El ruido y las nueces: Con gusto y Ghana

Fueron, aparentemente, sucesos aislados los que llevaron a Kwame Addo, un polímata africano, a vivir en Colombia durante los vertiginosos años ochenta. ​​Prueba de su versatilidad es un disco de pop por el estilo de Michael Jackson o Stevie Wonder, compuesto y grabado casi en su totalidad por él, y aquí en Colombia.

POR Jaime Andrés Monsalve

Abril 25 2022
El ruido y las nueces: Con gusto y Ghana

Lado A del disco Moonlight Dancer, de Kwame Addo (1988). © cbs

 

Kwame Henaku Addo nació el 9 de agosto de 1958, y eso lo hace apenas un año y medio más joven que su propio país. En abril de 1957, tras siglos de ocupación y de un continuo expolio europeo que iba de los metales preciosos a los seres humanos, el Imperio británico dio el paso al costado y la antigua colonia de Costa de Oro, al oeste de África, se convirtió, por fin, en un país autónomo. Entre los hermanos, Kwame fue el único que nació allá, en la República de Ghana, en tiempos en los que su padre, un reputado médico cirujano que prestaba sus servicios entre el país africano y Londres, realizaba el año de internado en la céntrica ciudad de Tamale.

Cuando no empuñaba el bisturí, el padre se daba a interpretar holgadamente la guitarra y el violín; la madre, de origen jamaiquino y cantante lírica profesional, ofrecía clases de piano. A sus doce años, el joven Kwame tocaba la guitarra, movido por influencias como las de Paco de Lucía, José Feliciano y el propio Carlos Santana. La presencia del guitarrista chicano en Acra, capital ghanesa, en la celebración de Independencia de 1971, le voló la cabeza. Se trataba de aquel Santana de chivera y afro pos-Woodstock que compartió escenario en la plaza de la Estrella Negra con el timbalero Willie Bobo, en una actuación inmortalizada gracias al documental Soul to Soul, lanzado ese mismo año.

Junto con la guitarra, Kwame Addo descubrió muy pronto su destreza para el dibujo y la pintura. Eso le permitió expresarse estéticamente mediante un abanico que abarcaba desde el figurativismo y las escenas cotidianas de su tierra hasta el cómic, pasando por el diseño de complejos habitacionales y de autos futuristas. Fue así como ingresó a la Universidad Kwame Nkrumah de Ciencia y Tecnología, en la ciudad de Kumasi, para realizar estudios en diseño gráfico, complementados unos años después en la Escuela de Diseño de Rhode Island, en Providence, Estados Unidos.

–Allí conocí a mi primer amigo colombiano, el pintor bogotano Rafael Ortiz, hoy radicado en Cartagena –me cuenta Addo por videollamada, haciendo despliegue de un muy buen español, una memoria incluso mejor y el entusiasmo contenido por la humildad de quien, de alguna manera, está siendo redescubierto. 

Ya han pasado 35 años desde que regresara a su tierra “el único ghanés que vive actualmente en nuestro país”, según palabras de Alfonso Carvajal en nota para El Tiempo de 1988, pero Kwame Addo conserva profundos lazos de amistad con muchos de quienes trasegaron con él en sus días de docente universitario en Bogotá y en el Valle del Cauca. Aquí y allá todavía lo recuerdan con el cariñoso apelativo de “el Profesor”.

Por donde ha pasado quien es quizás el más renacentista de los ghaneses, ha dejado una particular visión del mundo traducida en imágenes y sonidos. En el caso colombiano, aquello significó haber compuesto, grabado y producido, con músicos locales, un desconocido y poderoso eslabón entre el pop y el afrojazz que sin duda mereció una mejor suerte. Pero no fue exactamente la música lo que trajo a Kwame Addo hasta nuestro convulso país en la década de los ochenta.

Addo se ha destacado como arquitecto, diseñador, pintor, poeta y músico.

