Historias a pedazos

La obra de Alejandro Tobón

Como los historiadores, algunos artistas juntan fragmentos dispersos para construir su obra. Esta semana en Lugar Común exploramos las composiciones que uno de ellos realiza a partir de los restos dejados por vidas anónimas.

POR Daniel Gutiérrez Ardila

Octubre 25 2021
Fósiles en movimiento y avistamientos temporales (detalle), 2019. Fotografía del estudio de Alejandro Tobón

[Fósiles en movimiento y avistamientos temporales (detalle), 2019. Fotografía del estudio de Alejandro Tobón]

 

Las huellas de toda actividad humana se desvanecen en el tiempo. Sucede incluso con las debacles. De ahí que los gobernantes levanten obeliscos en los campos de batalla: saben que la tierra se bebe la sangre de los heridos, que los vivos entierran a los muertos y que hasta los cadáveres insepultos desaparecen por el trabajo mancomunado de carroñeros y microorganismos. Por eso se erigen estatuas en las plazas, por eso se escriben panegíricos y libros de historia, por eso hay clases en los colegios y cuentos para los niños a la hora de dormir. Todos estos propósitos hacen parte de un esfuerzo incesante por conjurar el olvido, que acecha siempre y amenaza nuestra condición humana.

Es obvio que las iniciativas más contundentes contra la desaparición de lo que fue proceden de instituciones. Las universidades, los municipios, las iglesias, los Estados tienen la ventaja de los recursos y de una relativa perennidad. No en vano, los doctos del medioevo asimilaban las corporaciones a un barco, que seguía existiendo aun cuando fueran remplazados poco a poco todos sus elementos originales.

Se explica así la fragilidad de la historia íntima y familiar. El recuerdo de nuestros seres más queridos vive solo en nosotros y con nosotros desaparece. Los rostros de las viejas fotografías se tornan desconocidos al cabo de dos o tres generaciones, si nadie tiene el cuidado de anotar al respaldo un nombre y una fecha. Cómo no conmoverse ante la demolición de las viejas casas y su transformación en parqueaderos públicos, en cuyos muros se percibe en ocasiones la morfología de una cotidianidad extinta: las baldosas que indican la existencia pretérita de un baño, el papel de colgadura que habla de un salón donde transcurrió la vida de familias disipadas…
 

[El Cronista.  Prototipo en metal (detalle) - Ganador en la categoría obra monumental en la convocatoria “Medellín a cielo abierto”, 2019. Fotografía del estudio de Alejandro Tobón]

El Cronista.  Prototipo en metal (detalle) - Ganador en la categoría obra monumental en la convocatoria “Medellín a cielo abierto”, 2019. Fotografía del estudio de Alejandro Tobón.
 

El destino del mobiliario es también aleccionador. Las sillas y las mesas, las cómodas y los libreros, los canapés y los escritorios inician con cada causa mortuoria una deambulación azarosa y frecuentemente degradante. Con suerte paran en manos de un familiar que los aprecia o transitan por anticuarios que les saben dar una nueva vida. Si no, parten hacia ventorrillos que los deprecian de toda su carga afectiva y los rematan como gangas o sencillamente como madera vieja.

Alejandro Tobón Rojas (Medellín, 1978) está obsesionado con el destino de estas memorias rotas. Algunos dirán que estaba predestinado por el padre carpintero y los tíos que fabricaban imágenes religiosas. En cualquier caso, se ha dedicado a explorar trayectorias anónimas a las que accede a través de pedazos de muebles, puertas o ventanas que salva del naufragio definitivo. Donde la mayoría solo vería leña para una hoguera, el artista extrae piezas con las que compone figuras remendadas. A Tobón no le interesa disimular la proveniencia heteróclita de tales elementos ni su ensamblaje. Es precisamente en esa evidencia donde reside el encanto, puesto que su gesto no apunta a una reconstrucción, sino a la creación de estructuras continentes, de albergues huecos.

 

[Construcciones frágiles para un final del mundo.  Ensamble: fragmentos de muebles, Dimensiones variables, 300 cm ø, MAMM, 2012. Fotografía de Sebastián Mejía]

Construcciones frágiles para un final del mundo.  Ensamble: fragmentos de muebles, Dimensiones variables, 300 cm ø, MAMM, 2012. Fotografía de Sebastián Mejía.
 

Los primeros trabajos que conocí de Alejandro Tobón fueron las esferas. Después admiré los nidos de oropéndola, ave conocida también como gulungo o mochilero (Psarocolius angustifrons). En ambos casos, se trata de composiciones hechas a partir de retazos de madera, disímiles en cuanto al tamaño, la forma, el color y la textura. Es significativo este interés por construir urnas o depósitos cerrados, sin contenido tangible, o más bien, inescrutable y misterioso. Una expresión muy antioqueña pondera un gran desorden asimilándolo, precisamente, a un nido de gulungo: el colmo de la incuria se encarna en esas estructuras casi cerradas que, como calabazas alargadas, cuelgan graciosamente de los árboles. Habitáculos donde escasean el aire y la ventilación y en los que casi todo lo que entra se termina quedando. Del mismo modo que con sus esferas, el artista parece indicar que en esas jaulas vacías solo puede alojarse un batiburrillo afónico, cargado de años.
 

pieza 2

 

Conocí a continuación las puertas que el artista salvó de casas moribundas (como él mismo las llama) del valle de Aburrá, Rionegro o La Ceja, y que a continuación transformó en extraños pergaminos en trance de enrollarse o desenrollarse, como si buscaran contar la historia de que fueron testigos. Por supuesto, tal mensaje no puede comunicarse con la ayuda del alfabeto: es el del tiempo convertido en materialidad pura, madera sometida por décadas al sol y al agua. Es también el mensaje que resulta al desposeer un objeto de la función que le es propia, en este caso la de umbral que separa la intimidad del mundo.

