El globo de El Dorado

Probabilidades y teorías conspirativas

La utilidad de los servicios electrónicos de mensajería y las redes sociales es indudable. La cosa cambia cuando sirven para llenarnos la cabeza de cucarachas. En los tiempos que vivimos, las teorías conspirativas se propagan con mucha más velocidad y amplitud que en cualquier momento del pasado. ¡Bienvenidos a una columna para espantar la pereza mental y reparar en los hechos improbables!

POR Carlos Camacho Arango

Octubre 30 2021
Ilustración de Julio Ossa Santamaría. IG: @ossajulio

Ilustración de Julio Ossa Santamaría. IG: @ossajulio

 

Después de leer la última columna que publiqué aquí en Lugar Común, dedicada a la película United 93 de Paul Greengrass, un amigo me mandó un par de mensajes por WhatsApp. Quería saber si yo había oído hablar de una teoría sobre los sucesos del 11 de septiembre de 2001 en la Costa Este de Estados Unidos: “con los cursos de aviación que hicieron los terroristas es absolutamente imposible que pudieran pilotear esas naves”. Él mismo se preguntaba, tal vez de manera retórica, si se trataba de una teoría conspirativa, antes de agregar: “en estos años dos pilotos que he conocido me lo confirmaron. Y en un documental español (medio zurdo) hablaron de balizas electrónicas, o sea, control remoto”. Mi amigo no es que crea mucho en explicaciones de ese tipo y esta la tomaba a beneficio de inventario. Yo no supe qué decir en ese momento. Me limité a responder con emojis: una carita sonriente y un cerebro en explosión.

Por esos días me encontré con un piloto que conozco. Cuando le pedí su opinión sobre la teoría mencionada, respondió algo así como: volar es fácil, el problema es dar en el blanco al primer intento; a esa velocidad, un error mínimo de cálculo en la trayectoria del avión al iniciar su acercamiento a las torres le puede hacer fallar el lance. Aunque en ningún momento pareció aprobar la hipótesis del control remoto, sí me dejó pensando que era muy difícil, improbable, casi imposible que pasara lo que pasó ese día en dos ocasiones en Nueva York y en otra más en Washington D. C.

Y entonces supe del globo de El Dorado.

La noche del 31 de diciembre del año pasado tuvo lugar en el aeropuerto de Bogotá un incidente único en la historia de la aviación mundial. Al aterrizar en la pista norte pasadas las 8, un avión de Avianca procedente de Orlando, Florida, se llevó un globo por delante. Pero no uno pirotécnico, de esos que se lanzan al aire en los pueblos o barrios de Colombia cuando llega diciembre, promesas de incendio que toman vuelo muchas veces gracias a una tapa de olla agitada con vigor. Esta vez se trató de un globo que normalmente no vemos por aquí sino en rompecabezas de mil fichas a todo color: un globo aerostático, en este caso no tripulado, de 29 metros de altura, es decir, casi el triple de alto que la cola del avión.

Se calcula que las reparaciones de los daños causados fueron millonarias. Los pilotos pasaron el susto de sus vidas. Aunque nadie salió herido del incidente, la historia hubiera sido otra si los motores se tragan el globo en el aire: la pérdida de potencia probablemente habría precipitado a tierra la aeronave. Tan pronto se detuvo esta, todo el mundo en El Dorado se preguntaba de dónde había salido ese globo. Una investigación de la AEROCIVIL y de la organización CIPSELA, dedicada a temas aeroespaciales en América latina, develó el misterio, y un reportaje multimedia de El Tiempo divulgó los resultados.

Antes de posarse sobre la pista norte del aeropuerto, el globo estuvo deambulando por los cerros orientales de la capital al final de la última tarde de 2020. Hasta ellos llegó trazando, en sentido suroriental, una larguísima diagonal que empezaba en el departamento de Antioquia: fue visto en Itagüí a las 9 de la mañana; en Heliconia entre las 10 y las 11 (un usuario de Facebook escribió: “Se ve cojín triple HP de gigante pasando por Heliconia”); en La Pintada hacia mediodía… Este recorrido, inusitado por su longitud y trayectoria, se explica por una serie de condiciones climáticas extremadamente raras que coincidieron ese día.

La historia empezó la madrugada del mismo 31 de diciembre en una cancha de fútbol del municipio de Envigado, al sur de Medellín. En ella se reunieron los miembros del club de globos –¿club global?– Turma Ciclas –así se llama– para rendir homenaje a un compañero que había muerto unos días antes en un accidente de tránsito. La idea era fabricar un globo gigantesco. El trabajo en equipo fue admirable, no sólo por la distancia que terminó recorriendo el artilugio, sino por la armonía de su patrón geométrico: más que una colcha de retazos voladora era un bonito rompecabezas de ocho mil pliegos de papel seda.

¿Cuáles eran las probabilidades de que uno de los miembros del club muriera en un accidente de tránsito? ¿De que se hiciera realidad un homenaje tan faraónico? ¿De que los vientos soplaran ese día en la dirección que lo hicieron y el sol brillara durante todo el recorrido, conservando la temperatura del gas propano y manteniendo el globo a flote? ¿De que aterrizara justamente en una de las pistas del aeropuerto más importante del país una noche en que los controladores aéreos estaban, al parecer, algo distraídos? No tengo la menor idea de cómo cuantificar estas cosas, pero estoy seguro de que esas probabilidades eran ínfimas. Y sin embargo todos esos acontecimientos ocurrieron, uno tras otro: el accidente de tránsito con muerto incluido, el trabajo en equipo exitoso, los vientos inesperados, el brillo constante del sol y el aterrizaje preciso del globo en El Dorado, justo entre dos vuelos.

¿Cómo explicar todo esto? Los investigadores serios, en este caso aeronáuticos, saben que sólo hay una opción: recoger, organizar y examinar, con el máximo rigor, los rastros de todo tipo dejados por los hechos; concebir diferentes hipótesis, ponerlas a prueba y quedarse con la más vigorosa. Esta es una labor de perseverancia, a veces ingrata, pero imprescindible. Si se hace bien, no hay necesidad de recurrir en este caso, en el del 11 de septiembre, en el de la pandemia de Covid-19 ni en ningún otro a clubes oscuros de hombres superpoderosos que controlan el mundo a distancia.

 

Coda

El magnífico especial multimedia “Relato de una tragedia aérea (que no fue)”, realizado por un equipo multidisciplinario liderado por el periodista científico Nicolás Bustamante (@ScienceNico) puede consultarse aquí.

 

 

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ACERCA DEL AUTOR


Docente-investigador de la Universidad Externado de Colombia.

Doctor en historia, Universidad París I Panthéon-Sorbonne

Historiador, Universidad Nacional de Colombia sede Medellín