Addo se ha destacado como arquitecto, diseñador, pintor, poeta y músico. © cortesía kwame addo

 

La oportunidad de venir a Colombia y quedarse se dio en 1983. En Providence, Addo conoció también al arquitecto e ingeniero mecánico caldense Pablo Toro Pinzón, en ese entonces al comando de la empresa Ingenieros Toro & Cía., en Bogotá. Tozudo empresario recordado por instalar la famosa planta de liofilizado de café en Chinchiná, y por haber logrado que brotara uva de vino en un poco amigable terroir en Villa de Leyva, Toro trabó amistad casi de inmediato con el joven africano, tanto así que no tuvo problema en recomendarle a su propia hija, Amelia, próxima a entrar a la Escuela de Diseño de Rhode Island, para mostrarle la ciudad. Ella, Amelia Toro, ocupa hoy un importante renglón en la moda.

–En 1983 –dice Addo– yo me encontraba trabajando en una firma de arquitectos de Manhattan, realizando el diseño de lo que sería una nueva ciudad en Arabia Saudita, cuando recibí la invitación de Toro & Cía. para viajar a Bogotá.

El eclecticismo de la arquitectura de Addo era compatible con la idea que tenía la compañía para erigir el edificio principal del antiguo Banco Ganadero, hoy Edifico bbva, célebre estructura en la calle 72 con carrera novena.

En Bogotá no paró de poner en práctica sus decenas de inquietudes. En septiembre de 1983, tan pronto llegó a la ciudad, inauguró una muestra pictórica en la Galería Taller 5, y se puso a diseñar un edificio de oficinas para Ecopetrol y para Occidental Oil, todo ello mientras perfeccionaba su español. A la Universidad Javeriana llegó con un portafolio y no con una hoja de vida convencional, lo cual llamó la atención no solo del decano de la Facultad de Arquitectura, el famoso J. B. Londoño, sino también del decano de Diseño Industrial. Addo fue el primer profesor en dictar clases en ambas carreras. Además, editó un libro que todavía es referente en la defensa de un elemento gráfico al que nadie nunca le había dedicado una apología. Su título: La magia del marcador. Técnica para arquitectos, diseñadores y artistas. También ilustró un libro de Villegas Editores sobre los 500 años de Bogotá y una cartilla del Plan Nacional de Alfabetización Camina, con poemas infantiles de Rafael Pombo.

En 1992 participó en un concurso para diseñar el billete conmemorativo del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, en cuya propuesta incluyó elementos como la efigie de Cristóbal Colón, una luna de la iconografía azteca y las tres carabelas. Aunque no resultó ganador (el billete finalmente emitido fue el de 10.000 pesos que llevaba la indígena embera, retirado luego del millonario robo al Banco de la República en Valledupar), su tono azul y otros elementos fueron usados luego en el primer billete de 20.000 pesos, con el rostro del astrónomo Julio Garavito. Para poder participar en la convocatoria como extranjero invitó a su colega Rafael Hernández, con un trabajo presentado bajo el seudónimo de Masekela, en homenaje a Hugh Masekela, famoso trompetista sudafricano de jazz.

Dentro de sus cursos, Kwame Addo buscó infundir en sus alumnos una suerte de sinestesia deliberada. Para él, no había posibilidad de que un objeto atractivo a la vista no desplegara también movimiento, textura, cromatismo e incluso alguna sensación auditiva. En su momento, llamó la atención una actividad que planeó en la Javeriana, llamada “El sonido del color”, que combinaba todo eso.

–Insté a los alumnos a realizar coreografías, a inventarse un escenario y a crear efectos de sonido que apelaran a las sensaciones. Se trataba de llevarlos más allá de lo que estaban aprendiendo como arquitectos –recuerda.

The Gong Gong, pintura al pastel de Kwame Addo (1999).

The Gong Gong, pintura al pastel de Kwame Addo (1999). © cortesía kwame addo

 

El remate de toda esa actividad lo encontraba luego, como músico, espectador y bienintencionado bailarín, en diferentes bares de la ciudad. Las noches en El Goce Pagano complementaron su educación en la salsa y el conocimiento sobre sus anfitriones.

–Cuando vas a un país, la forma clave de entender a su gente es a través de la cultura –me dice con seguridad–. Y así empecé a comprender a los colombianos: ya podía reconocer a cualquiera de ellos, en cualquier parte del mundo.