[Del proyecto Descolonización, 139 x 46.6 x 39 cm., 2020. Fotografía de Alejandra Villa]

Del proyecto Descolonización, 139 x 46.6 x 39 cm., 2020. Fotografía de Alejandra Villa.
 

Más recientemente descubrí los calamares de Tobón, que ostentan largos y disparejos tentáculos conformados por trozos articulados de madera torneada y cabezas cuya redondez no es fruto de los azares de la supervivencia de los objetos, sino de un corte fríamente ejecutado. El conjunto resulta, una vez más, de la suma de vestigios incongruentes. Y una vez más estamos frente a una especie de cofre, confeccionado para guardar recuerdos frágiles que han desaparecido. O mejor, frente a una nave que surca el tiempo sin tripulantes y ha quedado varada frente a nosotros por la acción de una marea afortunada, semejante a la que arrastra hasta ciertas playas las medusas muertas.
 

[El cronista, boceto. Lápiz sobre papel, 40 x 30 cm, 2018. Fotografía del estudio de Alejandro Tobón]

El cronista, boceto. Lápiz sobre papel, 40 x 30 cm, 2018. Fotografía del estudio de Alejandro Tobón.

[Cronista (detalle). Del proyecto “Fósiles en movimiento y avistamientos temporales”, 515 cm x 32 cm ø, 2019. Fotografía de Alejandra Villa]

Cronista (detalle). Del proyecto “Fósiles en movimiento y avistamientos temporales”, 515 cm x 32 cm ø, 2019. Fotografía de Alejandra Villa.
 

Alejandro Tobón recuerda mientras hablamos por teléfono su paso por la Universidad Nacional-Sede Medellín, donde estudió Artes plásticas, y las clases y conversaciones que mantuvo con ciertos profesores vinculados a la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, como Aníbal Córdoba o Jaime Xibillé. Me habla también de un corto artículo de Freud sobre lo perecedero, que marcó su carrera. Lo leo, no bien colgamos.

Hay dos actitudes psíquicas, dice en síntesis ese texto de 1915, frente a las creaciones humanas: la del hastío generado por la desaparición cierta a que están condenadas todas ellas sin excepción y la de la rebeldía contra esa pretendida fatalidad. Freud me lleva a pensar que mientras ciertas sociedades se dan el lujo de la preservación y el patrimonio, otras parecen conducir un bulldozer frenético y arrollan a su paso todos los vestigios que se interponen en su camino. La recolección de fragmentos nimios y su ensamblaje anclan evidentemente el trabajo de Alejandro Tobón en un ambiente histórico de acelerada y desasosegada transformación.

En síntesis, su obra está cargada de historia porque resulta de la suma de materiales gastados que han accedido milagrosamente a una nueva vida. Pero esa obra es también historia por cuestiones que uno podría llamar metodológicas. ¿Qué hacer cuando los fragmentos que nos llegan del pasado son insuficientes para reconstruir los destinos de la gente que prefirió el silencio o fue condenada a él? Como ciertos libros admirables por la investigación que los sustenta y por la recursividad que los hizo posibles, Tobón responde: algo es algo, y se muestra partidario de la acumulación de pistas cuando es imposible el estudio de caso.

El silencio y el olvido son resultado necesario del tiempo, pero el artista, como el historiador, desafía esa condena con triunfos mínimos que, por eso mismo, conmueven. Mucho más cuando se consiguen, no a través del bronce y los mausoleos, sino de materiales perecederos y en apariencia inutilizables.
 

[El Cronista. Prototipo en metal, ganador en la categoría obra monumental de la convocatoria “Medellín a cielo abierto”, 450 cm x 30 cm ø, 2019. Fotografía del estudio de Alejandro Tobón]

El Cronista. Prototipo en metal, ganador en la categoría obra monumental de la convocatoria “Medellín a cielo abierto”, 450 cm x 30 cm ø, 2019. Fotografía del estudio de Alejandro Tobón.
 

Coda

Los que quieran saber más de la obra de Alejandro Tobón pueden consultar su cuenta de Instagram, @alejandrotob y pueden ampliar la información aquí.

Indican los editores digitales de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile que Freud redactó el ensayo “Lo perecedero”  en noviembre de 1915 y que apareció incluido en la obra conmemorativa Das Land Goethes (“El país de Goethe, l9l4‐19l6”), editada por la firma de Deutsche Verlagsanstalt en 1916. Los curiosos encontrarán el ensayo aquí.

 

[Fósiles en movimiento y avistamientos temporales. Dimensiones variables. 2019. Fotografía del estudio de Alejandro Tobón]

Fósiles en movimiento y avistamientos temporales. Dimensiones variables. 2019. Fotografía del estudio de Alejandro Tobón.

 

 

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Lugar común es una alianza de la Fundación Malpensante con la Universidad Nacional de Colombia, la Universidad del Rosario, la Universidad Externado de Colombia y la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.

 

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ACERCA DEL AUTOR


Historiador. Especialista en el período independentista colombiano. Ha publicado tres libros sobre su tema de estudio y, en 2019, una historia narrativa sobre la campaña libertadora. Docente e investigador de la Universidad Externado de Colombia.