha colaborado con diversos periódicos y revistas en español. Actualmente vive en Italia, en donde realiza estudios de doctorado sobre filosofía del cine. Tiene un blog en el diario El Comercio.