Otro de los refugios consuetudinarios de Kwame Addo fue el bar Jhonny Cay, de la carrera 13 con calle 82. Para presentarse como aficionado, había conformado un trío de guitarras al lado de Camilo Gil y Enrique Forero. Ya se había aventurado a dejar alguna grabación a manera de demo con el arquitecto y cantante aficionado Fernando Sáenz, y el no menos reconocido productor Bernardo Ossa, en ese entonces intérprete de piano. En ocasiones se le unían en escena el percusionista Wilson Viveros y el guitarrista e ingeniero de sonido caleño Adolfo “el Mono” Levy.

Fue en el Jhonny Cay donde se conoció con Ernie Becerra, leyenda del rock colombiano, quien amenizaba con su guitarra algunas de las jornadas con su grupo de reggae, Mango. Mientras este se encontraba de viaje, Addo fue invitado como guitarrista de la banda, y al volver Ernie, pasó al piano. En casa de Becerra estaba viviendo el bajista puertorriqueño John Benítez, figura clave del jazz que se encontraba en Bogotá como parte del grupo Batacumbele y a quien el guitarrista había tenido a bien “secuestrar” junto con otro importante fichaje internacional, el baterista Mingo Lewis, que llegaba de ser músico de Santana y de Al Di Meola. Tanta sinergia debía desembocar en una grabación.

Y así fue. Becerra apartó un turno en los estudios de William Constaín y llevó a varios de los conocidos en común para dejar un testimonio del paso de Kwame Addo por Colombia. Ahí estuvieron ambos junto con Benítez, el Mono Levy, Camilo Gil, Fernando Sáenz y la cantante Ana María González. Todos ellos participaron en el único sencillo del ghanés, editado en Colombia por el sello cbs, hoy Sony Music: un vinilo de siete pulgadas en 45 revoluciones por minuto, titulado Moonlight Dancer. En los créditos, para que no quede duda, se enfatiza: Kwame Addo en voz, guitarras, piano, sintetizadores, vientos y percusión; temas escritos y arreglados por Kwame Addo; producido por Kwame Addo para High Vibes Productions; dirección de arte, Kwame Addo; diseño de portada, Kwame Addo; ilustración, Kwame Addo.

Escuchar “Moonlight Dancer” y su lado A, “Making Me Blue”, es poco menos que sorprendente. Pocas personas creerían que un ejemplo tan certeramente esbozado a partir de la tendencia mundial del pop anglo pudiera haberse gestado en un estudio colombiano, con músicos acostumbrados a otras sonoridades más cercanas al rock y aun al jazz. El nivel de sofisticación de ambas piezas hace pensar de inmediato en grandes nombres, como los de Stevie Wonder o Quincy Jones, pasando incluso por Michael Jackson. En el sencillo, la estética del momento es evidente gracias a unos arreglos muy a la vanguardia de aquellos tiempos, con batería electrónica, percusión latina, el pertinaz bajo slap de Benítez, vientos imitados en sintetizador y el empleo de las distorsiones de la guitarra eléctrica heredadas del funk, arreglos muy consecuentes con los tiempos que corrían y que, a la luz de hoy, nos llevan a una época muy concreta de las pistas de baile a finales de los años ochenta.

–“Esto es demasiado bueno, hay que grabar más temas” –recuerda Ernie Becerra que dijo John Benítez.

La intención desde un principio había sido dejar un disco de larga duración completo, pero lo único concreto fue el sencillo cuya portada, dibujo de Addo, recreaba la luna y lo que parece ser una ciudad vista desde arriba, según una perspectiva selenita.

–De hecho, grabamos al menos un tema más, llamado “Horizon”, en el que yo puse la voz, pero no fue editado aquí sino en Ghana –cuenta Ernie Becerra–. Lo increíble es que la canción estuvo alrededor de dos años ocupando los primeros lugares en ese país, no solo porque era muy buena sino por la cercanía de Kwame con el presidente Jerry Rawlings. El control que se tenía de las comunicaciones, desde el alto gobierno, ayudó a que sonara mucho.

Como si se tratara de un Searching for Sugar Man a pequeña escala, estaba planeada una visita del grupo completo a Ghana, algo que finalmente no ocurrió.

