Dossier: Hilando oportunidades

Qué comer y de qué vivir son preocupaciones constantes de quienes se vieron afectados por el conflicto armado en Colombia. La presencia frecuente de actores armados limitó los proyectos de vida de muchas familias rurales que, por miedo o amenazas, no podían atender las labores del campo. La firma de la Ley de Víctimas y del Acuerdo de Paz trajeron consigo la posibilidad de volver a sembrar, cosechar y comercializar productos como el maíz, el café y el cacao. Los productores han vuelto a soñar con la posibilidad de vivir dignamente de su tierra y de alimentar a sus comunidades. Esto también hace parte de los esfuerzos locales por mejorar la salud mental y el bienestar de los sobrevivientes de la violencia.

POR Varios Autores

Abril 24 2023
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Café – Norte del Cauca

 

Alba León es una mujer campesina de 65 años nacida y criada en la vereda El Turco, de Santander de Quilichao. La historia de El Turco, una pequeña comunidad de aproximadamente 80 familias es parecida a la de muchas comunidades del Norte del Cauca, marcada por la presencia de grupos armados ilegales que controlaban y ponían condiciones a la vida comunitaria. 

Sin embargo, la familia León siempre ha cultivado café: “Mis padres nos enseñaron y nunca sembramos nada más. Eso nos mantuvo al margen del conflicto armado”, recuerda Alba. Lo que se produce en su finca, El Oasis, permitió que sus dos hijos estudiaran carreras profesionales y que a la familia nunca le faltara nada. 

Pero Alba, que se describe como una mujer soñadora, quiere seguir trabajando por su región. Por eso participó activamente en los proyectos del Programa Hilando Vidas y Esperanza de USAID implementado por OIM, para aprender a mejorar la calidad del café de su finca. Así, en 2022, por primera vez su historia, la finca El Oasis produjo el primer lote de café de especialidad, un gesto que ha puesto en alto la reputación cafetera del norte del Cauca y ha demostrado la resiliencia y contribución de los sobrevivientes del conflicto al desarrollo local.

 

Cacao – Antioquia

 

Juliet tiene 24 años. Nació y creció en la zona rural del municipio de Tarazá, en la subregión del Bajo Cauca de Antioquia, la cual, según el Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, ha sido de las más afectadas por el conflicto armado en Colombia. De hecho, fue la generación de sus padres la que vivió las más duras consecuencias de la violencia. Incluso, a pesar de estar en una región con una gran riqueza de suelos, muchas familias campesinas se dedicaron a sembrar coca o a la minería irregular. 

Juliet recuerda, sin embargo, que su padre siempre le apostó a la agricultura, y en 2004, con algunos otros líderes y lideresas de la región, fundó la Asociación de Cacaocultores de Tarazá, Acata, para organizar los esfuerzos de varias familias que buscaban alternativas para los cultivos de uso ilícito y la minería. 

Hoy, Juliet es una de las líderes más jóvenes de Acata y, siguiendo el legado de su padre, trabaja por mejorar la calidad del cacao de Tarazá. Incluso ha participado, con el apoyo del Programa Hilando Vidas y Esperanza, en importantes escenarios comerciales en la industria cacaotera como el Chocosow 2022, donde, junto a otras dos organizaciones, lograron ventas representativas y contactos comerciales, así como una mejora en los medios de vida para los asociados.

 

Maíz – Montes de María

 

Wilson Villadiego tiene 54 años, ha vivido en los Montes de María toda su vida y siempre se ha dedicado a las labores del campo. En su opinión, el maíz, un alimento que comercializan sobre todo en Antioquia, es uno de los productos agrícolas más importantes para los campesinos de la región, y es vital para la seguridad alimentaria de muchas familias de comunidades como el corregimiento de La Ceiba, en Chalán, Sucre, de donde Wilson es oriundo. 

Tradicionalmente, se ha cultivado el maíz blanco, pero con el fin de mejorar el rendimiento, los campesinos incorporaron en sus cultivos una nueva variedad de maíz amarillo, conocida como V114, la cual fue desarrollada y entregada a ellos por Agrosavia para resistir mejor a las condiciones climáticas de la región. Con esta nueva semilla y el acompañamiento técnico del Programa Hilando Vidas y Esperanza de USAID, implementado por la OIM, Wilson y otros quince campesinos de la comunidad aprendieron nuevas técnicas de sembrado que, al final, les permitieron alcanzar un rendimiento de tres a seis veces mayor de lo que tradicionalmente recogían en las cosechas. 

Ahora, Wilson y sus compañeros sueñan con seguir tecnificando la producción y crear una empresa que les permita a ellos mismos comercializar los diferentes derivados del maíz. Así podrán mejorar sus ganancias y, por ende, la calidad de vida y el bienestar de su comunidad.

 

 

 

 

 

 

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