Estaba claro que Moonlight Dancer tenía todo el potencial necesario para haber contado al menos con un mediano éxito, por fuera del sitial de rareza que hoy ostenta y develamos. Pero Kwame Addo es sincero al explicar que por esos días no tenía tiempo de pensar en un plan promocional serio para el trabajo.

–Como en esa época también estaba dando clases, la promoción del disco no fue lo principal –cuenta–. Mi mayor interés estaba en compartir mis experiencias como profesor. La música era algo complementario, no una carrera.

Con todo y eso, la intención de Addo con su disco iba más allá del simple disfrute comercial.

–Para mí, el lanzamiento del disco debía ser el primer acto oficial de relaciones diplomáticas entre Colombia y Ghana –me explica–. Los nuestros son países con muchas cosas en común: potencial turístico, grandes recursos naturales, gente alegre y amable...

Y en efecto, aquel 23 de junio de 1988 se establecieron oficialmente dichas relaciones. Hoy existe una embajada colombiana allí, la cual atiende a los interesados en viajar a otros 16 países de África Occidental. En Bogotá, hay un cónsul ghanés honorario, y el resto de trámites se efectúa a través de la Embajada en Brasil.

Y si de relaciones hablamos, las de Kwame Addo con nuestro país nunca se detuvieron. Después de haber vuelto a Ghana con intención de quedarse tras la muerte de su padre en 1991, regresó por algunos meses a Cali, donde dictó cursos en Bellas Artes y en la Universidad del Valle. También estuvo realizando algunas tareas en el estado Miranda, en Venezuela, y en julio de 2002 fue depositario de un nuevo e importante reconocimiento en la música: una mención de honor en el John Lennon Songwriting Contest, realizado anualmente en Nueva York, por su tema “Holding You Tight”.

En 2003 volvió al Valle del Cauca. En junio de ese año estrenó su exposición de pinturas “Safari artístico” en Roldanillo, y en noviembre entregó otra de sus composiciones, un híbrido entre música del Pacífico y gaita zuliana titulado “Razones para vivir”, como obsequio a los organizadores del Tercer Encuentro Nacional e Internacional de Escritores por la Paz de Colombia, llevado a cabo en Caicedonia. El tema, recuerda Addo, fue grabado por Guayacán Orquesta y distribuido durante la actividad en formato cd. Aquello le valió ser condecorado con el Botón de Honor al Mérito y ser nombrado caicedonita honorario.

En 2014, la embajadora de Colombia en Ghana, Claudia Turbay, ofreció un homenaje a Addo con motivo del lanzamiento de su novela gráfica Changes, un libro en el que empezó a trabajar desde que era estudiante de diseño y que habla de la historia política de su país desde la Independencia. En ese acto, la diplomática lo llamó el “primer embajador natural de Ghana en Colombia”.

Hoy, Kwame Henaku Addo trabaja en el diseño de un parque temático y de negocios que se llamará Goldtown Resource Park, encargado por Otumfuo Osei Tutu ii, rey del pueblo ashanti.

–Se trata de agrupar todas las experiencias en un solo proyecto particular –me explica–. Yo tengo la parte artística, musical, de diseño, administración, planeación, disciplina, y la de implementar proyectos de tamaño grande. Los proyectos de infraestructura han sido muy importantes para mí, y este en particular me permitirá ponerlo todo en un solo sitio.

También sigue componiendo música, con la que alimenta bancos de sonidos para Sony Music. Son piezas genéricas para todo tipo de usos radiales, televisivos y cinematográficos. No se sorprenda nadie si, por ejemplo, alguno de los noticieros de cnn o acaso algún programa sobre la vida diaria de los ricos y excéntricos en E! Entertainment tv lleva música de nuestro ecléctico personaje.

–Hoy sigo haciendo todas esas canciones por encargo, y la base de eso tuvo mucho que ver con mi experiencia en Colombia –me cuenta. Y sí que da gusto saber eso. 

ACERCA DEL AUTOR


Jaime Andrés Monsalve

Jefe musical de la Radio Nacional de Colombia. Autor de tres libros sobre tango y coautor de al menos doce más sobre jazz, rock, música clásica y otros géneros. Miembro del comité editorial de El Malpensante.